sábado, 26 de diciembre de 2009

P. Marco Antonio Foschiatti, O.P.: “Un Niño nos ha nacido, un Hijo se nos ha dado…”



Meditación junto al niño Jesús


“La Estrella se detiene, venid, venid a Belén, la Alegría solloza en pañales, venid, venid a Belén…Vosotros los abatidos, venid, venid a Belén, es dulce el yugo del Niño, venid, venid a Belén…Vosotros los afligidos, venid, venid a Belén, la Vida sonríe naciendo, venid, venid a Belén…” (inspirado en un villancico noruego)

En esta noche santa somos llamados al portal, somos evangelizados como los pastores “evangelizo vobis gaudium magnum”, la Única Buena Nueva: Jesús. Nos ponemos en camino, nos unimos a la innumerable procesión de pobres, de enfermos, de almas amantes y enamoradas, de santos y santas, de pequeños, niños y grandes, que a través de los siglos han escuchado el dulce “Venite Adoremos…” del Adeste fideles; o que reviven el silencio expectante de toda la tierra en la venida del Redentor, “dum médium silentium…” cantando, casi susurrando, el Noche de paz, ante un mundo que no conoce ni de adoración, ni de silencio amante y por tanto de paz, la Paz de Cristo, la única Paz.
Si, venid…venid a Belén, nuestra Vida llora en tiernos pañales…nuestro Dios, el Pan de los ángeles, el Verbo de Vida, se hace Pan de los hombres…ahora yo puedo con mis ojos ver a mi Redentor, ahora como los ángeles, yo puedo saciarme con su Rostro de hermosura y belleza, porque el Pan de los Angeles, haciéndose carne se me hace mi Pan, el mío…el Pan de los pobres, el Pan de los siervos, el Pan de los humildes…¡¡¡O Res mirabilis!!! El Verbo se hace Niño en la Casa del Pan, se hace pequeño grano de trigo, que ya comienza, en el frío de la indiferencia de esta tierra ingrata, en el frío de la noche glacial de los corazones, a caer en tierra y morir por mi amor. Todo esto por mí… ¡Sí, hambrientos y sedientos todos, aquellos que no tenéis dinero, venid a la fiesta de Dios, al derroche de Dios, venid a comer el Pan de Belén…!

Las aguas torrenciales de nuestras miserias no bastan para apagar su amor por mí. El se hace en la Encarnación mi compañero de Camino. “Manens apud Patrem Veritas et Vita induens se carnem factus est Via” (San Agustín) Permaneciendo junto al Padre es la Verdad y la Vida, naciendo en Belén como Niño se me hace Camino. En su Rostro descubro que Dios es Amor. El Calvario no hará sino consumar esa Revelación del Dios Amor, del Dios misericordia. Los brazos de este Niño ya me están anunciando sus brazos redentores colgados en el patíbulo infame transformado por su Sangre en el Nuevo Árbol de la Vida. Sí, en los bracitos de este Niño ya crece una cruz…se hizo hombre para morir por mi amor en la Cruz, para ser mi Verdad, mi dicha, mi Todo…

Navidad, revelación de que Dios es Amor. Navidad, comunicación del Amor de Dios en su Hijo hecho hijo del hombre…Navidad, Evangelio del Amor, Revelación que Dios sólo tiene eso: Amor. Y ese Amor es su Hijo, su Alegría, su Dicha, su Palabra, Palabra que espira Amor (como en algún lugar de su magna obra dice el Angélico Tomás). Dios se complace en su Hijo que vive jugando en su presencia, complaciendo su Corazón de Padre. Es el Verbo niño que reposa eternamente en su Seno. En el pesebre, desde las manos virginales de María: todo ese Amor, contenido en un Niño, se me entrega como regalo, el tesoro, el precio de mi salvación. ¡Oh Padre tú me das todo, me das a tu Hijo en la Navidad, mira como yo te lo entrego en la Cruz! Recíbelo, por mí y por todo este pobre mundo que no lo conoce ni le recibe. ¡Cómo podemos despreciar al Dios que nos ofrece su Amor!

