- 1 -
Su exterior; es el más bello de los hijos de los hombres;
sus pensamientos, son todos grandes, nobles, elevados. Sus efectos son puros,
santos. Sus virtudes, las posee todas en grado sumo, exentas de exageraciones;
sus designios son sublimes, nadie los concibió semejantes; sus obras son
grandiosas «pertransiit benefaciendo... sanando omnes.»
- 2 –
La conducta de Cristo con sus
Sacerdotes. No es un caudillo que huya de sus compañeros de armas; anda entre
ellos. No es duro y áspero, al contrario, su trato no puede ser más afectuoso y
dulce. No es egoísta; la caridad es su carácter distintivo. Toma para sí lo más
arduo y difícil y deja para los otros lo más llano y hacedero. No es variable;
siempre el mismo. No hay para Él acepción de personas: accesible a todos. No es
reservado, descubre sus secretos. Hermoso es servir bajo tal caudillo.
- 3 -
El estipendio
Paz... Gozo en el Espíritu Santo...
Fortaleza para resistir. Valor para acometer... Paralelo entre el mundo y sus
sacerdotes, y Jesucristo y los suyos.
Reinado sobre los demás. El mundo a
sus plantas, los corazones en su derredor, las almas a sus órdenes.
F.33,
p. 42
257.- El celo
sacerdotal
Clara muestra nos dio Cristo de ese
celo durante su vida terrestre, pues desde el pesebre hasta la Cruz no cesó de ocuparse de
nuestro bien, dedicándonos sus pensamientos, su palabra, sus milagros, sus
oraciones, sus sacrificios y su existencia toda.
[...] El celo del Corazón de Jesús
por las almas es idéntico siempre, siempre el mismo, activo, generoso,
ardiente, constante, inagotable.
Jesucristo, sin embargo, por una
maravillosa condescendencia y bondad de su Corazón divino, ha querido que los
hombres sean colaboradores de su celo Altísimo ministerio estamos llamados a
desempeñar los que en la milicia clerical nos hemos alistado, y sin caer en
monstruoso yerro, no podríamos pasar en el ocio una vida, destinada al trabajo.
[...] Operarios evangélicos apellidó
Jesucristo y ha apellidado siempre la Iglesia a sus ministros, y sería enorme
contrasentido titulándonos así, nada hacer en la viña del Señor, que son las
almas. Yo, decía el Salvador a sus Apóstoles y en ellos a todos los sacerdotes,
yo os elegí, no a mí vosotros, y os he elevado a los puestos en que estáis
colocados, para que marchéis y recojáis frutos duraderos; palabras que nos
revelan cuan ajena cosa es al ministerio eclesiástico la vida de reposo y de
inacción; de lo cual ni aún sombra de duda puede quedarnos, cuando oímos a San
Pablo explicar con su lenguaje propio la misión augusta de los que de la
potestad sacerdotal se hallan adornados: «Todo
Pontífice tomado de entre los hombres, en favor de los hombres es constituido
cuando a lo que a Dios pertenece, a fin de que ofrezca dones y sacrificios por
los pecados; pudiendo compadecerse de los que ignoran y yerran, toda vez que de
flaqueza se halla él mismo cercado».
No es, pues, obra de supererogación
en nosotros el trabajar por nuestros hermanos, sino antes cumplimiento de un apretadísimo
deber, del que habremos de dar cuenta a Dios en su día.
Past.
11-9-1888
258.- Grandeza
del sacerdocio
Jesucristo
no es un mito, un ente lejos de nosotros; vive y difunde la vida por todas
partes. Le oímos hablar, y su palabra obra maravillas, despierta, ilumina,
enseña, consuela. Presenciamos sus prodigios, porque realiza milagros :
leprosos, enfermos, ciegos, paralíticos, muertos Está entre nosotros oculto,
envuelto en manto de misterios, pero vivo y colmando de ventura a los que le
invocan.
Vive
Jesucristo y esparce y siembra vida. ¿ Cómo y por qué? Hay una institución, hoy
perseguida, en las épocas de fe respetada y amada, el sacerdocio católico. En
los labios del sacerdote encarna la palabra de Cristo; por eso sube al púlpito
y hace lo que Antonio de Papua, lo que Vicente Ferrer, lo que Francisco Javier,
lo que Francisco Solano, lo que Diego de Cádiz, lo que nuestros misioneros en
los pueblos que evangelizan.
En
las manos del sacerdote se deposita la virtud de Cristo, por eso las extiende;
da vida a los que estaban muertos; las impone; resucita, absolviendo de los
pecados.
Recibe
estos poderes el sacerdote mediante el sacramento del Orden; Jesucristo le infunde
su vida, con lo cual el sacerdote habla palabras de Cristo, hace obras de
Cristo, que son obras de vida, y nace Cristo entre nosotros viviendo vida
nueva, pero vida vivificante.
¡
Oh grandeza del orden que nos obliga a
los sacerdotes a no deshonrar nuestro ministerio, a llevar con honor nuestra
dignidad, a asemejarnos cuanto podamos a Cristo, ya que Él está como encarnado
en nosotros.
¡
Oh grandeza del orden que obliga a los pueblos a dar gracias a Dios, pues por
el orden sacerdotal Cristo vive, y su vida se propaga por la palabra y las
obras del sacerdote.
