1.Dejémonos guiar por la fuerza del Espíritu Santo y, el Señor, hará obras grandes allá donde estemos. En tiempos de debilidad y de turbulencias es donde hemos de agarrarnos más aún a la providencia.
2.Pensemos que, cada Eucaristía, es un cenáculo donde el Espíritu Santo se hace presente de una forma excepcional. En el pan y en el vino, el poder del Señor, hace que sean su Cuerpo y su Sangre.
3.El Señor, con su Espíritu, cubrió en una inmensa sombra la bondad y la pobreza de María. También a nosotros, el Señor, con su Espíritu, nos protege, nos auxilia. Sale al encuentro en cada situación proporcionándonos el valor y el coraje necesario para ser sus siervos y testigos de su reino.
4.María se sintió totalmente llena y feliz por el Espíritu Santo. ¿De qué nos tenemos que desprender nosotros? ¿Qué nos impide, como sacerdotes, disfrutar de los innumerables dones, capacidades y caricias que el Señor nos da?
5.El Espíritu Santo, en el día de nuestra ordenación, selló nuestra alma de un modo definitivo. Renovemos, con nuestro servicio entusiasta y convencido, nuestro sacerdocio. Abramos nuestras manos para que, el Espíritu Santo, una y otra vez, nos consagre en el inmenso amor que Dios nos tiene.
6.El Espíritu Santo proporciona paz en aquellos que invocan su presencia. ¿En qué andamos preocupados? ¿Somos artífices de sosiego, reconciliación y entendimiento? ¿Somos contemplativos y activo o solamente dinámicos y en cortocircuito con Dios?
7.El Espíritu Santo reúne, no divide. “Que todos sean uno”-dijo Jesús- .Sumar, y no restar, debe de ser nuestro celo sacerdotal. Comprender, no rechazar ha de ser nuestro distintivo y nuestro carisma. Los brazos abiertos de Jesús se visualizan en el carácter comprensivo y afable del sacerdote.
8.El Espíritu Santo inspira la palabra y el gesto oportuno en aquellos que intentamos amar y servir a Dios, querer y brindarnos a nuestros hermanos. ¿Anteponemos nuestros criterios a los de la propia Iglesia? ¿Somos auténticos vehículos transmisores de la Palabra del Señor o de nuestras propias ideas? ¿Vivimos una Iglesia en comunión o a nuestra manera?
9.El Espíritu Santo nos hizo sacerdotes para siempre. ¿Damos gracias a Dios por este don inmerecidamente recibido? ¿Somos sacerdotes que renuevan su sacerdocio diariamente o que, con el paso del tiempo, hemos caído en la monotonía, en los mínimos, en el cumplimiento de lo exigido o exigible?
10.El Espíritu Santo, con su fuerza y su presencia, intenta modelarnos según la figura de Jesús. ¿Es nuestro sacerdocio imitación o identidad con el sacerdocio del Señor? ¿Contrastamos lo que hacemos, vivimos y ofrecemos con aquello que Cristo realizó, sintió y proclamó?
Nuestro agradecimiento a D. Javier Leoz