El Padre, en Belén me da a su Hijo, tanto amó Dios al mundo…todo Jesús me pertenece. Puedo decir con María Virgen y Esposa, con la Iglesia Virgen y Esposa, con toda “anima eclesiástica”, con toda alma Iglesia: ¡ Mi Amado es para mí y yo para mi Amado! Un Niño ha nacido para nosotros…todo lo de Jesús me pertenece: su vivir como Hijo, sus lágrimas, su mirar, su sonrisa, sus alegrías, su pobreza, sus dolores, su muerte redentora, sus caminos, sus palabras de vida, todo su Amor Divino-humano, su ternura, su Humildad, su Madre, su Corazón…¡Su Padre…! “Todo lo tuyo es mío, todo lo mío es tuyo.” Jesús, desde la noche santa, es Todo para nosotros. “Todo lo tenemos en Cristo. Si quieres curar tus heridas, El es el Médico. Si estás ardiendo de fiebre, El es el manantial. Si estás oprimido por la iniquidad, El es Justicia. Si tienes necesidad de ayuda, El es vigor. Si deseas el cielo, El es Camino. Si buscas refugio en las tinieblas, Es la Luz. Si buscas Manjar, El es el Alimento.” (San Ambrosio de Milán)

Dios se hace Niño, misterio que debería extasiarnos, enloquecernos de amor, como lo vivían los santos, como lo vivía San Francisco de Asís. Dicen sus biógrafos que en Navidad San Francisco se volvía loco de alegría, pleno de contento, llegándose hasta a abrazar a los árboles…cantando y musitando el nombre de Jesús y como embebiendo su boca de la dulzura de miel de este Nombre Santísimo. Francisco gustaba el “dulcis Iesu memoria, dans vera cordis Gaudia, sed super mel et omnia, ejus dulcis presentia.” “Oh Jesús de dulcísima memoria que das el verdadero gozo, más dulce que toda miel es tu divina Presencia.” Francisco vive el conocimiento interno del Dios que por amor se hace hombre, se ha hecho llanto, se ha hecho ternura, se ha hecho fragilidad, se ha hecho necesidad humana, se ha hecho corazón de niño. Ese pequeño corazón en Belén ya palpita como el Corazón del mundo. Francisco no está solamente delante del Belén, del pobre pesebre, delante de María y de José, como nosotros pobrecitos que todavía no sabemos sumergirnos en la oración como el pez en el agua, en el mar pacífico de la Trinidad Santa. El Seráfico Francisco se introduce “dentro” de Belén, se sumerge en el hondón del Evangelio que es ese divino Niño. En primer lugar ayudándose con la aplicación de los sentidos interiores: ver el pesebre, sentir el silencio de la noche de paz, olfatear el olor de los animales, ver la pobreza, la incomodidad, los apuros y desvelos de María y de José…hacerme todo ojos a la visión de la Gloria de Dios en esa pobreza, en ese pesebre. Luego ayudarme de los sentidos interiores: ver el interior del Corazón Inmaculado de María en la expectación de su parto virginal, en el anhelo de contemplar, por vez primera, el rostro y la voz de su Hijito, de su Jesús:

“¿Qué es lo que miras María, con ojos tan abiertos y atentos? Cerrados al mundo exterior los abres al hondón infinito de tus entrañas. Y allí los posas, serenos, sobre el fruto bendito que vas madurando. Tus ojos, sin verlo todavía, lo cuidan y lo cobijan. Tu mano, sin tocarlo aún, lo acaricia con ternura. Lo amas sin haberlo visto, María, con fe viva lo sabes dentro de ti, presente y con esperanza firme aguardas su sonrisa.
Tus labios, sin hablar, sin que se escuche tu voz, repiten suavemente su Nombre: IESHUAH, JESUS. Y como una brisa ligera, como un suave aliento, en tu dulzura lo concibes en fe y amor, antes de que el Espíritu fecunde tu virginidad. Virgen Orante, Virgen de la Dulce espera, dame gozar como tú de Aquel que me vive por dentro, y que crece en mi interior hasta el parto de mi partida. Dame inclinarme sobre su Corazón en la Escritura, en el Sagrario, en mis hermanos para que resuene en mí su música callada y quede el Rostro de tu Hijito en mis entrañas dibujado…y así en mi oscura carne el Verbo Divino su tienda quiera plantar y en mi pobre vida la Suya pueda Morar…”
(Un contemplativo)

