Sólo Jesús es el buen pastor, porque solo él ha sido libre de esos pequeños defectos en que cayeron también los más grandes santos, que hasta ahora ilustraron y embellecieron a la santa iglesia católica. Pero esto no impide que se puedan llamar buenos esos pastores de almas, que ayudados por la gracia del Pastor supremo Jesucristo cuidan de las ovejitas que les han sido confiadas no como propias, sino como hijas de un Dios, que las ha redimido derramando toda su preciosísima sangre, sino para amarlas en el Señor, y dispuestos a dar aún la vida propia para salvarlas, según el ejemplo del Redentor divino.
Muchos son los pastores establecidos por voluntad divina para regir y gobernar el cuerpo místico de la iglesia, que milita en medio de los escollos del mar undoso del mundo. Jesucristo, pastor bueno y santísimo, antes de volver al Padre deja como jefe de esta misma iglesia a san Pedro, y en la persona de Pedro a todos los pontífices romanos, que serán hasta la consumación de los siglos. (...)
Yo también soy pastor, como párroco de esta iglesia, y ustedes son mis ovejitas muy amadas; soy su pastor, y por lo tanto tengo la obligación de pastorear sus mentes con el alimento de la palabra de Dios, sin la cual no podrían vivir por mucho tiempo en la gracia de Dios; porque lo que hace falta al cuerpo es comer y beber para conservar la vida temporal; Igualmente hace falta al alma la palabra divina para no caer de nuevo en el pecado. Yo pastor de ustedes tengo que enseñarles los caminos de la justicia y de la santidad, tengo que reñirles y reprender sus costumbres depravadas, cuando los veo arrastrados por el torrente de los vicios, cuando se que violan la ley santa del Señor. Yo su pastor debo pastorear sus almas con los santos sacramentos, de día y de noche, según lo pidan su necesidad, sacrificando por el bien espiritual de ustedes el bienestar, las comodidades, el descanso y hasta la misma vida, cuando el honor de Dios y el bien verdadero de ustedes lo exijan.
Pero si esta es la obligación del pastor, no menor será la obligación de las ovejas hacia el pastor. Obligación de ustedes es la de venir a escucharme en los días de fiesta, cuando desde el santo altar les anuncio la palabra del evangelio, que es palabra de Dios. Y estén seguros que si no me escuchan, no podrán ser de ninguna manera mis ovejas; porque las ovejas, nos dice hoy Jesucristo, escuchan las voces de su pastor: y si no son mis ovejas fieles, tampoco podrán serlo del Pastor eterno Jesucristo, que me ha dicho, haciéndome su sacerdote y ministro: “Quien te escucha, a mí me escucha; y quien no quiere escucharte, no me escuchará a mí”. Por eso es obligación de ustedes escuchar con respeto las correcciones, que en mi conciencia me siento en la obligación de hacerles cuando faltan en algo, y obedecer a mis preceptos, a mis enseñanzas: Sepan con certeza que, con la ayuda de Dios, no les voy a enseñar cosas malas, como me parece que nunca se las enseñé. También estarían en la obligación de proveerme lo que yo necesite para vivir, si yo no tuviera otros medios para ir adelante. Y si los tengo, pero la iglesia es pobre, y necesita muchas cosas. Necesita ornamentos sagrados, ropa blanca, cera, necesita todo, y por lo tanto a ustedes les toca ayudarla. Den limosnas, ofrezcan dones, para que se pueda mantener el culto divino, para que se pueda honrar a la virgen María y a los santos que se veneran en la iglesia. No tengan miedo que sus limosnas se las coman los hermanos: para ellos ni un centavo. Servirán sólo para las necesidades de la iglesia. Estas, que les he anunciado, son las obligaciones de ustedes. Ahora díganme, ¿las han cumplido en el pasado? ¿Han venido al Evangelio, a la doctrina, al catecismo para escucharme y poner en práctica cuanto en el nombre del Señor yo les anunciaba? Muchos, en lugar de venir a escuchar la voz de su pastor, van a jugar, a divertirse, a emborracharse en las tabernas y en las cantinas. Otros, en la hora de las celebraciones sagradas, en el tiempo de la prédica, de la instrucción religiosa, se dedican a los amores, visitas, prácticas escandalosas y desenfrenadas. Cuando yo reprendía sus defectos, cuando denunciaba sus costumbres depravadas, en lugar de escucharme con respeto, con reverencia, como merece un ministro de Dios, iban a dilacerarme con éste o con aquello, iban a murmurar en contra de mí. Miren bien que no quiero referirme a todos ustedes; sino a algunos solamente.
Hermanos e hijos muy queridos: si en mí no quieren respetar la persona, porque yo soy pecador como ustedes, respeten al menos el carácter sagrado con que estoy adornado, respeten al menos esa jerarquía de que estoy revestido. Más bien, si ven en mí algún defecto, encomiéndenme a Dios, a la Virgen santísima, para que yo pueda cumplir con mis deberes, y enseñarles a todos más con el ejemplo que con las palabras el camino de la salvación.