martes, 1 de diciembre de 2009

Cartas de Santa Teresita al abate Bellière, hermano espiritual (II)



J.M.J.T.
Carmelo de Lisieux, 26 de diciembre de 1896
Señor abate:
Hubiese querido contestarle antes, pero la Regla del Carmelo no permite escribir ni recibir cartas durante el tiempo de adviento. Sin embargo, nuestra Madre me permitió, por excepción, leer la suya, comprendiendo que usted necesitaba ser ayudado especialmente con la oración. Le aseguro, señor abate, que hago todo lo que está en mis manos para alcanzarle las gracias que necesita; y esas gracias ciertamente le serán concedidas, pues Nuestro Señor no nos pide nunca sacrificios superiores a nuestras fuerzas. Es cierto que a veces Nuestro Salvador nos hace sentir toda la amargura del cáliz que presenta a nuestro espíritu. Y cuando pide el sacrificio de todo lo que nos es más querido en este mundo, es imposible, a no ser por una gracia especialísima, no exclamar como él en el huerto de la agonía: "¡Padre, aparta de mí este cáliz!... Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya". Es muy consolador pensar que Jesús, el Dios fuerte, conoció nuestras debilidades y tembló a la vista del cáliz amargo, ese cáliz que poco antes había deseado tan ardientemente beber... Señor abate, verdaderamente es hermosa la parte que le ha tocado, pues Nuestro Señor la escogió para sí y fue el primero en mojar sus labios en la copa que a usted le ofrece. Un santo ha dicho: ¡El mayor honor que Dios puede hacer a un alma no es darle mucho, sino pedirle mucho! Jesús lo trata, pues, como a un privilegiado. Quiere que usted comience ya su misión y que por medio del sufrimiento le salve ya almas. ¿No fue por el sufrimiento y por la muerte como él mismo redimió al mundo...? Yo sé que usted aspira a sacrificar su vida por el divino Maestro, pero el martirio del corazón no es menos fecundo que el derramamiento de sangre, y este martirio es desde ahora ya el suyo. Tengo, pues, mucha razón al decir que es hermosa la parte que le ha tocado y que es digna de un apóstol de Cristo. Señor abate, usted viene a buscar consolaciones junto a la que Jesús le ha dado por hermana, y tiene derecho a hacerlo. Y ya que nuestra Reverenda Madre me da permiso para escribirle, quisiera responder a la grata misión que se me ha confiado; pero siento que el medio más seguro para lograrlo es orar y sufrir... Trabajemos juntos en la salvación de las almas, no tenemos más que el único día de esta vida para salvarlas y dar así al Señor pruebas de nuestro amor. El mañana de este día será la eternidad, y entonces Jesús le devolverá centuplicadas las alegrías tan dulces y legítimas que usted hoy le sacrifica. Él conoce el alcance de su sacrificio, él sabe que el sufrimiento de sus seres queridos aumenta aún más el suyo propio. Pero él también sufrió este martirio: por salvar nuestras almas, abandonó a su Madre, vio a la Virgen Inmaculada de pie junto a la cruz con el corazón traspasado por una espada de dolor. Pero eso, espero que nuestro divino Salvador consuele a su madre de usted, y así se lo pido encarecidamente.
Si a quienes usted va a abandonar por su amor, el divino Maestro les dejase entrever la gloria que le tiene reservada, la multitud de almas que formarán su cortejo en el cielo, se verían ya recompensados del enorme sacrificio que su alejamiento les va a producir. Nuestra Madre sigue enferma, aunque de unos días a esta parte se encuentra un poco mejor; espero que el divino Niño Jesús le devuelva las fuerzas, que ella gastará en su servicio. Esta Madre venerada le envía esa estampa de san Francisco de Asís, que le enseñará la forma de encontrar la alegría en medio de las pruebas y las luchas de la vida. Espero, señor abate, que siga rezando por mí, que no soy un ángel, como usted parece creer, sino un pobre carmelita cargada de imperfecciones, que, sin embargo, a pesar de su pobreza, tiene igual que usted el deseo de trabajar por la gloria de Dios. Sigamos unidos por la oración junto al pesebre de Jesús.
Su indigna hermanita,
Teresa del Niño Jesús de la Santa Faz
rel. carm. ind.