martes, 21 de octubre de 2014

AVISOS A UN SACERDOTE. SAN ANTONIO MARÍA CLARET


1. El primero de los avisos que voy a darte, ¡oh amadísimo hermano en Jesucristo!, es que ames a Dios, ya porque es infinitamente amable, ya porque Él primero te ha amado (1); y este amor no debe ser únicamente de palabra, sino de obra y de verdad (2).
2. Acuérdate a menudo de tu vocación al estado sacerdotal; que de Dios has recibido tan grande dignidad (3), la que te hace superior a los ángeles del cielo y reyes de la tierra y venerable a todos; debes, pues, dar las correspondientes gracias a tan liberalísimo bienhechor.
3. Considera el poder divino que se te ha dado sobre el cuerpo real y místico de Jesucristo; porque se te ha confiado un triple poder, y éste muy sublime; a saber, el ministerio del sacrificio, el ministerio de la reconciliación de los pecadores con Dios y el ministerio de la divina palabra. En esto está tu mayor gloria; pero de esto dimanan también tus obligaciones.
4. Para desempeñar dignamente tus ministerios no basta una santidad cualquiera, sino que es indispensable una santidad excelente; ya, pues, que por el sagrado orden eres sublimado sobre la plebe, debes ser superior al pueblo en méritos y santidad.
5. La santidad supone dos cosas: limpieza de pecado y eminencia en la virtud. A fin de adquirirla, debes tomar por modelo a Jesucristo, primer sacerdote y pontífice, meditando su vida y procurando tenerle siempre presente en los pensamientos, en los afectos, en las palabras, en las obras y en el padecer por su amor.
6. Aborrece en gran manera toda suerte de pecado, pues que en el sacerdote es más deforme y criminal, estando como está obligado a mayor santidad que los demás y a ser más rico de gracias y resplandecer más en virtud que los otros.
7. No será coronado sino el que legítimamente habrá peleado (4); por tanto, ármate de fortaleza en las tentaciones, ora sea que vengan de tu misma naturaleza, ora del demonio o del mundo. Y, cuando te sientas tentado, recurre a Dios con toda prontitud, con humildad y con confianza filial.
8. Combate el desorden de tus pasiones, y particularmente de la soberbia, de la avaricia, de la intemperancia, de la incontinencia y pereza, etc. Para ello es muy del caso que tengas conocimiento de los medios [de] que te has de servir para vencer; éstos son: la oración, la penitencia y el multiplicar los actos de las virtudes opuestas.
9. Arranca de tu corazón toda soberbia, que es la raíz y el principio de todos los pecados (5). El sacerdote debe hacer profesión de humildad, puesto que a ninguno mejor le cuadra que al sacerdote aquel dicho del sabio:Quanto magnus es, humilia te in omnibus, et coram Deo invenies gratiam 6.
10. No aspires a las dignidades y beneficios eclesiásticos, si Dios no te llama a ellos, como a Aarón (7); y, si la divina Providencia en ellos te ha colocado, considera con mucha frecuencia el grande peso que gravita sobre tus hombros, tanto respecto de Dios como respecto de ti mismo y de los demás que son tus súbditos. Ten presente el día de la cuenta, y que tal vez está más cerca de lo que piensas. Acuérdate que, aunque llamados por Dios al sacerdocio, Nadab y Abiú se perdieron (8); y Judas, también llamado de Dios, perdió la grande dignidad del apostolado (9).
11. Huye todas las ocasiones de pecar, singularmente contra la pureza, evitando mayormente las ocasiones próximas y aun las que sean remotas. Jamás vayas a casas sospechosas, ni frecuentes mucho las otras, a no ser por necesidad o caridad, porque la mucha familiaridad trae el desprecio. Guárdate de conversar por pasatiempo con las mujeres, aunque sean parientas o hijas espirituales; y si por urbanidad alguna vez te hallas obligado a ello, sé breve y grave y muy remirado en la vista 10. No fíes de tu virtud y saber, porque las mujeres hacen caer a los virtuosos Davides y a los sabios Salomones (11).
12. No te familiarices con los secuaces del mundo, ni tomes parte en sus costumbres y divertimientos, como son teatros, bailes, festines, juegos de suerte, cacerías estrepitosas, etc.; en una palabra, guárdate de todo lo que reprueban los sagrados cánones de la Iglesia y los estatutos de tu diócesis.
