lunes, 19 de enero de 2015

TEXTOS SOBRE EL SACERDOCIO. Beato Marcelo Spínola

Nuestro agradecimiento al Rvdo. D. Ignacio Gillén 
que en el Año Sacerdotal nos envío la totalidad de estos textos. 

La Persona de Cristo
- 1 -

            Su exterior;  es el más bello de los hijos de los hombres; sus pensamientos, son todos grandes, nobles, elevados. Sus efectos son puros, santos. Sus virtudes, las posee todas en grado sumo, exentas de exageraciones; sus designios son sublimes, nadie los concibió semejantes; sus obras son grandiosas «pertransiit bene­faciendo... sanando omnes.»

- 2 –

            La conducta de Cristo con sus Sacerdotes. No es un caudillo que huya de sus compañeros de armas; anda entre ellos. No es duro y áspero, al contrario, su trato no puede ser más afectuoso y dulce. No es egoísta; la caridad es su carácter distintivo. Toma para sí lo más arduo y difícil y deja para los otros lo más llano y hacedero. No es variable; siempre el mismo. No hay para Él acepción de personas: accesible a todos. No es reservado, descubre sus secretos. Hermoso es servir bajo tal caudillo.

- 3 -
El estipendio

            Paz... Gozo en el Espíritu Santo... Fortaleza para resistir. Valor para acometer... Paralelo entre el mundo y sus sacerdotes, y Jesu­cristo y los suyos.
            Reinado sobre los demás. El mundo a sus plantas, los corazo­nes en su derredor, las almas a sus órdenes.
                                                                                                          F.33,   p. 42
257.- El celo sacerdotal

            Clara muestra nos dio Cristo de ese celo durante su vida terrestre, pues desde el pesebre hasta la Cruz no cesó de ocuparse de nuestro bien, dedicándonos sus pensamientos, su palabra, sus milagros, sus oraciones, sus sacrificios y su existencia toda.
            [...] El celo del Corazón de Jesús por las almas es idéntico siem­pre, siempre el mismo, activo, generoso, ardiente, constante, inago­table.
            Jesucristo, sin embargo, por una maravillosa condescendencia y bondad de su Corazón divino, ha querido que los hombres sean cola­boradores de su celo Altísimo ministerio estamos llamados a desempeñar los que en la milicia clerical nos hemos alistado, y sin caer en monstruoso yerro, no podríamos pasar en el ocio una vida, destinada al trabajo.
            [...] Operarios evangélicos apellidó Jesucristo y ha apellidado siem­pre la Iglesia a sus ministros, y sería enorme contrasentido titulándonos así, nada hacer en la viña del Señor, que son las almas. Yo, decía el Salvador a sus Apóstoles y en ellos a todos los sacerdotes, yo os elegí, no a mí vosotros, y os he elevado a los puestos en que estáis colocados, para que marchéis y recojáis frutos duraderos; palabras que nos revelan cuan ajena cosa es al ministerio eclesiástico la vida de reposo y de inacción; de lo cual ni aún sombra de duda puede quedarnos, cuando oímos a San Pablo explicar con su lenguaje propio la misión augusta de los que de la potestad sacerdotal se hallan adornados: «Todo Pontífice tomado de entre los hombres, en favor de los hombres es constituido cuando a lo que a Dios pertenece, a fin de que ofrezca dones y sacrificios por los pecados; pudiendo compadecerse de los que ignoran y yerran, toda vez que de flaqueza se halla él mismo cercado».
            No es, pues, obra de supererogación en nosotros el trabajar por nuestros hermanos, sino antes cumplimiento de un apretadísimo deber, del que habremos de dar cuenta a Dios en su día.
                                                                                              Past. 11-9-1888
258.- Grandeza del sacerdocio
Jesucristo no es un mito, un ente lejos de nosotros; vive y difunde la vida por todas partes. Le oímos hablar, y su palabra obra maravillas, despierta, ilumina, enseña, consuela. Presenciamos sus prodigios, porque realiza milagros : leprosos, enfermos, ciegos, paralíticos, muertos Está entre nosotros oculto, envuelto en manto de misterios, pero vivo y colmando de ventura a los que le invocan.
Vive Jesucristo y esparce y siembra vida. ¿ Cómo y por qué? Hay una institución, hoy perseguida, en las épocas de fe respetada y amada, el sacerdocio católico. En los labios del sacerdote encarna la palabra de Cristo; por eso sube al púlpito y hace lo que Antonio de Papua, lo que Vicente Ferrer, lo que Francisco Javier, lo que Francisco Solano, lo que Diego de Cádiz, lo que nuestros misioneros en los pueblos que evangelizan.
En las manos del sacerdote se deposita la virtud de Cristo, por eso las extiende; da vida a los que estaban muertos; las impone; resucita, absolviendo de los pecados.
Recibe estos poderes el sacerdote mediante el sacramento del Orden; Jesucristo le infunde su vida, con lo cual el sacerdote habla palabras de Cristo, hace obras de Cristo, que son obras de vida, y nace Cristo entre nosotros viviendo vida nueva, pero vida vivificante.
¡ Oh grandeza del  orden que nos obliga a los sacerdotes a no deshonrar nuestro ministerio, a llevar con honor nuestra dignidad, a asemejarnos cuanto podamos a Cristo, ya que Él está como encarnado en nosotros.
¡ Oh grandeza del orden que obliga a los pueblos a dar gracias a Dios, pues por el orden sacerdotal Cristo vive, y su vida se propaga por la palabra y las obras del  sacerdote.
                                                                                                            F. 5,5. pp. 39-40