F. 5,5. pp. 39-40
259.- Deberes
del ministerio sacerdotal
El
sacerdote es predicador de la divina palabra, Resuene, pues, esa palabra en
todas partes cuantas veces la caridad lo pida y la discreción lo permita.
El
sacerdote es maestro; enseñe por lo mismo la doctrina cristiana a los
ignorantes y a los niños.
El
sacerdote perdona los pecados; siéntese pues en el confesionario para ejercitar
ese augusto poder, esperando allí paciente la llegada del pecador, que viene a
buscarle para recibir el agua viva de que hablaba Jesucristo a la Samaritana junto al
pozo de Siquém.
El
sacerdote es el bienhechor de los
pueblos; hagan gustar las dulzuras de la piedad cristiana a los creyentes,
promoviendo y dirigiendo devotos ejercicios.
En
suma; ya que tanta autoridad nos ha dado
Dios, no nos la guardemos; no la tengamos cohibida; pongámosla en acción, y con
ella ganemos para Cristo cuantos corazones podamos.
BOAS, 23-2-1897, p. 140
260.- Fecundidad
del ministerio sacerdotal
Hay
sacerdotes, y hasta párrocos, que se lamentan de no tener nada que hacer en los
pueblos que rigen. Jamás hemos comprendido ese dicho, pues mientras haya
tabernáculos, en los que mora el Dios Eucaristía, mientras haya ignorantes que
enseñar, y pecadores que convertir; mientras haya libros que revolver, parece
de todo punto imposible que algún sacerdote se queje de que le falte asunto o
materia de ocupación .
Pero
la virtud del sacerdote no puede consistir simplemente en no hacer mal; fuerza
es que se signifique en la práctica del bien.
No
hay operario evangélico que no conozca la serie de trabajos a que le obliga su
amplísimo ministerio; porque el sacerdote es maestro que enseña, censor que
corrige, médico que proporciona medicamentos para las enfermedades del
espíritu, padre que vela sobre la familia puesta bajo su custodia, jefe que
gobierna, amigo que consuela, bienhechor que socorre y hasta juez que
sentencia.
BOM, 30-4-1896, p. 263
261.- Necesidad
de la oración
Entre
los medios principales que debe utilizar el sacerdote para la fecundidad de su
ministerio, el primero es la oración. Destinado está a ser luz del mundo, según
la palabra de Jesucristo lo enseña; y como no la tiene propia, menester es que
se la comunique Dios, y para ello que el sacerdote se ponga a su alcance, lo
que se consigue por la oración; doctrina elemental que corrobora la experiencia
cotidiana; advirtiéndose que ni el talento, ni las ciencias dan al ministerio
sacerdotal fecundidad y vida, sino únicamente la oración.
A
la oración debe unirse la mortificación. La oración nos ilumina, la
mortificación nos fortalece. En aquella vemos el camino que debemos seguir;
ésta nos infunde bríos para emprenderlo. La oración es a la ciencia de los santos
lo que el estudio a las ciencias humanas. La mortificación es a la práctica de
la cristiana perfección lo que el ejercicio físico al desarrollo de las fuerzas
corporales.
(…)
La santidad sacerdotal supone todavía algo más de lo dicho. La oración ilumina
al sacerdote; la mortificación lo robustece y da vigor; pero necesita aún el
operario evangélico la actividad que se mueve, haciéndolo todo y nada
omitiendo, y todo haciéndolo bien.
Esta
es la obra de la caridad. La caridad, la primera entre las virtudes, puede
asegurarse que las encierra todas y da su vida, su perfección y su belleza a
nuestras obras.
Un
sacerdote en quien el amor de Dios y el amor al prójimo imperen, vivirá vida fe
cunda y producirá obras virtuosas.
BOM,
30-4-1896, pp. 263-265
262.-
Dispensador de los divinos misterios
El
sol alumbra. Da además vida al mundo. Jesucristo es luz. Jesucristo es vida. El
sacerdote vehículo de la luz de Cristo, lo es también de la vida.
El
hombre tiene dos vidas, natural y sobrenatural; el principio de la vida
sobrenatural es Cristo, que por su gracia nos mueve. El órgano por donde
comunica la vida es el sacerdote, su dispensador.
Cuando
Dios llama a la vida se sirve del sacerdote, éste es el instrumento de sus
misericordias , el ministro del bautismo
Muchos
de los llamados a la vida, vuelven a la muerte. Dios no agota sus misericordias
y las resurrecciones se repiten. Y su misericordia trae las almas muertas al
confesionario, y allí se les restituye la vida. ¿ Por quién? Por el sacerdote.
F.32, pp.30-31
263.- Firmeza en
el ejercicio del ministerio.
Predica
la palabra, decía S. Pablo a su discípulo Timoteo; apremia e insta oportuna e inoportunamente : “ Predica verbum; insta opportune importune”.
Da
así el Apóstol una importante lección acerca del celo apostólico, enseñándole
que ha de ser ardiente, activo, libre de humanos respetos y constante.
