martes, 26 de julio de 2011

Meditación en la fiesta de Santa Ana, madre de la Santísima Virgen


26 de Julio
Santa Ana
Madre de la Santísima Virgen María

"Por el fruto se conoce el árbol."
Mateo, 12, 33


Santa Ana, después de veinte años de infecundidad, obtuvo del Cielo, por sus lágrimas, sus ayunos y oraciones, el favor de ser madre. Educó a la Virgen María como a hija que le había concedido el Cielo para algún gran destino. Cuando la niña cumplió tres años, Ana la condujo al Templo y la ofreció al Señor. Poco tiempo después murió con la muerte de los justos, tan preciosa siempre ante los ojos de Dios.


MEDITACIÓN SOBRE TRES CONDICIONES REQUERIDAS PARA QUE NUESTRAS ORACIONES SEAN EFICACES


I.Sólo después de veinte años de súplicas y de mortificaciones, Santa Ana fue escuchada. No te desanimes si Dios no te concede de inmediato lo que le pides: persevera en la oración, obtendrás, siempre que pidas cosas buenas y que lo pidas con humildad y confianza.
“Aplazas el escuchar, oh Dios mío, a fin de enseñarnos a pedir; finges no oír, a fin de que perseveremos.” (San Anselmo).

II Un ángel vino a anunciar a Santa Ana que su oración había sido acogida, y ella creyó sin titubear. Nuestro Señor mismo ha dicho que todo lo que pidieres en su nombre, te será concedido; ¡y todavía lo dudas! Dios puede y quiere concederte la gracia que le pides; no carece de Poder ni de voluntad para esto, puesto que es omnipotente y más vivamente quiere hacernos don de sus mercedes que lo que nosotros mismos queremos tenerlas.
Ruega, pues, pero hazlo con fe viva e inquebrantable; pide por los méritos de Jesucristo. ¿No es verdad, acaso, que te diriges a Dios sólo después de haber agotado todos los medios mundanos?

III. Santa Ana, agradecida por el favor que el cielo le había acordado, ofreció a Dios en el Templo, a la hija que le había dado. ¿Has agradecido tú las gracias que de Él has recibido? ¿Tal vez las has olvidado, acaso has abusado de ellas para ofender a Dios, tu bienhechor?
“No es digno de recibir nuevos beneficios quien no agradece los que ha recibido.” (San Bernardo).

Frutos:
La mortificación
Orad por la perseverancia de los buenos.

sábado, 23 de julio de 2011

Meditación para la fiesta del apóstol Santiago

Julio 25
Santiago, el Mayor
Apóstol



La paz os dejo, mi paz os doy:

no os la doy Yo como la da el mundo.

No se turbe vuestro corazón, ni tema.

Juan, 14, 27


Santiago el Mayor, hijo de Zebedeo y hermano de San Juan, predicó el Evangelio en Jerusalén inmediatamente después de la ascensión de Jesucristo. Llevó después la antorcha de la fe a España; mas, no correspondiendo el éxito a sus esperanzas, volvió a Jerusalén donde, entre otras personas, convirtió al mago Hermógenes. Irritados los judíos, excitaron contra él a Herodes Agripa, y éste para complacerlos, hizo decapitar al santo Apóstol. Su cuerpo, enterrado en Jerusalén, fue después transportado a España; descansa en la catedral de Santiago de Compostela, en Galicia, y todos los años atrae a un número prodigioso de peregrinos.

MEDITACIÓN SOBRE LA VIDA DE SANTIAGO APÓSTOL

I. Santiago dejó su barca, sus redes, su padre y todo lo que poseía, al primer llamado del Salvador . Jesús te llama a ti desde hace muchos años a una vida más santa, y todavía estás en medio de los estorbos del mundo. Tus inclinaciones, tus riquezas, tus empresas. son otras tantas redes que te impiden ir a Dios. Rompe tus ataduras; esas ocupaciones que te divierten y cautivan son indignas de un corazón hecho para amar a Dios.
II. Este santo Apóstol no vio siempre el éxito responder a sus esperanzas; pero sus decepciones no lo abatían, porque regulaba su conducta según la de Dios. Haz todo lo que esté en tu poder para cumplir dignamente la tarea que Dios te ha confiado. Si el éxito corona tus trabajos, bendice al Señor por ello y a Él refiere toda la gloria que provenga. Si no ob tienes lo que esperas, no te quejes, es cosa de Dios proporcionar el éxito que a Él le plazca. Acaso te perdería la vanidad si llevases a buen fin todas tus empresas.
III. Santiago volvió a Jerusalén, su patria; y sus conciudadanos, como recompensa a sus trabajos, le dieron muerte. Prepárate a recibir el mal por el bien que haces a tu prójimo. Los sufrimientos y las aflicciones nunca faltarán a los que buscan a Dios; es una señal infalible de que Dios quiere recompensarlos en el otro mundo. No puede faltar la gloria a los justos que soportan el sufrimiento y las tribulaciones; espérales la corona eterna.

Propósitos:

El celo por las almas
Orar por los peregrinos.

martes, 19 de julio de 2011

Meditación en la fiesta de san Vicente de Paul



Julio 19
San Vicente de Paul
Confesor

Quien diere a uno de estos pequeñuelos
un vaso de agua fresca
solamente por razón de ser discípulo mío,
os doy mi palabra
que no perderá su recompensa.
Mateo, 10, 42


¡Cómo hablar de todos los infortunios que este santo ha aliviado! Ninguno, al parecer, podría sustraerse de los ardores de su caridad. Expósitos, jóvenes extraviados, niñas en peligro de perderse, mujeres pervertidas, galeotes, cautivos de los moros, obreros inválidos, alienados, mendigos sin techo, todos los infortunados, fueron objeto de su infatigable solicitud. ¡Cuántas obras ha fundado, cuántas se han establecido bajo su patrocinio después de su muerte! ¡Ah! ¡sí, un vaso de agua dado a un pobre da derecho a una recompensa, cuál no debe ser la gloria de Vicente en el cielo!

MEDITACIÓN SOBRE EL AMOR
AL PRÓJIMO


I. Dios promete recompensar a los que dieren por amor a Él un vaso de agua al prójimo. ¡Qué recompensa no dará a los que hayan hecho grandes limosnas y aliviado a sus hermanos en sus necesidades temporales y espirituales! ¡Cuántas ocasiones dejamos escapar de ejercer la caridad! Jesucristo nos pedirá cuenta de ello en el día del juicio. Parece que nuestra salvación depende únicamente del bien o del mal que hubiéramos hecho a nuestro prójimo.

II. Jesucristo mira como hecho a Él mismo todo el bien o todo el mal que hacemos a nuestro prójimo. Todos los cristianos forman un cuerpo cuya cabeza es Cristo; quien hiere los miembros hiere también la cabeza. ¡Cuál no sería tu dicha, si pudieses dar de comer a Jesucristo, vestirlo y consolarlo! Todo esto haces cuando realizas tus obras de caridad para con los pobres. Aviva tu fe a fin de ver siempre a Jesucristo en la persona de tu prójimo. Fácil te será entonces amarlo, honrarlo y hacerle el bien.