13. Resplandezca tu modestia delante de Dios y de los hombres (12); y entiende que, si ésta no te acompaña en el ejercicio de tu ministerio, aunque éste sea santo, será para ti un lazo: por tanto, guarda con suma diligencia los sentidos corporales, particularmente los ojos, los oídos y la lengua. Ama el silencio, y, cuando hayas de hablar, sean tus palabras de edificación. Cuida de la compostura de tu rostro, de la gravedad en el andar y que todos los movimientos de tu cuerpo correspondan a la santidad de tu grado.
14. Sé moderado con tu cuerpo y huye toda delicadeza y refinamiento mundano, porque desdice mucho, y aun es monstruoso, un miembro delicado bajo una cabeza coronada de espinas. Con todo, sé prudente, y no suceda que las muchas mortificaciones impidan otras cosas que son de mayor servicio de Dios. Tu habitación sea decente, sencilla y limpia, y tu vestido, por la calidad, por la forma y color, modesto, grave y canónico.
15. Abomina la avaricia, porque el avaro cae en la tentación y en el lazo del diablo, dice el Apóstol (13). No seas demasiadamente rígido en tus derechos ni te entrometas en negocios seculares, porque desdicen mucho del soldado de Cristo, dice el mismo Apóstol (14). Procura que el pueblo no te vea factor, secretario, mayordomo, procurador de grandes, y que vas andando por las plazas, mercados y ferias, a no obligarte una grande y cierta necesidad de tu oficio (15).
16. En los casos adversos, guarda tu ánimo en paz. El justo vive de la fe (16) y Dios prueba a aquel que ama (17). Esta vida es el tiempo de la guerra (18), de la tribulación y del llanto; a su vez, ya vendrá la felicísima y tranquila inmortalidad. Entonces quien haya padecido más por la justicia, más grande consuelo recibirá de la liberalidad del Señor (19), y su luz resplandecerá mucho más en la perpetuidad de los siglos (20).
17. No te dejes arrastrar del demasiado afecto a tus parientes o a tu casa; en lo que con sumo cuidado has de procurar ayudarlos es en el espíritu, velando sobre sus almas, poniendo y conservando el buen orden en la casa y, sobre todo, siendo modelo de toda virtud para los habitantes de ella (21).
18. Sé más fácil en dar que en recibir (22), porque las dádivas y regalos que se reciben, muchas veces manchan las manos más limpias. Ama socorrer a los pobrecitos de Cristo, porque tienen derecho a lo que te sobra del comer y vestir. Si socorres al indigente, a más de cumplir con ello una estrecha obligación, darás un realce al honor sacerdotal, tendrás grande paz y alegría de corazón, te harás rico de tesoros para el cielo y tendrás grande estima y amor en el pueblo.
19. Honra como verdadero hijo a la santa madre Iglesia; ama a su cabeza visible el sumo pontífice y reconócele por piedra y fundamento de la fe; obedece a él y a tu obispo o vicario general con las obras y corazón, ora sea que te manden, ora que te adviertan o exhorten.
20. Ama el decoro de la casa del Señor en los ornamentos y alhajas (23), sobre todo la gravedad en los divinos oficios, en la administración de sacramentos, de la divina palabra, etc., haciéndolo todo con tal reverencia que avive la fe y fomente la piedad en el pueblo.
21. Arda en tu corazón el celo de la salvación de las almas, que será fruto y argumento del amor de Dios en la tuya. "¿Me amas? - dijo Jesucristo a San Pedro -; apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas" (24). Para que crezca más este fuego de santo celo en tu pecho, piensa a menudo cuánto Dios las ha amado y las ama aún; cuánto cuesta a Jesucristo; cuán lacerado le ponen todos los días los pecados de los hombres, en cuanto está de su parte, tornando a crucificarle; cuánto siente su perdición; la mayor gloria accidental que Dios reportaría de su salvación y el empeño que ponen tanto los demonios, sus agentes, como los hombres malos para su perdición y eterna ruina, revolviéndolo y agitándolo todo con tal que puedan conseguir lo que pretenden.
