jueves, 26 de noviembre de 2009

Beato Marcelo Spinola: El ejercicio de la predicación (XIII)


Tres motivos entre otros impiden principalmente el fruto de la predicación cristiana. El primero es la falta de preparación por parte del predicador, el cual jamás debiera subir al púlpito sin haber hecho cuanto de su parte está para que su obra no se esterilice; y dos cosas a este fin ha de cumplir señaladamente: una más divina que humana, otra más humana que divina, aunque ambas de lo divino y humano participen. Aquella es la oración, sin la cual nada en el orden espi­ritual podemos ejecutar bien; ésta es el estudio, sin el que en tesis general no diremos desde el púlpito sino frivolidades o impertinencias.
Los sacerdotes, que en todas las edades alcanzaron renombre de santos, nunca hablaron a los hombres en la sagrada cátedra, sin haber antes hablado largamente con Dios, con lo que su espíritu se infla­maba, saliendo por lo mismo encendidas las palabras de su boca, y la gracia descendía sobre el predicador y los oyentes, realizando las maravillas, que son propias de ese poderosísimo agente de la piedad celestial; ni tampoco osaban proferir una palabra sin haber meditado detenidamente en lo que decir intentaban y previa dilatada consulta de las Sagradas Escrituras, de los Padres de la Iglesia, y de los más sabios teólogos, a fin de no resbalarse jamás.
De este modo lograron triunfos que nos pasman, y que nosotros no alcanzamos,
porque ni oramos ni estudiamos antes de predicar, siendo la obra de la predicación para la generalidad de los que en ella se ocupan más del orden humano que del divino, a la cual se preparan como para discursos académicos, no como para pronunciar lecciones en nombre de Dios.
Otra causa de la inutilidad de nuestra predicación, es la materia o tema de nuestros sermones. El sermón ha de estar, por lo que a su materia respecta, en armo­nía con la capacidad del auditorio, pues no predicamos para que nos admiren los que no nos entienden, estimando que sabemos mucho por lo mismo que no han conseguido remontarse a la región por donde nosotros andamos, sino para ilustrar las inteligencias con el claro conocimiento de la verdad, y llevar los corazones por las sendas, a veces llanas, a veces ásperas de la virtud.
Suelen además los ministros del Evangelio, y este es otro tercer escollo que ha de evitarse, anunciar la palabra divina sin llevar un pensamiento, un propósito, un fin en su discurso; de donde resulta que dicen a los pueblos lo que acaso los pueblos no necesitan, y no les dicen en cambio lo que han menester o les conviene, siendo así que éste es precisamente uno de los puntos principales en que el predicador ha de poner atención y cuidado, pues no le basta hacerse entender, es muy importante que no tire a la calle, por expresarnos así, sus enseñanzas, reprendiendo vicios que no existen en el auditorio o encareciendo virtudes que de él no son propias.
Si todo esto se tuviera en cuenta, o digámoslo mejor, si buscára­mos con perfecto desprendimiento en el púlpito no nuestros intereses sino los de Jesucristo, se oirían los sermones con más provecho, y no serían ya tan raras las mudanzas por su influjo verificadas en las costumbres y en el modo de ser de los individuos, de las familias y de los pueblos.
BIOGRAFÍA DEL BEATO MARCELO SPÍNOLA
Nuestro agradecimiento al Rvdo. D. Ignacio Gillén