III. Parece que Dios ha querido hacernos dueños de nuestro destino cuando dijo, en varios lugares del Evangelio, que se nos tratará como nosotros hayamos tratado a nuestro prójimo. Se nos juzgará como hayamos juzgado a los demás; se nos dará si damos; se nos perdonará como hayamos perdonado. Así, pues, sobre nosotros mismos recaerá todo el bien o el mal que hacemos a los demás. ¡Cuán extraño, dice San Agustín, es ver a los hombres maltratarse recíprocamente! ¿Las otras creaturas no proporcionan ya bastantes ocasiones de sufrir?

Meditación en la fiesta de San Camilo de Lelis


14 ó 18 de Julio
San Camilo de Lelis
Confesor


Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz;

sin embargo, no se haga como yo quiero

sino como tú quieres.

Mateo, 26, 39


Después de una juventud disipada, San Camilo se convirtió a la edad de 25 años, y más tarde comenzó sus estudios para llegar a ser sacerdote y poder así asistir más útilmente a los enfermos en trance de muerte. Fue con este objeto que fundó la Orden de los Clérigos regulares. soportó, a su vez, con inalterable paciencia, cinco enfermedades sumamente penosas, que él llamaba las misericordias del Señor. A menudo se lo oía repetir estas palabras de San Francisco de Asís: "Tan grande es la felicidad que espero, que todas las penas se convierten para mí en motivo de alegría". Se durmió en el Señor el 14 de julio de 1614, a la hora que él mismo había predicho.

MEDITACIÓN DE CÓMO SACAR PROVECHO DE LAS ENFERMEDADES

I. Dios nos envía a menudo enfermedades para retirarnos del pecado, para hacer que llevemos una vida más santa y, para que, mediante la meditación de la muerte, merezcamos una más alta recompensa. Agradezcámosle, pues, la enfermedad tanto como la salud, porque las aflicciones son presentes de Dios, menos agradables, sin duda, pero con frecuencia más útiles que la prosperidad. Repitamos con Job: Si hemos recibido los bienes de manos del Señor, ¿Por qué no habríamos de recibir también los males ?


II. Dirijámonos a Dios, y roguémosle como el mismo Jesucristo rogó al Padre eterno en el Huerto de los Olivos: "Padre mío, si ésa es vuestra voluntad, si vuestra gloria y mi salvación lo piden, cúrame, consuélame". Cuando así hayas invocado a Dios, déjalo hacer y confórmate con lo que pueda sucederte. Por duras y penosas que sean nuestras aflicciones, todavía sufrimos menos de lo que merecemos. (Salviano).


III. Si Dios te deja en ese estado de sufrimiento, alábalo, agradécele, adora su amable Providencia; si te cura, acuérdate de que es para que lo sirvas. Cuídate de no pecar más; es la advertencia que daba Jesucristo a los enfermos que sanaba. Cumple todas las buenas resoluciones que hiciste y no pagues con ingratitud a tu amable bienhechor.

sábado, 16 de julio de 2011

Meditación en la fiesta de nuestra Señora del Carmen

Julio 16
Nuestra Señora del Carmen


Es una piadosa creencia que aquellos que llevan el escapulario de la Virgen del Carmen serán preservados del infierno, y que si rezan las oraciones prescritas serán liberados del purgatorio el sábado siguiente al día de su muerte. Este escapulario representa en pequeño el escapulario que la Santísima Virgen en persona dio al Simón Stock, religioso carmelita inglés. La fiesta de este día ha sido establecida para recordar este gran beneficio acordado por la Madre de Dios, y excitar a los fieles a aprovecharlo.

MEDITACIÓN SOBRE EL ESCAPULARIO


I. Un buen servidor tiene a honra vestir la librea de su señor: debemos tener como un honor el llevar la librea de la Reina del Cielo. ¿Qué gloria, después de aquella de servir a Dios, puede compararse a la de ser servidores e hijos de María? ¡Y cuán generosa es esta buena Madre para con los cristianos que la honran! Aun por los menores homenajes, Ella concede los favores más grandes. (San Andrés de Creta)


II. Pero, para goar de las gracias anexas al escapulario, hay que llevarlo piadosamente. Y la primera condición para ello, es estar en gracia de Dios. ¿Cómo gozar de los favores de María, si se es enemigo de Jesús? ¿No sucederá que, a veces, nos prevalemos del escapulario para pecar más libremente, so pretexto de que los que lo llevan no podrían condenarse? ¡Qué indignidad prevalerse de la protección de la Madre para ofender al Hijo! ¡Ah! si estamos en pecado mortal, gimamos al menos por nuestro estado, aspiremos a salir de él, imploremos la ayuda de Aquélla a quien la Iglesia llama refugio de los pecadores. Ella rogará por nosotros y nos devolverá a la amistad con Dios: porque su poder y clemencia sobrepujan incomparablemente la multitud de nuestros pecados. (San Jorge de Nicomedia).


III. Es preciso también, si se quiere participar de todas las ventajas del escapulario, recitar las oraciones y cumplir las buenas obras que se te han asignado cuando fuiste recibido en la Cofradía. ¡Nos imponemos mil sacrificios cuando se trata de preservarnos contra la miseria; y, para escapar de las llamas del purgatorio, retrocedemos ante algunas oraciones que debemos rezar, ante algunas mortificaciones que debemos hacer! ¡Cuánto arrepentimiento deben experimentar, tardío e inútil, en el purgatorio, las almas que no han sido suficientemente fieles a estas prácticas! Prevengamos esos arrepentimientos tardíos e inútiles, y sintámonos dichosos de poder abreviar a tan poco costo, un suplicio tan horrible.

miércoles, 13 de julio de 2011

Documento de la Congregación para el Clero: El Sacerdote confesor y director espiritual. Ministro de la Misericordia Divina.



Como fruto del Año Sacerdotal convocado por S.S. Benedicto XVI el año 2009, la Sagrada Congregación para el Clero ha publicado un documento sobre el papel del sacerdote en el sacramento de la confesión y la dirección espiritual. Trata separadamente cada uno de ellos en tres puntos: importancia en el momento actual de la Confesión y de la Dirección Espiritual, lineas fundamentales sobre la doctrina de la Iglesia en estas materias, y orientaciones prácticas.

El texto comienza con las palabras de Benedicto XVI a los confesores durante el Año Sacerdotal:

Es preciso volver al confesionario, como lugar en el cual celebrar el sacramento de la Reconciliación, pero también como lugar en el que “habitar” más a menudo, para que el fiel pueda encontrar misericordia, consejo y consuelo, sentirse amado y comprendido por Dios y experimentar la presencia de la Misericordia divina, junto a la presencia real en la Eucaristía.