22. Tu celo debe ser eficaz, pues que, si no obra, no es verdadero celo. ¡Ea, que se dilate tu corazón, que desee siempre la gloria de Dios y de la virgen Santísima y que procure salvar a todo el mundo! Todos los días has de rogar entre el vestíbulo y el altar con suspiros del corazón por las almas cautivas del vicio y del error (25). Vela, en cuanto puedas, de día y de noche, sobre los libros, para instrucción del ignorante y para confusión del impío soberbio, que cual otro Goliat, provoca al desafío a los ministros del santuario (26), aunque no sea sino con el sofisma y con su desvergüenza e insolencia.
23. En el ejercicio de tu celo confórmate siempre con el divino Maestro, y así tendrás las cualidades que exige el Apóstol escribiendo a los de Corinto (27). El será sencillo y puro en su fin, universal en su objeto, suave en ganarse los corazones, al propio tiempo que fuerte en las contradicciones, benéfico hacia las almas y cuerpos, incansable en las fatigas, prudente en los medios, constante en los sucesos y perseverante en la duración.
24. En la presencia de Dios no hay diferencia de personas (28), puesto que Él no se para en las apariencias ni vestidos de sus hijos, sino en sus almas (29), que a todas crió iguales, redimió con el mismo precio infinito de su pasión y muerte y quiere que todas se salven (30). si en alguna cosa hizo diferencia el divino Maestro, fue en amar con afecto especial a los pecadores (31), a los enfermos, a los pobrecitos (32) y a los párvulos (33). sigue, pues, sus pisadas; ama con preferencia a éstos; búscalos, en cuanto buenamente puedas, en el confesonario, en la enseñanza de la doctrina cristiana, en los hospitales, en cárceles, etc.
25. Si la caridad, la necesidad o el mandato de tu superior te llama al ministerio de la divina palabra, retírate antes, como tu divino Maestro, a orar un poco en la soledad (34), para adquirir, meditando en las penas de Jesús crucificado, aquella ciencia del corazón sin la cual tu palabra sería como el sonido de la campana (35). Guárdate de contaminar la palabra de Dios, no poniendo en su predicación más tu cuidado en la sublimidad del estilo, en las flores y en otras persuasivas palabras del humano saber (36) (de las que sólo hace pompa y vanidad quien se predica a sí mismo), sino en los efectos sensibles del espíritu y de la virtud de Dios, como lo hacía el Apóstol: in ostensione spìrìtus et virtutis (37); y no como para agradar a los hombres, sino sólo a Dios, que sondea el corazón. Sobre aquellas palabras del Apóstol: Non sumus sicut caeteri, adulterantes verbum Dei (38), dice San Anselmo: "Esta es la diferencia que hay entre el padre y el adúltero; que el padre pretende hijos, pero el adúltero no más que el gusto y deleite" (39). Debes imitar al mismo Dios, quien dice por Isaías: Ego Dominus Deus tuus docui te utilia (40): non subtilia, añade San Jerónimo (41); y el P. Alápide, sobre este mismo verso, dice: Notent hoc praedicatores, si velint esse praecones veritatis et non vanitatis (42). Asimismo, tendrás presente lo que sienten doctores graves acerca de aquellos predicadores (43) que cuidan más del adorno de la oración que de la reforma de las costumbres, predicando cosas fútiles, aéreas, sin sustancia, de juegos de palabras y de cláusulas retumbantes y términos escogidos y poco inteligibles. El P. Miranda los llama "azotes de la Iglesia" (44); el P. Jerónimo López, "peste de la cristiandad" (45); el P. Díez, "verdugos del Evangelio" (46); el venerable Gaspar Sánchez, "los mayores perseguidores de la católica Iglesia" (47); y de este sentir es el P. Vivaldo, quien añade que en los últimos tiempos del mundo abundarán más dichos predicadores y que servirán para autorizar las abominables doctrinas del anticristo (48). y lo que más debe atemorizar es lo que resuelve el P. Alápide:Praedicator, qui ex concione sibi plausum quaerit, non conversionen animarum, atque hanc vanam gloriam suae concionis, velut fructum et mercedem, praestituit, et captat, hic damnabitur (49); por tanto, si no te quieres perder, antes bien, si quieres mucho merecer, imita al divino Redentor, lee el santo Evangelio y hallarás las materias que trataba y con qué estilo las proponía; y no sólo en las aldeas, sino también en la ciudad y ante los sabios de Jerusalén, a quienes hace la comparación de la gallina, cómo reúne sus polluelos debajo de sus alas (50) y, si así a los sabios, cuánto más se debe al vulgo; por esto dice el Crisólogo: Populo populariter est loquendum (51). De aquí comprenderás que debes poner cuidado en preparar las materias y que el estilo y modo de tratarlas debe ser inteligible, adaptándole a la capacidad de los oyentes, y, sobre todo, agradable. Procura instruir en la fe y en la ley; pinta amabilísima la virtud y abominable el vicio, estudiando a mover el corazón empedernido de los pobres pecadores con toda especie de argumentos de razón y de fe, y más aún con la llama del amor y del santo celo. Después del sermón has de procurar con fervorosas oraciones suplicar al autor de la mies (52) que guarde y haga fructificar con su divina gracia la semilla que por tu medio se ha servido sembrar en el corazón de tus hermanos; y, sobre todo, confirmar, con el ejemplo de una vida santa, aquello que hayas dicho de palabra, enseñándoles así a que las obras correspondan con las palabras.