No
quiere decir con el insta opportune
importune que nos metamos a predicar en todas partes y a deshora, sino que
seamos firmes y tenaces, que no desmayemos ni desfallezcamos, que no cejemos ni
retrocedamos por los obstáculos que se nos presenten, que mostremos una santa
insistencia, en fin, que con caritativa importunidad exhortemos; pero evidente
es que todos nuestros pasos han de ir regulados por la prudencia, la cual nos
dirá cuándo conviene hablar y cuándo callar, cuándo será el silencio más
elocuente que la palabra y cuándo la palabra romperá con fruto y con ventaja el
silencio
Mas
en esto de escuchar los avisos de la prudencia es menester que andemos con
cautela, pues es fácil que nos engañemos y tomemos por prudencia lo que es
pereza, temor, miedo, respeto humano, egoísmo, y viceversa, que temerarias
audacias, atrevimientos injustificados nos parezcan manifestaciones de un celo
purísimo..
Callamos
muchas veces porque no tenemos ganas de trabajar, porque tememos que aquellos
cuyos desórdenes reprendemos se alcen contra nosotros, porque recelamos que se
disguste el protector de quien esperábamos mercedes y por mil otras causas a
este tenor, pretendiendo bajo color de prudencia justificar nuestra conducta.
Posible
es y frecuente, como se deduce de lo expuesto, engañarse en el particular que
nos ocupa; pero nos libraremos de todo yerro consultando con Dios cuándo hemos
de hablar y cuándo enmudecer, y lo que conviene callar, y lo que conviene
decir.
Procediendo
de esta forma, haremos la voluntad de Dios, y nuestras palabras serán semilla
que germinará abundante, y nuestro
silencio elocuente, con elocuencia, si bien muda, más persuasiva tal vez que
los discursos de famosos oradores.
Es
un modo de ejercer el celo con fruto, porque obras de celo serán nuestras
obras; así cumpliremos el encargo del Apóstol de predicar en todo tiempo.” Insta opportune, importune, argue, obsecra,
increpa, in ovni patientia et doctrina.”
BOAS, 15-1-1903,
pp. 13-15
264.- Diversidad
de dones en el ministerio
“Ministerium tuum
imple”. Cumple
tu ministerio Este es otro aviso de S, Pablo, no menos importante que los
anteriores, y sobre el cual no podemos menos de llamar la atención de nuestros
sacerdotes. Las gracias son muchas aunque uno el Espíritu que las reparte;
varios también los ministerios, pero uno el Señor que los confiere.
El
clero católico constituye un cuerpo. Todos están llamados a una misma obra, la
de glorificar a Dios y salvar almas, la de ministrar en la casa de Cristo, que
es la Iglesia.
Pero
cada cual dentro de ese llamamiento general y común, tiene vocación especialísima. Hay apóstoles, es decir,
sacerdotes predestinados a la predicación de la palabra divina; hay profetas…,
hay doctores…, hay juristas
Pues
bien, si el sacerdote ha de ser en la Iglesia de Dios tal como Jesucristo quiere, menester es que
cumpla su ministerio, es decir, el oficio particular que le incumbe..
Al
que ha de ejercer la autoridad le franqueó la prudencia, el discernimiento, la
flexibilidad y la firmeza, prendas de un perfecto gobernante. Y así los demás.
Evidente
es que aquel que acierta con su vocación, no sólo encontrará llano el camino,
sino obtendrá frutos excelentes en su labor.
Cumpla
cada uno su ministerio, y los triunfos del sacerdote no se harán esperar.
BOAS,
15-1-1903, pp. 15-17
265.-
Laboriosidad del sacerdote
Causa
pena profunda ver al sacerdote malograr momentos preciosos que debía emplear en
el estudio, en el confesionario, en el púlpito, en visitar enfermos y en
practicar toda clase de obras de caridad.
La
ociosidad en el sacerdote supone un amor muy tibio a Jesucristo y a su Iglesia,
una indiferencia casi absoluta por las necesidades de las almas, y hasta una fe
muy lánguida o débil, y engendra o es causa de desórdenes, que deploramos a
veces en el clero, según sabio principio : la ociosidad es madre de todos los
vicios.
Sacerdote
ocioso no se concibe; habiendo libros, plumas, altares y miserias, que falte
tiempo se explica; que sobre, no.
Por
eso deseamos que la laboriosidad sea un distintivo de nuestras eclesiásticos; y
que se les vea siempre ocupados en los trabajos de su ministerio, sentándose en
el confesionario todos los días algunas horas, estudiando otras y promoviendo
empresas caritativas en honra de Dios y bien de sus hermanos.
BOC,
1885, pp. 616-617
266- Coherencia
de vida
El
sacerdote debe enseñar con la palabra y con el ejemplo, mostrando en su persona
la práctica realización de lo que predica. Su virtud no puede ser la virtud
vulgar del simple fiel, sino una virtud muy subida, proporcionada a los altos
ministerios que desempeña, y que piden corazón y manos limpísimas, generosa
abnegación, laboriosidad incansable, constancia superior a toda prueba y otras
condiciones, que bien saben los que del sacerdote murmuran, si por desgracia se
permite algo que no se halle en perfecto acuerdo con lo sublime de su vocación.
