Lecturas:
Génesis 14, 18-20.
Salmo 109, 1-4.
I Corintios 11, 23-26.
Evangelio según San Lucas 9, 11-17
Milagros Eucarísticos:
Santa Juliana y la luna, el Cura falto de fe y la canción de amor de Tomás.
La celebración del Corpus Christi brota de una necesidad del pueblo cristiano de agradecer, de alabar, de gozarse en el Don más admirable de Jesús, en el Don que es Jesús mismo…el Sacramento de su Amor. El Jueves Santo, Día luminoso de la Institución de la Eucaristía, quedaba como empañado en la tristeza de la partida del Señor, estaba lleno no sólo de la luz de la Caridad de Jesús, hasta el extremo, hasta el fin…sino que un abismo oscuro de traición, de infidelidad, pasando por el abandono, el rechazo, la agonía, la muerte horrenda de la Cruz, proyectan su sombra en el Cenáculo y en Getsemaní. La alegría completa prometida por Jesús sólo se nos regalará a través de su Cruz, de su muerte…es la Alegría eterna de su Pascua, de su Resurrección. Es la alegría eterna del Padre y del Hijo viviendo en nuestros corazones gracias al Espíritu[1], derramado como viento vivificante y lenguas de fuego que queman y transforman sin dar pena: “en Llama que consume y no da pena” (San Juan de la Cruz).
El pueblo cristiano necesitó “inventarse” una fiesta que sea una prolongación del Día del Amor, el Jueves Santo. Una fiesta en donde pudiera expresar todo su “asombro” ante este Don.
Varios signos del Cielo se aunaron en el radiante siglo XIII para que naciera esta solemnidad[2]. En primer lugar las revelaciones privadas de Santa Juliana de Mont Cornillón, monja de Lieja. Ésta había contemplado a la Iglesia como una bella luna – la Iglesia fue llamada por varios Padres como Mysterium lunae- en la que había una profunda mancha oscura. La Santa le pregunta al Señor el porqué de esa oscuridad que empañaba el resplandor pleno de la Iglesia. El Señor le respondió que esa oscuridad en la Luna, en la Iglesia, se vería plenificada de Luz[3] cuando se instituyera una fiesta para agradecer y alabar su Santísimo Sacramento del altar. De esta manera nace en Lieja, como fiesta diocesana, la celebración del Corpus Christi. Esta fiesta quiere ser un torrente de Luz y de Vida, una prolongación del Gozo pascual, un volverse al Sacramento de la Pascua, al Corazón palpitante de la Iglesia[4]: Jesús Eucaristía.
Otro gran signo del Cielo, que movió al Papa Urbano IV a instituir para toda la Iglesia esta solemnidad, fue el conmovedor milagro eucarístico de Bolsena en el año 1264. Un sacerdote de Praga acompañaba una peregrinación de fieles a las tumbas de los Apóstoles Pedro y Pablo. Este pobre sacerdote había decaído mucho en su fervor, por su negligencia había caído en terribles dudas de fe, vivía atormentado y –como es natural- atormentaba a sus entristecidos fieles. Celebraba el Santo Sacrificio de la Misa mecánicamente, con pereza, sin participación interior, sin la entrega de su corazón sacerdotal, sin esa asimilación vital de toda la persona a Jesús Sacerdote y Víctima. No obstante este sacerdote le pedía al Señor que se apiadara de él, que le quitara el aguijón de la duda. Su corazón era un verdadero campo de batalla en donde la Gracia atraía hacia el deseo de la Santidad, la plena configuración con Cristo y por otra parte otras fuerzas oscuras lo ataban a su egoísmo, a su amor propio, a su “racionalismo”.
El aguijón de la falta de fe nos puede afectar también a nosotros de tanto acostumbrarnos al Misterio, de tanta rutina ante lo tremendo y fascinante de Dios Amor. Cada día tendríamos que alimentar la lámpara de nuestra fe con la acción de gracias humilde y confiada. La fe es un Don gratuito del Amor del Señor, pero debemos hacernos recepción, un cofre precioso para la recepción de ese Don. ¿Alguna vez nos preguntamos lo desesperante que sería nuestra vida sin la fe? La fe es luz de Gracia y de Gozo que nos permite ver a Dios como a oscuras…verlo con los ojos interiores. La Fe es esa mirada amante que puede penetrar en el Dios escondido de la Eucaristía para llamarlo: ¡Dios mío y Señor mío![5]
Pero volvamos a nuestro amigo el cura bohemio…cercanos a Roma sus peregrinos quieren celebrar la Santa Misa –faltaba más era una peregrinación seria no un divertimento para sacar fotos- Llegan a un pueblito cercano a Orvieto llamado Bolsena, en ese entonces el Papa residía en Orvieto. El sacerdote comienza su Misa con la misma tibieza de siempre, con sus sospechas racionalistas, con el aguijón de su falta de fe, con la frustración de un sacerdocio no plenamente vivido ni entregado en el altar. No obstante el Señor, siempre fiel y misericordioso, quiso “salvar” a este pobre sacerdote, quiso iluminarlo como a Pablo camino a Damasco, quiso derribar sus silogismos y abrirlo a un gozoso: ¡Creo…Señor![6] Y además quiso hacer de su boca, que hacía tiempo que no vivía del Celo por el anuncio del Evangelio a sus hermanos, una trompeta sonora. Una trompeta que aún escuchamos a través de los siglos en nuestras gozosas procesiones del Corpus:
¡¡Mis hermanos: “Es el Señor”!! Sí, la Hostia Santa es el Señor. Allí está Él, el Amor Substancial. Es Él” ¡Dios está aquí! ¡Venid adoradores: adoremos a Cristo en el altar!