259.- Deberes del ministerio sacerdotal

El sacerdote es predicador de la divina palabra, Resuene, pues, esa palabra en todas partes cuantas veces la caridad lo pida y la discreción lo permita.
El sacerdote es maestro; enseñe por lo mismo la doctrina cristiana a los ignorantes y a los niños.
El sacerdote perdona los pecados; siéntese pues en el confesionario para ejercitar ese augusto poder, esperando allí paciente la llegada del pecador, que viene a buscarle para recibir el agua viva de que hablaba Jesucristo a la Samaritana junto al pozo de Siquém.
El sacerdote  es el bienhechor de los pueblos; hagan gustar las dulzuras de la piedad cristiana a los creyentes, promoviendo y dirigiendo devotos ejercicios.
En suma; ya que tanta autoridad  nos ha dado Dios, no nos la guardemos; no la tengamos cohibida; pongámosla en acción, y con ella ganemos para Cristo cuantos corazones podamos.
                                                                                  BOAS,  23-2-1897, p. 140

260.- Fecundidad del ministerio sacerdotal

Hay sacerdotes, y hasta párrocos, que se lamentan de no tener nada que hacer en los pueblos que rigen. Jamás hemos comprendido ese dicho, pues mientras haya tabernáculos, en los que mora el Dios Eucaristía, mientras haya ignorantes que enseñar, y pecadores que convertir; mientras haya libros que revolver, parece de todo punto imposible que algún sacerdote se queje de que le falte asunto o materia de ocupación .
Pero la virtud del sacerdote no puede consistir simplemente en no hacer mal; fuerza es que se signifique en la práctica del bien.
No hay operario evangélico que no conozca la serie de trabajos a que le obliga su amplísimo ministerio; porque el sacerdote es maestro que enseña, censor que corrige, médico que proporciona medicamentos para las enfermedades del espíritu, padre que vela sobre la familia puesta bajo su custodia, jefe que gobierna, amigo que consuela, bienhechor que socorre y hasta juez que sentencia.
                                                                                             BOM, 30-4-1896, p. 263
261.- Necesidad de la  oración

Entre los medios principales que debe utilizar el sacerdote para la fecundidad de su ministerio, el primero es la oración. Destinado está a ser luz del mundo, según la palabra de Jesucristo lo enseña; y como no la tiene propia, menester es que se la comunique Dios, y para ello que el sacerdote se ponga a su alcance, lo que se consigue por la oración; doctrina elemental que corrobora la experiencia cotidiana; advirtiéndose que ni el talento, ni las ciencias dan al ministerio sacerdotal fecundidad y vida, sino únicamente la oración.
A la oración debe unirse la mortificación. La oración nos ilumina, la mortificación nos fortalece. En aquella vemos el camino que debemos seguir; ésta nos infunde bríos para emprenderlo. La oración es a la ciencia de los santos lo que el estudio a las ciencias humanas. La mortificación es a la práctica de la cristiana perfección lo que el ejercicio físico al desarrollo de las fuerzas corporales.
(…) La santidad sacerdotal supone todavía algo más de lo dicho. La oración ilumina al sacerdote; la mortificación lo robustece y da vigor; pero necesita aún el operario evangélico la actividad que se mueve, haciéndolo todo y nada omitiendo, y todo haciéndolo bien.
Esta es la obra de la caridad. La caridad, la primera entre las virtudes, puede asegurarse que las encierra todas y da su vida, su perfección y su belleza a nuestras obras.
Un sacerdote en quien el amor de Dios y el amor al prójimo imperen, vivirá vida fe cunda y producirá obras virtuosas.
                                                                        BOM, 30-4-1896, pp. 263-265

262.- Dispensador de los divinos misterios

El sol alumbra. Da además vida al mundo. Jesucristo es luz. Jesucristo es vida. El sacerdote vehículo de la luz de Cristo, lo es también de la vida.
El hombre tiene dos vidas, natural y sobrenatural; el principio de la vida sobrenatural es Cristo, que por su gracia nos mueve. El órgano por donde comunica la vida es el sacerdote, su dispensador.
Cuando Dios llama a la vida se sirve del sacerdote, éste es el instrumento de sus misericordias , el ministro del bautismo
Muchos de los llamados a la vida, vuelven a la muerte. Dios no agota sus misericordias y las resurrecciones se repiten. Y su misericordia trae las almas muertas al confesionario, y allí se les restituye la vida. ¿ Por quién? Por el sacerdote.
                                                                                                           F.32,   pp.30-31

263.- Firmeza en el ejercicio del ministerio.