- BOAS, 579, 14-10-1905, p.328 -
Maestros
de la doctrina y la moral, los sacerdotes son
la luz del mundo y la sal de la tierra. Fijas están en ellos las miradas
de todos, y si hablan como enviados del
padre celestial y obran en conformidad a lo que dicen los pueblos les siguen
edificados; pero si su palabra tiene más de humano que de divino, y sus obras
no guardan relación con su fe, entonces el escándalo es inevitable; los impíos
se frotan las manos y los que vacilaban acaben por caer.
F.65, p. 5
267.- El
sacerdote, luz del mundo
Jesucristo,
hablando con sus apóstoles, les decía : “Vos
estis lux mundi”. Lo son bajo muchos aspectos; lo son señaladamente por uno de sus particulares ministerios
:el de la palabra.
Jesucristo,
Sol del mundo; el sacerdote, vehículo de esa luz; la santidad sacerdotal, cielo
diáfano, sin nubes.
Jesucristo,
Sol de justicia, luz que hizo visible la majestad de Dios, que aclaró el
misterio del hombre, y que ilumina los caminos del hombres. En todos los
pueblos se han cantado himnos al sol; todas las generaciones de la tierra deben
entonarlos al Sol de justicia.
¿
Cómo se difundió esa luz? Por la palabra apostólica, que reproducía los ecos de
la palabra de Cristo. ¿ Cómo continúa su propagación? Por la palabra
sacerdotal, que es palabra de Cristo.
La
palabra sacerdotal, que es palabra de Cristo, alumbra.
F.32, pp. 23-25
268.- La
devoción a la Virgen
El
culto a la Virgen Madre formó parte muy
principal del culto católico de todos los tiempos. Y es justamente el motivo
por el que en las supremas crisis de la sociedad cristiana a María se han
vuelto siempre instintivamente todas las miradas… Es la obra de la Providencia que desea
nuestra salvación. Pero a tan generoso pensamiento aquel Dios de bondad, de
quien somos ministros y del que hemos recibido el carácter de dispensador de
sus misterios, debemos cooperar, esforzándonos en la medida de nuestra
posibilidad, en extender la devoción a la Santísima Virgen.
BOM, 21-4-87, p.77
269.-
Importancia de la predicación
No
se puede dudar de la importancia que tiene la predicación parroquial.
Hoy,
cuando no existe pueblo, por insignificante que sea, donde no se escuche una
predicación constante de impiedad, porque en todos los centros se alza una voz
contra Dios y contra las cosas santas, cuando cunde la hostilidad a nuestras
creencias seculares o por lo menos la indiferencia más absoluta, el mutismo de
los párrocos, tengan los motivos que tengan, es verdaderamente insoportable.
(..)
Cierto es que Dios reparte sus dones, y que no a todos concede el talento de la
predicación; pero es de observar, lo primero, que para hablar un poco de Dios,
de los deberes que con Él tenemos, y de las virtudes que hemos de practicar, no
es preciso ser orador; basta sentir lo que se ha de decir, según aquella
antigua máxima : lo que bien se siente, bien se expresa.
BOAS,
15-6-1905, p. 227
270.- Atención a
la catequesis
El
catequista debe prepararse en doble manera; por medio de la oración y por medio
del estudio. La oración hace bajar a nosotros las luces del cielo,
indispensables para que acertemos en nuestras empresas, y particularmente para
llegar hasta el corazón de nuestros hermanos; y el estudio nos pone en
condiciones de no cometer yerros en lo que digamos, de encontrar para explicar
las verdades de la religión las fórmulas más claras, más precisas y más
acomodadas a las inteligencias de los que nos escuchan, y de dar a nuestra
exposición el giro más conveniente, habida consideración a las circunstancias
especiales de nuestro auditorio.
El
que sin oración se lanza a buscar almas, si logra algo, será poco; el que sin
estudio se atreve a tratar cosas, tan serias y graves como son las divinas,
raras veces atinará a dar en el blanco.
El
catecismo o los Catecismos marcharán bien si se organizan; pero para lograr
este resultado se necesita que aquel que esté al frente de la catequesis ordene
su labor, lo cual no es tan llano como a primera vista parece.
BOAS, 15-5-1905, p. 351
271.- El
sacerdote, consejero desinteresado
El
sacerdote, consejero desinteresado, consolador discreto, pacificador. Tres
títulos del sacerdote respecto al pueblo. Situaciones difíciles se multiplican,
sobrevienen inesperadamente más en este tiempo que nunca, cambios bruscos,
complicaciones en los interesados, atrevimientos. Se reúnen los hombres de
negocio, se juntan los abogados, se congregan los doctores, perfectamente; pero
los puntos de vista suelen no satisfacer el hombre de conciencia.
El
sacerdote consejero, desnudo de pasiones, exento de todo interés, luz del
cielo; Hay algo sobrenatural en un sacerdote.
Las
dudas piden consejero; necesitan los hombres además consuelo. Las penas de la
vida; no es sólo la pobreza; otros dolores, esposos, hijos, enfermedades,
desamparos, accidentes. Se llora mucho; la viuda, la madre, la esposa
abandonada, la doncella en desamparo, la joven seducida; se necesita un
consolador, pero el egoísmo abunda, la caridad escasea …El sacerdote.
Las
discordias frecuentes en el seno de las familias, entre los particulares, entre
las familias unas con otras, entre los pueblos…Existe el oficio de pacificador.
