Homilía en la fiesta de la Presentación del Señor
“Lumen ad revelationem Gentium” Comenzábamos la Santa Misa con la bendición de los cirios. Hoy es la fiesta de la luz, de salir al encuentro del Niño Jesús que es aclamado como la Luz de las naciones… Nuevamente nos encontramos con la gran verdad salvadora de la Navidad, del Misterio de la Encarnación: el Hijo de Dios viene a iluminar nuestras tinieblas, viene a mostrarnos, en su Rostro, el Rostro misericordioso del Padre. Viene en su luz a señalarnos el sendero de la vida, quiere saciarnos del gozo de su Presencia, quiere encontrarse con nosotros.
Hoy vivimos la Encarnación como este salir al encuentro del Niño Dios, que como Luz que salva y vivifica viene a nosotros, por las manos de María. Recuerdo el año pasado cuando pude estar en la explanada del antiguo Templo de Jerusalén, contemplando el Monte de los olivos que se encuentra enfrente del mismo. Recuerdo que meditaba con especial emoción en esta primera Misa de la historia…la primera Misa del Hijo de Dios –claro los teólogos no me aceptaran mucho esta afirmación-. Es verdad que la vida de Jesús, desde su encarnación en el seno purísimo de María, fue una Misa continua. Pero la Misa comienza…esa Misa se consumará también en Jerusalén, en una roca en las afueras de la muralla, no ya en el Templo.
Esa Misa será cruenta…ya la anuncia hoy Simeón, pero será nuestra redención. La redención y la luz de toda la familia humana gracias al Sacerdote y a la Hostia que es ofrecido en esa Cruz, gracias a su amor obediente y voluntario que nos salva.
El corazón de toda Misa, de todo sacrificio, es el Amor. Ese Niñito pequeño, que en silencio calla en brazos de sus padres. Ese Niñito que se confunde con los pobres de su pueblo, con los otros niños…ese Niño comienza su Misa. La Misa de Jesús es su Hágase, su Sí amoroso al Padre que repara la infinidad de nuestros “no”, de la dureza de nuestro desamor.
La Misa de Jesús Niño comienza: ¡Aquí estoy Padre, quiero hacer tu Voluntad! Y la patena en donde se ofrece esa Hostia preciosa e inmaculada son las manos virginales de María.
María ofrece a Jesús…hoy recibe la profecía amarga, tan amarga, de la espada que traspasará su alma de Madre. La espada del dolor y del amor…la espada de ver sufrir y morir a su Hijito. La espada de ser llamada a cooperar como Nueva Eva en la vivificación de los hombres. La Madre dolorosa es la Madre de los vivientes, la Madre de la Divina Gracia.
Si queremos ser más exactos la patena en donde se ofrece la primera Misa de Jesús…o el Introito de su Primera Misa, un Introito en donde ya se encuentra todo el Sacrificio, es el Corazón Inmaculado de María. Ese Corazón que será traspasado por las siete espadas es el lugar y es el oferente de Jesús. María ofrece a Jesús por nosotros al Padre, lo ofrece en el ofrecimiento de sí misma, en su entrega de fidelidad de esclava, en su pequeñez de servidora, en su Corazón consagrado morada del Santo de Dios.
Esos cirios que hemos bendecido y que con amor guardaremos en este año, para alejar las tormentas, para encender junto a los enfermos graves, junto a los moribundos, para disipar las tentaciones del maligno y sus engaños, para iluminar nuestros temores y desesperanzas, para ofrecerlos por nuestros queridos difuntos… ¡Esos Cirios son signos de la Primera Misa de Jesús Niño! ¡Cuánto nos habla esa pequeña candela, ese cirio bendito! Nos debe recordar en primer lugar la entrega y la ofrenda de Jesús, del Niño Jesús en el Templo…ofrenda y entrega que se consumirá poco a poco, hasta el Calvario, hasta derramar por nuestro amor sus últimas gotas de Sangre y Agua de su humanísimo Corazón…
La luz de ese cirio bendito nos habla de la vida consumida de Jesús por nuestro amor…una vida de pobre, una vida virginal, una vida de obediencia hasta la muerte y muerte de Cruz. Esa vida que elegimos en nuestra profesión religiosa, esa vida en donde queremos concentrar nuestra alegría. Jesús a través de su sacrificio llega a ser la Luz de las naciones, nuestra Luz, la Luz que disipa nuestras sombras de muerte, nuestras angustias, nuestras dudas, nuestras incertidumbres. Jesús Luz, Jesús alegría…como canta San Bernardo, ese Jesús que cuando visita el corazón aleja de él toda oscuridad. “Quando cor nostrum visitas, tunc lucet ei veritas, mundi vilescit vanitas, et intus fervet caritas.”
