viernes, 11 de diciembre de 2009

Cartas de Santa Teresita al abate Bellière, hermano espiritual (III)


Miércoles noche , 24 de febrero de 1897
Jesús
+
Señor abate:
Antes de entrar en el silencio de la santa cuarentena, quiero añadir unas letras a la carta de nuestra venerada Madre para darle las gracias por la que usted me envió el mes pasado. Si a usted le consuela pensar que en el Carmelo una hermana ora por usted sin cesar, mi gratitud hacia Nuestro Señor no es menor que la suya, pues él me ha dado un hermanito destinado por él a ser su sacerdote y su apóstol... Verdaderamente, sólo en el cielo sabrá usted cuánto le quiero. Siento que nuestras almas fueron hechas para comprenderse. Esa su prosa, que usted llama "ruda y pobre", me revela que Jesús ha puesto en su corazón unas aspiraciones que sólo concede a las almas que él llama a la más alta santidad. Puesto que él mismo me ha elegido para ser su hermana, espero que no mirará mi debilidad, o, mejor dicho, que se servirá de esta misma debilidad para llevar a cabo su obra, pues al Dios fuerte le gusta mostrar su poder sirviéndose de lo que no es nada. Unidas a él, nuestras almas podrán salvarle muchas almas, pues el buen Jesús ha dicho: ""Si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, mi Padre del cielo se lo concederá". Y lo que nosotros le pedimos es trabajar por su gloria, amarle y hacerle amar... ¿Cómo no van a ser bendecidas nuestra unión y nuestra plegaria? Señor abate, ya que el cántico sobre el amor le ha gustado, nuestra Madre me ha dicho que le copie algunos más, pero no los recibirá hasta dentro de algunas semanas, porque tengo pocos momentos libres, incluso los domingos, debido a mi oficio de sacristana. Estas pobres poesías le revelarán, no lo que soy, sino lo que quisiera y debiera ser... Al componerlas, he atendido más al fondo que a la forma. Por eso, no siempre se respetan las reglas de la versificación, pues lo que buscaba era expresar mis sentimientos (o, mejor, los sentimientos de una carmelita) a fin de responder a los deseos de mis hermanas. Esos versos responden mejor a la sensibilidad de una religiosa que a la de un seminarista; no obstante, espero que le gusten. ¿No es acaso su alma la prometida del Cordero de Dios y no será pronto su esposa, el día bendito de su ordenación de subdiácono? Le agradezco, señor abate, el haberme escogido para madrina del primer niño que tenga el gozo de bautizar. Me toca, pues, a mí escoger el nombre de mi futuro ahijado. Quiero darle por protectores a la Santísima Virgen, a san José y a san Mauricio, patrono de mi querido hermanito. Es cierto que ese niño no existe todavía más que en el pensamiento de Dios, pero ya ruego por él y cumplo por adelantado mis deberes de madrina. También ruego por todas las almas que le van a ser confiadas, y sobre todo pido a Jesús que hermosee la suya con toda clase de virtudes, en especial con su amor.
Me dice usted que reza también mucho por su hermana. Ya que me hace esta caridad, me gustaría mucho que rezase todos los días esta oración en la que se encierran todos mis deseos: "Padre misericordioso, en el nombre de nuestro buen Jesús, de la Virgen María y de los santos, te suplico que abrases a mi hermana en tu Espíritu de amor y que le concedas la gracia de hacerte amar mucho..." Usted me ha prometido rezar por mí durante toda su vida, que, sin duda, será más larga que la mía, y no le será dado cantar como a mí: "Mi destierro, lo espero, será breve..."; pero tampoco le estará permitido olvidarse de su promesa. Si el Señor me lleva pronto con él, le pido que continúe rezando todos los días esa breve oración, pues en el cielo desearé lo mismo que deseo ahora en la tierra: amar a Jesús y hacerle amar. Señor abate, debo de parecerle muy rara, y quizás hasta lamente tener una hermana que, al parecer, quiere ir gozar del descanso eterno y dejarlo a usted solo trabajando... Pero tranquilícese, que lo único que deseo es la voluntad de Dios, y le confieso que si en el cielo no pudiese seguir trabajando por su gloria, preferiría el destierro a la patria. Desconozco el futuro, pero si Jesús convierte en realidad mis presentimientos, le prometo seguir siendo su hermanita allá en el cielo. Nuestra unión, lejos de romperse, se hará más estrecha; allí ya no habrá ni clausura ni rejas, y mi alma podrá volar con usted a las lejanas misiones.
Nuestros papeles seguirán siendo los mismos: el suyo, las armas apostólicas, el mío, la oración y el amor... Señor abate, me doy cuenta de que me estoy olvidando del tiempo, es ya tarde y dentro de unos minutos tocarán al Oficio divino; sin embargo, tengo que hacerle todavía una petición. Me gustaría que me escribiese las fechas importantes de su vida, a fin de poderme unir a usted de una manera muy especial para agradecerle a nuestro Salvador las gracias que le ha otorgado. En el Sagrado Corazón de Jesús Hostia, que pronto será expuesto a nuestra adoración, me siento dichosa de poder llamarme siempre:
Su menor y humilde hermanita,
Teresa del Niño Jesús de la Santa Faz
rel. carm. ind.