F.33, p. 66
272.- Necesidad
de los ejercicios espirituales
Nunca
como hoy sintieron los sacerdotes la necesidad de acercarse a Dios. Necesitan
mucha luz, y no de aquella que procede del ingenio y del estudio, sino de la
que sólo Dios da para ver en medio de las tinieblas que nos rodean, y para
iluminar a los que entre ellas viven.
Necesitan
grande ánimo para luchar contra los adversarios de Cristo. Han menester
actividad extraordinaria, que no es tiempo este nuestro de quietismo ni de
ocio, sino de trabajo no interrumpido; y esa actividad no en otra parte puede
buscarse sino en Dios.
Por
eso, si constantemente recomendó la
Iglesia a los ministros del Evangelio que para mejor
comunicarse con el Padre celestial se apartasen por algunos días de todo
asunto, y se consagrasen a la oración y a santas meditaciones, ahora, con más
empeño, les encarga que no olviden esta recomendación, y que procuren ocasión y
momento para dedicarse a tratar de las cosas del alma con el Padre de las
misericordias, es decir, a la obra de los Ejercicios.
Y
en efecto, sólo los Ejercicios nos armarán para resistir a las tentaciones que
cercan al sacerdote; nos permitirán conservarnos castos y puros; nos harán
fuertes; nos alumbrarán para ser luz de la tierra; nos inflamarán para llevar
fuego a todas partes; y en una palabra, nos santificarán, para que podamos
ayudar a la santificación de nuestros hermanos.
Es
el alto concepto que de los Ejercicios tenemos.
BOAS, 17-10-1901, pp 225-226
.-
Los Ejercicios sostienen nuestra fe, elevan nuestro espíritu, cambian la
dirección de nuestros pensamientos y de nuestra voluntad, curan nuestras
pasiones.
Se
comprende y se explica que un Obispo, no indiferente a las necesidades de su
pueblo y al bien de su clero, procure que éste practique periódicamente
Ejercicios Espirituales,
dado
que a la santificación de ambos, pueblo y clero, contribuyen.
BOAS, 15-7-1895,
p. 606
273.- El
anticlericalismo
Hace
ya tiempo que los enemigos de la
Iglesia trabajan por quitar al Clero su prestigio, no
perdonando medio para lograrlo. Si un miembro suyo comete una falta, se publica
al punto, se comenta, se abulta, se agiganta y se hace resaltar su malicia. Si
la falta no resulta comprobada, en vez de esperar la confirmación de éstos o un
mentís que los desvanezca, se acogen con fruición las acusaciones, se dan a la
luz, bien que con disimuladas reservas para evitar responsabilidades ante la
justicia, y se difunden con afanosa solicitud. Y si luego los hechos ponen de
manifiesto que los rumores carecían en absoluto de fundamento, aquellos que
alzaron la voz para extenderlos y propagarlos, enmudecen, negándose a devolver
la perdida fama a quien deshonraron villanamente.
Esta
táctica, estos manejos, estos esfuerzos de los impíos de toda clase son patente
prueba de una consoladora verdad, a saber, de que el Clero, no obstante lo
mucho que por desautorizarlo se hace, conserva todavía un gran ascendiente
sobre los pueblos. (…)
El
anticlericalismo, no obstante, ha hecho y continúa haciendo ruda campaña contra
nosotros, solícito de formar una sociedad completamente laica, enemiga
declarada del Clero; mas no logrará su intención.
Y
es que no puede la mano del hombre, por fuerte que sea, borrar en éste el
sentimiento religioso; y es que la fe cristiana responde tan perfectamente a
aquel sentimiento, que en vano se le pretende sustituir o suplantar.
BOAS,
15-1-1903, pp. 5-7.
274.- La
castidad en el sacerdote
Hay
entre las virtudes una capaz de enamorar al más insensible, la castidad. El
paganismo, a pesar de sus instintos, la tuvo en alta estima : las vestales. En
medio de las aberraciones de un mundo de vicios, sobrenadaban restos del
sentido moral, y la castidad se estimaba ofrenda digna de los dioses.
El
cristianismo elevó la virginidad. Una
virgen fue la Madre
de Cristo, un varón virgen el que hace los oficios de padre, y virgen el
discípulo amado. Era esto la proclamación de la soberanía del espíritu.
El
sacerdocio cristiano, desde la edad apostólica hizo de la castidad una de sus
condiciones, y el celibato fue guardado como ley. Desde entonces acá la
corrupción ha querido minarle el terreno; el concubinato hizo estragos. La Iglesia se sostuvo con
firmeza; y cuando el protestantismo echó abajo esta ley, la afirmó en Trento,
conservando la aureola de la castidad en torno a sus sacerdotes, como un
distintivo que les es propio.
La
castidad del sacerdote es expresión fiel de la alteza de sus ministerios. ¿ Por
qué María fue virgen? Porque debía ser Madre de Dios. El sacerdote da vida a
Cristo. Las vidas de Cristo, terrestre y mortal, inmortal e impasible,
sacramental en la
Eucaristía , por gracia en las almas; las dos últimas son obra
del sacerdote. Si María fue virgen ¿ por qué fue virgen José? Debía ser guarda,
tutor y padre legal de Cristo, llevarle en sus brazos, compartir con María
presentarlo a pastores y reyes. El sacerdote que anda constantemente con Cristo
y lo da a todos debía ser casto. Por
otro lado, el sacerdote debía ser el hombre de la caridad, y para serlo era
menester que fuera el hombre de la castidad.