Gustar y saborear, como San Francisco, la misericordia infinita que es ese Niño; gustar la bondad misericordiosa del corazoncito de ese Niño que será derramada como torrente de Vida y de Luz en la Cruz Redentora. El Río de Misericordia ya comienza, como un silencioso manantial, a brotar en la pobre gruta de Belén. Ese río anegará el Cosmos: ¡en qué fuentes será renovado y recreado el Cosmos!

¿Por qué en esta noche Santa, la Noche más clara que el día, no voy a derrocharme tiempo largamente para mirarle? Mirarle, tan sólo mirarle. Mirar al Niño como Su Padre le mira, complaciéndose, recreándose, solazándose en su Verbo de Vida:

“En aquel amor inmenso
Que de los dos procedía,
Palabras de gran regalo
El Padre al Hijo decía,
De tan profundo deleite,
Que nadie las entendía;
Sólo el Hijo lo gozaba,
Que es a quién pertenecía…
En ti sólo me he agradado,
Eres lumbre de mi lumbre,
Eres mi Sabiduría,
Figura de mi sustancia,
En quien bien me complacía.
Al que a ti te amare, Hijo,
A mí mismo le daría,
Y el amor que yo en ti tengo
Ese mismo en él pondría,
En razón de haber amado
A quién yo tanto quería.”
( San Juan de la Cruz)

¡Sí, tan sólo mirarle! Una simple mirada, una mirada amante, decirle con María, decirle con José, decirle con los Pastores, con los niños, con los pecadores arrepentidos de todos los tiempos, decirle unidos a todos los locos de Dios, los santos, decirle con San Bernardo, con San Francisco, con San Antonio de Padua, con Enrique Susón, con Santa Rosa de Lima, con San Cayetano, con San Estanislao de Kotska, con Santa Teresa del Niño Jesús, con Antonio Chevrier , con todos los santos enamorados del Niño Jesús y de su felíz infancia que restauró a la humanidad caída. Digamos a este Niño, casi susurrando, como una dulce nana: “Te diré mi Amor, Rey mío, con una mirada suave, te lo diré contemplando tu cuerpo que en pajas yace, Te lo diré con mis besos, quizá con gotas de sangre…Te diré mi Amor, Rey mío, adorándote en la carne, te lo diré con los labios de tu Esposa, con la fe de tus mártires…Te diré mi Amor, Rey mío, oh Dios del amor más grande, bendito en la Trinidad que has venido a nuestro pobre valle.”

Tan sólo mirarle, tan sólo sumergirnos en ese Misterio de ternura que puede convertirnos en un instante de gracia…Tan sólo mirarle para ser iluminados por la Luz del Verbo hecho carne…Tan sólo mirarle para unirnos a El definitivamente, sin más rodeos con su amor. Tan sólo mirarle para que el Sol que por las entrañas de misericordia de nuestro Dios nos visita revestido de mi carne; el Sol que se ha escondido en la ceniza para que no tenga miedo de acercarme a su resplandor, pueda curar mi ceguera. Aprendiendo a ver a Dios hecho niño, hecho pobre, hecho aflicción, hecho necesidad mis ojos pueden purificarse de tantos egoísmos, de tantas cegueras, de tantas impurezas, de tantas cerrazones al Amor.

Tan sólo mirarle…para que mis ojos transfigurados por la ternura del Niño, fascinados y encandilados por su Luz sólo puedan ver a Jesús en los demás…sólo puedan ver en el prójimo al Dios que se me hizo prójimo; al Dios que se me hizo Hermano en la Navidad.
“Piensa que tú, que aún no ves a Dios, merecerás contemplarlo si amas al prójimo, pues amando al prójimo purificas tu mirada para que tus ojos puedan contemplar a Dios: así lo atestigua expresamente San Juan: Quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve.” ( San Agustín)

Dios en Navidad se me hace prójimo, mi próximo…pero prójimo hambriento y sediento de mi concreto y operante amor. Desde esa Noche Santa todo rostro humano –aún el más herido, aún el más esclavizado, aún el más carente de los cánones de la mundana hermosura, aún el deformado por la lepra del pecado- está llamado a reflejar el Rostro del Verbo que se hizo Hombre, que se hizo Rostro, se hizo Hermano y Buen Samaritano de todos los caídos y enfermos –quién en alguna manera no lo está-.