Predica la palabra, decía S. Pablo a su discípulo Timoteo; apremia e insta  oportuna e inoportunamente : “ Predica verbum; insta opportune importune”.
Da así el Apóstol una importante lección acerca del celo apostólico, enseñándole que ha de ser ardiente, activo, libre de humanos respetos y constante.
No quiere decir con el insta opportune importune que nos metamos a predicar en todas partes y a deshora, sino que seamos firmes y tenaces, que no desmayemos ni desfallezcamos, que no cejemos ni retrocedamos por los obstáculos que se nos presenten, que mostremos una santa insistencia, en fin, que con caritativa importunidad exhortemos; pero evidente es que todos nuestros pasos han de ir regulados por la prudencia, la cual nos dirá cuándo conviene hablar y cuándo callar, cuándo será el silencio más elocuente que la palabra y cuándo la palabra romperá con fruto y con ventaja el silencio
Mas en esto de escuchar los avisos de la prudencia es menester que andemos con cautela, pues es fácil que nos engañemos y tomemos por prudencia lo que es pereza, temor, miedo, respeto humano, egoísmo, y viceversa, que temerarias audacias, atrevimientos injustificados nos parezcan manifestaciones de un celo purísimo..
Callamos muchas veces porque no tenemos ganas de trabajar, porque tememos que aquellos cuyos desórdenes reprendemos se alcen contra nosotros, porque recelamos que se disguste el protector de quien esperábamos mercedes y por mil otras causas a este tenor, pretendiendo bajo color de prudencia justificar nuestra conducta.
Posible es y frecuente, como se deduce de lo expuesto, engañarse en el particular que nos ocupa; pero nos libraremos de todo yerro consultando con Dios cuándo hemos de hablar y cuándo enmudecer, y lo que conviene callar, y lo que conviene decir.
Procediendo de esta forma, haremos la voluntad de Dios, y nuestras palabras serán semilla que germinará abundante,  y nuestro silencio elocuente, con elocuencia, si bien muda, más persuasiva tal vez que los discursos de famosos oradores.
Es un modo de ejercer el celo con fruto, porque obras de celo serán nuestras obras; así cumpliremos el encargo del Apóstol de predicar en todo tiempo.” Insta opportune, importune, argue, obsecra, increpa, in ovni patientia et doctrina.”
                                                                                              BOAS, 15-1-1903, pp. 13-15
264.- Diversidad de dones en el ministerio

“Ministerium tuum imple”. Cumple tu ministerio Este es otro aviso de S, Pablo, no menos importante que los anteriores, y sobre el cual no podemos menos de llamar la atención de nuestros sacerdotes. Las gracias son muchas aunque uno el Espíritu que las reparte; varios también los ministerios, pero uno el Señor que los confiere.
El clero católico constituye un cuerpo. Todos están llamados a una misma obra, la de glorificar a Dios y salvar almas, la de ministrar en la casa de Cristo, que es la Iglesia.
Pero cada cual dentro de ese llamamiento general y común, tiene vocación  especialísima. Hay apóstoles, es decir, sacerdotes predestinados a la predicación de la palabra divina; hay profetas…, hay doctores…, hay juristas
Pues bien, si el sacerdote ha de ser en la Iglesia de Dios tal  como Jesucristo quiere, menester es que cumpla su ministerio, es decir, el oficio particular que le incumbe..
La Providencia ha dotado a cada sacerdote de las cualidades que ha menester para llenar su peculiar misión. Al que ha de predicar le dio el don de la palabra, de la persuasión y de la unció. Al que ha de ser maestro lo enriqueció con talentos, y le otorgó la facilidad de apropiarse los pensamientos, el saber de las generaciones y de trabajar sobre ellos, para hacerlos producir crecidos réditos.
Al que ha de ejercer la autoridad le franqueó la prudencia, el discernimiento, la flexibilidad y la firmeza, prendas de un perfecto gobernante. Y así los demás.
Evidente es que aquel que acierta con su vocación, no sólo encontrará llano el camino, sino obtendrá frutos excelentes en su labor.
Cumpla cada uno su ministerio, y los triunfos del sacerdote no se harán esperar.
                                                                                  BOAS, 15-1-1903,  pp. 15-17
 265.- Laboriosidad del sacerdote

Causa pena profunda ver al sacerdote malograr momentos preciosos que debía emplear en el estudio, en el confesionario, en el púlpito, en visitar enfermos y en practicar toda clase de obras de caridad.
La ociosidad en el sacerdote supone un amor muy tibio a Jesucristo y a su Iglesia, una indiferencia casi absoluta por las necesidades de las almas, y hasta una fe muy lánguida o débil, y engendra o es causa de desórdenes, que deploramos a veces en el clero, según sabio principio : la ociosidad es madre de todos los vicios.
Sacerdote ocioso no se concibe; habiendo libros, plumas, altares y miserias, que falte tiempo se explica; que sobre, no.
Por eso deseamos que la laboriosidad sea un distintivo de nuestras eclesiásticos; y que se les vea siempre ocupados en los trabajos de su ministerio, sentándose en el confesionario todos los días algunas horas, estudiando otras y promoviendo empresas caritativas en honra de Dios y bien de sus hermanos.
                                                                                                BOC, 1885, pp. 616-617


