Act 2, 42-47 : www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9ca3s3b.htm
1P 1,3-9 : www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9aevrpa.htm
Jo 20,19-31 : www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9a3nmct.htm
El santo Evangelio que la liturgia nos propone en este segundo domingo de Pascua es ciertamente uno de los textos más conocidos, discutídos y apresiádos: el encuentro de Jesús Resucitado con el apóstol Tomás. Los planos de lectura puestos a la luz por los Padres de la Iglesia son múltiples: también la inspiracion artística se ha simentado en el ponerlos plasticamente de frente a nuestros ojos, para darnos una idea más clara de lo que sucedió “ocho días después”, la priméra aparición del Resusitado a los discípulos congregados en el Cenáculo.
Pero más que todo, tiene una fasinación misteriósa la frase que Jesús dirige a Tomás, después de que este lo reconoce como “Señor y Dios” y que debémos referir no tanto a los discípulos – los cuales han visto– si no más bien a aquellos que se les agregaron después, y por lo tanto a nosotoros: «Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!». (Jn. 20,29)
La atención, que etas palabras provocan, aprarece todavía más paradójico si se piensa que, al autor de este texto, el Señor habia sugerído aquello que puede ser justamente considerado como el metodo cristiano: «Venid y lo veréis» (Jn. 1,39). ¿Como se pueden por lo tanto conciliar estas dos frases de Jesús que estan idealmente enmarcando todo el cuarto evangelio? ¿Tal véz el Señor ha decidido al final, de cambiar el proprio metodo? ¿y que cosa signífica “no ver”?.
La referencia temporal de los “ocho dias después”, y por lo tanto al domingo suscesivo a la resurrección, nos permite enlazar nuetra reflexión a uno de los himnos eucarísticos mas significatívos, compuesto por otro Tomas, de Aquino. En el Adoro Te devote, en referencia a la Eucaristia, leémos de hécho: «Al juzgar de Ti, se equivocan la vista, el tacto, el gusto; Pero basta el oído para creer con firmeza». La combinación de estas palabras al Evangelio del día, se puede justamente afirmar que a nosotros no ha sido excluida la experiencia del “ver”, pero, a diferencia del Apóstol Tomás, que ha podído meter los propios dedos en las llagas de las manos y en el costado de Cristo, de lo que hoy nosotros hacemos experiencia, lo podemos comprender solo a la luz de la fe, custodiada y trasmitida por la Iglesia, nuestra Madre y Maestra.
Lo que nosotros “no vemos” es por lo tanto el Cuerpo gloriodo del Resucitado; pero hoy nos ha dado la posibilidad de “escuchar” la Palabra de Dios y el Magisterio de la Iglesia y entonces de “ver” el cuerpo real de Cristo que es la Eucaristia, de “ver” su Cuerpo mistico que es la misma Iglesia, de “ver” la vida de tantos hermanos – más allá de la nuestra– que después de haber encontrado al Señor de modo misterioso, pero real, han renacido en su espíritiu.
Por esto nosotros, como Tomás, somos llamados por Cristo a llenar con nuestras manos las llagas dejadas por los instrumentos de la pasión en su cuerpo, para poder ser testigos y anunciadores de la resurrección, junto a al anuncio verbal con nuestra misma vida. Nuestros sentídos podrían engañarnos, pero nosotros sabemos de haber encontrado el Resucitado y de haberlo reconocído.
La esperanza cierta que Pedro nos dice – aquel mísmo que en la noche en la cual el Señor fue traicionado, lo renego tres veces por miedo a morir– se convierte asi plenamente conprensible: «Esultáis de alegria inefable y gloriosa » (cfr. 1Pr. 1,8), porque bienaventurados son aquellos que «no han visto» al Señor Resucitado, pero viéndo la alegria de sus discípulos «han creido» en Él.
1P 1,3-9 : www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9aevrpa.htm
Jo 20,19-31 : www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9a3nmct.htm
El santo Evangelio que la liturgia nos propone en este segundo domingo de Pascua es ciertamente uno de los textos más conocidos, discutídos y apresiádos: el encuentro de Jesús Resucitado con el apóstol Tomás. Los planos de lectura puestos a la luz por los Padres de la Iglesia son múltiples: también la inspiracion artística se ha simentado en el ponerlos plasticamente de frente a nuestros ojos, para darnos una idea más clara de lo que sucedió “ocho días después”, la priméra aparición del Resusitado a los discípulos congregados en el Cenáculo.
Pero más que todo, tiene una fasinación misteriósa la frase que Jesús dirige a Tomás, después de que este lo reconoce como “Señor y Dios” y que debémos referir no tanto a los discípulos – los cuales han visto– si no más bien a aquellos que se les agregaron después, y por lo tanto a nosotoros: «Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!». (Jn. 20,29)
La atención, que etas palabras provocan, aprarece todavía más paradójico si se piensa que, al autor de este texto, el Señor habia sugerído aquello que puede ser justamente considerado como el metodo cristiano: «Venid y lo veréis» (Jn. 1,39). ¿Como se pueden por lo tanto conciliar estas dos frases de Jesús que estan idealmente enmarcando todo el cuarto evangelio? ¿Tal véz el Señor ha decidido al final, de cambiar el proprio metodo? ¿y que cosa signífica “no ver”?.
La referencia temporal de los “ocho dias después”, y por lo tanto al domingo suscesivo a la resurrección, nos permite enlazar nuetra reflexión a uno de los himnos eucarísticos mas significatívos, compuesto por otro Tomas, de Aquino. En el Adoro Te devote, en referencia a la Eucaristia, leémos de hécho: «Al juzgar de Ti, se equivocan la vista, el tacto, el gusto; Pero basta el oído para creer con firmeza». La combinación de estas palabras al Evangelio del día, se puede justamente afirmar que a nosotros no ha sido excluida la experiencia del “ver”, pero, a diferencia del Apóstol Tomás, que ha podído meter los propios dedos en las llagas de las manos y en el costado de Cristo, de lo que hoy nosotros hacemos experiencia, lo podemos comprender solo a la luz de la fe, custodiada y trasmitida por la Iglesia, nuestra Madre y Maestra.
Lo que nosotros “no vemos” es por lo tanto el Cuerpo gloriodo del Resucitado; pero hoy nos ha dado la posibilidad de “escuchar” la Palabra de Dios y el Magisterio de la Iglesia y entonces de “ver” el cuerpo real de Cristo que es la Eucaristia, de “ver” su Cuerpo mistico que es la misma Iglesia, de “ver” la vida de tantos hermanos – más allá de la nuestra– que después de haber encontrado al Señor de modo misterioso, pero real, han renacido en su espíritiu.
Por esto nosotros, como Tomás, somos llamados por Cristo a llenar con nuestras manos las llagas dejadas por los instrumentos de la pasión en su cuerpo, para poder ser testigos y anunciadores de la resurrección, junto a al anuncio verbal con nuestra misma vida. Nuestros sentídos podrían engañarnos, pero nosotros sabemos de haber encontrado el Resucitado y de haberlo reconocído.
La esperanza cierta que Pedro nos dice – aquel mísmo que en la noche en la cual el Señor fue traicionado, lo renego tres veces por miedo a morir– se convierte asi plenamente conprensible: «Esultáis de alegria inefable y gloriosa » (cfr. 1Pr. 1,8), porque bienaventurados son aquellos que «no han visto» al Señor Resucitado, pero viéndo la alegria de sus discípulos «han creido» en Él.