«SOLLÍCITE CURA TEIPSUM»
Pío XII añade: "Todos los santos y santas han considerado siempre la fuga y la atenta vigilancia para alejar con diligencia toda ocasión de pecado como el medio mejor de vencer en esta materia."
Pero hoy parece que no todos piensen así. Algunos sostienen que todos los cristianos, y sobre todo los sacerdotes, no deben estar segregados del mundo, como en tiempos pasados, sino ser presentados al mundo y, por tanto, es necesario ponerles al desbarate y exponer al riesgo su castidad, a fin que demuestren si tienen o no la fuerza de resistir. Por tanto los jóvenes clérigos han de verlo todo, para acostumbrarse a mirarlo tranquilamente y hacerse así insensibles a cualquier perturbación. Por eso les permiten fácilmente mirar cuanto sucede, sin regla alguna de modestia; frecuentar los cines, incluso cuando se trata de películas prohibidas por los censores eclesiásticos; hojear cualquier revista, aunque sea obscena; leer todo tipo de novelas, aun las inscritas en el Índice o prohibidas por la misma ley natural. Y conceden esto porque dicen que las masas de hoy viven ya únicamente de tales espectáculos y de tales libros; y quien quiera ayudarlas, tiene que entender su modo de pensar y de ver. Pero es fácil comprender lo errado y peligroso de este sistema de educar al joven clero para guiarle a la santidad de su estado. “El que ama el peligro perecerá en él” (Sir 3,25/26). Cae oportuno el aviso de san Agustín: “No digas tener alma pura, si tienes ojos inmodestos, pues el ojo inmodesto es indicio de corazón impuro”.
»Un método de formación tan funesto se apoya en un razonamiento muy confuso. Jesucristo dijo de sus Apóstoles: “Yo les he mandado al mundo”; pero antes había dicho: “Ellos no son del mundo; como tampoco yo soy del mundo”, y había orado con estas palabras a su Padre divino: “No te pido que les saques del mundo, sino que les libres del mal”. Así pues, la Iglesia, guiada por esos mismos principios, ha establecido normas oportunas y sensatas para alejar a los sacerdotes de los peligros en que fácilmente pueden caer viviendo en el mundo; con tales normas la santidad de su vida queda suficientemente al reparo de las agitaciones y de los placeres de la vida laical.
»Con más razón aún los jóvenes clérigos, para ser formados en la vida espiritual y en la perfección sacerdotal y religiosa, tienen que estar segregados del tumulto secular, antes de ser introducidos en la lucha de la vida; permanezcan pues largo tiempo en el seminario o en el escolasticado para recibir una educación diligente y esmerada, aprendiendo poco a la vez y con prudencia a tomar contacto con los problemas de nuestro tiempo, conforme a cuanto escribimos en nuestra exhortación apostólica Menti Nostræ (1950)».
Por lo demás, vale la palabra de san Pablo respecto a los pensamientos: «Todo lo que sea verdadero, todo lo respetable, todo lo justo, todo lo limpio, todo lo estimable, todo lo de buena fama, cualquier virtud o mérito que haya, eso tenedlo por vuestro (sea objeto de vuestros pensamientos)» [Flp 4,8].