V DOMINGO
TIEMPO ORDINARIO
Is 58,7-10: http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9ajj0ybz.htm
1Co 2,1-5: http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9absinb.htm
Mt 5,13-16: http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9audl4e.htm
La palabra de Dios en este domingo, utiliza la imagen de la luz, para hablar del hombre justo que teme al Señor.
El hombre de fe, que confia en Dios, es un “hombre luminoso”.
Así en la primera lectura, el prófeta Isaías, describe a quien se preocupa del pobre, como un hombre la cual luz surge como la aurora, y a quien constrúye relaciónes de paz y de caridad, como un hombre la cual luz brilla en las tinieblas.
Se presenta la influencia de un hombre justo y generoso, que con su vida ejemplar rompe el hielo de una sociedad cerrada en si mísma, que no se preocupa de los necesítados. Su intervención, sin enbargo, es comparada al calor y a la luminosidad de la luz.
El salmo nos presenta este tema, haciendonos recitar: «El justo resplandece como luz»
En el Evangelio, por último, Jesús mísmo compára a sus discípulos con una lámpara que se debe colocar en el candelero, para que ilumine a todos aquellos que se encuentran en la casa.
La referencia al cajón debajo del cual se esconde la luz, resalta lo absurdo del gesto: la lampara no puede permanecer escondida o cubierta, de lo contrario pierde su sentido y su función.
La luz debe resplandecer y la “luz de los hombres” corresponde a sus obras buenas, osea los actos de amor y de justícia.
La liturgia se conviérte, por lo tanto, en celebración de la luz, que el hombre justo puede irradiar en el mundo con su propio testimonio. El justo, inundado de la luz divina, se conviérte a su vez, en antorcha que alumbra y calienta. Al contrario, muchos, áun siendo bautizados se alejan de la fuente de la luz, que es el amor de Dios, convirtiéndose en expresión de lo absurdo de una luz sofocada por un cajón, del cajón de su propia incoherencia y de la falta de memoria en la fe en Dios hecho hombre, que ha dicho de sí mismo: « Yo soy la Luz».
El testimonio de la fe no pasa sólo a travéz de las palabras, sino a travéz de obras de paz y de justicia. El cristiano, sin esconderse y ser peresoso, debe ser expuesto a luz de Dios, en particular a los benéficiosos rayos de Sol eucaristico, para nutrirse y, recibída la Luz, no debe “capturarla” o encerrarla debajo del proprio “cajón”, sino irradiarla a todos aquellos que lo rodean.
1Co 2,1-5: http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9absinb.htm
Mt 5,13-16: http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9audl4e.htm
La palabra de Dios en este domingo, utiliza la imagen de la luz, para hablar del hombre justo que teme al Señor.
El hombre de fe, que confia en Dios, es un “hombre luminoso”.
Así en la primera lectura, el prófeta Isaías, describe a quien se preocupa del pobre, como un hombre la cual luz surge como la aurora, y a quien constrúye relaciónes de paz y de caridad, como un hombre la cual luz brilla en las tinieblas.
Se presenta la influencia de un hombre justo y generoso, que con su vida ejemplar rompe el hielo de una sociedad cerrada en si mísma, que no se preocupa de los necesítados. Su intervención, sin enbargo, es comparada al calor y a la luminosidad de la luz.
El salmo nos presenta este tema, haciendonos recitar: «El justo resplandece como luz»
En el Evangelio, por último, Jesús mísmo compára a sus discípulos con una lámpara que se debe colocar en el candelero, para que ilumine a todos aquellos que se encuentran en la casa.
La referencia al cajón debajo del cual se esconde la luz, resalta lo absurdo del gesto: la lampara no puede permanecer escondida o cubierta, de lo contrario pierde su sentido y su función.
La luz debe resplandecer y la “luz de los hombres” corresponde a sus obras buenas, osea los actos de amor y de justícia.
La liturgia se conviérte, por lo tanto, en celebración de la luz, que el hombre justo puede irradiar en el mundo con su propio testimonio. El justo, inundado de la luz divina, se conviérte a su vez, en antorcha que alumbra y calienta. Al contrario, muchos, áun siendo bautizados se alejan de la fuente de la luz, que es el amor de Dios, convirtiéndose en expresión de lo absurdo de una luz sofocada por un cajón, del cajón de su propia incoherencia y de la falta de memoria en la fe en Dios hecho hombre, que ha dicho de sí mismo: « Yo soy la Luz».
El testimonio de la fe no pasa sólo a travéz de las palabras, sino a travéz de obras de paz y de justicia. El cristiano, sin esconderse y ser peresoso, debe ser expuesto a luz de Dios, en particular a los benéficiosos rayos de Sol eucaristico, para nutrirse y, recibída la Luz, no debe “capturarla” o encerrarla debajo del proprio “cajón”, sino irradiarla a todos aquellos que lo rodean.