martes, 25 de agosto de 2009

Beato Marcelo Spinola: El Sacerdocio, obra del Corazón de Cristo (I)


Todos los temas de la predicación cristiana son interesantes; hay, sin embargo, algunos que lo son de un modo especial, y que además de interesantes pueden llamarse inagotables; tantos y tan varios son los puntos de vista, en que para estudiarlos nos es dado colocarnos, puntos de vista desde los cuales aparecen bellezas nuevas y nuevas magnificencias.
Pocos asuntos no obstante tanto se prestan a múltiples aplicacio­nes y presentan tan hermosos aspectos como el que nos reúne hoy en este santuario... El Corazón de Jesús.
Muchos años hace que de sus glorias y grandezas predico; reconozco y confieso que no soy hombre de recursos; y a pesar de eso, me sucede que siempre hallo algo que había pasado antes inadvertido para decirlo a mis oyentes.
Realmente es el Corazón de Jesús un abismo. Jamás se llega a su fondo. Diríase que es como gigante cúpula, que domina el grandioso edificio de la Iglesia y toda la extensión de ésta a donde quiera que volvemos los ojos nos lo encontramos.
La dificultad, pues, que al pretender hablar del Corazón de Jesús detiene y turba al orador sagrado no es hallar qué decir, sino fijarse, entre lo mucho que a escoger se le da.
Por fortuna para mí una circunstancia, con que yo no había con­tado, me señala el camino. Sube por primera vez al altar un Sacerdote. ¿Qué, pues, más en razón que examinar las relaciones entre el Sacer­docio cristiano y el Corazón de Jesús?
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San Pablo en su epístola a los Hebreos, pone de manifiesto la excelencia del Sacerdocio cristiano. Hace para ello notable paralelo entre éste y el sacerdocio judaico, concluyendo que entre ambos media incalculable distancia.
Pero el sacerdocio judaico era como todo en Israel sombra, figura, esbozo. Como el pueblo israelita era el proyecto todavía informe, el plano, el diseño del pueblo cristiano, así el sacerdocio era el proyecto, el plano o el diseño del sacerdocio cristiano.
Y el sacerdocio cristiano es sacrificador, pero de una víctima de precio infinito. Y es maestro, pero de la ciencia eterna de los Santos, destinada no a niños sino a adultos. Y es dispensador de los misterios de Dios.
Y este Sacerdocio, ¿de dónde es? Del Corazón de Jesús.
Se iba Cristo, era menester que quedasen representantes suyos, me­dianeros que conservasen el comercio entre la tierra y el cielo. Oráculos, que repitiesen las lecciones del Maestro. Conductores de sus gracias. Era el sacerdocio obra del amor de Cristo a los hombres; obra por tanto de su Corazón.
- 2 -
[...] El Sacerdote es el hombre de Dios, “homo Dei», vela por los intereses de Dios en la tierra, su honra, el respeto a su nombre, la observancia a su ley, el culto debido a su soberana gran­deza. Es además hombre del pueblo, defensor nato por lo mismo cerca de Dios de la causa de éste, y le toca pedir, instar y obtenido favores dispensarlos desinteresadamente.
Dos prendas, pues, deben distinguir al Sacerdote: como hombre de Dios el celo por la gloria divina; como hombre del pueblo la caridad con sus hermanos;
virtudes que no se riñen sino que viven juntas, y en perfecta alianza cuando con ellas no andan mezcladas la soberbia o el orgullo que suele tomar nombre del celo, y las complacencias de la debilidad o el amor a la popularidad que a menudo se revisten el manto hermoso de la caridad.
La práctica del celo y de la caridad no son tan fáciles como algu­nos se lo imaginan. El Corazón de Jesús, solícito de allanar este cami­no a sus Sacerdotes, se les pone delante como dechado.
La paz reina allí. Las tempestades no rizan sino las superficies de las aguas; en el fondo éstas permanecen serenas. Un afán, un anhelo, sin embargo, turba aquella imperturbable calma: es el deseo de la gloria de Dios. Ese deseo desata sus labios, ese deseo le pone en movimiento obligándole a recorrer dilatadas comarcas; ese deseo, diríamos en nuestro lenguaje humano, le preocupa y le lleva a la sole­dad donde vive en oración; ese deseo excita santa cólera en su alma.
El celo de la gloria de Dios le mueve a restaurar la ley, a dictar los consejos evangélicos, a mostrar con su ejemplo a los creyentes las vías del sacrificio.
Con el celo de la gloria del Padre corre parejas en el Corazón de Jesús la caridad con los hombres. Anda con los pecadores sin temer mancharse como los fariseos ; busca a todos los que su­fren, se compadece de cuantos están en tribulación, y los socorre haciendo milagros. Le crucifican y pide por sus verdugos. Muere y todavía le parece haber hecho poco: «Sitio», exclama.
Así enseña el Corazón de Jesús a todos los hombres; así enseña especialmente al sacerdocio; el celo como hombre de Dios, la caridad como hombre del pueblo.
No apartemos los ojos del Corazón de Jesús y seremos lo que debernos ser. Es dechado.
- 3 -
La historia del Sacerdocio cristiano es brillante. Ha cambiado las ideas, ha transformado las costumbres; ha hecho progresar las cien­cias y las artes. Nada más fácil que probar estas tres proposiciones. ¿Qué pensaba el mundo pagano de Dios, del hombre, de la vida humana? ¿Qué pensó después de la muerte de Cristo? Y este cambio, ¿a quién se debió?
[...] Para luchar y para trabajar con éxito ha menester el sacerdo­cio cristiano fuerza. La ha tenido, la tiene y la tendrá. Pero, ¿de dónde? Del Corazón de Jesús. Él, en efecto, va delante, a su esfuerzo nada resiste, su voluntad no halla obstáculo. Todos los Sacramentos de allí han salido, y entre ellos el orden. La fuerza de las almas es la gracia, y allí está.
F.2 , pp. 18-22


Nuestro agradecimiento al Rvdo. D. Ignacio Gillén