¿Cómo abrió el Señor los ojos de este sacerdote falto de fe? Mostrándole las Llagas de su Amor como a Tomás, el Dídimo. Llegado el momento de fraccionar la Hostia Santa, en el rito llamado de la commixtio, comienza a brotar un manantial de Sangre del Cuerpo del Señor. La Misa de ese pobre cura atormentado hacía presente el drama del Calvario[7]. Nuevamente el Costado abierto de Jesús en la Cruz comienza a manar. El torrente de la Gracia y la Misericordia brota del Cuerpo Inmolado y vivificante del Cordero. La Sangre preciosa, que brotaba de la Hostia Santa, se derramó sobre los corporales y en un cárdeno arroyuelo bajó por el altar hasta las gradas. Todavía hoy podemos besar adorantes esa Sangre perenne sellada como testimonio de amor en esas benditas gradas de mármol. ¡El Misterio del Calvario! ¡El Misterio del Amor hecho Presencia, desvelado totalmente! El Cuerpo herido del Señor que sana la herida de nuestra incredulidad. Ante esta maravilla el sacerdote sollozando comienza a gritar de admiración y de amor: “¡Dominus est![8]¡Sí, es el Señor! ¡El Señor está aquí!” Se pueden imaginar la conmoción de los fieles, las conversiones, los cantos de adoración, los generosos actos de reparación. Todo Bolsena, todo Orvieto en gozosa exclamación: ¡Amor, amor a Jesús! Es el gozo de redescubrir una Presencia, al Señor Resucitado que va delante de nosotros, que permanece en nosotros y con nosotros en este Sacramento de Amor, en esta Presencia del Amor. Presencia del Amor que es el compendio de la Vida de Jesús, que es la Fuerza salvadora de su Cruz, que es la Vivificación de su Resurrección, que contiene el Fuego del Espíritu que nos transforma en aquello mismo que recibimos: por la Eucaristía nos deificamos, nos cristificamos, nos pneumatizamos[9]. Vivimos de Jesús como Él vive del Padre[10].
El Papa Urbano IV quiso personalmente estudiar el milagro, ante los corporales teñidos en la Sangre preciosa se arrodilló reverentemente y envió exponerlos en bellísimo relicario que todavía hoy se venera en la magnifica catedral de Orvieto, toda ella erigida como memorial perpetuo de esta Misericordia del Señor. Ya estaba maduro el tiempo para que la fiesta del Corpus Christi pudiera completar la belleza del resplandor de la Luna de la Iglesia. El Papa decretó que el Jueves después del Domingo de la Santísima Trinidad se celebrara la Solemnidad del Santísimo Cuerpo de Cristo, en la denominación se expresa todo el Misterio Eucarístico[11]. Corpus Christi es la fiesta del éxtasis de la Iglesia ante todo el Misterio Eucarístico[12].
La providencia amorosa de Dios quiso que por entonces se encontrara en Orvieto, desempeñándose como teólogo del Papa, nuestro buen hermano Tomás de Aquino, el Angélico Tomás. Y todos sabemos la bella historia de cómo el Papa organizó un verdadero torneo medieval de poetas. Le confió al Aquinate y al seráfico Buenaventura que compusieran los textos para la naciente festividad litúrgica. Debían componer los himnos, las antífonas, los responsorios, el invitatorio, la oración colecta, seleccionar la salmodia para los maitines, las lecturas bíblicas. Una verdadera teología litúrgica. Una teología en la belleza y para la belleza. Una liturgia que fuera reflejo de la Gloria del Dios Amor, una visión anticipada de la Cena de Bodas del Cordero inmolado y victorioso.
Sabemos que San Buenaventura intentó garabatear algo para ofrecerle al Papa, las obras del seráfico doctor respiran unción y calor místico pensemos tan sólo en su Itinerarium mentis in Deum, pero al escuchar algo de la poesía de Santo Tomás se retira humildemente del torneo, no quiere competir sino sumarse, hacer suyo el Canto de amor de Tomás, el canto de amor de la Iglesia a Jesús Eucaristía. Y aquí nace el otro gran milagro eucarístico del Corpus: milagro de amor, de belleza, de sinfonía de toda la Iglesia. En Santo Tomás toda la Iglesia resume en un canto de alabanza su éxtasis eucarístico. Conocemos los himnos eucarísticos de Santo Tomás, algunos tienen muy bellas traducciones. Poetas como Lope de Vega o José María Peman han intentado traducir lo más fiel y bellamente estos himnos pero sabemos que son intraducibles. Es lo mismo que traducir los poemas de San Juan de la Cruz al polaco o al sueco. La métrica, la musicalidad de las sílabas, las imágenes, la cadencia de sus ritmos hacen de estos himnos un relicario de piedras preciosas. Un relicario sí, pero no inerte sino pletórico de vida.
En estos himnos respira la oración de la Iglesia de todos los siglos. Desde el Padre abad que celebra de pontifical en su monasterio, con un coro perfecto de monjes, sonoro, grave, que entonan el Pange lingua…pasando por las escolanías de pueri cantores con voces argentinas, blancas, como tintineo de campanillas, hasta las voces simples, rudas, cansinas, de los labradores, de las almas de trabajo cotidiano y simple, de las benditas madres y abuelas en donde hemos mamado la fe y el amor al Sagrario. ¡Qué bella es la procesión del Corpus en San Juan de Letrán junto al Vicario de Cristo o en una perdida aldea campestre, en donde se organizan floridas estaciones para que los campos, las casas, las calles, la vida misma se conviertan en Eucaristía, en bendición por Jesús! ¡Qué Bella es la Vida con Cristo, caminando con Él, como en la procesión del Corpus! ¡Qué bella es la Fiesta de Dios! La Fiesta que su Amor ha preparado para nosotros.
