Caridad verdadera y perfecta para con Dios es, cuando el anima con todas sus fuerzas se junta con Dios, sin buscar el interés temporal, ni eterno, sino que pura y solamente se aficiona Dios por su nobleza, bondad, santidad, perfección y natural bienaventuranza.
Porque el anima santa aborrece, y huye de amar a Dios, principalmente por comodidad, o premio que de Él espere. Así como el Señor con toda su bondad se infunde al alma, y desea comunicarle su bienaventuranza, sin esperar, ni pretender de ella jamás utilidad alguna. Que el que solamente ama a Dios porque es bueno para con él principalmente, y porque le haga partícipe de su gloria, este tal no tiene perfecta caridad.
Para la verdadera caridad, es gran motivo, el verdadero y perfecto conocimiento del bien, proque en él está encerrada la materia de todo el amor. Es a saber, la nobleza, la santidad, la potencia, la sabiduría, y providencia, etc. También es grande estímulo para ejercitar esta caridad, el amor eterno con que el Señor nos ama, inmenso, continuo y fidelísimo.
La señal de la verdadera caridad nos da el Señor en San Juan (14) diciendo: El que tiene mis mandamientos, y los guarda, este es el que me ama. Y San Agustín dice: Tanto amamos a Dios, cuanto guardamos sus mandamientos. Y lo mismo habemos de entender de los votos que hicimos por nuestra libre voluntad, los cuales después de hechos nos obligan como si fuesen preceptos.
Y San Gregorio conformándose con esta doctrina dice: Entrad dentro de vuestra anima hermanos míos, y escudriñad si de veras amais a Dios, pero no crea nadie lo que de este amor le testifica su corazón, si no lo comprueba con las obras. La lengua, el corazón, la vida, ha de ser examinada sobre este amor del Criador, porque nunca está ocioso si es verdadero, antes obra grandes cosas, y sino quiere obrar, no es amor.
Esta ejecución de las obras, y guarda de los mandamientos se deben purificar con la intención, para que no se hagan principalmente, o por temor de la pena, o por esperanza del galardón. porque como dice San Agustín, aquel ama a Dios que no se mueve a hacer lo que le mandan por lo terrible de la pena, ni por codicia del premio, sino porque es santo y honesto lo que se manda.
Otras dos señales hay para conocer que nuestra dilección es verdadera para con Dios. la primera, si el hombre se goza y da gracias a Dios de todo lo que place y agrada a su divina Majestad, por quien quiera, y en cualquier tiempo, y lugar que ello se haga. Que el amor natural no merece alabanza delante de Dios, porque siempre mira a si, sino solamente el amor gratuito y desinteresado, porque pone los ojos en el amado.
La segunda señal es, entristecerse de todo lo que desagrada y es ofensa de Dios por cualquier persona, y en cualquier tiempo y lugar que se haga.
La verdadera caridad para con el prójimo es, amar al prójimo como a sí mismo, sea amigo, sea enemigo.
Y así dice San Agustín: Amar al prójimo, como a si mismo, es amarle en Dios, y para Dios, y por Dios. Debe cada uno amar al prójimo como a sí mismo, porque como así desea todo lo bueno, y huye todo lo malo, así lo haga con su prójimo.
O que así como cada uno ama su propio bien en el cuerpo y en el anima, y la hacienda y la honra, y aborrece, y huye en estas cuatro cosas su propio daño, así lo haga con su prójimo, sea amigo, sea enemigo, amándole y deseándole todo el bien, y apartándose de cualquier daño. Aunque no está nadie obligado por razón de este precepto a amar tanto, ni con tanto fervor a su prójimo, como a si mismo.
La verdadera caridad no se echa de ver en el amor del amigo, porque los gentiles, e infieles también aman a los que los aman, pero muéstrase en el amor del enemigo. Querer bien a quien me quiere, la naturaleza nos lo enseña, la cual no merece vida eterna; mas amar de veras al que no nos ama, es gracia Divina. Pero aún hay otro grado más alto de esta verdadera caridad para con el prójimo, que se saca de la glosa sobre San Mateo, que dice: Amar al que ama, es de la naturaleza; mas atraer con beneficios al que no ama para que ame, es de hombres perfectos. Y puesto caso que ninguno está obligado a amar tanto, y con tanto fervor al enemigo, como al amigo, pero sería dichoso, y sumamente perfecto el que pudiese amar tanto y más al enemigo como al amigo, e hiciese obras de caridad tanto al que le corrige, como al que le acaricia, al que le vitupera, como al que le alaba. Porque como dice San Juan Crisóstomo, ninguna cosa nos hace tanto semejantes a Dios, como el ser blandos, y amorosos para con los que son malignos, y nos ofenden. Y sin duda que el hombre alcanzaría mayor gracia, y gloria, cuando es perseguido, que cuando es favorecido, si se supiese aprovechar, y así mas bien hicieron a los santos mártires, para alcanzar la gloria eterna.
Al amor del prójimo nos debe mover la naturaleza, porque naturalmente cada anima ama a su semejante: y porque resplandece en el la imagen de Dios, y porque el mismo Dios nos lo manda en las divinas letras.
Argumento de verdadera caridad, es compadecerse de cualquier adversidad, que tenga el amigo, y el enemigo: y gozarse de veras y de corazón de la prosperidad de ellos. Aunque esta es cosa muy rara.
Señal verdadera del odio que tenemos al prójimo, es cuando el hombre con pesadumbre piensa de él, cuando con tristeza le ve, con amargura le habla o habla u oye hablar de él , cuando estorba en lo que pueda su bien, y su provecho, o disminuye y menoscaba y pervierte el bien que hay en él. No lo hizo así Cristo nuestro Señor con el traidor de Judas (Mat. 16), antes le comunicó su cuerpo y sangre como a los demás Apóstoles, y le dio beso de paz en el mismo lugar donde él le entregó a sus enemigos; y le saludo dulcísimamente, teniendo más pena del pecado de Judas, que de sus dolores y penas, como dice San Gerónimo. Cosa es de gran maravilla, que el que tiene estas señales de odio en su corazón piense que tiene hermanable caridad.
Muchos creen que les basta desear al prójimo la vida eterna, la cual ellos ni se la pueden dar, ni quitar; y así también la desean a los infieles y paganos: y no quiere acordar que habiendo el Señor dado la vida por sus enemigos, nosotros estamos obligados a dar no solamente la hacienda, sino también la vida por nuestros hermanos y cristianos en tiempo de necesidad. Aunque los Prelados están más obligados a esto.
Con dos cosas se ceba y fomenta la caridad; la de Dios con la guarda de sus mandamientos, según aquello: Si guardares mis mandamientos, permaneceréis en mi dilección y la del prójimo con la compasión, conforme al dicho del Eclesiástico: No dejes de consolar al que llora, y acompañar al que derrama lágrimas, no seas perezoso en visitar al enfermo, porque con esto crecerás en la caridad.
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FUENTE: Tratado de las virtudes “Paraíso del Alma”. Compuesto por San Alberto Magno, traducido por el Padre Pedro de Ribadeneyra SJ. Págs. 807-808. 1595.
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