viernes, 24 de octubre de 2014

LA ENTREGA DE LOS TALENTOS Y LOS SACERDOTES. San Antonio María Claret


El primer siervo significa un misionero apostólico a quien el Señor, a más del talento de la dignidad sacerdotal, le ha encomendado otros cuatro, que son los cuatro ángulos de la tierra, cuando dijo: Euntes in universum mundum, praedicate evangelium omni creaturae (96).
El segundo significa un párroco a quien el mismo Señor, a más del talento de la dignidad sacerdotal, le ha confiado el otro de la parroquia.
El tercero es cualquier sacerdote, a quien el Señor ha entregado el único talento de la dignidad sacerdotal. ¡Ay de él si no negocia! ¡Ay de él si lo esconde por temor o pereza! ¡Ay de él! Como criado malo, será echado a las tinieblas exteriores (97); esto es, al infierno, como dicen los expositores sagrados. Sufficit mihi anima mea, dice San Agustín en boca de este mal sacerdote (98); lo que yo quiero es salvar mi alma, no sea que la pierda queriendo salvar la de los otros; y le responde el mismo Santo Padre: Eia, non tibi venit in mentem servus ille qui abscondit talentum? (99). ¡Ay de ti!, que, si no da fruto este árbol de la dignidad sacerdotal, se te dirá: Ut quid terram occupat? (100), y se mandará cortarlo y echarlo al fuego del infierno (101).
El Concilio de Colonia a este sacerdote le trata de lobo y de ladrón, asegurando que infaliblemente experimentará un grande castigo: Quod ingens ultio tandem certo subsequetur (102). Claro está que un tal sacerdote es lobo de las ovejuelas de Jesucristo, pues que las mata directamente con sus escándalos o vicios, indispensable consecuencia de su ociosidad, o indirectamente, dejándolas perecer de hambre como el epulón, que dejó víctima de la miseria al pobre Lázaro (103). Los pobrecitos piden pan, y no hay quien se lo reparta (104); este pan es la santa instrucción en la ley del Señor y la administración de los sacramentos. Además, un tal sacerdote es ladrón, porque la Iglesia lo mantiene y él no trabaja por ella; como ladrón es aquel criado que, mantenido por su amo para que trabaje, se está mano sobre mano. Sabemos que Jesucristo nos ha llamado a su santa casa para trabajar como Él: Sicut misit me Pater, et ego mitto vos (105). Sí, todos debemos trabajar según los talentos y gracias que hemos recibido del Señor (106), y quien no pueda por los achaques o vejez, que lo supla con la oración (107).
Es tan importante el trabajo de cada uno según su talento, que sin él todo se pierde. Por ejemplo: ¿qué será del fruto de las misiones si, después de convencidos los pecadores y puestos, con el auxilio del Señor, en estado de gracia, los sacerdotes que viven en cada parroquia no trabajan? Como no es posible que estén siempre allí los misioneros, es preciso que los sacerdotes del país vayan fomentando con el pábulo del sagrado misterio el divino fuego que aquellos hayan encendido; de lo contrario, natural e insensiblemente se extinguirá la santa llama. La buena semilla sembrada en un campo, si se abandona, será sofocada de las malas yerbas (108); de poco servirá que los misioneros engendren en Cristo a muchísimos (109). Si después los otros sacerdotes no procuran, como buenas amas, conservar y aumentar la vida espiritual de estos hijos con el pecho lleno de santo celo.
Copiaré aquí las fulminantes palabras del apóstol San Pablo a Timoteo: Te conjuro delante de Dios y de Jesucristo, que ha de juzgar vivos y muertos al tiempo de su venida y de su reino; predica la divina palabra oportuna e importunamente; reprende, ruega, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá tiempo en que los hombres no podrán sufrir la sana doctrina, sino que, teniendo una comezón extremada de oír doctrinas que lisonjeen sus pasiones, recurrirán a una caterva de doctores propios para sus desordenados deseos y cerrarán sus oídos a la verdad y los aplicarán a las fábulas; tú entre tanto vigila en todas las cosas del ministerio; soporta las aflicciones; desempeña el oficio de evangelista; cumple con todos los cargos de tu ministerio (110).
Sobre esta doctrina del Apóstol quiero añadir, especialmente para los párrocos, los siguientes avisos.
1. Pondrás tu principal mira en cuidar bien tu conciencia y la de los feligreses, y para esto te ocuparás algunas veces entre día en pensar en asunto de tanta importancia.
2. Ya sabes que nemo dat quod non habet (111); por cierto, no podrás dar luz a los feligreses si primero no pides a Dios que te ilumine, ni los encenderás en la caridad si Dios no te enciende a ti primero con aquel fuego que comunica en la meditación (112), la oración y lectura espiritual, para lo cual no te faltará tiempo si con un método prudente lo tienes distribuido y arregladas todas las cosas.