“ Beati mundo corde”.
El sacerdote
debe estar lleno de luz y ser luz, pero no lo estará si no es casto. F.32, pp. 6-7.
275.- Necesidad
de santidad
Siempre
los sacerdotes debiéramos ser santos, pero hoy es esto más necesario que nunca,
pues todos los ojos están fijos en ellos para espiar hasta sus más leves
movimientos; y por otro lado tenemos una difícil obra que cumplir, la cual no
se podrá llevar a término sin grandes virtudes en los que han de realizarla.
Mas esas virtudes, así lo creemos, no escasean en aquellos que el Señor nos ha
dado por cooperadores, cuyas tareas no pueden por lo mismo dejar de obtener la
bendición del Padre de las misericordias.
Hasta
de los alumnos de nuestro seminario nos prometemos mucho. Ellos son la
esperanza de la Iglesia ,
por lo cual no perdonamos diligencia para que en la
Santa Casa donde moran aprendan ciencia y
virtud, armas necesarias a todo el que, soldado de Cristo, ha de reñir sus
batallas; más aún antes que la hora del combate llegue para estos nuevos
adalides de la causa de Dios, harán mucho bien al mundo si en su escondido
retiro dan santos ejemplos, pues demostrado está que un Seminario bien
ordenado, y en el que se respira todas las virtudes, es no sólo semillero de
excelentes sacerdotes y solaz de los que por las cosas de la Religión se interesan,
sino también espectáculo que edifica demostrando el poder del catolicismo, que
sabe formar ángeles en medio de una sociedad como la nuestra, toda corrupción. BOM, 23-9-1886, pp. 245-246
276.- El
sacerdote, representante de Cristo
El
sacerdote, representante de Cristo, tiene como el Divino Salvador el poder de mandar a los vientos y a las
borrascas, y devolver al mar embravecido su calma y su perdida serenidad.
Si
por sus virtudes es otro Cristo, si habla palabras de Dios, no palabra de
hombre, si movido del celo más puro abre a todos el seno misericordioso del
Altísimo, mostrando en él el verdadero paraíso, que buscan en otro lugar, sin
jamás encontrarlo, si desempeña como bueno el ministerio que se le ha confiado,
los montes de la soberbia se aplanarán; se alzarán los valles recobrando los
humillados su dignidad desconocida; los caminos torcidos se enderezarán,
fijando la vista en el fin los que de él se olvidaron; los senderos ásperos y
quebrados se harán llanos convirtiéndose el deber, la ley, que para muchos era
tiranía, en suave yugo, que se soporta no sólo con resignación, sino con gozo,
y toda carne verá en Jesucristo al único Salvador de los individuos, a los que colma de paz;
del hogar, donde se siembra el consuelo, y de las naciones, en las que
introduce el orden, y con él la felicidad. BOAS,
15-1-1903
277.- Sicut populus, sic Sacerdos.
Más
de una vez leemos en los libros santos estas palabras : “ Sicut populus, sic Sacerdos” . Las dijo Isaías, al
vaticinar grandes calamidades, que iban a caer sobre Judea en pena de sus
prevaricaciones; y las repitió Oseas al anunciar a Israel castigos semejantes.
Es
ciertamente uno de los azotes más duros, que descarga el Señor sobre los
pueblos corrompidos, el permitir que sus sacerdotes participen de la corrupción
común, siendo en vez de ejemplares de virtud y maestros de las costumbres,
dechados de maldad y doctores de pecado.
Pero
la sentencia puede invertirse, sin que pierda nada de su verdad, diciéndose :” Sicut Sacerdos, sic populus;
como es el sacerdote es el pueblo, máxima tan cierta que ninguno que se halle
versado en la historia de la sociedad cristiana, o sea simplemente varón de
mundo y de experiencia, dejará de proclamarle como incuestionable principio,
El
Sacerdote recto, justo y santo atrae como el imán. Su vista sola cautiva. Las
palabras que salen de sus labios, parecen rocío del cielo, caído en tierra
seca. Sus obras, marcadas con el sello de la caridad, conmueven y desarman a
los mismos detractores, obligándoles a enmudecer, y aún el pecado se diría que
le huye. Ante él, ante el buen
sacerdote
el impío se siente avergonzado de sí propio, el justo experimenta que el
corazón se le dilata; el tibio cree oír
voces que le reprochan su indiferencia y su cobardía, y el ateo percibe
misteriosos resplandores que atraviesan
las tinieblas en que anda envuelto, y le hacen preguntarse, a despecho de sus
rotundas negaciones : ¿ Es posible que el Dios, que éste adora, no sea sino una
quimera, como yo hasta aquí he imaginado?
Si
ahondando más, penetramos en el interior del Sacerdote santo, quedaremos
asombrados. (..) Las pruebas, por que toda alma pasa en este mundo, no hacen en
el Sacerdote puro más efecto que el que produce el viento en las plantas; esto
es, sacudirlas, para que se desprendan de las hojas secas, que las dañan en
lugar de beneficiarlas, y les roban parte de su belleza.
