I
Si el buen Dios nos envía cruces, nos hartamos, nos quejamos, murmuramos; somos tan enemigos de todo lo que nos contraría, que nos gustaría estar siempre en una caja entre algodones... cuando, en realidad, lo que necesitamos es que nos metan en una caja entre espinas. La cruz es el camino para ir al cielo. Las enfermedades, las tentaciones, las penas, son manifestaciones de esa cruz que nos lleva al cielo. Pero todo esto pasará rápido. Mirad los santos que ya están allí... el Buen Dios no nos pide el martirio del cuerpo, nos pide el martirio del corazón y de la voluntad. Nuestro Señor es nuestro modelo. Tomemos nuestra cruz y sigámosle. Hagamos como los soldados de Napoleón. Había que atravesar un puente sobre el que disparaban las metralletas; nadie se atrevía a atravesarlo. Napoleón cogió la bandera y salió primero. Hagamos lo mismo; sigamos a Nuestro Señor, que ha salido el primero... "
II
Se quiera o no, hay que sufrir. Hay quienes sufren como el buen ladrón y otros como el malo. Los dos sufrían paralelamente. Pero uno supo volver sus sufrimientos meritorios; el otros expiró en la desesperación más horrible.
Hay dos maneras de sufrir: sufrir amando y sufrir sin amar. Los santos sufrían todo con paciencia, alegría y perseverancia, porque amaban. Nosotros sufriremos con cólera, pesar y cansancio, porque no amamos; si amásemos a Dios, estaríamos felices de poder sufrir por el amor de quien ha querido sufrir por nosotros.
Hay dos maneras de sufrir: sufrir amando y sufrir sin amar. Los santos sufrían todo con paciencia, alegría y perseverancia, porque amaban. Nosotros sufriremos con cólera, pesar y cansancio, porque no amamos; si amásemos a Dios, estaríamos felices de poder sufrir por el amor de quien ha querido sufrir por nosotros.
III
En el camino de la cruz, sólo cuesta el primer paso. Nuestra mayor cruz es el temor de la cruz"
IV
Cuando rechazamos la cruz, nos equivocamos; porque hagamos lo que hagamos, la cruz siempre está presente y no podemos escapar de ella.
¿Qué tenemos que perder? Y, sin embargo, la mayor parte de los hombres dan la espalda a las cruces y huyen ante ellas. Cuando más corren, cuanto más la rechazan, la cruz se hace más presente, y más les golpea y les aplasta con su peso.
¿Qué tenemos que perder? Y, sin embargo, la mayor parte de los hombres dan la espalda a las cruces y huyen ante ellas. Cuando más corren, cuanto más la rechazan, la cruz se hace más presente, y más les golpea y les aplasta con su peso.
V
La cruz es la escalera del cielo. Es un consuelo sufrir bajo los ojos de Dios y poder decir por la noche en nuestro examen de conciencia: "Vamos, ¡alma mía! has tenido hoy dos o tres horas de parecido con Jesucristo! Has sido flajelada, coranada de espinas, crucificada con él". Oh, ¡qué tesoro para la muerte! ¡Qué bien sienta morir cuando se ha vivido en la cruz!
VI
Si alguién le dijera: "Me gustaría ser rico. ¿Que hay que hacer?" Usted le respondería: Hay que trabajar. Pues para ir al cielo hay que sufrir.
¡Sufrir! ¿Qué más da? Sólo es un momento. Si pudiésemos pasar ocho días en el cielo, comprederíamos lo que vale este momento de sufrimiento aquí en la tierra. Ninguna cruz nos parecería pesada, y ninguna prueba sería amarga.
Tomados de
Manglano Castellary, Orar con el Santo Cura de Ars, DDB