Pange lingua, Panis angelicum, O Salutaris Hostia, Adórote devote, Tantum ergo: en estos himnos canta el justo Abel, inmolado junto a sus corderos como imagen de Jesús inmolado; canta Abraham en el sacrificio de su fe; canta Moisés inmolando el Cordero pascual, el Cordero de la redención “cuya Sangre consagra las puertas de los fieles”; nos canta el pueblo de Dios agradecido por la recepción del maná, el pan de los ángeles, que contiene todo deleite. En estos himnos cantamos al Niño de Belén, el pequeño trigo de Belén, que se nos dio a nosotros por medio de María[13]. Cantamos al Rey de las naciones[14] que derrama su Sangre preciosa para nuestra reconciliación. Aclamamos al Verbo del Padre hecho sembrador con su palabra de vida[15] por los caminos de Galilea, y hoy por los caminos del mundo. El Verbo de Vida hecho Carne para ser sembrador de la semilla del Reino. Cantamos al que, antes de ser entregado por la perfidia humana y la oscura tiniebla del corazón humano, se nos entrega voluntariamente[16] –siempre produce conmoción en mí cuando antes de la consagración pronunció esta palabra “qui cum passione voluntarie traderetur[17]” aquí está el meollo de nuestra salvación- en el cenáculo en su Cuerpo Inmolado y su Sangre derramada por nosotros. Cantamos al Verbo eterno que con su palabra ha llamado a la existencia a todas las cosas, que para recrearlas y elevar su condición ha querido encarnarse. Ahora el Verbo hecho carne con su palabra convierte[18] el pan en su Carne y el vino en su Sangre, para que tengamos Vida eterna y vivamos de Él.
Santo Tomás sigue cantando al Verbo eterno que es el Alimento de los ángeles, ellos se sacian de contemplar su Verdad y Sabiduría, que por su amor salvador se hace pan de los pobres. “Panis angelicus fit panis hominum”. Sigue cantando al Dios escondido[19] pero verdadero Emmanuel, Dios con nosotros de nuestros Sagrarios. Es el mismo Cuerpo Inmolado[20] en la Cruz ante el cuál le pedimos con el buen ladrón: ¡Jesús acuérdate de mí, cuando vengas en tu Reino! Es el Señor Resucitado que se acerca a nuestro corazón, a menudo tan cerrado y desconfiado, para curar nuestras heridas interiores como al apóstol Tomás: “Sí, Jesús, no te veo ahora como Tomás[21] pero la mirada penetrante de la fe me hace confesar al contemplarte en tu dulce Pan: Señor mío y Díos mío. Haz que mirándote pueda crecer en la fe, en la esperanza y te ame más y más. Qué no viva más que para amarte.”
Santo Tomás sigue confesando a Jesús Eucaristía: es la Hostia de Salvación, o sea la Víctima, el Sacrificio de Amor, que nos abre las puertas de la Vida, que es un anticipo y germen de la Gloria. Santo Tomás canta a Jesús Eucaristía como Amor dinámico, como Amor que nos envuelve y nos urge con su misma entrega: “Se nos dio naciendo como amigo y compañero, comiendo con nosotros en el cenáculo se nos dio como alimento, muriendo en la Cruz se nos dio como redención, reinando en la Vida como premio y corona se nos brinda.” Esta es una pálida traducción de la hondura del Aquinate en su Sacris solemnis, el himno de maitines.
Santo Tomás canta a Jesús Eucaristía como dulzura de los ángeles[22], como Maná bajado del cielo, como Cordero de la Nueva Pascua, de la Nueva ley de la Gracia, de la Caridad, como el Buen Pastor que haciéndose pasto para sus ovejas las abreva de su Vida, como Rey que ofrece el banquete de sus bodas místicas a todos los hombres, como la misteriosa Sabiduría creadora[23] que ha plantado su Tienda en Jacob, que se ha construido la Casa (la Iglesia), que ha plantado las siete columnas (los dones del Paráclito) y que invita a todos a beber de su Vino, el Vino mezclado de su Amor, el vino que embriaga y engendra vírgenes. Quién ha escuchado la melodía del Homo quidam (uno de los responsorios del oficio del Corpus) podrá gustar algo de la dulzura mística de esa Vino nuevo de la Mesa del Rey[24].
Por esto la solemnidad del Corpus es eminentemente dominicana, nace en el Corazón orante de la Iglesia, y Santo Domingo quiso vivir siempre “in medio ecclesiae”.
La Eucarística Catalina, que vivirá, por numerosos días, tan sólo del Cuerpo del Señor; la tierna virgencita Imelda, muerta de amor en la comunión; el ardiente Jacinto de Polonia misionando y caminado sin temores, gracias a la Eucaristía que llevaba y a la imagen de María; el glorioso Juan de Colonia derramando su sangre sacerdotal por defender la fe en la Presencia Real. El tan docto y paciente, a la vez que injustamente tratado, Bartolomé de Carranza, lumbrera eucarística del Concilio de Trento; las Misas extáticas de nuestros Santos y Beatos; la fuerte y osada Rosa de Lima velando y guardando el Santísimo, pronta a defenderlo con su vida ante los piratas holandeses que asolaban su Lima natal; las horas y horas de tierna adoración, auscultando el Corazón Eucarístico de Jesús que late y late y no cesará de latir, de Martín de Porres y Juan Macías, testigos de una irradiación eucarística social y humanizadora. Martín de Porres y Juan Macías, contemplativos eucarísticos de una sola pieza, pasan espontáneamente, sin dicotomías, sin vanas ideologías, de la contemplación del Cuerpo Eucarístico de Jesús a la contemplación y servicio de Jesús en el Cuerpo eucarístico y sufriente de los hermanos, de los que nadie quiere. El cuerpo de estos hermanos es también Cuerpo de Cristo. Todo ello se suma al Canto de Tomás.