Las “3 M” del sacerdote: misionero, mediador y mártir



Homilía del arzobispo Savio Hon Tai-Fai,

secretario de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos


“En la última cena, Jesús habló de la casa de su Padre”, afirmó el arzobispo Hon Tai-Fai, subrayando que “Jesucristo vino del Padre” y en la Carta a los Hebreos “se le llama 'apóstol', es decir mandado por el Padre”. Jesús, añadió, “es el sumo sacerdote del Nuevo Testamento; en Él también todo el pueblo santo de Dios ha sido constituido pueblo sacerdotal”. Entre sus discípulos, “quiso elegir a algunos en particular, para que ejercitando públicamente, en la Iglesia y en su nombre, el oficio sacerdotal a favor de todos los hombres, continuasen su misión de maestro, sacerdote y pastor”. En este contexto, indicó el secretario del dicasterio vaticano, “ser misionero significa ser mandado por el Padre para amar”.


El sacerdote, prosiguió, debe ser también mediador, como señaló también el Papa Benedicto XVI, definiendo al presbítero “mediador entre Dios y los hombres”. Si en la vida terrena “no faltan los sufrimientos y las pruebas”, “el creyente, y sobre todo el sacerdote, debe saber esperar con esperanza y perseverancia la gloria futura”. “Querido Mauro”, dijo el arzobispo dirigiéndose al ordenando, “continuarás la obra transformadora de Cristo, transformando las pruebas y los sufrimientos en 'sacrificio viviente, santo, agradecido a Dios'. Mediante tu ministerio, el sacrificio espiritual de los fieles se hace perfecto, porque junto al sacrificio de Cristo, que se ofrece a través de tus manos, en nombre de toda la Iglesia, de modo incruento, sobre el altar en la celebración de los santos misterios”.


La tercera “M” del sacerdote es la que evoca el martirio, declaró monseñor Hon Tai-Fai, en el día en que la Iglesia celebraba la fiesta de los 120 mártires chinos beatificados en varios grupos entre el 1746 y el 1951 y canonizados por el Papa Juan Pablo II el 1 de octubre de 2000. “El Evangelio”, comentó el prelado refiriéndose todavía a la cita del sembrador, “habla del terreno bueno para acoger la Palabra. La sangre de los mártires fecunda el terreno para la Palabra. Jesucristo es la Palabra definitiva y eficaz que salió del Padre y volvió a Él, cumpliendo perfectamente Su voluntad en el mundo. El sembrador que lleva la palabra se convierte en la misma Palabra”.




martes, 12 de julio de 2011

Mensajes de los obispos durante el Año Sacerdotal































Escritos de Mons. Mauro Piacenza, exsecretario de la Sagrada Congregación para el Clero durante el año sacerdotal

- Comunicación del Secretario de la Sagrada Congregación para el Clero con motivo de la ceremonia de apertura del Año Santo

-
Reflexión mensual (I) de Mons. Mauro Piacenza, secretario de la Congregación

- Mons. Mauro Piacenza, secretario de la Congregación para el Clero: La santidad es siempre actual (4-7-09)

-
Reflexión mensual de Mons. Mauro Piacenza (II), secretario de la Congregación para el Clero (12-9-09)

-
Reflexión mensual de Mons. Mauro Piacenza (III), secretario de la Congregación para el Clero (19-XI-09)

-
Reflexión mensual de Mons. Mauro Piacenza (IV), secretario de la Congregación para el Clero (15-1-10)

ESCRITOS DEL CARD. HUMMES; EXPRESIDENTE DE LA SAGRADA CONGREGACIÓN PARA EL CLERO DURANTE EL AÑO SACERDOTAL


















Discursos, homilías y mensajes del Santo Padre en el Año Sacerdotal (2009-2010)


























- Lectio divina con el clero de Roma (18-2-10) : El sacerdote, puentre entre Dios y los hombres












Domingo XV del tiempo ordinario: Congregación del Clero




Is 55,10-11: www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9apoutbw.htm
Rm 8,18-23: www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9a11lqh.htm
Mt 13,1-23: www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9abta1m.htm


Toda la Liturgia de la Palabra de este domingo es una invitación a una justa relación con la Palabra, con el Verbo hecho carne. La comparación que hace el profeta Isaías en la narración de la lluvia y de la nieve que bajan para fecundar la tierra para que de buenos frutos, es el anuncio profético de la acción Divina en la historia: “así sucede con la palabra que sale de mi boca”, dice Dios.
La Palabra es enviada para que obre y cumpla lo que esta en el corazón de Dios, no es simplemente una palabra dicha, si no más bien es una Palabra que dona vida para que viva. Los dos verbos “obrar” y “cumplir”, corresponden en la comparación de la lluvia y de la nieve a los verbos: “empapar” y “germinar”.
Es siempre un deber preguntarse: ¿Qué cosa es esta palabra de Dios?, ¿Qué cosa es para mi y para nuestra vida?.
No es una palabra simplemente pronunciada, si no generada por Dios mismo; es una palabra para encontrar en la vida; no es simplemente un libro para leer, si no una Persona con la cual aprender progresivamente pero realmente a vivir.
Es Cristo Señor la Palabra de Dios. Es la Palabra que obra y cumple todas las cosas: «La Palabra divina, por tanto, se expresa a lo largo de toda la historia de la salvación, y llega a su plenitud en el misterio de la encarnación, muerte y resurrección del Hijo de Dios» (Ex. Apost. Verbum Domini, n. 7).
Podémos entonces leer en esta óptica la parabola del sembrador, según la cual, la semilla da fruto según el terreno que la recibe. Si es Cristo la Palabra por recibir, entonces es el corazón del hombre aquel terreno a veces fertil, a veces arido o pedregoso, que siendo inundado por Su presencia, es llamado constantemente a transformarse.
Lo que la presencia de Jesús “cumple” en el corazón del hombre, está en constante relacón con el grande misterio de la libertad creada. Es una taréa en la medida con la cual el hombre vive la profundidad de la vida.
El Papa Bnedicto XVI afirma que: «Es precisamente mirándonos a nosotros mismos con verdad, con sinceridad y con valentía como intuimos la belleza, pero también la precariedad de la vida y sentimos una insatisfacción, una inquietud que ninguna realidad concreta logra colmar. Con frecuencia, al final todas las promesas se muestran insuficientes.
Queridos amigos, los invito a tomar conciencia de esta sana y positiva inquietud; a no tener miedo de plantearse las preguntas fundamentales sobre el sentido y sobre el valor de la vida. No se queden en las respuestas parciales, inmediatas, ciertamente más fáciles en un primer momento y más cómodas, que pueden dar algunos ratos de felicidad, de exaltación, de embriaguez, pero que no los llevan a la verdadera alegría de vivir, la que nace de quien construye —como dice Jesús— no sobre arena, sino sobre sólida roca» (encuentro con los jóvenes de la diócesis de san marino-montefeltro 19 de Junio de 2011).
Invoquémos con mucha fe a la Beata Virgen María, custodia de la Palabra y ejémplo sublime del más real recimiénto del Verbo en la propia existencia, que ningún otra creatura haya jamás realizado, para que nos guíe a ser “terreno fertil”, continuamente, capaces de sorprendernos de frente al divino Sembrador, que, enamorado de sus creaturas, no se contiene, si no que confia y espera con fe el esfuerzo de nuestra fragil libertad.

viernes, 1 de julio de 2011

La castidad sacerdotal por el Card. Mauro Piacenza, prefecto de la Congregación para el Clero



LA CASTIDAD SACERDOTAL
Cardenal Mauro Piacenza


Me siento particularmente feliz de estar entre vosotros el día de hoy, en la ocasión de la Jornada regional de los seminaristas piemonteses y les agradezco por su cordial invitación. El tema que me habéis propuesto (la castidad sacerdotal) es más que nunca actual y considero que debe caracterizar, en modo sustancial, todo camino de formación al sacerdocio ministerial, porque la educación de la esfera afectiva no está jamás separada, ni es separable, de los otros ámbitos de la formación intelectual, espiritual y pastoral. Desarrollaré mi relación en dos puntos fundamentales y buscaré de sacar algunas conclusiones del análisis realizado.