La candela, el cirio, no sólo ilumina sino que arde, quema. Pensemos en la fuerza de esa llamita. Un incendio devastador puede iniciarse tan sólo con esta pobre llamita de nuestras candelas, esas candelas que teníamos encendidas durante la proclamación del Evangelio. Ese Niño Jesús es también un bebito de cuarenta días…¿qué paradoja, verdad? El Dios fuerte, para salvarnos, para hacernos fuertes, elige hacerse un bebito. Pero en ese bebito, que sólo puede nutrirse del pecho de su Madre bendita, está el Fuego que arde eternamente en el Amor Trinitario. Ese Niño es el Fuego que todo lo que toca lo transforma en sí mismo. En ese Niñito está escondido todo el Amor de Dios. Ese Amor en donde está nuestro gozo y plenitud. Nuestro corazón ha sido creado para encontrarse con ese Amor, ser poseídos por ese Amor y ser comunicadores de ese Fuego que todo lo renueva. Así es Dios, así obra Dios…de una pequeña llamita pueda hacer surgir un incendio de caridad, un incendio de corazones, una generación de Santos, un nuevo Pentecostés. Un alma que se entrega de veras a la acción de esa Llama puede incendiar el mundo…¿no fue así la vida de los Santos?
Pero claro ¡exponerse al fuego, por más que sea una pequeña llamita, duele! El Amor de Dios, de Jesucristo, nos purifica, nos quema, nos hace doler para sacarnos todas las asperezas, todas las resistencias a su Gracia, al Soplo de su Espíritu. ¡La Santidad de Jesucristo quema hasta que se va transformando, si le dejamos, en Llama que consume y no da pena!
Jesús Luz y fuego que no tengamos miedo de darnos a ti…a tu acción salvadora y transfigurante… ¡queremos ser esos cirios humildes…que seas sólo Tú la llama que nos consuma y nos abra en luz que glorifica al Padre y que señala tu camino, tu vivir, a los hermanos! ¡Ayúdanos a que viendo cada día estos cirios en nuestras celdas podamos recordar que nos hemos ofrecido contigo, en tu Primera Misa, en la Misa continuada que fue tu vida! ¡Ayúdanos a vivir en la patena de las manos y el Corazón virginal e inmaculado de María! En ese Corazón aprendemos a ser consagrados, a vivir en oblación constante y continua de amor.
Por último el cirio o candela debe recordarnos la esperanza. Debe afirmar la esperanza. Por esto la Iglesia nos invita a encenderlos en los momentos tristes y oscuros de la vida, nos invita a encenderlos junto a los retratos de nuestros seres queridos difuntos o como súplica silenciosa por aquellos que amamos.
Nos dice tanto un cirio que se consume en suplica y en oración junto a una imagen de nuestra Madre bendita o junto al Crucifijo o al Sagrado Corazón de Jesús. Es expresión de nuestra oración que tiene que ser “quemante” como esa llamita o sea brotar de la caridad. ¡La oración más poderosa es la que brota de una caridad humilde, perseverante y confiada!
El cirio, la candelaria nos habla de la esperanza. Personalmente experimento día a día tanta compasión al escuchar los problemas, las tribulaciones, las penas casi infinitas de tantos hermanos. ¡Cuánto dolor hay en medio de nosotros! ¡Cuántas sombras de dolor!
Hoy recordamos a dos ancianitos fieles que nunca se agotaron en su esperar doloroso y paciente. Esas lágrimas de Simeón, años y años de súplicas por el Salvador de su pueblo desgarrado e indolente, se vieron recompensadas por el abrazo del Niño Jesús. La Promesa se ha cumplido, la Fidelidad de Dios nunca falla.
Hoy vivimos la Encarnación como este salir al encuentro del Niño Dios, que como Luz que salva y vivifica viene a nosotros, por las manos de María. Recuerdo el año pasado cuando pude estar en la explanada del antiguo Templo de Jerusalén, contemplando el Monte de los olivos que se encuentra enfrente del mismo. Recuerdo que meditaba con especial emoción en esta primera Misa de la historia…la primera Misa del Hijo de Dios –claro los teólogos no me aceptaran mucho esta afirmación-. Es verdad que la vida de Jesús, desde su encarnación en el seno purísimo de María, fue una Misa continua. Pero la Misa comienza…esa Misa se consumará también en Jerusalén, en una roca en las afueras de la muralla, no ya en el Templo.
