martes, 16 de marzo de 2010

Mons. Braulio Rodríguez Plaza: Una vida apasionante



UNA VIDA APASIONANTE (I)
Escrito dominical, el 14 de marzo


He aquí una pregunta que hice muchas veces en las Diócesis donde anteriormente fui Obispo: ¿Existe en nuestras comunidades cristianas la idea clara de que «el Señor llama y sigue llamando a ser sacerdotes de Jesucristo para el bien de todo el Pueblo de Dios»? ¿Lo tienen en cuenta los padres cristianos, los catequistas y otros educadores cristianos, los profesores de religión, los sacerdotes, religiosos y otros consagrados?
Sé que sacerdotes y seminaristas son los que tienen mayor empeño en una pastoral vocacional atractiva, cuando por san José llega el Día del Seminario. Pero mi exhortación se dirige también hoy a los grupos de profundización en la fe, a los grupos matrimoniales y de pastoral juvenil, para que lleven adelante una tarea con niños, adolescentes y jóvenes en la que la pastoral vocacional sea algo que unifique el apostolado en general, esto es, que sea la pastoral vocacional la que verifique si estamos caminando bien en la vida de nuestros grupos.
No pueden las comunidades parroquiales, los grupos cristianos, los movimientos apostólicos de apostolado seglar, las cofradías y hermandades demandar muchos y buenos sacerdotes y cruzarse de brazos porque crean que esa es la tarea exclusiva del Obispo y unos pocos sacerdotes (los formadores), como si consideraran que el Obispo es el jefe de personal. No, hermanos, el tema es más hondo. Cualquier cristiano funciona con el esquema de llamada de Cristo a esa determinada persona para cumplir una misión en la Iglesia; llamada que, para ser oída por éste o aquélla, debe darse unas condiciones de ayuda y acompañamiento. Justo es también lo que sucede con la vocación de sacerdote.
En la Iglesia hay, sin duda, una capacidad nueva para acompañar a la vocación sacerdotal, porque hay comunidades auténticamente creyentes, que hacen una mediación eclesial, para que el Espíritu Santo dé posibilidad de proponer y discernir vocaciones al sacerdocio. Dios ha dado, por otro lado, a niños, adolescentes y jóvenes un corazón generoso capaz de acoger y responder a la llamada de Jesús. Sería terrible que no creyéramos que existan esos niños, jóvenes y adolescentes, y que lo mejor sería cerrar los Seminarios menores y mayores. Lo cual, además, sería un disparate.
La historia reciente de nuestra Diócesis lo desmiente. El Seminario no sólo existe, sino que proporciona un tiempo de formación muy seria al joven que ha sido llamado a una constante actitud de discernimiento espiritual, de modo que los seminaristas que sean ordenados realicen la misión de ser curas de la mejor manera.
Pero hay que confesar que este proceso de formación de un corazón de pastor no es fácil. Seminaristas y sacerdotes en la actualidad han de ser un haz de relaciones que modelan su forma de ser y su espiritualidad. Y el Seminario es el lugar más propio y único en el fondo para iniciar a los candidatos al sacerdocio a esa aventura apasionante de ser cura. ¿Qué es ser cura? Nada o casi nada de lo que piensa nuestra cultura dominante que tiene una ignorancia supina de lo que significa ser un hombre de fe y de esperanza, que sabe orar para vivir con intensidad la caridad pastoral, que forma su corazón de una manera muy concreta para vivir su sexualidad en un celibato por el Reino de los cielos. Y eso es posible, sin duda, como lo es vivir la pobreza, la disposición obediente, la formación teológica, la fraternidad presbiteral.
¿Qué significa toda esta descripción? Sencillamente que el Pueblo cristiano debe conocer toda la dimensión educativa que afronta un chico hasta ser ordenado presbítero. La formación para el sacerdocio de los Seminarios, de nuestro Seminario, es muy precisa y comprende varias dimensiones o áreas formativas: la formación humana que posibilita un itinerario de madurez de la personalidad; la dimensión espiritual que busca cómo estrechar la relación del futuro sacerdote con Cristo, el que nos da la vida según el Espíritu y las virtudes cristianas; la formación intelectual que cimenta la propia fe, adiestra para anunciarla a los hombres y mujeres de hoy; la formación pastoral para enseñar, santificar y gobernar/regir las comunidades; la formación comunitaria, que le hace capaz de vivir de modo normal las relaciones con los compañeros, en amistad profunda, con disciplina, libertad, reparto de responsabilidades. Un sacerdote debe relacionarse con todos y con todo lo que sea bueno y saludable.
Comprenderán ustedes que haya en la Iglesia una Jornada dedicada al Seminario y los seminaristas. Necesitamos medios y dinero para que el Seminario funcione bien y tenga buenas instalaciones, pero necesitamos más la oración, el cariño, la cercanía y la preocupación para que el Seminario sea esperanza del futuro para nuestra Diócesis. Pero hay algo de lo que quiero hablar la semana próxima: describir una cualidad que todo sacerdote debe tener, aprendida en el Seminario: la misericordia y acogida generosa a ejemplo de Jesucristo, como ministro del Señor.