Y yo humildemente, casi con lágrimas de emoción, te suplico Angélico Doctor: ¡Enséñanos a Cantar y a extasiarnos ante el Misterio del Amor Eucarístico! ¡Enséñanos a encontrar nuestro Cielo en la tierra en la Eucaristía! ¡Enséñanos a derrochar nuestro amor, nuestra ternura, nuestro arte, la belleza que nos regala la Iglesia para expresar al Señor nuestra gratitud y nuestro estupor ante Su Don! Tomás danos una pequeña centellita de tu corazón eucarístico para proclamar: “Quantus potes tantum aude quia major omni laude nec laudare sufficit”[25]. ¡Felíz Fiesta de Dios! ¡Felíz Corpus Christi para todos!
El pueblo cristiano necesitó “inventarse” una fiesta que sea una prolongación del Día del Amor, el Jueves Santo. Una fiesta en donde pudiera expresar todo su “asombro” ante este Don.
Varios signos del Cielo se aunaron en el radiante siglo XIII para que naciera esta solemnidad[2]. En primer lugar las revelaciones privadas de Santa Juliana de Mont Cornillón, monja de Lieja. Ésta había contemplado a la Iglesia como una bella luna – la Iglesia fue llamada por varios Padres como Mysterium lunae- en la que había una profunda mancha oscura. La Santa le pregunta al Señor el porqué de esa oscuridad que empañaba el resplandor pleno de la Iglesia. El Señor le respondió que esa oscuridad en la Luna, en la Iglesia, se vería plenificada de Luz[3] cuando se instituyera una fiesta para agradecer y alabar su Santísimo Sacramento del altar. De esta manera nace en Lieja, como fiesta diocesana, la celebración del Corpus Christi. Esta fiesta quiere ser un torrente de Luz y de Vida, una prolongación del Gozo pascual, un volverse al Sacramento de la Pascua, al Corazón palpitante de la Iglesia[4]: Jesús Eucaristía.
Otro gran signo del Cielo, que movió al Papa Urbano IV a instituir para toda la Iglesia esta solemnidad, fue el conmovedor milagro eucarístico de Bolsena en el año 1264. Un sacerdote de Praga acompañaba una peregrinación de fieles a las tumbas de los Apóstoles Pedro y Pablo. Este pobre sacerdote había decaído mucho en su fervor, por su negligencia había caído en terribles dudas de fe, vivía atormentado y –como es natural- atormentaba a sus entristecidos fieles. Celebraba el Santo Sacrificio de la Misa mecánicamente, con pereza, sin participación interior, sin la entrega de su corazón sacerdotal, sin esa asimilación vital de toda la persona a Jesús Sacerdote y Víctima. No obstante este sacerdote le pedía al Señor que se apiadara de él, que le quitara el aguijón de la duda. Su corazón era un verdadero campo de batalla en donde la Gracia atraía hacia el deseo de la Santidad, la plena configuración con Cristo y por otra parte otras fuerzas oscuras lo ataban a su egoísmo, a su amor propio, a su “racionalismo”.
El aguijón de la falta de fe nos puede afectar también a nosotros de tanto acostumbrarnos al Misterio, de tanta rutina ante lo tremendo y fascinante de Dios Amor. Cada día tendríamos que alimentar la lámpara de nuestra fe con la acción de gracias humilde y confiada. La fe es un Don gratuito del Amor del Señor, pero debemos hacernos recepción, un cofre precioso para la recepción de ese Don. ¿Alguna vez nos preguntamos lo desesperante que sería nuestra vida sin la fe? La fe es luz de Gracia y de Gozo que nos permite ver a Dios como a oscuras…verlo con los ojos interiores. La Fe es esa mirada amante que puede penetrar en el Dios escondido de la Eucaristía para llamarlo: ¡Dios mío y Señor mío![5]
Pero volvamos a nuestro amigo el cura bohemio…cercanos a Roma sus peregrinos quieren celebrar la Santa Misa –faltaba más era una peregrinación seria no un divertimento para sacar fotos- Llegan a un pueblito cercano a Orvieto llamado Bolsena, en ese entonces el Papa residía en Orvieto. El sacerdote comienza su Misa con la misma tibieza de siempre, con sus sospechas racionalistas, con el aguijón de su falta de fe, con la frustración de un sacerdocio no plenamente vivido ni entregado en el altar. No obstante el Señor, siempre fiel y misericordioso, quiso “salvar” a este pobre sacerdote, quiso iluminarlo como a Pablo camino a Damasco, quiso derribar sus silogismos y abrirlo a un gozoso: ¡Creo…Señor![6] Y además quiso hacer de su boca, que hacía tiempo que no vivía del Celo por el anuncio del Evangelio a sus hermanos, una trompeta sonora. Una trompeta que aún escuchamos a través de los siglos en nuestras gozosas procesiones del Corpus:
¡¡Mis hermanos: “Es el Señor”!! Sí, la Hostia Santa es el Señor. Allí está Él, el Amor Substancial. Es Él” ¡Dios está aquí! ¡Venid adoradores: adoremos a Cristo en el altar!