Esa Misa será cruenta…ya la anuncia hoy Simeón, pero será nuestra redención. La redención y la luz de toda la familia humana gracias al Sacerdote y a la Hostia que es ofrecido en esa Cruz, gracias a su amor obediente y voluntario que nos salva.
El corazón de toda Misa, de todo sacrificio, es el Amor. Ese Niñito pequeño, que en silencio calla en brazos de sus padres. Ese Niñito que se confunde con los pobres de su pueblo, con los otros niños…ese Niño comienza su Misa. La Misa de Jesús es su Hágase, su Sí amoroso al Padre que repara la infinidad de nuestros “no”, de la dureza de nuestro desamor.
La Misa de Jesús Niño comienza: ¡Aquí estoy Padre, quiero hacer tu Voluntad! Y la patena en donde se ofrece esa Hostia preciosa e inmaculada son las manos virginales de María.
María ofrece a Jesús…hoy recibe la profecía amarga, tan amarga, de la espada que traspasará su alma de Madre. La espada del dolor y del amor…la espada de ver sufrir y morir a su Hijito. La espada de ser llamada a cooperar como Nueva Eva en la vivificación de los hombres. La Madre dolorosa es la Madre de los vivientes, la Madre de la Divina Gracia.
Si queremos ser más exactos la patena en donde se ofrece la primera Misa de Jesús…o el Introito de su Primera Misa, un Introito en donde ya se encuentra todo el Sacrificio, es el Corazón Inmaculado de María. Ese Corazón que será traspasado por las siete espadas es el lugar y es el oferente de Jesús. María ofrece a Jesús por nosotros al Padre, lo ofrece en el ofrecimiento de sí misma, en su entrega de fidelidad de esclava, en su pequeñez de servidora, en su Corazón consagrado morada del Santo de Dios.
Esos cirios que hemos bendecido y que con amor guardaremos en este año, para alejar las tormentas, para encender junto a los enfermos graves, junto a los moribundos, para disipar las tentaciones del maligno y sus engaños, para iluminar nuestros temores y desesperanzas, para ofrecerlos por nuestros queridos difuntos… ¡Esos Cirios son signos de la Primera Misa de Jesús Niño! ¡Cuánto nos habla esa pequeña candela, ese cirio bendito! Nos debe recordar en primer lugar la entrega y la ofrenda de Jesús, del Niño Jesús en el Templo…ofrenda y entrega que se consumirá poco a poco, hasta el Calvario, hasta derramar por nuestro amor sus últimas gotas de Sangre y Agua de su humanísimo Corazón…
La luz de ese cirio bendito nos habla de la vida consumida de Jesús por nuestro amor…una vida de pobre, una vida virginal, una vida de obediencia hasta la muerte y muerte de Cruz. Esa vida que elegimos en nuestra profesión religiosa, esa vida en donde queremos concentrar nuestra alegría. Jesús a través de su sacrificio llega a ser la Luz de las naciones, nuestra Luz, la Luz que disipa nuestras sombras de muerte, nuestras angustias, nuestras dudas, nuestras incertidumbres. Jesús Luz, Jesús alegría…como canta San Bernardo, ese Jesús que cuando visita el corazón aleja de él toda oscuridad. “Quando cor nostrum visitas, tunc lucet ei veritas, mundi vilescit vanitas, et intus fervet caritas.”
La candela, el cirio, no sólo ilumina sino que arde, quema. Pensemos en la fuerza de esa llamita. Un incendio devastador puede iniciarse tan sólo con esta pobre llamita de nuestras candelas, esas candelas que teníamos encendidas durante la proclamación del Evangelio. Ese Niño Jesús es también un bebito de cuarenta días…¿qué paradoja, verdad? El Dios fuerte, para salvarnos, para hacernos fuertes, elige hacerse un bebito. Pero en ese bebito, que sólo puede nutrirse del pecho de su Madre bendita, está el Fuego que arde eternamente en el Amor Trinitario. Ese Niño es el Fuego que todo lo que toca lo transforma en sí mismo. En ese Niñito está escondido todo el Amor de Dios. Ese Amor en donde está nuestro gozo y plenitud. Nuestro corazón ha sido creado para encontrarse con ese Amor, ser poseídos por ese Amor y ser comunicadores de ese Fuego que todo lo renueva. Así es Dios, así obra Dios…de una pequeña llamita pueda hacer surgir un incendio de caridad, un incendio de corazones, una generación de Santos, un nuevo Pentecostés. Un alma que se entrega de veras a la acción de esa Llama puede incendiar el mundo…¿no fue así la vida de los Santos?