La situación actual

Sería poco menos que imprudente abordar el importante tema de la formación afectiva, sin considerar la verdadera y propia revolución acaecida en la sociedad occidental y, por letal contagio, un poco en todo el mundo, de los años setenta en adelante. El haber separado, al interno de la sexualidad, el aspecto unitivo de aquel de la fecundidad, y haber, por tanto, reducido uno de los actos antropológicamente más relevantes a su aspecto meramente instintivo, ha producido consecuencias devastadoras, no solo en el aspecto moral, - que sería ya de una inaudita gravedad – sino, con el pasar de los decenios, también sobre el aspecto psicoantropológico.

Es impensable afrontar el tema de la formación afectiva en el seminario, sin partir de la lúcida consciencia que, aunque independientemente de la propia voluntad, todos aquellos que han nacido después de los años Setenta-Ochenta, han crecido en un clima cultural pansexualista e hipererotizado, en el cual los poderes fuertes del mundo, que intentan doblegar la libertad de los hombres hacia varios indecorosos intereses, no han ahorrado ningún medio, incluso con mensajes subliminales, filtrados desde la más tierna edad, hasta en algunas caricaturas, para obtener la “desestructuración” del aspecto psicoafectivo de la persona humana, y, con eso, la sumisión del hombre a los propios instintos.

A aquella que podríamos llamar la “revolución sexual” del post sesenta ocho, debe ser añadida, además, a la invasión de los medios de comunicación social, sobre todo la televisión y, más recientemente, el Internet, los cuales han llevado a todo hogar, es más, a cada habitación y recinto, imágenes antes vistas y que permanecen impresas, desde la más tierna edad, en la memoria, en la fantasía y hasta en el inconsciente de las personas, las cuales se ven obligadas a actuar de un modo difícilmente controlado y controlable.

Si el pecado del origen ha hecho siempre particularmente frágil la dimensión psicosexual del hombre, tales recientes cambios graves han determinado el verdadero y propio «STRAVOLGIMENTO» , insertándose no solamente en la esfera privada o de la tentación, sino convirtiéndose en una costumbre difundida, hasta llegar a ser cultura compartida, al punto de hacer parecer como “extraño” al juicio común cualquier otro tipo de comportamiento. Tal situación, que podría, en un primer momento, aparecer como “apocalíptica”, describe en realidad, no tanto las actitudes morales, cuanto la real situación cultural, en la cual, también aquellos que sienten la llamada al celibato y al sacerdocio ministerial, están profundamente inmersos y de la cual, en el fondo, vienen.

Todavía, en tal contexto sociocultural, es desgraciadamente necesario reconocer aquella que definiría la “pérdida de significado” de la afectividad, en general, y de la sexualidad en particular. Me explico. El haber artificialmente separado el aspecto unitivo del procreativo (a la sexualidad, ndt), ha irremediablemente reducido la amplia esfera de la afectividad al sólo ejercicio de la genitalidad, privándola de aquel contexto de “definitividad” que le es propio y, como consecuencia, se le ha simplemente “aligerado” la importancia y hoy, la ha decididamente banalizado. Tal situación es constatable sobre todo en la superficialidad con la que, no pocas veces, vienen realizados algunos actos o gestos, los cuales, por su naturaleza propia, presupondrían una madurez y una definitividad que, en la mayor parte de los casos, no se dan, y esto sin la más mínima turbación de las conciencias. No es un misterio que, en algunos ambientes, algunos jóvenes vivan un ejercicio completo de la genitalidad, con la desenvoltura con la que uno saludaría a otro saludándose de la mano!

Se comprende con claridad que una situación cultural tal exija un atento discernimiento de los formadores, los cuales están llamados a distinguirse en manera neta, entre los que provienen de una formación tradicionalmente cristiana y conscientemente comprometida, en la recta comprensión de la afectividad y de la sexualidad, y quien, en cambio, proviene del mundo-mundano, totalmente inmerso en él, y por lo mismo no es imaginable, aún con la ayuda de la gracia, que improvise comportamientos radicalmente diversos.

Tal juicio no implica necesariamente la creación de itinerarios formativos diferenciados, ni comporta la imposibilidad de alcanzar a aquel equilibrio estable exigido del compromiso celibatario, previo a la sagrada Ordenación, sino ciertamente solicita una progresiva y radical consciencia, sea de la parte del candidato, sea de la parte de los formadores, no separada de una buena dosis de humilde realismo y de un camino serio y comprometido, porque no se trata solamente de vencer vicios y de adquirir virtudes, sino de combatir y vencer, en sí mismos, aquella que es una estructura antropológica mutada por la cultura dominante y por ella continuamente replanteada.

¡Es necesario ser verdaderamente libres! Se crea una situación de osmosis con tal cultura dominante y, si no se está atento y vigilante, se termina con el ser anestesiados a través de una especie de sedante que “gota a gota” mundaniza.

Un tal contexto desorientado y desorientador no tiene consecuencias solamente en la esfera psicosexual, sino repercute en el ámbito total de las personas. Crecer en un contexto híper erotizado en el cual, casi inconscientemente, se respira una sexualidad desordenada, tiene consecuencias también en el actuar cotidiano de las personas y en su modo de relacionarse.
El verdadero drama, además, en este contexto está constituido por el hecho hasta los mismos sujetos, víctimas, conscientes o no de la deriva psicoafectiva, viven en una radical insatisfacción, determinada únicamente por la atonía entre aquello por lo cual el hombre ha sido creado, con el consiguiente profundo significado de su propia afectividad, y cuanto él vive actualmente.
El corazón del hombre está hecho para la definitividad. Cualquiera que sea la vocación, virginal o esponsal, a la que Dios llama, es únicamente la definitividad a determinar la real contentamiento. Imagen y semejanza de Dios, Amor infinito, el hombre advierte entre las propias necesidades elementales, aquella de la verdad, de la libertad, de la belleza, de la justicia, del amor y, como síntesis de todo, -hoy tan poco comprendido, aunque si buscada y a veces pretendida- ¡la felicidad! Cada uno percibe cómo la satisfacción de cada una de estas necesidades necesita, es más exige, la totalidad. Ninguno aceptaría, serenamente y supinamente, de ser “un poco” pleno, sea experimentalmente sea cronológicamente hablando; tal plenitud es aquello que en el lenguaje compartido se describe con el término “definitividad”. La Escritura nos enseña a resistir “firmes en la fe” a aquel que “como león rugiente busca a quien devorar” (1Pe 5,8-9), también cuando esa experiencia fuese la de nuestro “hombre viejo”. La fragilidad, a veces extrema, de las uniones matrimoniales y la incapacidad de tantos jóvenes para asumir decisiones definitivas, no tienen raíces diversas de la dificultad a vivir una afectividad ordenada y a madurar la acogida serena de la vocación virginal. Si, en todas las épocas, ha sido complejo vivir la perfecta continencia por el “Reino de los Cielos” y el consiguiente celibato, a causa de la fragilidad de la naturaleza humana, paradoxalmente, en nuestra época, aparece particularmente arduo, porque la red de comunicaciones sociales transmite un pansexualismo violento, capaz de distorsionar la percepción misma de la esfera afectiva, sexual y relacional.