¿Cómo abrió el Señor los ojos de este sacerdote falto de fe? Mostrándole las Llagas de su Amor como a Tomás, el Dídimo. Llegado el momento de fraccionar la Hostia Santa, en el rito llamado de la commixtio, comienza a brotar un manantial de Sangre del Cuerpo del Señor. La Misa de ese pobre cura atormentado hacía presente el drama del Calvario[7]. Nuevamente el Costado abierto de Jesús en la Cruz comienza a manar. El torrente de la Gracia y la Misericordia brota del Cuerpo Inmolado y vivificante del Cordero. La Sangre preciosa, que brotaba de la Hostia Santa, se derramó sobre los corporales y en un cárdeno arroyuelo bajó por el altar hasta las gradas. Todavía hoy podemos besar adorantes esa Sangre perenne sellada como testimonio de amor en esas benditas gradas de mármol. ¡El Misterio del Calvario! ¡El Misterio del Amor hecho Presencia, desvelado totalmente! El Cuerpo herido del Señor que sana la herida de nuestra incredulidad. Ante esta maravilla el sacerdote sollozando comienza a gritar de admiración y de amor: “¡Dominus est![8]¡Sí, es el Señor! ¡El Señor está aquí!” Se pueden imaginar la conmoción de los fieles, las conversiones, los cantos de adoración, los generosos actos de reparación. Todo Bolsena, todo Orvieto en gozosa exclamación: ¡Amor, amor a Jesús! Es el gozo de redescubrir una Presencia, al Señor Resucitado que va delante de nosotros, que permanece en nosotros y con nosotros en este Sacramento de Amor, en esta Presencia del Amor. Presencia del Amor que es el compendio de la Vida de Jesús, que es la Fuerza salvadora de su Cruz, que es la Vivificación de su Resurrección, que contiene el Fuego del Espíritu que nos transforma en aquello mismo que recibimos: por la Eucaristía nos deificamos, nos cristificamos, nos pneumatizamos[9]. Vivimos de Jesús como Él vive del Padre[10].
El Papa Urbano IV quiso personalmente estudiar el milagro, ante los corporales teñidos en la Sangre preciosa se arrodilló reverentemente y envió exponerlos en bellísimo relicario que todavía hoy se venera en la magnifica catedral de Orvieto, toda ella erigida como memorial perpetuo de esta Misericordia del Señor. Ya estaba maduro el tiempo para que la fiesta del Corpus Christi pudiera completar la belleza del resplandor de la Luna de la Iglesia. El Papa decretó que el Jueves después del Domingo de la Santísima Trinidad se celebrara la Solemnidad del Santísimo Cuerpo de Cristo, en la denominación se expresa todo el Misterio Eucarístico[11]. Corpus Christi es la fiesta del éxtasis de la Iglesia ante todo el Misterio Eucarístico[12].
La providencia amorosa de Dios quiso que por entonces se encontrara en Orvieto, desempeñándose como teólogo del Papa, nuestro buen hermano Tomás de Aquino, el Angélico Tomás. Y todos sabemos la bella historia de cómo el Papa organizó un verdadero torneo medieval de poetas. Le confió al Aquinate y al seráfico Buenaventura que compusieran los textos para la naciente festividad litúrgica. Debían componer los himnos, las antífonas, los responsorios, el invitatorio, la oración colecta, seleccionar la salmodia para los maitines, las lecturas bíblicas. Una verdadera teología litúrgica. Una teología en la belleza y para la belleza. Una liturgia que fuera reflejo de la Gloria del Dios Amor, una visión anticipada de la Cena de Bodas del Cordero inmolado y victorioso.
Sabemos que San Buenaventura intentó garabatear algo para ofrecerle al Papa, las obras del seráfico doctor respiran unción y calor místico pensemos tan sólo en su Itinerarium mentis in Deum, pero al escuchar algo de la poesía de Santo Tomás se retira humildemente del torneo, no quiere competir sino sumarse, hacer suyo el Canto de amor de Tomás, el canto de amor de la Iglesia a Jesús Eucaristía. Y aquí nace el otro gran milagro eucarístico del Corpus: milagro de amor, de belleza, de sinfonía de toda la Iglesia. En Santo Tomás toda la Iglesia resume en un canto de alabanza su éxtasis eucarístico. Conocemos los himnos eucarísticos de Santo Tomás, algunos tienen muy bellas traducciones. Poetas como Lope de Vega o José María Peman han intentado traducir lo más fiel y bellamente estos himnos pero sabemos que son intraducibles. Es lo mismo que traducir los poemas de San Juan de la Cruz al polaco o al sueco. La métrica, la musicalidad de las sílabas, las imágenes, la cadencia de sus ritmos hacen de estos himnos un relicario de piedras preciosas. Un relicario sí, pero no inerte sino pletórico de vida.
En estos himnos respira la oración de la Iglesia de todos los siglos. Desde el Padre abad que celebra de pontifical en su monasterio, con un coro perfecto de monjes, sonoro, grave, que entonan el Pange lingua…pasando por las escolanías de pueri cantores con voces argentinas, blancas, como tintineo de campanillas, hasta las voces simples, rudas, cansinas, de los labradores, de las almas de trabajo cotidiano y simple, de las benditas madres y abuelas en donde hemos mamado la fe y el amor al Sagrario. ¡Qué bella es la procesión del Corpus en San Juan de Letrán junto al Vicario de Cristo o en una perdida aldea campestre, en donde se organizan floridas estaciones para que los campos, las casas, las calles, la vida misma se conviertan en Eucaristía, en bendición por Jesús! ¡Qué Bella es la Vida con Cristo, caminando con Él, como en la procesión del Corpus! ¡Qué bella es la Fiesta de Dios! La Fiesta que su Amor ha preparado para nosotros.