266- Coherencia de vida

El sacerdote debe enseñar con la palabra y con el ejemplo, mostrando en su persona la práctica realización de lo que predica. Su virtud no puede ser la virtud vulgar del simple fiel, sino una virtud muy subida, proporcionada a los altos ministerios que desempeña, y que piden corazón y manos limpísimas, generosa abnegación, laboriosidad incansable, constancia superior a toda prueba y otras condiciones, que bien saben los que del sacerdote murmuran, si por desgracia se permite algo que no se halle en perfecto acuerdo con lo sublime de su vocación.  - BOAS, 579, 14-10-1905, p.328 -

Maestros de la doctrina y la moral, los sacerdotes son  la luz del mundo y la sal de la tierra. Fijas están en ellos las miradas de todos,  y si hablan como enviados del padre celestial y obran en conformidad a lo que dicen los pueblos les siguen edificados; pero si su palabra tiene más de humano que de divino, y sus obras no guardan relación con su fe, entonces el escándalo es inevitable; los impíos se frotan las manos y los que vacilaban acaben por caer.
                                                                                              F.65,    p. 5

267.- El sacerdote, luz del mundo

Jesucristo, hablando con sus apóstoles, les decía : “Vos estis lux mundi”. Lo son bajo muchos aspectos; lo son  señaladamente por uno de sus particulares ministerios :el de  la palabra.
Jesucristo, Sol del mundo; el sacerdote, vehículo de esa luz; la santidad sacerdotal, cielo diáfano, sin nubes.
Jesucristo, Sol de justicia, luz que hizo visible la majestad de Dios, que aclaró el misterio del hombre, y que ilumina los caminos del hombres. En todos los pueblos se han cantado himnos al sol; todas las generaciones de la tierra deben entonarlos al Sol de justicia.
¿ Cómo se difundió esa luz? Por la palabra apostólica, que reproducía los ecos de la palabra de Cristo. ¿ Cómo continúa su propagación? Por la palabra sacerdotal, que es palabra de Cristo.
La Iglesia ha hecho siempre de la palabra uno de sus más poderosos instrumento de sus obras. Nació de la Palabra, el Verbo de Dios; por la palabra creció; por la palabra llegó a los últimos confines del mundo; la palabra conserva la vida en los pueblos creyentes. Por eso la Iglesia es tan devota de la palabra, y manda a los Obispos, a los párrocos, a los curas que prediquen.
La palabra sacerdotal, que es palabra de Cristo, alumbra.
                                                                                                             F.32,   pp. 23-25

268.- La devoción a la Virgen

El culto a la Virgen  Madre formó parte muy principal del culto católico de todos los tiempos. Y es justamente el motivo por el que en las supremas crisis de la sociedad cristiana a María se han vuelto siempre instintivamente todas las miradas… Es la obra de la Providencia que desea nuestra salvación. Pero a tan generoso pensamiento aquel Dios de bondad, de quien somos ministros y del que hemos recibido el carácter de dispensador de sus misterios, debemos cooperar, esforzándonos en la medida de nuestra posibilidad, en extender la devoción a la Santísima Virgen.
                                                                                          BOM, 21-4-87,   p.77

269.- Importancia de la predicación

No se puede dudar de la importancia que tiene la predicación parroquial.
Hoy, cuando no existe pueblo, por insignificante que sea, donde no se escuche una predicación constante de impiedad, porque en todos los centros se alza una voz contra Dios y contra las cosas santas, cuando cunde la hostilidad a nuestras creencias seculares o por lo menos la indiferencia más absoluta, el mutismo de los párrocos, tengan los motivos que tengan, es verdaderamente insoportable.

(..) Cierto es que Dios reparte sus dones, y que no a todos concede el talento de la predicación; pero es de observar, lo primero, que para hablar un poco de Dios, de los deberes que con Él tenemos, y de las virtudes que hemos de practicar, no es preciso ser orador; basta sentir lo que se ha de decir, según aquella antigua máxima : lo que bien se siente, bien se expresa.
                                                                        BOAS,  15-6-1905, p. 227

270.- Atención a la catequesis

El catequista debe prepararse en doble manera; por medio de la oración y por medio del estudio. La oración hace bajar a nosotros las luces del cielo, indispensables para que acertemos en nuestras empresas, y particularmente para llegar hasta el corazón de nuestros hermanos; y el estudio nos pone en condiciones de no cometer yerros en lo que digamos, de encontrar para explicar las verdades de la religión las fórmulas más claras, más precisas y más acomodadas a las inteligencias de los que nos escuchan, y de dar a nuestra exposición el giro más conveniente, habida consideración a las circunstancias especiales de nuestro auditorio.
El que sin oración se lanza a buscar almas, si logra algo, será poco; el que sin estudio se atreve a tratar cosas, tan serias y graves como son las divinas, raras veces atinará a dar en el blanco.
El catecismo o los Catecismos marcharán bien si se organizan; pero para lograr este resultado se necesita que aquel que esté al frente de la catequesis ordene su labor, lo cual no es tan llano como a primera vista parece.
                                                                           BOAS, 15-5-1905, p. 351
271.- El sacerdote, consejero  desinteresado