La formación afectiva al sagrado celibato

¿Cómo imaginar un camino formativo eficaz para los candidatos al sacerdocio que provengan de un tal contexto cultural? ¿De dónde iniciar o hacia dónde andar para evitar, por cuanto sea humanamente posible, errores que podrían demostrarse dramáticamente fatales para el futuro sacerdote? Después de una premisa de método, articularé este segundo punto de la conferencia, que es el central del tema que me ha sido asignado, en tres puntos menores, dinámicamente integrados entre ellos, pero que por eficacia didáctica, prefiero distinguir para después mostrar la íntima interrelación. Examinaremos sucesivamente las dimensiones: 1. de la purificación de la memoria, 2. de la educación del presente afectivo y, finalmente, 3. de la espera orante del don del sacerdocio y de la relativa gracia de estado que de él procede, tan esencial para vivir el sacro celibato. Lo dicho hasta aquí, si todavía fuera necesario, nos recuerda la importancia de la formación afectiva y la radical seriedad con la cual debe ser afrontada.

No es tolerable que, durante el tiempo de formación, se censure o se afronte sólo tangencialmente y superficialmente la cuestión afectiva. En el más riguroso respeto de la necesaria y canónicamente reconocida distinción entre el fuero interno y el fuero externo, es necesario que la dimensión afectiva sea expuesta explícitamente a los superiores del seminario y en el caso en que esto no suceda espontáneamente, sean ellos a cuestionar el tema. Ciertamente esto implica que ellos sean personas afectivamente maduras, reconciliadas consigo mismas y con la propia dimensión psicoafectiva, no frustradas, y por lo mismo, al menos no tendientes a proyectarse sobre los demás los propios problemas irresueltos. Es necesario que hayan integrado los propios eventuales problemas psicoafectivos para poder acompañar a los demás en este camino de maduración. Por tanto, es necesario que la elección de los formadores sea particularmente ponderada y tenga en consideración, no sólo las competencias teológicas y pastorales, sino además, y a los mejor sobre todo, de la madurez psicoafectiva y del equilibrio armónico general de la persona.

Aún en el reconocimiento de la indispensable dimensión de la responsabilidad personal en el desarrollo formativo, es siempre necesario mantener clara la distinción entre educadores y educandos, entre aquellos a los cuales ha sido asignado por el Obispo de ocuparse de la formación de los futuros sacerdotes y los candidatos a la ordenación. Cualquier equívoco en tal ámbito sería portador de graves consecuencias, sin contar la ineficacia de la misma acción educativa.

La purificación de la memoria
Mencioné antes cuánto es indispensable distinguir, entre los candidatos, aquellos que provienen de una formación motivadamente cristiana y, por tanto, han sido presumiblemente educados en el auténtico significado de la afectividad humana, y aquellos que, totalmente inmersos en el mundo y en sus costumbres afectivo-sexuales, se han convertido, han sido llamados y han tocado a las puertas del seminario.
Para ambos es necesario recorrer un auténtico e integral camino de purificación de la memoria, sea del punto de vista espiritual, sea del punto de vista moral o psicológico.

No es posible purificar la memoria, sin “hacer memoria”. Evitando el riesgo de permanecer atascados en los pantanos del recuerdo y de las consecuentes reacciones sensibles, es necesario al menos en el fuero interno, una “desarmada” narración de la propia historia afectiva, para presentarla a Dios, en su belleza y en su problemática, en sus frutos y en sus caídas, en sus errores esporádicos y accidentales o en sus límites estructurales y reiterativos. “Hacer memoria” significa favorecer aquel sano realismo, ¡sin el cual es simplemente imposible cualquier camino auténtico de sanación! “Hacer memoria” significa permitir al menos al superior del fuero interno –el director espiritual-, conocer realmente la historia personal del candidato, de recoger el mayor número de elementos de su camino vocacional, para poder establecer un camino formativo verdaderamente eficaz, o sea, capaz de acompañar a una suficiente integración de la dimensión afectiva y a una presumible fidelidad al compromiso celibatario.
Queridos amigos, más que callar aspectos fundamentales y relevantes de las propias experiencias afectivas, es mejor hablar con alguno, aunque sea fuera del seminario, con los así llamados “sacerdotes externos” o con un sacerdote de confianza, los cuales, si es necesario, puedan ayudar progresivamente a proponer el tema de la afectividad, y si fuera oportuno explicitarlo, allí donde el haber callado algunos elementos esenciales, se llega a corromper la misma rectitud de intención.
La purificación de la memoria que tiene una fase inicial y fundamental en el tiempo de formación seminarística, pero que dura por la entera vida terrena, exige, y en cierto modo implica, una radical humildad. San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales es maestro en el arte del discernimiento de espíritus, íntimamente ligado a la purificación de la memoria. Cada uno puede hacer experiencia de cómo la fragilidad de nuestra naturaleza humana y el límite de la memoria pueden permitir, y a veces en modo obstinado, la persistencia de imágenes y de recuerdos que, aún sometidos al “Poder de las llaves” y de la divina Misericordia, y por lo mismo destruidos por Dios, continúan sus insidias y algunas veces a llegan a asediar la vida espiritual.

La cultura contemporánea tiende a “atiborrar” a los jóvenes con imágenes y, por tanto, de “recuerdos” un tiempo inimaginables. Es suficiente pasear por las calles de cualquier ciudad, para ser sometidos a un verdadero linchamiento de imágenes, para no hablar de la televisión y, aún más, de Internet.
De la experiencia del estudio de las tristes causas de exoneración de los compromisos de la ordenación o dispensa de votos, me parece poder resaltar que con el mal uso de media hora en Internet, se puede ver aquello que, en el pasado, ¡ni siquiera en una entera existencia era posible encontrar!
Si los candidatos al sacerdocio provienen de este tipo de experiencia, es indispensable que ellos mismos elijan y sean ayudados a realizar un corte radical, pero que es indispensable, aún sólo para imaginar la posibilidad de una fidelidad al compromiso celibatario.
Todos los recuerdos no purificados durante los años de formación y los malos hábitos no superados, regresan al campo de juego, determinando serios problemas de equilibrio psicoafectivo y, a veces, dolorosísimas situaciones espirituales, morales y psicológicas.