Pange lingua, Panis angelicum, O Salutaris Hostia, Adórote devote, Tantum ergo: en estos himnos canta el justo Abel, inmolado junto a sus corderos como imagen de Jesús inmolado; canta Abraham en el sacrificio de su fe; canta Moisés inmolando el Cordero pascual, el Cordero de la redención “cuya Sangre consagra las puertas de los fieles”; nos canta el pueblo de Dios agradecido por la recepción del maná, el pan de los ángeles, que contiene todo deleite. En estos himnos cantamos al Niño de Belén, el pequeño trigo de Belén, que se nos dio a nosotros por medio de María[13]. Cantamos al Rey de las naciones[14] que derrama su Sangre preciosa para nuestra reconciliación. Aclamamos al Verbo del Padre hecho sembrador con su palabra de vida[15] por los caminos de Galilea, y hoy por los caminos del mundo. El Verbo de Vida hecho Carne para ser sembrador de la semilla del Reino. Cantamos al que, antes de ser entregado por la perfidia humana y la oscura tiniebla del corazón humano, se nos entrega voluntariamente[16] –siempre produce conmoción en mí cuando antes de la consagración pronunció esta palabra “qui cum passione voluntarie traderetur[17]” aquí está el meollo de nuestra salvación- en el cenáculo en su Cuerpo Inmolado y su Sangre derramada por nosotros. Cantamos al Verbo eterno que con su palabra ha llamado a la existencia a todas las cosas, que para recrearlas y elevar su condición ha querido encarnarse. Ahora el Verbo hecho carne con su palabra convierte[18] el pan en su Carne y el vino en su Sangre, para que tengamos Vida eterna y vivamos de Él.
Santo Tomás sigue cantando al Verbo eterno que es el Alimento de los ángeles, ellos se sacian de contemplar su Verdad y Sabiduría, que por su amor salvador se hace pan de los pobres. “Panis angelicus fit panis hominum”. Sigue cantando al Dios escondido[19] pero verdadero Emmanuel, Dios con nosotros de nuestros Sagrarios. Es el mismo Cuerpo Inmolado[20] en la Cruz ante el cuál le pedimos con el buen ladrón: ¡Jesús acuérdate de mí, cuando vengas en tu Reino! Es el Señor Resucitado que se acerca a nuestro corazón, a menudo tan cerrado y desconfiado, para curar nuestras heridas interiores como al apóstol Tomás: “Sí, Jesús, no te veo ahora como Tomás[21] pero la mirada penetrante de la fe me hace confesar al contemplarte en tu dulce Pan: Señor mío y Díos mío. Haz que mirándote pueda crecer en la fe, en la esperanza y te ame más y más. Qué no viva más que para amarte.”
Santo Tomás sigue confesando a Jesús Eucaristía: es la Hostia de Salvación, o sea la Víctima, el Sacrificio de Amor, que nos abre las puertas de la Vida, que es un anticipo y germen de la Gloria. Santo Tomás canta a Jesús Eucaristía como Amor dinámico, como Amor que nos envuelve y nos urge con su misma entrega: “Se nos dio naciendo como amigo y compañero, comiendo con nosotros en el cenáculo se nos dio como alimento, muriendo en la Cruz se nos dio como redención, reinando en la Vida como premio y corona se nos brinda.” Esta es una pálida traducción de la hondura del Aquinate en su Sacris solemnis, el himno de maitines.
Santo Tomás canta a Jesús Eucaristía como dulzura de los ángeles[22], como Maná bajado del cielo, como Cordero de la Nueva Pascua, de la Nueva ley de la Gracia, de la Caridad, como el Buen Pastor que haciéndose pasto para sus ovejas las abreva de su Vida, como Rey que ofrece el banquete de sus bodas místicas a todos los hombres, como la misteriosa Sabiduría creadora[23] que ha plantado su Tienda en Jacob, que se ha construido la Casa (la Iglesia), que ha plantado las siete columnas (los dones del Paráclito) y que invita a todos a beber de su Vino, el Vino mezclado de su Amor, el vino que embriaga y engendra vírgenes. Quién ha escuchado la melodía del Homo quidam (uno de los responsorios del oficio del Corpus) podrá gustar algo de la dulzura mística de esa Vino nuevo de la Mesa del Rey[24].
Por esto la solemnidad del Corpus es eminentemente dominicana, nace en el Corazón orante de la Iglesia, y Santo Domingo quiso vivir siempre “in medio ecclesiae”.
La Eucarística Catalina, que vivirá, por numerosos días, tan sólo del Cuerpo del Señor; la tierna virgencita Imelda, muerta de amor en la comunión; el ardiente Jacinto de Polonia misionando y caminado sin temores, gracias a la Eucaristía que llevaba y a la imagen de María; el glorioso Juan de Colonia derramando su sangre sacerdotal por defender la fe en la Presencia Real. El tan docto y paciente, a la vez que injustamente tratado, Bartolomé de Carranza, lumbrera eucarística del Concilio de Trento; las Misas extáticas de nuestros Santos y Beatos; la fuerte y osada Rosa de Lima velando y guardando el Santísimo, pronta a defenderlo con su vida ante los piratas holandeses que asolaban su Lima natal; las horas y horas de tierna adoración, auscultando el Corazón Eucarístico de Jesús que late y late y no cesará de latir, de Martín de Porres y Juan Macías, testigos de una irradiación eucarística social y humanizadora. Martín de Porres y Juan Macías, contemplativos eucarísticos de una sola pieza, pasan espontáneamente, sin dicotomías, sin vanas ideologías, de la contemplación del Cuerpo Eucarístico de Jesús a la contemplación y servicio de Jesús en el Cuerpo eucarístico y sufriente de los hermanos, de los que nadie quiere. El cuerpo de estos hermanos es también Cuerpo de Cristo. Todo ello se suma al Canto de Tomás.
Y yo humildemente, casi con lágrimas de emoción, te suplico Angélico Doctor: ¡Enséñanos a Cantar y a extasiarnos ante el Misterio del Amor Eucarístico! ¡Enséñanos a encontrar nuestro Cielo en la tierra en la Eucaristía! ¡Enséñanos a derrochar nuestro amor, nuestra ternura, nuestro arte, la belleza que nos regala la Iglesia para expresar al Señor nuestra gratitud y nuestro estupor ante Su Don! Tomás danos una pequeña centellita de tu corazón eucarístico para proclamar: “Quantus potes tantum aude quia major omni laude nec laudare sufficit”[25]. ¡Felíz Fiesta de Dios! ¡Felíz Corpus Christi para todos!