El sacerdote, consejero desinteresado, consolador discreto, pacificador. Tres títulos del sacerdote respecto al pueblo. Situaciones difíciles se multiplican, sobrevienen inesperadamente más en este tiempo que nunca, cambios bruscos, complicaciones en los interesados, atrevimientos. Se reúnen los hombres de negocio, se juntan los abogados, se congregan los doctores, perfectamente; pero los puntos de vista suelen no satisfacer el hombre de conciencia.
El sacerdote consejero, desnudo de pasiones, exento de todo interés, luz del cielo; Hay algo sobrenatural en un sacerdote.
Las dudas piden consejero; necesitan los hombres además consuelo. Las penas de la vida; no es sólo la pobreza; otros dolores, esposos, hijos, enfermedades, desamparos, accidentes. Se llora mucho; la viuda, la madre, la esposa abandonada, la doncella en desamparo, la joven seducida; se necesita un consolador, pero el egoísmo abunda, la caridad escasea …El sacerdote.
Las discordias frecuentes en el seno de las familias, entre los particulares, entre las familias unas con otras, entre los pueblos…Existe el oficio de pacificador.
                                                                                                               F.33,  p. 66
272.- Necesidad de los ejercicios espirituales

Nunca como hoy sintieron los sacerdotes la necesidad de acercarse a Dios. Necesitan mucha luz, y no de aquella que procede del ingenio y del estudio, sino de la que sólo Dios da para ver en medio de las tinieblas que nos rodean, y para iluminar a los que entre ellas viven.
Necesitan grande ánimo para luchar contra los adversarios de Cristo. Han menester actividad extraordinaria, que no es tiempo este nuestro de quietismo ni de ocio, sino de trabajo no interrumpido; y esa actividad no en otra parte puede buscarse sino en Dios.
Por eso, si constantemente recomendó la Iglesia a los ministros del Evangelio que para mejor comunicarse con el Padre celestial se apartasen por algunos días de todo asunto, y se consagrasen a la oración y a santas meditaciones, ahora, con más empeño, les encarga que no olviden esta recomendación, y que procuren ocasión y momento para dedicarse a tratar de las cosas del alma con el Padre de las misericordias, es decir, a la obra de los Ejercicios.
Y en efecto, sólo los Ejercicios nos armarán para resistir a las tentaciones que cercan al sacerdote; nos permitirán conservarnos castos y puros; nos harán fuertes; nos alumbrarán para ser luz de la tierra; nos inflamarán para llevar fuego a todas partes; y en una palabra, nos santificarán, para que podamos ayudar a la santificación de nuestros hermanos.
Es el alto concepto que de los Ejercicios tenemos.
                                                                                  BOAS,  17-10-1901, pp 225-226
.- Los Ejercicios sostienen nuestra fe, elevan nuestro espíritu, cambian la dirección de nuestros pensamientos y de nuestra voluntad, curan nuestras pasiones.
Se comprende y se explica que un Obispo, no indiferente a las necesidades de su pueblo y al bien de su clero, procure que éste practique periódicamente Ejercicios Espirituales,
dado que a la santificación de ambos, pueblo y clero, contribuyen.
                                                                                          BOAS, 15-7-1895, p. 606
273.- El anticlericalismo

