(...) Hoy, en este espléndido domingo en el que el Señor nos muestra toda la belleza de su creación, la liturgia prevé como página evangélica el inicio del capítulo VI de Juan, que en primer lugar presenta el milagro de los panes --cuando Jesús dio de comer a miles de personas con tan sólo cinco panes y dos peces--, y luego el otro prodigio del Señor, que camina sobre las aguas del lago en tempestad; y, por último, el discurso en el que Él se revela como "el pan de la vida". Al narrar el "signo" de los panes, el evangelista subraya que Cristo, antes de distribuirlos, los bendijo con una oración de acción de gracias (Cf. versículo 11). El verbo es eucharistein, y hace referencia directamente a la narración de la Última Cena, en la que, en efecto, Juan no refiere la institución de la Eucaristía, sino al lavatorio de los pies. Aquí la Eucaristía queda como anticipada en el gran signo del pan de la vida. En este Año Sacerdotal, cómo no recordar que especialmente nosotros, los sacerdotes, podemos reflejarnos en este texto de Juan, tomando el lugar de los apóstoles, cuando dicen: ¿Dónde podremos encontrar el pan para toda esta gente? Y, al leer que el anónimo joven, que tiene cinco panes de cebada y dos peces, también a nosotros nos surge espontáneamente la pregunta: Pero, ¿qué es esto para una multitud así? En otras palabras, ¿quién soy yo? ¿Cómo puedo, con mis límites, ayudar a Jesús en su misión? Y la respuesta la da el Señor: ¡al poner precisamente en sus "santas y venerables" manos lo poco que son, los sacerdotes se convierten en instrumentos de salvación para muchos, para todos! (...)