Nuestro agradecimiento al P. Marco Antonio Foschiatti OP.
Noviciado San Martín de Porres
Mar del Plata, Provincia de Buenos Aires
Argentina
Noviciado San Martín de Porres
Mar del Plata, Provincia de Buenos Aires
Argentina
[1] Jn 17, 13.
[2] “Esta fe en la presencia eucarística del Señor producirá, precisamente en tiempo de Santo Tomás y con su participación, un fruto nuevo en la institución de la fiesta del “Cuerpo de Cristo” y en la práctica de la adoración eucarística, que esta fiesta ha difundido y mantenido en el pueblo cristiano. Es digno de destacar que el florecimiento de esta devoción haya reunido el fervor místico de una humilde religiosa de Lieja, Santa Juliana de Cornillón (1192- 1258), la ciencia teológica de la escolástica en su período más creador, representado por el doctor Angélico, y el compromiso más autorizado de la Iglesia en la persona del Papa Urbano IV (1200-1264), que fue arcediano en Lieja y tuvo a Tomás de Aquino como teólogo de la corte pontificia, en Viterbo y Orvieto.” Pinkaers, S, La Vida Espiritual, Eunsa.
[3] “La Iglesia vive del Cristo Eucarístico, de Él se alimenta y por Él es iluminada. La Eucaristía es misterio de fe y, al mismo tiempo, misterio de luz. Cada vez que la Iglesia celebra la Eucaristía, los fieles pueden revivir de algún modo la experiencia de los dos discípulos de Emaús: Entonces de les abrieron los ojos y le reconocieron (Lc 24, 31)” Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistía, n 6.
[4] “La Sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de Vida, que da vida a los hombres por medio del Espíritu Santo. Por lo tanto la mirada de la Iglesia se dirige continuamente a su Señor, presente en el Sacramento del altar, en el cual descubre la plena manifestación de su inmenso amor. La Eucaristía encierra, en síntesis, el núcleo del Misterio de la Iglesia” Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistía, n 1.
[5] Jn 20, 28.
[6] Jn 9, 38.
[7] “La Iglesia vive continuamente del sacrificio redentor, y accede a él no solamente a través de un recuerdo lleno de fe, sino también de un contacto actual, puesto que este sacrificio se hace presente, perpetuándose sacramentalmente en cada comunidad que lo ofrece por manos del ministro consagrado. De este modo la Eucaristía aplica a los hombres de hoy la reconciliación obtenida por Cristo una vez por todas para la humanidad de todos los tiempos. En efecto, el sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único sacrificio…la Misa hace presente el sacrificio de la Cruz, no se le añade y no lo multiplica. Lo que se repite es su celebración memorial, la manifestación memorial (memorialis demonstratio), por la cual el único y definitivo sacrificio redentor de Cristo se actualiza siempre en el tiempo. La naturaleza sacrificial del Misterio eucarístico no puede ser entendida, por tanto, como algo aparte, independiente de la Cruz o con una referencia solamente indirecta al sacrificio del Calvario. Por su íntima relación con el sacrificio del Gólgota, la Eucaristía es sacrificio en sentido propio: En efecto se trata de una sola e idéntica víctima y el mismo Jesús la ofrece ahora por el ministerio de los sacerdotes, Él que un día se ofreció a sí mismo en la Cruz: sólo es diverso el modo de ofrecerse” Juan Pablo II, Ecclesia de Eucaristía, n 12-13
[8] Jn 21, 7.
[9] “Llamó al pan su cuerpo viviente, lo llenó de sí mismo y de su Espíritu, y quién lo come con fe, como Fuego y Espíritu. Tomad y comed todos de él, y coméis con él el Espíritu Santo. En efecto, es verdaderamente mi cuerpo y el que lo come vivirá eternamente” San Efrén, el Sirio, Homilía IV para la Semana Santa.
[10] Jn 6, 57.
[11] He escuchado críticas de algunos liturgistas diciendo que el nombre Corpus Christi no es correcto ya que centra solamente la fiesta en el Cuerpo del Señor. Cuando decimos Corpus Christi, y ésa fue la intención de la Iglesia desde siempre, hacemos referencia a la totalidad del Misterio Eucarístico, no lo reducimos. Pero bueno, siempre hay que tener alguna disputa.
[12] “La Iglesia ha recibido la Eucaristía de Cristo, su Señor, no sólo como un don entre muchos otros, aunque sea muy valioso, sino como el Don por excelencia, porque es Don de Sí mismo, de su Persona, de su Santa Humanidad y, además, de su obra de salvación...Misterio grande, Misterio de Misericordia. ¿Qué más podía hacer Jesús por nosotros? Verdaderamente, en la Eucaristía nos muestra un amor que llega hasta el extremo (Jn 13,1), un amor que no conoce medida”. Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia, n 11.
[13] “Nobis natus, nobis datus, ex intacta Virgine…”
[14] “Rex effudit Gentium”
[15] “sparso verbi semine”
[16] “cibum turbae duodenae se dat suis manibus”
[17] Plegaria eucarística II, adaptación de la antigua plegaria de la Traditio Apostólica de Hipólito Romano.
[18] “Verbum Caro panem verum verbo carnem efficit”
[19] Adórote devote, latens Deitas…Iesu quem velatum, nunc aspicio.
[20] Prosa eucarística Ave verum Corpus
[21] “Plagas sicut Thomas non intueor” Prosa Adórote devote.
[22] Ecce Panis angelorum. “He aquí el Pan de los ángeles”. (Secuencia Lauda Sion)
[23] Prov 9, 1-6 y Sir 24, 19-21.
[24] “In hac mensa novis Regi, novum Pascha, nove legis, phase vetus terminat” (Secuencia Lauda Sion).
