Solamente Dios nos conoce; Él y sólo Él sabe lo que hay en cada uno. Recordemos fraternalmente que:
- Ser un buen sacerdote supone una conducta heroica, apartada de tibieza o mediocridad.
- Ser un buen sacerdote es optar libremente por una vida pobre, sobria, austera, empeñada en el servicio.
- Ser un buen sacerdote es trabajar con entusiasmo sin limitación de días y de personas.
- Ser un buen sacerdote es ser un vivo testimonio en una sociedad más secularizada, más ajena a la trascendencia.
- Ser un buen sacerdote es tratar bien al hermano sacerdote, si no hay genuina vida fraterna, nuestro ministerio esta mutilado “¿Quiénes saben cuál sacerdote es el más grato a Dios? El que más procura la santificación de sus hermanos sacerdotes, pues si los sacerdotes se ayudan a ser santos, la evangelización está asegurada” (Beato Juan XXIII).
La vida del sacerdote es dar y darse, porque Cristo a él se ha dado desde la cruz, singularmente en la ordenación sagrada. Amigos de Cristo y por amigos de Cristo, servidores y amables de todos.
“El sacerdote debe ser:
- Ojos para llorar los males.
- Oídos para escuchar al pecador arrepentido.
- Labios para invocar la ayuda del Señor Jesús.
- Manos para recibir esa ayuda y prontamente distribuirla.
- Corazón que sinceramente ama a Dios y desea amarlo más”.
San Juan de Ávila
Otra sentencia del mismo Santo:
“Para ganar a los alejados y despertar a los indiferentes, el sacerdote ha de ser muy compasivo y prudente, varón que no descuida la oración y cuya conversación no tiene amargura ni motiva a la indisposición”.