Hace ya tiempo que los enemigos de la Iglesia trabajan por quitar al Clero su prestigio, no perdonando medio para lograrlo. Si un miembro suyo comete una falta, se publica al punto, se comenta, se abulta, se agiganta y se hace resaltar su malicia. Si la falta no resulta comprobada, en vez de esperar la confirmación de éstos o un mentís que los desvanezca, se acogen con fruición las acusaciones, se dan a la luz, bien que con disimuladas reservas para evitar responsabilidades ante la justicia, y se difunden con afanosa solicitud. Y si luego los hechos ponen de manifiesto que los rumores carecían en absoluto de fundamento, aquellos que alzaron la voz para extenderlos y propagarlos, enmudecen, negándose a devolver la perdida fama a quien deshonraron villanamente.
Esta táctica, estos manejos, estos esfuerzos de los impíos de toda clase son patente prueba de una consoladora verdad, a saber, de que el Clero, no obstante lo mucho que por desautorizarlo se hace, conserva todavía un gran ascendiente sobre los pueblos. (…)
El anticlericalismo, no obstante, ha hecho y continúa haciendo ruda campaña contra nosotros, solícito de formar una sociedad completamente laica, enemiga declarada del Clero; mas no logrará su intención.
Y es que no puede la mano del hombre, por fuerte que sea, borrar en éste el sentimiento religioso; y es que la fe cristiana responde tan perfectamente a aquel sentimiento, que en vano se le pretende sustituir o suplantar.
                                                                                              BOAS,  15-1-1903, pp. 5-7.
274.- La castidad en el sacerdote
Hay entre las virtudes una capaz de enamorar al más insensible, la castidad. El paganismo, a pesar de sus instintos, la tuvo en alta estima : las vestales. En medio de las aberraciones de un mundo de vicios, sobrenadaban restos del sentido moral, y la castidad se estimaba ofrenda digna de los dioses.
El cristianismo elevó  la virginidad. Una virgen fue la Madre de Cristo, un varón virgen el que hace los oficios de padre, y virgen el discípulo amado. Era esto la proclamación de la soberanía del espíritu.
El sacerdocio cristiano, desde la edad apostólica hizo de la castidad una de sus condiciones, y el celibato fue guardado como ley. Desde entonces acá la corrupción ha querido minarle el terreno; el concubinato hizo estragos. La Iglesia se sostuvo con firmeza; y cuando el protestantismo echó abajo esta ley, la afirmó en Trento, conservando la aureola de la castidad en torno a sus sacerdotes, como un distintivo que les es propio.
La castidad del sacerdote es expresión fiel de la alteza de sus ministerios. ¿ Por qué María fue virgen? Porque debía ser Madre de Dios. El sacerdote da vida a Cristo. Las vidas de Cristo, terrestre y mortal, inmortal e impasible, sacramental en la Eucaristía, por gracia en las almas; las dos últimas son obra del sacerdote. Si María fue virgen ¿ por qué fue virgen José? Debía ser guarda, tutor y padre legal de Cristo, llevarle en sus brazos, compartir con María presentarlo a pastores y reyes. El sacerdote que anda constantemente con Cristo y lo da a todos debía ser  casto. Por otro lado, el sacerdote debía ser el hombre de la caridad, y para serlo era menester que fuera el hombre de la castidad.
“ Beati mundo corde”. El sacerdote debe estar lleno de luz y ser luz, pero no lo estará si no es casto.    F.32,  pp. 6-7.

275.- Necesidad de santidad
Siempre los sacerdotes debiéramos ser santos, pero hoy es esto más necesario que nunca, pues todos los ojos están fijos en ellos para espiar hasta sus más leves movimientos; y por otro lado tenemos una difícil obra que cumplir, la cual no se podrá llevar a término sin grandes virtudes en los que han de realizarla. Mas esas virtudes, así lo creemos, no escasean en aquellos que el Señor nos ha dado por cooperadores, cuyas tareas no pueden por lo mismo dejar de obtener la bendición del Padre de las misericordias.
Hasta de los alumnos de nuestro seminario nos prometemos mucho. Ellos son la esperanza de la Iglesia, por lo cual no perdonamos diligencia para que en la Santa Casa donde moran aprendan ciencia y virtud, armas necesarias a todo el que, soldado de Cristo, ha de reñir sus batallas; más aún antes que la hora del combate llegue para estos nuevos adalides de la causa de Dios, harán mucho bien al mundo si en su escondido retiro dan santos ejemplos, pues demostrado está que un Seminario bien ordenado, y en el que se respira todas las virtudes, es no sólo semillero de excelentes sacerdotes y solaz de los que por las cosas de la Religión se interesan, sino también espectáculo que edifica demostrando el poder del catolicismo, que sabe formar ángeles en medio de una sociedad como la nuestra, toda corrupción.   BOM, 23-9-1886, pp. 245-246
276.- El sacerdote, representante de Cristo

El sacerdote, representante de Cristo, tiene como el Divino Salvador  el poder de mandar a los vientos y a las borrascas, y devolver al mar embravecido su calma y su perdida serenidad.
Si por sus virtudes es otro Cristo, si habla palabras de Dios, no palabra de hombre, si movido del celo más puro abre a todos el seno misericordioso del Altísimo, mostrando en él el verdadero paraíso, que buscan en otro lugar, sin jamás encontrarlo, si desempeña como bueno el ministerio que se le ha confiado, los montes de la soberbia se aplanarán; se alzarán los valles recobrando los humillados su dignidad desconocida; los caminos torcidos se enderezarán, fijando la vista en el fin los que de él se olvidaron; los senderos ásperos y quebrados se harán llanos convirtiéndose el deber, la ley, que para muchos era tiranía, en suave yugo, que se soporta no sólo con resignación, sino con gozo, y toda carne verá en Jesucristo al único Salvador  de los individuos, a los que colma de paz; del hogar, donde se siembra el consuelo, y de las naciones, en las que introduce el orden, y con él la felicidad.  BOAS, 15-1-1903