[25] “Atrévete a alabarlo cuánto puedas, que por más que te esfuerces siempre será insuficiente tu alabanza ante la Magnitud de su Don” (Lauda Sión)
[2] “Esta fe en la presencia eucarística del Señor producirá, precisamente en tiempo de Santo Tomás y con su participación, un fruto nuevo en la institución de la fiesta del “Cuerpo de Cristo” y en la práctica de la adoración eucarística, que esta fiesta ha difundido y mantenido en el pueblo cristiano. Es digno de destacar que el florecimiento de esta devoción haya reunido el fervor místico de una humilde religiosa de Lieja, Santa Juliana de Cornillón (1192- 1258), la ciencia teológica de la escolástica en su período más creador, representado por el doctor Angélico, y el compromiso más autorizado de la Iglesia en la persona del Papa Urbano IV (1200-1264), que fue arcediano en Lieja y tuvo a Tomás de Aquino como teólogo de la corte pontificia, en Viterbo y Orvieto.” Pinkaers, S, La Vida Espiritual, Eunsa.
[3] “La Iglesia vive del Cristo Eucarístico, de Él se alimenta y por Él es iluminada. La Eucaristía es misterio de fe y, al mismo tiempo, misterio de luz. Cada vez que la Iglesia celebra la Eucaristía, los fieles pueden revivir de algún modo la experiencia de los dos discípulos de Emaús: Entonces de les abrieron los ojos y le reconocieron (Lc 24, 31)” Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistía, n 6.
[4] “La Sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de Vida, que da vida a los hombres por medio del Espíritu Santo. Por lo tanto la mirada de la Iglesia se dirige continuamente a su Señor, presente en el Sacramento del altar, en el cual descubre la plena manifestación de su inmenso amor. La Eucaristía encierra, en síntesis, el núcleo del Misterio de la Iglesia” Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistía, n 1.
[5] Jn 20, 28.
[6] Jn 9, 38.
[7] “La Iglesia vive continuamente del sacrificio redentor, y accede a él no solamente a través de un recuerdo lleno de fe, sino también de un contacto actual, puesto que este sacrificio se hace presente, perpetuándose sacramentalmente en cada comunidad que lo ofrece por manos del ministro consagrado. De este modo la Eucaristía aplica a los hombres de hoy la reconciliación obtenida por Cristo una vez por todas para la humanidad de todos los tiempos. En efecto, el sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único sacrificio…la Misa hace presente el sacrificio de la Cruz, no se le añade y no lo multiplica. Lo que se repite es su celebración memorial, la manifestación memorial (memorialis demonstratio), por la cual el único y definitivo sacrificio redentor de Cristo se actualiza siempre en el tiempo. La naturaleza sacrificial del Misterio eucarístico no puede ser entendida, por tanto, como algo aparte, independiente de la Cruz o con una referencia solamente indirecta al sacrificio del Calvario. Por su íntima relación con el sacrificio del Gólgota, la Eucaristía es sacrificio en sentido propio: En efecto se trata de una sola e idéntica víctima y el mismo Jesús la ofrece ahora por el ministerio de los sacerdotes, Él que un día se ofreció a sí mismo en la Cruz: sólo es diverso el modo de ofrecerse” Juan Pablo II, Ecclesia de Eucaristía, n 12-13
[8] Jn 21, 7.
[9] “Llamó al pan su cuerpo viviente, lo llenó de sí mismo y de su Espíritu, y quién lo come con fe, como Fuego y Espíritu. Tomad y comed todos de él, y coméis con él el Espíritu Santo. En efecto, es verdaderamente mi cuerpo y el que lo come vivirá eternamente” San Efrén, el Sirio, Homilía IV para la Semana Santa.
[10] Jn 6, 57.
[11] He escuchado críticas de algunos liturgistas diciendo que el nombre Corpus Christi no es correcto ya que centra solamente la fiesta en el Cuerpo del Señor. Cuando decimos Corpus Christi, y ésa fue la intención de la Iglesia desde siempre, hacemos referencia a la totalidad del Misterio Eucarístico, no lo reducimos. Pero bueno, siempre hay que tener alguna disputa.
[12] “La Iglesia ha recibido la Eucaristía de Cristo, su Señor, no sólo como un don entre muchos otros, aunque sea muy valioso, sino como el Don por excelencia, porque es Don de Sí mismo, de su Persona, de su Santa Humanidad y, además, de su obra de salvación...Misterio grande, Misterio de Misericordia. ¿Qué más podía hacer Jesús por nosotros? Verdaderamente, en la Eucaristía nos muestra un amor que llega hasta el extremo (Jn 13,1), un amor que no conoce medida”. Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia, n 11.
[13] “Nobis natus, nobis datus, ex intacta Virgine…”
[14] “Rex effudit Gentium”
[15] “sparso verbi semine”
[16] “cibum turbae duodenae se dat suis manibus”
[17] Plegaria eucarística II, adaptación de la antigua plegaria de la Traditio Apostólica de Hipólito Romano.
[18] “Verbum Caro panem verum verbo carnem efficit”
[19] Adórote devote, latens Deitas…Iesu quem velatum, nunc aspicio.
[20] Prosa eucarística Ave verum Corpus
[21] “Plagas sicut Thomas non intueor” Prosa Adórote devote.
[22] Ecce Panis angelorum. “He aquí el Pan de los ángeles”. (Secuencia Lauda Sion)
[23] Prov 9, 1-6 y Sir 24, 19-21.
[24] “In hac mensa novis Regi, novum Pascha, nove legis, phase vetus terminat” (Secuencia Lauda Sion).
[25] “Atrévete a alabarlo cuánto puedas, que por más que te esfuerces siempre será insuficiente tu alabanza ante la Magnitud de su Don” (Lauda Sión)