3. Procurarás catequizar y predicar a tus feligreses no sólo con el buen ejemplo, sí que también con la divina palabra, usando más de la suavidad que del rigor, y del rogar y persuadir más que del mandar (113).
4. Procurarás encender en tus feligreses la llama del divino amor; para esto haz que en todos los días, a lo menos en los domingos, se tenga oración mental en la parroquia; incúlcales esta ciencia divina, manifestándoles su excelencia, utilidad, necesidad y facilidad, como que pueden practicarla en medio de sus ocupaciones; enséñales el modo de hacer jaculatorias. Inspírales la devoción al Santísimo Sacramento, a la Beatísima Trinidad, a la purísima Virgen, a los santos patronos y a los ángeles custodios. Exhórtales a la frecuencia de los santos sacramentos, y para esto les darás ocasión poniéndote muy de mañana en el confesonario; si no vienen un día, vendrán otro, viendo la proporción que les ofreces todos los días; los cazadores, aunque no pasan pájaros a todas horas, no se mueven del lugar, esperando que vengan. ¡Ah, si nosotros los sacerdotes fuéramos todos muy fervorosos, qué otro sería el pueblo!
5. Cumplirás lo que todos los días dices al Señor en la santa misa: Domine, dilexi decorem domus tuae (114); ama la limpieza del templo y de los ornamentos y ofrece siempre al Señor lo mejor, a imitación de Abel; no seas como Caín, que lo mejor se lo quedaba para sí y lo más despreciable lo sacrificaba a Dios (115). ¡Ay de ti si tienes más cuidado de las cosas de tu casa que de las de la Iglesia! ¡Ay de ti si lo bueno, precioso y limpio lo reservas para ti, y lo malo, vil y sucio lo ofreces al Señor! Vae tibi!
6. No sólo procurarás con todo esmero la limpieza y aseo del templo, sí que también guardarás y harás se guarde en él un religioso silencio: aprende del celo del divino Maestro, que sufrió calumnias, azotes, espinas, clavos y muerte de cruz sobre sí, pero no sufrió ni toleró a los que profanaban el templo (116).
7. Desterrarás de ti aquellos vicios que tú reprendes o debes reprender en tus feligreses y, adornado con las virtudes que les persuades, pórtate de manera que les puedas decir como el Apóstol: Imitatores mei estote, sicut et ego Christi (117).
8. Nunca jamás trates mal de palabra ni de obra a tus feligreses, eligiendo antes penar que darles que sufrir; y, cuando tengas que reprender, mezclarás siempre la dulzura con la corrección, teniendo presente que se cogen más moscas con una gotita de miel que con un barril de vinagre (118); que ha curado más llagas el aceite y vino del samaritano que todo el vino agrio de los fariseos (119), y que aquellas acrimonias y palabras fuertes que a veces salen de la boca de algunos sacerdotes, les parecerá que salen de puro celo, pero en verdad no salen del celo, sino de la pasión; no saben de qué espíritu están animados (120) y qué poco imitan la mansedumbre de Jesucristo, nuestro divino Maestro: Bienaventurados los mansos, que ellos poseerán los corazones terrenos y, por último, la tierra de promisión o la gloria (121).
9. Procurarás que en la misa te vean devoto; en la mesa, templado; en la calle, modesto; en las palabras, cuerdo; en las obras, casto; en las operaciones del santo ministerio, diligente, y en todo cuanto mira al servicio de Dios, fervoroso. Mal cumplirías con estos deberes si no tuvieses bien arreglada tu casa: Si quis autem domui suae praeese nescit, quomodo Ecclesiae Dei diligentiam habebit? (122). Pondrás, pues, todo cuidado en escoger gente de bien para el servicio de tu casa, y si con el tiempo viene alguno a ser motivo de escándalo a ti o tus feligreses, arráncalo, échalo luego de casa, aunque sea tan útil y necesario como los ojos, manos y pies, como dice el Evangelio (123). ¡Ay de ti si, en lugar de edificar, escandalizares!; mejor te fuera que colgasen una piedra de molino a tu cuello y te anegasen en el profundo del mar (124). Por esto, procurarás que todos tus domésticos vistan modestamente, no hablen mal ni anden en tratos, bailes y otras diversiones mundanas, antes bien que sean amantes del retiro, de la oración y lectura espiritual; que frecuenten los santos sacramentos; en una palabra, que posean aquellas virtudes que tú persuades a los otros y que ninguno de ellos tenga los vicios que tú reprendes en los feligreses. Si quis autem suorum, et maxime domesticorum curam non habet fidem negavit et est infideli deterior (125). Por ningún motivo permitas que tus domésticos se entrometan en negocios parroquiales o en las personas que tú diriges; ni tampoco seas fácil en hablar con ellos de tales asuntos. Mira bien qué gente viene a tu casa; a los que vengan por asuntos del ministerio recíbelos con toda urbanidad y amor; si lo que te piden lo debes hacer, hazlo tan pronto como puedas y tan bien como sepas; si no lo puedes hacer, no por esto te alborotes ni les riñas; consuélalos con buenas razones, que así no les agraviarás. Si los que acuden a tu casa son gente ociosa, húyeles luego el cuerpo, diciendo que tienes que hacer, porque algunos de éstos todo lo que ven lo publican, con no poco perjuicio de la edificación de los fieles (126); estas gentes, además, son muchísimas veces causa de sospechas, de celos y rivalidades y de otros gravísimos males, como he visto en algunas parroquias (127).