La purificación de la memoria podría aparecer como una “misión imposible” pero nosotros sabemos, queridos amigos, que ¡nada es imposible para Dios! En tal sentido, la obra esencial de tal purificación, realizada y firmemente buscada por la inteligencia, por la libertad y la voluntad humanas, es perfeccionada por la gracia sobrenatural, que llega a nosotros a través de una intensa vida espiritual y sacramental. ¡Aquello que podría parecer imposible a nuestros ojos, es posible por la intervención constante y eficaz de Dios, el cual, si es capaz de “sacar hijos de Abraham de las piedras”, puede plasmar hombres equilibrados, íntegros, reconciliados con la memoria del propio pasado y castos, también en este tiempo, tan desorientado y desorientador del punto de vista psicoafectivo!


Educación del presente afectivo
La Exhortación apostólica “Pastores dabo vobis” en el número 44, afirma: “Puesto que el carisma del celibato, aun cuando es auténtico y probado, deja intactas las inclinaciones de la afectividad y los impulsos del instinto, los candidatos al sacerdocio necesitan una madurez afectiva que capacite a la prudencia, a la renuncia a todo lo que pueda ponerla en peligro, a la vigilancia sobre el cuerpo y el espíritu, a la estima y respeto en las relaciones interpersonales con hombres y mujeres”. Con un lenguaje extraordinariamente realista, y, por algunos detalles “nuevo” a los documentos pontificios, el beato Juan Pablo II nos ha entregado un pilar de la formación afectiva al celibato. Las inclinaciones de la afectividad y las pulsiones del instinto no vienen canceladas o modificadas por el carisma del celibato, el cual –como afirma el texto- ¡los deja intactos! Es por tanto necesario educar el propio presente afectivo, sea en la dimensión de las inclinaciones, sea en aquella de las pulsiones, porque no suceda de imaginar un futuro sacerdote que, bajo el aspecto psicoafectivo-sexual, sea radicalmente diferente del propio presente seminarístico.
Es necesario comprender cómo el importantísimo tiempo del seminario sea dado también para trabajar sobre el propio equilibrio psicoafectivo, para integrar las propias inclinaciones y pulsiones y para escoger y “afilar” aquellas armas esenciales para la lucha, que dura toda la vida. La conciencia que el carisma del celibato es un don sobrenatural del Espíritu, impone que, en la formación del celibato, se reconozca el primado absoluto de la gracia.
Si es necesario reconocer y utilizar prudentemente los avances de las ciencias humanas, en particular de la psicología, a condición de que tengan una concepción antropológica netamente cristiana, es preciso admitir no pocos errores cometidos en ese ámbito en los decenios pasados. Se pensó de poder delegar a la ciencia humana aquello que, en cambio, era competencia de los formadores, esenciales mediadores de la acción misteriosa y sobrenatural de Dios; se pensó que la psicología podía ser la panacea de “todos” los males para “todos” los candidatos al sacerdocio, imponiendo, sin ningún discernimiento previo, indiscriminadamente a todos, de hacer uso de ella, sin la obligatoria distinción entre la así llamada “neurosis fisiológica” –que todos tenemos- y aquellas patológicas, que requieren una intervención de carácter clínico; se creyó que era posible interiorizar los valores evangélicos, incluso el del celibato, no gracias a un encuentro personal, fascinante y vivificador con Cristo –come es obvio-, sino a través de varios procesos de desestructuración de la personalidad y presuntas, mal logradas reestructuraciones, inclusive de los supuestos valores antes mencionados…
La causa de dispensa de los compromisos derivados de la sagrada ordenación, incluso el celibato, documentan estos trágicos errores en el abuso o en el uso errado de las ciencias humanas, en la formación al sacerdocio ministerial. Si son usados con los debidos criterios y allí donde se manifiesta útil, entonces tales ciencias humanas resultan adecuadas.

El don del carisma celibatario florece, viene progresivamente acogido y madurado, hasta definir la misma personalidad psicológica del sacerdote únicamente en la relación íntima, prolongada, real e interpersonal con Jesús de Nazaret, ¡Señor y Cristo! Sólo la intimidad orante con el Señor, la progresiva asimilación de su vida, de sus palabras, de sus pensamientos –“Tened entre vosotros los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Fil 2,5)- permite acoger y vivir el celibato, no como un elemento extraño a la propia persona, que debe ser penosamente soportado, sino como una redefinición de sí mismo, que nace del encuentro con Cristo y del cambio y de la vida nueva, que tal encuentro genera.
El celibato es, por excelencia, aquel nuevo horizonte que tal vez jamás habíamos imaginado y que el encuentro con Cristo ha radicalmente manifestado.
Además, -todos lo experimentamos- a la vocación sacerdotal corresponde, misteriosamente pero realmente, un extraordinario florecimiento de lo humano. ¿Qué cosa sería de nuestra humanidad sin Cristo, sin la vocación que él nos ha donado? Junto a la llamada al sacerdocio ministerial, el Señor permite un florecimiento de nuestra humanidad, su purificación, una inesperada y extraordinaria dilatación, para que ella sea progresivamente capaz de acoger, en modo definitivo, un carisma tan extraordinario y vivirlo como testimonio supremo a Cristo, en la cotidianeidad de la existencia ministerial.

El mundo –también en el dramático tiempo de los escándalos, vergonzosos y contra los cuales es necesario actuar con todas nuestras fuerzas, sea del punto de vista de la formación, que bajo el perfil de la penitencia y oración reparadora, como también y seriamente bajo el aspecto disciplinar y penal- no ataca nuestra actuación social, ni nuestras obras de caridad; no puede tolerar el testimonio de la castidad por el Reino de los Cielos y la consiguiente acción educativa, que de ella brota.

Si la vida monástica ha sido siempre fascinante, cuando es realmente tal, no olvidemos jamás, queridos amigos, que, paradójicamente, el testimonio de un sacerdote secular, o sea, inmerso en su tiempo y en su sociedad, en ciertos aspectos puede ser más impactante. Nosotros no somos monjes separados del mundo, a los cuales contemplar con mirada sentimentalista, somos hombres plenamente insertos en nuestro tiempo, “en” el mundo, pero no “del” mundo, y testificamos, con nuestra opción celibataria, que Dios existe, que llama así a los hombres, que puede dar significado a la existencia entera y que vale la pena gastar, por Él, nuestra vida.

La intimidad divina, condición imprescindible en la formación celibataria, se cultiva sobre todo con la oración, en la cual debemos estar totalmente inmersos; “Conversatio nostra in Coelis est”; diversamente en la tierra nos agitamos ¡pero no realizamos nada! Formarse en una radical fidelidad a la Santa Misa diaria, al Oficio divino, a la adoración eucarística, a la oración mental cotidiana, al rezo del santo Rosario, que cotidianamente encomienda a María el propio sacerdocio es el “coeficiente mínimo” para poder aún sólo esperar en vivir el celibato. Un sacerdote que no ora, que no advierta la urgencia de la celebración diaria de la Eucaristía, superando las infundadas teorías del “ayuno eucarístico” y los escandalosos “días libres” en los cuales aparentemente se libera también de la relación con Cristo –¡que cosa más triste que un sacerdote se libere de Cristo!-, difícilmente podrá vivir serenamente y eficazmente el propio celibato. En el tiempo del seminario es necesario formarse en estas dimensiones indispensables de la vida sacerdotal, suplicando a la gracia sobrenatural que ellas no sean sólo hábitos buenos y virtuosos, sino que se conviertan en una auténtica estructura psico-antropológico-espiritual, en la cual la misma identidad personal es definida.