De esta manera la mirada al Rostro del Niño, la simple mirada amante vuelve a hacerse murmullo, coloquio, diálogo, canción de amor, pedido de amor para amar con El, para que El puede amar en mi y a través de mi pobre amor: “Jesús Hermosura de todas las hermosuras, flor de los campos y lirio de los valles, imprime tu Rostro en mi corazón…que nada pueda desviar mi amor de la contemplación de tu Rostro, de poder enjugar tu Rostro en todos los “Jesús” que encuentre en mi caminar. Cada gesto de amor cristiano, de misericordia puede devolver la hermosura de tu Rostro a un hermano. ¿a quién devolveré esa hermosura en esta Navidad? ¿A quién ofreceré ese Hermosura?
Ha venido a buscarme el Buen pastor, haciéndose tierno Cordero, no hay abismo que se le resista. ¿Queremos saber quién es Dios, cómo es Dios…? ¿Queremos atisbar algo de su amor loco? ¿Queremos “calcular” la medida de su amor? Miremos el Rostro del Niño. Míralo y déjate mirar. El mismo nos dice: “Quién me ve, ve al Padre.” Dios se ha hecho Niño para que no tengamos miedo de acercarnos a El. En Navidad se cumple en plenitud lo que el Señor ya había anticipado por boca del profeta Oseas: “Con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor y era para ellos como los que alzan a un niño contra su mejilla…”
El Hijo, el Niñito nos está mostrando el Corazón del Padre misericordioso. El se inclina sobre nosotros, inclina su mejilla misericordiosa, se abaja en su Hijo amado para recrearnos con su Perdón y para alimentarnos de su Vida.

Terminemos esta meditación orando juntos para que el Niño pueda nacer en esta Navidad en nuestros corazones, en nuestras familias, en nuestro mundo. Que María, nuestra dulce Madre, la Virgen de la Espera, nos regale al Niño, nos dé a su Hijito hoy y siempre. Veni Domine Iesu…



Oración ante el Misterio de la Encarnación:

“Mirar y considerar lo que hacen María y José, caminar y trabajar, para que el Señor nazca en suma pobreza, y al final de los trabajos, de hambre y sed, de calor y de frío, de injurias y afrentas, para morir en cruz; y todo esto por mí” (San Ignacio E.E. 116)

Así te necesitaba, oh Dios mi corazón: hecho hombre, para poder mirarte con mis propios ojos y poder amarte con un amor más humano. Y tu Bondad todopoderosa hace el milagro: Tu, el infinito, te reduces a la pequeñez de un Niño, y me miras y me sonríes y me amas. Tú, el Verbo eterno de Dios, eres ahora “recién nacido”. Tú, la Belleza infinita e invisible, brillas ahora ante mis ojos. Tú, el Omnipotente invisible, ahora “estás ahí”, frente a mí, visible, palpable, asequible, estás ahí y puedo mirarte, y hablarte con palabras humanas y oír el sonido de tu Voz. Naces para ser, con tu ejemplo, mi seguro Maestro. Naces para ser con tu muerte, mi amado Redentor Quiero vivir siempre, oh Jesús la alegría de tu Natividad, la alegría de saber de que naces por mí, y que vienes a buscarme para llevarme contigo.
¡Oh Jesús, Niño Dios, Tú el pequeño Infinito, cubre mi pequeñéz con tu grandeza y llena con tu Amor el inmenso vacío de mi alma. María, Virgen de Belén, Madre de la dulce Espera que tus manos virginales depositen al Niño en el pesebre de nuestro pobre corazón…lo queremos recibir hoy y siempre de tus manos y de tu “hágase” de humilde esclava, Sierva del Amor. Amén
¡Muy feliz Nacimiento del Redentor para todos!!!