viernes, 4 de diciembre de 2009

Card. Verdier: María, colaboradora del Sacerdote



María es la dueña y Reina de nuestra casa, propietaria de todo lo que poseemos, la verdadera Superiora. Nos gusta hacerlo todo bajo su mirada y con su bendición.
Le confiamos nuestras oraciones, estudios, proyectos, nuestras alegrías y penas, esperanzas y decepciones.
Si profesamos que en nuestras vidas nada debe escapar de Dios, si debemos ir enteramente a Jesús, queremos que sea a través de María.
¡Oh María! Esta absoluta dependencia ha dado a nuestras vidas encanto, una íntima dulzura, una piedad calurosa, una confianza filial, un profundo placer... ¡Seas, Madre mía, siempre bendecida!
Es necesario que María sea siempre vuestra universal colaboradora, que vuestras oraciones, estudios, reflexiones, proyectos, apostolado, se hagan bajo la mirada y con su bendición maternal.
¡Ah!, felices vosotros si María está siempre a vuestro lado, si su mano os guía, si su Corazón os inspira y os consuela... vuestras vidas serán dulces, puras, sobrenaturales...
Cuando llegando a la iglesia a decid a María: “Madre mía, entra Tú la primera. Quiero rezar contigo en esta casa tuya y mía. Quiero, contigo, vivir mi Sacerdocio”. Y después cuando volváis a casa y abráis la puerta, deteneos una vez más, invitad a María a entrar y decidle: “Oh Madre mía, entra Tú primero, quiero vivir en este hogar contigo, y mortificarme a tu lado... con paciencia..., en pureza y caridad”.
Y, por fin, cuando abráis la puerta de vuestra habitación, deteneros otra vez, invitad a vuestra Madre a pasar delante y decidle: “Aquí, sobre todo, Madre mía, no me dejes solo. Quiero aquí rezar, estudiar, dormir bajo tu mirada, cerca de tu Corazón”.
Sí, buscad con amor filial en María, en su Corazón maternal, el remedio contra vuestro orgullo, contra la dureza de vuestro carácter, contra las reacciones violentas que con frecuencia paralizan vuestro Sacerdocio. Sí, buscad en el Corazón de María, imagen fiel del Corazón de Jesús, la dulce humildad, la caridad, la paciencia, la confianza que no abate, la alegre sumisión a la voluntad de Dios! Sólo me queda deciros brevemente que María debe ser para nosotros, después de Jesús, la primera colaboradora de todas nuestras acciones.
Cardenal Verdier, “A mis sacerdotes”, París 1939
Tomado de la Hoja Auxiliares del Oasis de Cristo Sacerdote