Pero claro ¡exponerse al fuego, por más que sea una pequeña llamita, duele! El Amor de Dios, de Jesucristo, nos purifica, nos quema, nos hace doler para sacarnos todas las asperezas, todas las resistencias a su Gracia, al Soplo de su Espíritu. ¡La Santidad de Jesucristo quema hasta que se va transformando, si le dejamos, en Llama que consume y no da pena!
Jesús Luz y fuego que no tengamos miedo de darnos a ti…a tu acción salvadora y transfigurante… ¡queremos ser esos cirios humildes…que seas sólo Tú la llama que nos consuma y nos abra en luz que glorifica al Padre y que señala tu camino, tu vivir, a los hermanos! ¡Ayúdanos a que viendo cada día estos cirios en nuestras celdas podamos recordar que nos hemos ofrecido contigo, en tu Primera Misa, en la Misa continuada que fue tu vida! ¡Ayúdanos a vivir en la patena de las manos y el Corazón virginal e inmaculado de María! En ese Corazón aprendemos a ser consagrados, a vivir en oblación constante y continua de amor.
Por último el cirio o candela debe recordarnos la esperanza. Debe afirmar la esperanza. Por esto la Iglesia nos invita a encenderlos en los momentos tristes y oscuros de la vida, nos invita a encenderlos junto a los retratos de nuestros seres queridos difuntos o como súplica silenciosa por aquellos que amamos.
Nos dice tanto un cirio que se consume en suplica y en oración junto a una imagen de nuestra Madre bendita o junto al Crucifijo o al Sagrado Corazón de Jesús. Es expresión de nuestra oración que tiene que ser “quemante” como esa llamita o sea brotar de la caridad. ¡La oración más poderosa es la que brota de una caridad humilde, perseverante y confiada!
El cirio, la candelaria nos habla de la esperanza. Personalmente experimento día a día tanta compasión al escuchar los problemas, las tribulaciones, las penas casi infinitas de tantos hermanos. ¡Cuánto dolor hay en medio de nosotros! ¡Cuántas sombras de dolor!
Hoy recordamos a dos ancianitos fieles que nunca se agotaron en su esperar doloroso y paciente. Esas lágrimas de Simeón, años y años de súplicas por el Salvador de su pueblo desgarrado e indolente, se vieron recompensadas por el abrazo del Niño Jesús. La Promesa se ha cumplido, la Fidelidad de Dios nunca falla.
Este Niño es el Sí de Dios. El Sí de la Promesa ha llegado. ¡Es el Emmanuel! ¡Dios está con nosotros! ¿Quién contra nosotros? ¿Quién podrá separarnos del Amor de Dios manifestado en ese silencioso Niño por el cual se ofrecen las palomitas de los pobres? La viuda Ana, la mujer de los ayunos y las oraciones, las viejitas de nuestros templos con su rosario, con su vida entregada y dolorosa, ellas mantienen abierto nuestro pobre mundo al Consuelo de Dios. ¡Benditas Anas de nuestros Templos, guardianas de la esperanza, no dejen de ayunar y orar para que el Consuelo de Dios, el Espíritu Santo, pueda seguir descendiendo y renovando la faz de la Tierra.
Los viejitos Simeón y Ana nos hablan de la fidelidad de Dios que nos escucha. Ninguna oración sincera y humilde cae en saco roto, sino que es acogida en el Corazón de Dios. Dios recoge en su Corazón todas nuestras lágrimas…y llegará el Día en que el Espíritu nos moverá para salir al encuentro del Señor que viene a nosotros para ya nunca apartarnos de su compañía.
Presentación del Señor, fiesta del Encuentro con el Salvador, Primera Misa de Jesús por la manos de María. Pidamos a la Madre de la Luz que nuestra vida también se consuma en holocausto, en la ofrenda de los pobres, para suplicar y hacer efectivo el encuentro de todo corazón con Jesús. ¡Qué la Virgen presente nuestro pobre Sí en su grandioso Sí y lo una al Sí de su amado Niño Jesús! Amén.
P. Marco Antonio Foschiatti
(meditación en la Santa Misa con la bendición
(meditación en la Santa Misa con la bendición
de las candelas en la Capilla de las Hermanas
Dominicas de Santa Catalina de Siena