Homilía del arzobispo Savio Hon Tai-Fai,
secretario de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos
“En la última cena, Jesús habló de la casa de su Padre”, afirmó el arzobispo Hon Tai-Fai, subrayando que “Jesucristo vino del Padre” y en la Carta a los Hebreos “se le llama 'apóstol', es decir mandado por el Padre”. Jesús, añadió, “es el sumo sacerdote del Nuevo Testamento; en Él también todo el pueblo santo de Dios ha sido constituido pueblo sacerdotal”. Entre sus discípulos, “quiso elegir a algunos en particular, para que ejercitando públicamente, en la Iglesia y en su nombre, el oficio sacerdotal a favor de todos los hombres, continuasen su misión de maestro, sacerdote y pastor”. En este contexto, indicó el secretario del dicasterio vaticano, “ser misionero significa ser mandado por el Padre para amar”.
El sacerdote, prosiguió, debe ser también mediador, como señaló también el Papa Benedicto XVI, definiendo al presbítero “mediador entre Dios y los hombres”. Si en la vida terrena “no faltan los sufrimientos y las pruebas”, “el creyente, y sobre todo el sacerdote, debe saber esperar con esperanza y perseverancia la gloria futura”. “Querido Mauro”, dijo el arzobispo dirigiéndose al ordenando, “continuarás la obra transformadora de Cristo, transformando las pruebas y los sufrimientos en 'sacrificio viviente, santo, agradecido a Dios'. Mediante tu ministerio, el sacrificio espiritual de los fieles se hace perfecto, porque junto al sacrificio de Cristo, que se ofrece a través de tus manos, en nombre de toda la Iglesia, de modo incruento, sobre el altar en la celebración de los santos misterios”.
La tercera “M” del sacerdote es la que evoca el martirio, declaró monseñor Hon Tai-Fai, en el día en que la Iglesia celebraba la fiesta de los 120 mártires chinos beatificados en varios grupos entre el 1746 y el 1951 y canonizados por el Papa Juan Pablo II el 1 de octubre de 2000. “El Evangelio”, comentó el prelado refiriéndose todavía a la cita del sembrador, “habla del terreno bueno para acoger la Palabra. La sangre de los mártires fecunda el terreno para la Palabra. Jesucristo es la Palabra definitiva y eficaz que salió del Padre y volvió a Él, cumpliendo perfectamente Su voluntad en el mundo. El sembrador que lleva la palabra se convierte en la misma Palabra”.