El
sacerdote, pues, no debe omitir diligencia para santificarse. Haciéndolo así,
mirará por sus propios intereses, que nada como santificarse le importa para su
bienestar temporal y para su felicidad eterna; cumplirá el solemne compromiso,
que con Dios contrajo el día memorable de su ordenación, pues no de balde le
otorgó el Señor los derechos, las prerrogativas y los poderes, que puso
entonces en sus manos ungidas con el sagrado óleo; estará en condiciones de
manejar sin profanarlas las cosas santas, que santamente se han de tratar, y
ejercerá con esto provechosa influencia en los pueblos.
La
santidad sacerdotal es, en efecto, prueba más concluyente de la verdad
religiosa que los mejores tratados apologéticos, pues en la vida pura del
Sacerdote bueno se halla argumento
irrefragable a favor de aquella, al que nada sabe oponer la
incredulidad, así como la vida depravada del mal sacerdote suministra al impío
fuerte objeción, tras de la cual se parapeta ufano para sostenerse y afirmarse
en sus negaciones.
La
santidad sacerdotal además enseña, siendo maestro más elocuente que los más
elocuentes predicadores. En efecto, aquel que con torvo ceño mira los
sacrificios que la virtud impone, y para justificar su conducta nada
edificante, los declara imposibles a la humana flaqueza, se desconcierta al ver
al Sacerdote olvidado de sí y viviendo una vida de perfecta abnegación, es
decir, siendo siempre el hombre de Dios y el hombre de sus hermanos.
Es,
en fin, la santidad sacerdotal a manera de visible encarnación de la bondad
divina, que desvanece y disipa las prevenciones que a muchos alejaban de Dios,
y les mueve a contemplar con la simpatía
de hijos al que antes sólo veían inexorable juez, no dispuesto sino a castigar.
Por
eso la primera cosa que ha de procurar el Sacerdote, si desea trabajar en bien
de los pueblos, es santificarse. El buen ejemplo es la mejor de todas las
predicaciones. BOAS, 15-1-1903,
pp. 7-9
278.- Generosidad en el quehacer parroquial
Vivir
para Dios y para el prójimo; estar de día y de noche a disposición de todo el
que lo necesita; no tener nada propio; luchar incesantemente con los enemigos,
y por premio de tanto heroísmo no esperar otro galardón que el testimonio de la
buena conciencia y de la bendición de Dios, todo eso no es ya simplemente
bello, sino hasta sublime.
Fui
Cura durante ocho largos años de una
dilatada parroquia, y no puedo menos de confesarlo, cuando vuelvo los ojos a
ese periodo de mi vida, en el que no tuve un instante de reposo, siento
inefable fruición; tan grato me es el recuerdo de aquellos días de afanoso
trabajo; de aquellas noches pasadas en vela junto a la cabecera de los
enfermos, y de aquellas horas, que se me iban veloces, entre los pequeños, a
quienes instruía en el catecismo, y los desgraciados cuyas lágrimas procuraba
enjugar.
Por
eso admiro y amo mucho a los Párrocos, cuya heroica abnegación comprendo; y
porque los amo y los admiro, deseo que no empañen el brillo de su incomparable
misión. BOC, 6-10-1885, p.662
279.- Apoyados
en el Corazón de Cristo
Hay
una receta infalible para convertir la palabra y la acción del sacerdote, y
fecundizar con ella las arenas del
desierto, obligándolas a producir frutos de vida eterna.Y el secreto se reduce a que trabajemos en nombre del Corazón de
Jesús, penetrados y poseídos de ferviente devoción a Él, apoyados en su
omnipotente fuerza, y buscando sólo su
honra y su gloria.
Jesucristo
nos ofrece seguro medio para que nuestro apostolado no sea estéril, y es lanzar
la red al mar revuelto y borrascoso en nombre de su Divino Corazón. BOAS,
20-5-1888, p. 112.
280.- En la
beatificación de Juan Bautista Vianney
Entre
los hechos del Pontificado de Pío X, más gratos a los que conocen la historia
íntima de la Iglesia ,
y señaladamente al Clero, ocupa lugar muy preferente la beatificación del Cura
de Ars, que se verificó el 8 del mes corriente.
Bien conocida es la biografía de ese varón de
Dios, contemporáneo de muchos de los que al presente vivimos ; porque aunque
jamás salió del pobre pueblo, casi sin nombre, en que ejercía la cura de almas,
y su humildad le movía a ocultarse, sus virtudes resplandecían con resplandor
vivísimo, y atravesaban las sombras, en que intentaba el modesto Sacerdote
envolverse, llegando a largas distancias
No
fue Juan Bautista Vianney una brillante lumbrera por el ingenio y el saber.
No
fue un hombre de acción que llevara a término altas empresas.
No
fue un prelado insigne, que sobresaliera por sus dotes singulares de gobierno,
rigiendo dilatada diócesis.
Era
simplemente lo que se suele llamar un cura de aldea, que trabajosamente siguió
su carrera y llegó al sacerdocio, porque se
le tuvo por inepto; que tenía por feligreses a sencillos labriegos, y
que nunca buscó otra cosa sino el bien de aquellas almas, que el cielo le había
encomendado.