26. En espíritu de caridad, ofrécete espontáneamente a oír las confesiones sacramentales, siempre que buenamente puedas; y haz que el pueblo te vea que, como buen pastor, buscas y estás esperando a las ovejuelas para recogerlas en el divino tribunal, como en un lugar, que lo es, de gracia; y verás cómo por tu caridad se aumentará la frecuencia de los santos sacramentos y cómo se salvarán muchas almas.
27. Como elegido que eres por Dios en aquel asilo de misericordia, vístete de entrañas paternales. "Padre" (53) te llama el pobrecito penitente, y como a padre te descubre con toda confianza las llagas de su alma. ¡Oh, qué gusto y qué alegría le darás si tú te portas como padre suyo en su situación! Si viene a tu presencia, cual otro hijo pródigo, desnudo de todo bien espiritual, feo, asqueroso y abominable, ¡por Dios!, no lo eches de ti, antes al contrario, cuando es más miserable, tanto mayor debe ser el afecto con que le debes acoger y abrazar (54), sufriendo con paciencia su rusticidad, su ignorancia y sus imperfecciones; abrazándole y apretándole contra el seno de tu alma; limpiándole sus inmundicias; vistiéndole el ropaje de la divina gracia y haciéndole sentar en la mesa del común Padre celestial (55). Así, no pocas veces sucederá lo que a todos los obispos del mundo católico escribía el sumo pontífice León XII, que los indispuestos para la absolución se dispondrán por la caridad del confesor que con ellos se sepa portar con todo amor, mansedumbre y paciencia (56).
28. Pastor que sea solamente bueno de corazón, pero no de entendimiento, éste poco ayudará a las ovejas. El debe unir, a la caridad de padre, la pericia de médico. Has de ser muy diestro, pero más cauteloso aún, buscando la enfermedad espiritual de tu penitente y mirando que el demonio, que con sus artes se dará la mano con el orgullo humano y procurará ocultarla, no consiga su intento. Descubierto que hayas el mal júzgale con recto y maduro juicio, distinguiendo una lepra de otra lepra (57), una fiebre de otra fiebre, una llaga de otra llaga; y, según la índole del mal y la calidad y condición del enfermo, échale sobre sus heridas el bálsamo del aceite y del vino (58) en mayor o menor graduación según que conocieres ser más o menos necesario; esto es, aplicándole remedios e imponiéndole mayores o menores penitencias.
29. Si el penitente ignora la doctrina de la fe y de la ley, las obligaciones de su estado, las culpas, sus principios y los medios necesarios y útiles para evitarlas, tú, que eres maestro, debes disipar las tinieblas de su entendimiento con la luz de la santa doctrina, a fin de que así se quite el pecado y se impidan las caídas. Con fuertes impresiones e imágenes vivas sugeridas por la fe, has de procurar compungir su corazón, excitándole a odio del vicio y del pecado y animándole con confortativos cristianos; dándole, al propio tiempo, un método de vida acomodado a su estado. La unción del Espíritu Santo, las consultas en libros ascéticos y morales, el celo industrioso y benéfico, el consejo de los sabios y prácticos en el ministerio, deben ser tu guía para estas instrucciones, exhortaciones y consejos. Así, pues, no cumplen con su obligación, antes se hacen reos de un gravísimo delito aquellos confesores que sin solicitud alguna, oída la confesión de sus penitentes, sin preguntarles nada ni avisarles de nada, les echan luego la absolución (59).