El sacerdote no sólo celebra la santa Misa, sino que ella se identifica porque progresivamente, pero realmente, la santa Misa se convierte en su vida, y ¡él “es” la santa Misa que celebra! En esta dimensión claramente sobrenatural, a la cual uno se educa y viene educado, cada pensamiento, cada palabra, y, obviamente, discordancia con la grandeza de la propia vocación, deben ser evitados, ciertamente, por su valor pecaminoso, pero también –y diría sobretodo- por la infelicidad que generan en su total inadecuación con la verdad, sea del sacerdocio, sea de las acciones ministeriales el sacerdote realiza.

Las ciencias humanas pueden constituir una ayuda válida para conocer, al menos a grandes rasgos, las dinámicas fundamentales de la psique y de la afectividad, pero el mejor de los psicólogos puede indicar cuáles son los problemas que existen, puede ofrecer una ayuda verdaderamente preciosa, pero ciertamente no puede resolverlos. ¡Sólo Cristo salva en plenitud!
Todavía, dos elementos me parecen esenciales en la formación del propio presente afectivo: la relación con el mundo y el papel de la formación intelectual.

En la relación con el mundo –ya ampliamente descrito en el primer punto de la presente relación-, aparece con una evidencia preocupante cómo, demasiado frecuentemente, en la formación seminaristica se verifican con impresionante ingenuidad. Si en los años Cinquenta-Sesenta era para algunos, necesario abrirse al mundo o, por lo menos, mostrar nuevamente, en modo comprensible el mundo, toda la belleza del cristianismo, hoy estamos inmersos en el peligro opuesto: el de estar totalmente sumergidos en el mundo.

Considero que, en las actuales circunstancias, sea simplemente imposible recorrer un camino serio y comprometido de formación a la perfecta castidad por el Reino de los Cielos, si no se es capaz de vivir el corte radical con el mundo, que es, sobretodo y ante todo, un tajo con su mentalidad. Por lo demás, sólo así se puede servir a la sociedad. ¿Puede un seminarista tener los mismos e idénticos hábitos de cuándo era un animador parroquial o un joven universitario en el mundo? ¿Puede, en aquellas fugas en las que se convierten los tirocinios pastorales, frecuentar los mismos lugares, con las mismas actitudes?

No se trata aquí, queridos amigos, de esclerotizarse en comportamientos ridículos o incapaces de auténticas relaciones interpersonales; se trata simplemente de huir las ocasiones próximas de pecado y de no exponer sistemática y reiteradamente la propia psique, la propia emotividad y el propio cuerpo a situaciones que, inevitablemente, hacen todavía más difícil la perfecta continencia por el Reino de los Cielos.

El último aspecto tiene que ver con la importancia de la formación teológica, también en el camino de educación al celibato sacerdotal. Una sana cristología, fiel al dato escriturístico, a la Tradición, al Magisterio ininterrumpido, debe poner bajo la luz la realidad extraordinaria de la humanidad de Jesucristo y de la belleza de ser configurados con Él, y por tanto, también a Su humanidad perfectamente casta, con la ordenación sacerdotal. Una eclesiología que no quiera traicionar la verdad, no puede reducir a los sacerdotes a “funcionarios de Dios!, sino debe reconocer, al interno de un contexto sobre todo sobrenatural, el misterioso y necesario deber distinto, esencialmente y no solo de grado, del sacerdocio bautismal y en relación a la promoción de este.

Estoy profundamente persuadido que una cierta fragilidad teológica, difundida en no pocos ambientes académicos, tenga grave responsabilidad, también en lo que respecta a las vocaciones sacerdotales, las cuales, sin adecuadas razones –como es lógico- no soportan el impacto violento y persistente con el mundo.

Y concluyo esta profundización sobre la educación del presente afectivo, subrayando una vez más el primado absoluto e incontrovertible de la gracia en la formación al celibato. Contemplemos la Misericordia, comprendida, celebrada en el sacramento de la Reconciliación y continuamente invocada. Ella es la primera medicina para sanar de los límites de la concupiscencia y vivir, en modo progresivamente siempre más perfecto, aquella continencia por el Reino de los Cielos, tan estrechamente ligada al ministerio presbiteral, tanto que induce a la Iglesia a escoger a sus sacerdotes sólo entre aquellos que han recibido dicho carisma. Aquello que aparece imposible a las solas fuerzas humanas, es experimentalmente posible por la gracia, en la cual, continuamente y sin límites, es necesario confiar.


La espera orante del don del sacerdocio
La comunidad del seminario tiene su modelo supremo en el Cenáculo de Jerusalén, en el cual los apóstoles, realizada la experiencia de Jesús Resucitado y abrazados en torno a Èl, viven en espera orante del don del Espíritu, que los hace capaces de hablar lenguas nuevas, de anunciar eficazmente el Reino, de sanar con la potestad sacramental y de realizar cualquier otro acto del ministerio auténtico, entonces el seminario vive, se nutre, camina y crece como verdadero y propio Cenáculo. Como en el Cenáculo, todos los apóstoles han hecho la experiencia de la relación personal con Jesús y lo han visto resucitado, así cada seminario debe ser una comunidad de hombres que han encontrado a Jesucristo y cuya vida ha sido transformada por ese encuentro; hombres que han hecho la experiencia del Resucitado, que viven la Iglesia como un pueblo elegido por Dios y como su verdadero Cuerpo, que hoy camina en el tiempo y en la historia.

Aquel gigante de santidad y también de sabiduría humana que fu san Benito, en su Regla, invita, sin duda alguna, de alejar del monasterio a cualquiera que entrase por razones diversas que la búsqueda de Dios. Creo que la misma claridad y firmeza deba ser utilizada en el discernimiento sobre el ingreso y la continuación en la comunidad del Cenáculo que es el seminario.

Todos los límites pueden ser sufridos soportados y sobrellevados por la comunidad del seminario que es, por naturaleza propia, una comunidad formativa y de transición –ni siquiera los apóstoles permanecieron toda la vida en el Cenáculo-, pero la falta de recta intención y el permanecer en el seminario por razones diversas de aquella que es buscar y servir a Dios y su a Iglesia no puede ser tolerada, porque impide cualquier camino auténtico de conversión y real formación. La comunidad del Cenáculo, y por tanto el seminario, es una comunidad orante. ¡El sacerdote es y debe ser un hombre de oración! Una comunidad seminarística que no tuviera su centro en la dimensión de la oración, muy difícilmente lograría asumir su propio deber.