Y
sin embargo, ¡ oh poder de la santidad, este cura predica, y habla mejor que
Bossuet, pues aunque no tiene su gran elocuencia, ni su sabiduría, sus grandes
pensamientos, directamente extraídos del Corazón Divino, son luz que ilumina y
fuego que inflama.
Este
sacerdote arrinconado conmueve a Francia desde su oscuro albergue, al que
acuden los varones más eminentes de la Iglesia y el Estado para pedir luz, guía,
aliento, salud y fuerzas, convirtiéndose Ars en un lugar de peregrinación, a
causa de que todos los que llegan en demanda de socorro, salen remediados de
una o de otra forma.
Y
es que Juan Bautista Vianney es todo un santo. Olvidado de sí mismo no vuelve
hacia su propia persona los ojos del alma sino para considerar sus miserias,
que la humildad profunda de que está dotado, agranda; y por eso, y porque
anhelaba convertirse en víctima de caridad, practica ásperas penitencias.
Pero
en cambio en el Sagrario hallaba su descanso, su pan, sus goces, su bienestar,
y de sus comunicaciones con el Dios del Tabernáculo sacaba aquellas claridades
de mente, tan distintas y tan superiores
a las del talento, aquel conocimiento del corazón humano, aquel tino
para guiar los espíritus, aquella iluminación, en una palabra, de su alma,
llena totalmente de Dios.
Y
porque estaba lleno de Dios, que es el Padre de los hombres, y nos ama a todos
por manera sin semejante, no habiendo quien no sienta el calor de su caridad :” nec est qui se abscondat a calore ejus”, por
eso es Vianney para todos tan bueno y cumple con tanta solicitud sus
obligaciones parroquiales.
Contempladle
en el altar, encendido en amor; y cuando se acuerda de su grey, se diría que es
Moisés, deteniendo el brazo justiciero del Altísimo…
Escuchadle
cuando predica: lo hace como S. Pablo : “nom
persuasibilibus humanae sapientiae
vervbis”; no con palabras de
sabiduría humana, sino con la virtud de Dios, no olvidando lo que el mismo S.
Pablo recomienda a su discípulo Timoteo :” insta
opportune importune”, y habla a su pueblo continuamente sin excusarse.
Vedle
en el confesionario, esperando a las almas y nunca negándose a nadie, sino
antes facilitando a todos los medios de
reconciliarse con Dios.
Miradle
entre los niños, a quienes instruye en el catecismo. Seguidle, en fin, a la
casa del enfermo. ¡ Con qué bondad consuela al que padece! ¡ Cómo ilumina a
esperar en Dios! ¡ Con qué alegría los estrecha cuando se han confesado! ¡ Con
cuánta asiduidad los visita! ¡ Con cuánta generosidad los socorre, si a la
prueba de la enfermedad junta la de la pobreza!
Es,
en una palabra, el Cura de Ars espejo en que debieran mirarse los párrocos;
libro en que habían de estudiar; aguijón y espuela que les moviera a sacudir la
pereza y a cumplir fielmente sus deberes.
Por
estas tan fuertes y tan poderosas razones recomendamos a nuestros colaboradores
en el ministerio de las almas la meditación de la vida del Cura de Ars y la devoción a este varón de virtudes. BOAS,
31-1-1905, pp. 49-52
TEXTOS ANTERIORES PUBLICADOS:
- Beato Marcelo Spinola: El Sacerdocio, obra del Corazón de Cristo (I)
- Beato Marcelo Spinola: El sacerdote, hombre de Cristo (II)
- Beato Marcelo Spinola: Abnegación y oración (III)
- Beato Marcelo Spinola: El corazón del Sacerdote (IV)
- Beato Marcelo Spinola: El sacerdote en el altar (V)
- Beato Marcelo Spinola: El sacerdote, hombre de la Eucaristía (VI)
- Beato Marcelo Spinola: El sacerdote, luz del mundo (VII)
- Beato Marcelo Spinola: El sacerdote y la ciencia (VIII)
- Beato Marcelo Spinola: El sacerdote, mediador (IX)
- Beato Marcelo Spinola: El sacerdote, hombre de Dios (X)
- Beato Marcelo Spinola: El sacerdote, hombre de la Palabra (XI)
- Beato Marcelo Spinola: El sacerdote, hombre de la Palabra (XI)
- Beato Marcelo Spinola: El ejercicio de la predicación (XIII)
- Beato Marcelo Spinola: La santidad sacerdotal (XIV)
- Beato Marcelo Spinola: Buscar la santidad (XV)
- Beato Marcelo Spinola: Progresar en la santidad (XVI)
- Beato Marcelo Spinola: El sacerdote y la dirección espiritual (XVII)
- Beato Marcelo Spinola: La bandera de Jesucristo (XVIII)
- Beato Marcelo Spinola: El sacerdote, hombre de Cristo (II)
- Beato Marcelo Spinola: Abnegación y oración (III)
- Beato Marcelo Spinola: El corazón del Sacerdote (IV)
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- Beato Marcelo Spinola: El sacerdote, hombre de Dios (X)
- Beato Marcelo Spinola: El sacerdote, hombre de la Palabra (XI)
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