30. Como juez, pronunciarás el juicio y sentencia de Dios y no de hombre, siguiendo con toda rectitud el camino del medio, que no declina ni a la derecha del rigor, que desespera, ni a la izquierda de la laxitud, que engendra presunción. Te guardarás muy mucho de la inconsideración de la impaciencia, de la precipitación y de fines torcidos o menos puros, como acepción de personas, tierna tendencia a otras de otro sexo y a parientes; no fuera caso que, no curándote de estas y de otras semejantes flaquezas humanas, salieses reo de tu propio juicio delante de aquel divino Juez que escudriña lo más recóndito de nuestro corazón (60). Te portarás, sí, como guiado por una doctrina sana y recta que, mirando por el honor de Dios y por la salud de las almas, atempere tus sentencias a aquella rectitud y pureza de intención, que está santamente hermanada con una caridad prudente e ilustrada. Si el pobrecito que tienes a tus pies es un consuetudinario, un reincidente o está en ocasión próxima, a quien por entonces no te sea dado el poderle desatar, no le riñas, por Dios, ni le exasperes, antes bien, procura con buenos modos y con mucho amor hacerle ver los vivísimos deseos que tienes de que se salve; que conozca el infeliz estado en que se halla y los medios que debe practicar si quiere salir de él, y así verás cómo vuelve y cómo le has ganado para el cielo.
31. No sólo has de ser buen ministro del sacramento de la penitencia, sino también de los demás sacramentos, poniendo en la administración de cada uno de ellos todo esmero, para que Dios sea glorificado y quien los recibe santificado. Así quedarán edificados los circunstantes, y tú, como buen ministro, lleno de merecimientos.
32. Finalmente, te acordarás que eres vicario de Jesucristo en la tierra, puesto entre los hombres, para continuar aquella divina misión que Él comenzara al descender de los cielos, no sólo con el triple ministerio que se te ha confiado, sino también con el buen ejemplo. Preséntate, pues, a los fieles, a imitación de tu divino Maestro, como un dechado perfecto de santidad y virtud. Que vean en ti una viva imagen de aquel divino ejemplar los secuaces del mundo, y así se avergonzarán de su vida disoluta y sensual; los buenos se sentirán animados y estimulados a perfeccionarse en la virtud, y los enemigos del nombre cristiano, cuando no se conviertan, respetarán, a lo menos, nuestro estado sacerdotal. O quanta bonorum et malorum seges a clero! (61). Las palabras reforma y protestantismo tal vez no se hubieran jamás oído en el mundo, a lo menos en el sentido de los herejes, si el escándalo de algunos eclesiásticos no las hubiesen introducido en la rebelión de muchos millares de católicos separados del gremio de su madre la verdadera Iglesia de Jesucristo: la católica romana; puesto que en donde el sacerdocio fue modelo al pueblo de virtud y de religión, allí, por lo regular, se conservó intacto el puro depósito de la fe, no degeneraron las costumbres, antes bien se manifestó todo aquel esplendor que tanto brilla en las virtudes morales.
Ad maiorem Dei gloriam
FRUTO
que de los ejercicios de San Ignacio sacara en los que en el año 18... hizo el reverendo sacerdote D. N. N., propuesto para modelo e imitación, en la parte que cada uno buenamente pueda a los reverendos sacerdotes que por unos cuantos días se han retirado a hacerlos
Omnia... honeste et secundum ordinem fiant (I Cor 14 v. 40) 62
Una de las causas principales por que caen tantas almas en el infierno es el vivir al acaso; por esto, los santos, y especialmente San Gregorio Nacianceno, creen tan importante y necesario un reglamento de vida, que dicen ser el fundamento y la base de las buenas o malas costumbres y, por consiguiente, la causa de la salvación o condenación.

Viendo esta necesidad, un buen sacerdote deseoso de su salvación hizo los santos ejercicios de San Ignacio, y en ellos su reglamento de vida, del tenor siguiente (63),