viernes, 25 de marzo de 2011

SOLEMNIDAD DE LA ANUNCIACIÓN: CONGREGACIÓN DEL CLERO


LECTURAS DE ESTE DÍA

Is 7,10-14:


Isaías haciendo referencia sobre las palabras del Señor a Ajaz, escribe: «Pide para ti una señal del Señor tu Dios» y, más adelante, anuncia la promesa divina: «El Señor mismo os dará una señal». El texto del profeta se encierra en la ‘tensión’ entre el deseo humano de un signo, por un lado y por el otro la voluntad explícita de Dios de dar una señal, la señal –esperada y prometida– alude a la Alianza que constituye la trama y la deformación de todos los dramas del Antiguo Testamento. La creación representa objetivamente la primer gran señal de la Alianza de Dios; la historia del Génesis, al final de cada día de la creación, muestra la opinión positiva del Señor: «Y vio Dios que era bueno».

Si el surgir del hombre entre las criaturas dice con claridad quien es el interlocutor de la Alianza de Dios, la história sucesiva de Dios con el pueblo de Israel, que nos testimonia Isaías, exprime una ulterior dimensión de esta Alianza: el Señor esta completamente involucrado con el hombre. La vida del hombre – sostiene la Escritura – no representa un episodio ocasional en la história del cosmos. Ciertamente, no se puede permanecer en silencio ante la dolorosa percepción humana de la propia ambivalencia de su posición delante de Dios, asi que el hombre se reconoce no sólo como un deseo constitutivo de Infinito y como promesa, si no que en él existe también la experiencia del propio mal, hasta el punto de llegar, algunas veces, a dudar de su propia bondad.

La respuesta de Dios parece sorprendente y extraordinaria: “El Señor mismo os dara una señal”; Dios tiene un poder real en la história, no la abandona a si misma; Él es el Señor y actúa realmente y eficazmente en ella. Dios no revoca su juicio inical. Antes bien lo cumple hasta intruducir al mismo hombre en aquel ‘reposo’ que esta al vertice de su acción como creador. Y es por esto que suscita el gran «Si» de María: para darnos la certeza que la ultima palabra sobre nosotros, sobre la vida, sobre el mundo y sobre la história, sobre el mismo mal, es la Suya. El hombre existe como un bien y es visto siempre como un bien de Dios. Dios es tan humilde de desear de dejarse enriquecer del don que nosotros somos para Él. Él es tan grande de quererse sorprender por el más pequeño de los «si» que nosotros podemos donarle.
El último éxito de la voluntad salvadora de Dios es la manifestación difinitíva del diseño de la Aalianza: «El Dios con nosotros». El don del Hijo, representa la ultima epifanía de lo que en la creación y en la Alianza había tenído início. La Alianza, de hecho, es en vista de la comunión de Dios con el hombre y del hombre con Dios. La voluntad de Dios hácia el hombre es así potente que Él se enlaza intimamente a la creatura humana hasta asumir la naturaleza de hombre. Esto signifíca, inversamente, que el sueño original del hombre – aquel por el cual Ajaz dice que “no se atreve a tentar al Señor” – se realiza hasta el punto que el hombre se convierte «como Dios»; en este intercambio – encarnación de Dios y divinización del hombre - se cumple la expresión más sublime de la comunión con Él a la cual Dios nos llama.

El autor de la carta a los Hebreos en: el texto que, sintomáticamente, la Iglesia nos dona en la liturgia de este día solemne, afirma: «En virtud de esta voluntad quedamos santificados por medio de la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha de una véz para siempre». La crusifixión y la resurreción de Cristo – cumplimiento del único dinamismo revelador de Dios – dirán la irrevocabilidad de esta ‘señal’ donada y de este extraordinario diseño. Fuimos héchos partícipes de la santidad de Dios mismo: “divinae naturae consortes”.

San Lucas, narrando el diálogo de la Anunciación, refiere las sublimes palabras pronunciadas por el Ángel: «El Señor está contigo». Esta se convierte en la razón especifica por la cual la Beata Virgen María es invitada a la alegría; el inición de la nueva Presencia de Dios es el motivo por el cual el ángel Gabriel la saluda diciendo: «Alegrate Virgen María». Con este saludo y con este alegre anuncio inícia verdaderamente el Evangelio. Su primera palabra es «alegria»: la nueva alegria que viene de Dios, de su irrevocable acción, para nosotros y entre nosotros y más explicitamente es su Ser «el Emanuel», la Communio divina a la cual se nos ha dado la gracia de participar.

En María y con María, Dios dice a cada uno de nosotros, hoy, todavía una véz y para siempre: «Es bueno que tu existas. Yo te lleno de toda Gracia». La Señal verdadera es Su Hijo entre nosotros.