La oración no es una interrupción de las cosas que se deben hacer, sino al contrario, se interrumpen a veces la oración para realizar cosas, y también en las otras obras es necesario custodiar un espíritu orante. La reforma del clero, tan deseada por varias vertientes, no podrá sino ser fruto de un redescubrimiento radical de la dimensión sobrenatural del ministerio y del consiguiente primado de la relación orante con Dios. Primado que, en la misma oración oficial del seminario, debe transparentarse claramente: la fidelidad a la liturgia, así como la Iglesia determina que sea celebrada, por el cuidado de cada gesto, de cada postura. En esto no pueden haber formulismos. La justa forma, además, ayuda a la custodia y a la transmisión de la sustancia.

Junto a la oración de la Iglesia, constituida no sólo de la santa Misa y del Oficio divino, sino también de la Adoración eucarística, del santo Rosario y de cada acto de piedad, que sostenga y alimente la fe, la comunidad del seminario está llamada a educar a los futuros sacerdotes también en la oración personal, el silencio, a la meditación y a los espacios de real intimidad divina.
Tratándose de una “educación”, ella no puede dejarse únicamente a la responsabilidad o a la creatividad personal, sino que deben ser propuestos algunos momentos de silencio y Adoración eucarística que, aún conservando el carácter opcional, en orden a la adhesión, son sistemáticamente integrados en el camino diario o semanal. Mi experiencia personal es que la inserción de una hora de Adoración eucarística cotidiana en el camino formativo, tiene efectos extraordinarios en la formación de los seminaristas, crea una costumbre con el Señor que, en el tiempo del ministerio, sostiene y ayuda a advertir la nostalgia del “estar con Jesús”, empujando la libertad a buscar constantemente esos momentos.

La espera orante del don del sacerdocio orienta, además, toda la oración. No se ora independientemente de la vocación recibida, sino, partiendo de esa, se pone delante del Señor casi pregustando las dulzuras del ministerio. Pregustando la celebración de la Santa Misa, la administración de la Divina Misericordia, pregustando la intimidad divina que, con la ordenación sacerdotal, se convierte en ontológica y a la cual estáis llamados a prepararos interiormente. Del punto de vista humano nada se improvisa y del punto de vista divino nada se anticipa. En este sentido, deben de ser superados los temores, también con fecha de los años setenta, de excesiva “proximidad” a las cosas de Dios. Es necesario despertarse, ¡la historia camina hacia delante! Si hoy existe un auténtico problema, de tener siempre en consideración, es el de la fragilidad y de la identidad sacerdotal que, también causado por no pocas fluctuaciones teológicas, no es suficientemente delineado y, sobre todo, sólo raramente coincide con la misma identidad psicológica del candidato.

San Juan María Vianney, modelo de los sacerdotes, que hemos podido conocer mejor gracias al Año Sacerdotal, es ejemplar precisamente por la total identificación con el propio ministerio. Condición de la eficacia apostólica, pero también de la paz interior, de la serenidad y, sobre todo, del sentido de plena realización del sacerdote, al servicio de Dios, de la Iglesia y de los hombres.


Conclusiones
Al finalizar este largo recorrido, podemos entresacar algunas conclusiones que, aunque no son definitivas, pueden orientar el recorrido de la formación afectiva durante el tiempo del seminario. Por sencillez y claridad, las enumeraré:

1. La memoria de las propias vivencias psicoafectivas y sexuales constituye un elemento fundamental de un camino que quiera ser realmente fructuoso, sobre todo en la conciencia vigilante y constructivamente crítica de la situación cultural contemporánea, en la cual la mudanza de la objetividad del conocimiento al más arbitrario subjetivismo, con el relativismo que se desprende y que está al orden del día.

2. En la formación afectiva es necesario reconocer el primado absoluto de la Gracia, sin la cual no es siquiera posible imaginar una vida realmente casta. Tal primado se reconoce y se vive en el primado de la dimensión espiritual, hecho de oración y de vida sacramental, y en la progresiva delineación, también psicológica, de l personalidad presbiteral.

3. Es necesario que la comunidad del seminario encuentre el justo equilibrio entre el anhelo misionero, que no lo debe transformar en una comunidad centrífuga, y el ser, como el Cenáculo de Jerusalén, abrazada alrededor de Jesús, con María en la espera del don del Espíritu para la misión, pero jamás cerrada en sí misma.

4. La identificación, ya desde el tiempo del seminario, con el ministerio que, a su tiempo, será confiado, favorece la justa orientación de la formación afectiva. A diferencia de las épocas precedentes, hoy el seminarista es la figura jurídicamente más frágil al interno de la vida eclesial, porque no es clérigo sino hasta el diaconado –por una justa salvaguarda de su libertad-, aún viviendo todos los deberes disciplinares y de obediencia propios del estado clerical. Tal debilidad jurídica no debe determina una situación de incertidumbre, como si el ser seminarista no coincidiera ya, en modo perspectivo, con un determinado estado de vida, comprometido, por lo menos a dar testimonio de Cristo con el esfuerzo de formación ofrecido con la propia vida, en la perfecta continencia por el Reino de los Cielos.

5. La formación teológica tiene un papel fundamental también en la formación afectiva. Debe evitar el extraviarse entre las opiniones de varios teólogos, permaneciendo fiel a cuanto es solicitado por la Sapientia Cristiana, en la cual se indica el estudio de la Sagrada Escritura, de la Tradición milenaria de la Iglesia y del ininterrumpido Magisterio, como el esqueleto irrenunciable del ciclo institucional. Evitar el relativismo teológico y proponer la doctrina cierta contribuye en modo determinante a la configuración de una estable personalidad sacerdotal y, con ella, a una motivada formación afectiva.

También la correcta hermenéutica de los textos del Concilio Vaticano II, según la reforma de la continuidad, indicada repetidamente sea por el beato Juan Pablo II, sea por el Santo Padre Benedicto XVI, es un factor indispensable para el crecimiento eclesial sereno y auténtico, capaz de superar, eliminando al nacer, los motivos de las contraposiciones (del todo mundanas y políticas) entre “innovadores” y “conservadores”, que tanta contaminación han llevado al cuerpo de la Iglesia.

6. ¡El seminarista de hoy será el sacerdote de mañana! Si es verdad que, del día de la ordenación sacerdotal en adelante, se aprende a ser y a vivir como sacerdote, es también verdad que, sobre todo del punto de vista de la formación afectiva, nada puede ser improvisado. Es más prudente, y moralmente exigible por sí mismo, esperar algún tempo antes de solicitar la admisión a la ordenación sacerdotal, antes que atentar a ella, sin haber resuelto las cuestiones fundamentales de la propia afectividad. En este campo, como en aquello doctrinal, es preciso una probada maduración y no una simple ausencia de impedimentos.

Encomiendo a la Santísima Virgen María, tierna Madre de los sacerdotes, estas reflexiones, en la segura esperanza que, mirándola a Ella, ejemplo sublime de afectividad reconciliada, capaz del más auténtico, profundo y fecundo amor, en la perfecta castidad, podamos caminar en la espléndida vía del sacerdocio, que nos hace, a título del todo especial, sus hijos.