277.- Sicut populus, sic Sacerdos.
Más de una vez leemos en los libros santos estas palabras : “ Sicut populus, sic Sacerdos” . Las dijo Isaías, al vaticinar grandes calamidades, que iban a caer sobre Judea en pena de sus prevaricaciones; y las repitió Oseas al anunciar a Israel castigos semejantes.
Es ciertamente uno de los azotes más duros, que descarga el Señor sobre los pueblos corrompidos, el permitir que sus sacerdotes participen de la corrupción común, siendo en vez de ejemplares de virtud y maestros de las costumbres, dechados de maldad y doctores de pecado.
Pero la sentencia puede invertirse, sin que pierda nada de su verdad, diciéndose :” Sicut Sacerdos, sic populus; como es el sacerdote es el pueblo, máxima tan cierta que ninguno que se halle versado en la historia de la sociedad cristiana, o sea simplemente varón de mundo y de experiencia, dejará de proclamarle como incuestionable principio,
El Sacerdote recto, justo y santo atrae como el imán. Su vista sola cautiva. Las palabras que salen de sus labios, parecen rocío del cielo, caído en tierra seca. Sus obras, marcadas con el sello de la caridad, conmueven y desarman a los mismos detractores, obligándoles a enmudecer, y aún el pecado se diría que le huye. Ante él, ante el buen
sacerdote el impío se siente avergonzado de sí propio, el justo experimenta que el corazón se le dilata; el tibio cree oír  voces que le reprochan su indiferencia y su cobardía, y el ateo percibe misteriosos resplandores  que atraviesan las tinieblas en que anda envuelto, y le hacen preguntarse, a despecho de sus rotundas negaciones : ¿ Es posible que el Dios, que éste adora, no sea sino una quimera, como yo hasta aquí he imaginado?
Si ahondando más, penetramos en el interior del Sacerdote santo, quedaremos asombrados. (..) Las pruebas, por que toda alma pasa en este mundo, no hacen en el Sacerdote puro más efecto que el que produce el viento en las plantas; esto es, sacudirlas, para que se desprendan de las hojas secas, que las dañan en lugar de beneficiarlas, y les roban parte de su belleza.
El sacerdote, pues, no debe omitir diligencia para santificarse. Haciéndolo así, mirará por sus propios intereses, que nada como santificarse le importa para su bienestar temporal y para su felicidad eterna; cumplirá el solemne compromiso, que con Dios contrajo el día memorable de su ordenación, pues no de balde le otorgó el Señor los derechos, las prerrogativas y los poderes, que puso entonces en sus manos ungidas con el sagrado óleo; estará en condiciones de manejar sin profanarlas las cosas santas, que santamente se han de tratar, y ejercerá con esto provechosa influencia en los pueblos.
La santidad sacerdotal es, en efecto, prueba más concluyente de la verdad religiosa que los mejores tratados apologéticos, pues en la vida pura del Sacerdote bueno se halla argumento  irrefragable a favor de aquella, al que nada sabe oponer la incredulidad, así como la vida depravada del mal sacerdote suministra al impío fuerte objeción, tras de la cual se parapeta ufano para sostenerse y afirmarse en sus negaciones.
La santidad sacerdotal además enseña, siendo maestro más elocuente que los más elocuentes predicadores. En efecto, aquel que con torvo ceño mira los sacrificios que la virtud impone, y para justificar su conducta nada edificante, los declara imposibles a la humana flaqueza, se desconcierta al ver al Sacerdote olvidado de sí y viviendo una vida de perfecta abnegación, es decir, siendo siempre el hombre de Dios y el hombre de sus hermanos.
Es, en fin, la santidad sacerdotal a manera de visible encarnación de la bondad divina, que desvanece y disipa las prevenciones que a muchos alejaban de Dios, y les mueve a contemplar con la  simpatía de hijos al que antes sólo veían inexorable juez, no dispuesto sino a castigar.
Por eso la primera cosa que ha de procurar el Sacerdote, si desea trabajar en bien de los pueblos, es santificarse. El buen ejemplo es la mejor de todas las predicaciones.      BOAS, 15-1-1903, pp. 7-9

278.-  Generosidad en el quehacer parroquial

Vivir para Dios y para el prójimo; estar de día y de noche a disposición de todo el que lo necesita; no tener nada propio; luchar incesantemente con los enemigos, y por premio de tanto heroísmo no esperar otro galardón que el testimonio de la buena conciencia y de la bendición de Dios, todo eso no es ya simplemente bello, sino hasta sublime.
Fui Cura  durante ocho largos años de una dilatada parroquia, y no puedo menos de confesarlo, cuando vuelvo los ojos a ese periodo de mi vida, en el que no tuve un instante de reposo, siento inefable fruición; tan grato me es el recuerdo de aquellos días de afanoso trabajo; de aquellas noches pasadas en vela junto a la cabecera de los enfermos, y de aquellas horas, que se me iban veloces, entre los pequeños, a quienes instruía en el catecismo, y los desgraciados cuyas lágrimas procuraba enjugar.
Por eso admiro y amo mucho a los Párrocos, cuya heroica abnegación comprendo; y porque los amo y los admiro, deseo que no empañen el brillo de su incomparable misión.    BOC, 6-10-1885, p.662