10. Anda con mucho tiento en orden a visitas, tertulias o reuniones, convites y actos semejantes, que de vez en cuando podrá exigir la prudencia, urbanidad o caridad; todos los extremos son viciosos; si un sacerdote se familiariza demasiado con algunos, se atraerá el desprecio de éstos y el odio de los demás, y, si nunca se deja ver ni en los actos indispensables, incurre en la nota de grosero e incivil. Quisiera que no faltases a ninguna de aquellas atenciones que exige la prudencia y el desempeño del sagrado ministerio; pero te suplico, por lo más santo y sagrado, no seas fácil en hacer visitas, mayormente a personas de diferente sexo. ¡Ay, qué males y desgracias he visto seguirse de aquí! ¡Ay, qué escándalos! Ni basta decir: "Son gente de bien, son personas piadosas"; a lo que responde San Agustín: Nec tamen quia sanctiores sunt minus cavendae: uo enim sanctiores sunt, eo magis alliciunt, et sub praetextu blandi sermonis immiscent se vitiis impiisimae libidinis: crede mihi, episcopus sum, in Christo loquor, non mentior; cedros Libani, id est, altissimae contemplationis homines sub hac specie corruisse reperi, de quorum casu non magis praesumebam quam Hyeronimi et Ambrosii (128). Lo mismo advierten Santo Tomás (129), San Ignacio (130), San Francisco de Sales (131) y San Buenaventura, con el cual concluyo: Sequamur consilium B. Hyeronimi dicentis: foeminam quam vides bene conversantem, mente dilige, non frequentia corporali, quia initium libidinis est in visitatione mulierum (132).
11. Guárdate también de los juegos de naipes, dados, etc., teniendo presente lo que dicen de ellos los sagrados cánones y Santos Padres; especialmente el segundo concilio de Constantinopla (133) y el IV de Letrán prohiben a los clérigos los juegos de azar (134). San Juan Crisóstomo dice: Diabolus est qui in artem ludos dlgessit (135); y San Ambrosio escribe: Non solum profusos, sed omnes iocos declinandos arbitror... Iicel interdum honesta ioca sint, tamen ab ecclesiastica abhorrent regula (136). No es menos impropio de los sacerdotes el ejercicio de la caza. San Jerónimo dice: Nullum sanctum legimus esse venatorem (137); almas quisiera que cazasen y no bestias. Dirá alguno: "Lo hago para pasar el tiempo". ¡Válgame Dios!, no saben cómo pasar el tiempo, y a mí no sé cómo se me pasa (138). Otro alegará que es para recrearse o aliviarse un poco de la carga del espíritu; en tal caso, que se vaya un rato a paseo o se ocupe en otra honesta recreación y que se deje de visitas, juegos y cacerías.
12. Tendrás particular cuidado en todo cuanto digas y hagas de mirar por el bien de tus feligreses, manifestándoles e! deseo que tienes de su bien espiritual y temporal y cuánto sientes sus trabajos, mientras procuras su socorro; así los ganarás de tal suerte que te mirarán como su estimado padre y vigilante pastor; y serás tan dueño de su corazón, que les merecerás toda su confianza; muy al contrario te saldrá si te portas de otra manera; créeme, lo sé por experiencia (139).
13. Estarás siempre prevenido con la templanza y la modestia para cualquier lance que te pudiera dar que sufrir, advirtiendo que entonces serás mayor cuando tolerarás más, y que vence y convence con doblada fuerza la paciencia que la ira; lo que rehusarán los feligreses cuando se lo digas colérico, lo ejecutarán después gustosos cuando se lo propongas sufrido y apacible.
14. No te desconsueles ni desconfíes aunque no consigas lo que deseas en el aprovechamiento espiritual de los feligreses; pues, aunque no consigas aprovechando, consigues mucho cumpliendo, y, si no los salvas a ellos, te salvas a ti mismo (140). Obremos nosotros lo que conviene, que Dios obrará lo que más nos convenga; hasta el último punto de la vida se ha de agonizar por lo bueno (141), dejando a Dios lo demás.
15. Ten presente en la vida la muerte; en lo que haces, la cuenta que te espera, corona o pena eterna; lo de este mundo dura un soplo, y el gozar de Dios o padecer, para siempre jamás.

Ad maiorem Dei gloriam