279.- Apoyados en el Corazón de Cristo

Hay una receta infalible para convertir la palabra y la acción del sacerdote, y fecundizar con  ella las arenas del desierto, obligándolas a producir frutos de vida eterna.Y el secreto se reduce  a que trabajemos en nombre del Corazón de Jesús, penetrados y poseídos de ferviente devoción a Él, apoyados en su omnipotente  fuerza, y buscando sólo su honra y su gloria.
Jesucristo nos ofrece seguro medio para que nuestro apostolado no sea estéril, y es lanzar la red al mar revuelto y borrascoso en nombre de su Divino Corazón.    BOAS, 20-5-1888, p. 112.
280.- En la beatificación de Juan Bautista Vianney

Entre los hechos del Pontificado de Pío X, más gratos a los que conocen la historia íntima de la Iglesia, y señaladamente al Clero, ocupa lugar muy preferente la beatificación del Cura de Ars, que se verificó el 8 del mes corriente.
Bien  conocida es la biografía de ese varón de Dios, contemporáneo de muchos de los que al presente vivimos ; porque aunque jamás salió del pobre pueblo, casi sin nombre, en que ejercía la cura de almas, y su humildad le movía a ocultarse, sus virtudes resplandecían con resplandor vivísimo, y atravesaban las sombras, en que intentaba el modesto Sacerdote envolverse, llegando a largas distancias
No fue Juan Bautista Vianney una brillante lumbrera por el ingenio y el saber.
No fue un hombre de acción que llevara a término altas empresas.
No fue un prelado insigne, que sobresaliera por sus dotes singulares de gobierno, rigiendo dilatada diócesis.
Era simplemente lo que se suele llamar un cura de aldea, que trabajosamente siguió su carrera y llegó al sacerdocio, porque se  le tuvo por inepto; que tenía por feligreses a sencillos labriegos, y que nunca buscó otra cosa sino el bien de aquellas almas, que el cielo le había encomendado.
Y sin embargo, ¡ oh poder de la santidad, este cura predica, y habla mejor que Bossuet, pues aunque no tiene su gran elocuencia, ni su sabiduría, sus grandes pensamientos, directamente extraídos del Corazón Divino, son luz que ilumina y fuego que inflama.
Este sacerdote arrinconado conmueve a Francia desde su oscuro albergue, al que acuden los varones más eminentes de la Iglesia y el Estado para pedir luz, guía, aliento, salud y fuerzas, convirtiéndose Ars en un lugar de peregrinación, a causa de que todos los que llegan en demanda de socorro, salen remediados de una o de otra forma.
Y es que Juan Bautista Vianney es todo un santo. Olvidado de sí mismo no vuelve hacia su propia persona los ojos del alma sino para considerar sus miserias, que la humildad profunda de que está dotado, agranda; y por eso, y porque anhelaba convertirse en víctima de caridad, practica ásperas penitencias.
Pero en cambio en el Sagrario hallaba su descanso, su pan, sus goces, su bienestar, y de sus comunicaciones con el Dios del Tabernáculo sacaba aquellas claridades de mente, tan distintas y tan superiores  a las del talento, aquel conocimiento del corazón humano, aquel tino para guiar los espíritus, aquella iluminación, en una palabra, de su alma, llena totalmente de Dios.
Y porque estaba lleno de Dios, que es el Padre de los hombres, y nos ama a todos por manera sin semejante, no habiendo quien no sienta el calor de su caridad :” nec est qui se abscondat a calore ejus”, por eso es Vianney para todos tan bueno y cumple con tanta solicitud sus obligaciones parroquiales.
Contempladle en el altar, encendido en amor; y cuando se acuerda de su grey, se diría que es Moisés, deteniendo el brazo justiciero del Altísimo…
Escuchadle cuando predica: lo hace como S. Pablo : “nom persuasibilibus  humanae sapientiae vervbis”;  no con palabras de sabiduría humana, sino con la virtud de Dios, no olvidando lo que el mismo S. Pablo recomienda a su discípulo Timoteo :” insta opportune importune”, y habla a su pueblo continuamente sin excusarse.
Vedle en el confesionario, esperando a las almas y nunca negándose a nadie, sino antes  facilitando a todos los medios de reconciliarse con Dios.
Miradle entre los niños, a quienes instruye en el catecismo. Seguidle, en fin, a la casa del enfermo. ¡ Con qué bondad consuela al que padece! ¡ Cómo ilumina a esperar en Dios! ¡ Con qué alegría los estrecha cuando se han confesado! ¡ Con cuánta asiduidad los visita! ¡ Con cuánta generosidad los socorre, si a la prueba de la enfermedad junta la de la pobreza!
Es, en una palabra, el Cura de Ars espejo en que debieran mirarse los párrocos; libro en que habían de estudiar; aguijón y espuela que les moviera a sacudir la pereza y a cumplir fielmente sus deberes.
Por estas tan fuertes y tan poderosas razones recomendamos a nuestros colaboradores en el ministerio de las almas la meditación de la vida del Cura de Ars y la devoción a este varón de virtudes.  BOAS, 31-1-1905, pp. 49-52
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