“El rosario es mi oración predilecta. ¡Plegaria maravillosa! En su sencillez y en su profundidad. Con el trasfondo de las avemarías pasan ante los ojos del alma los episodios principales de la vida de Jesucristo. El rosario en su conjunto consta de misterios gozosos, dolorosos y gloriosos, y nos ponen en comunión vital con Jesús a través del Corazón de su Madre. Al mismo tiempo nuestro corazón puede incluir en estas decenas del Rosario todos los hechos que entraman la vida del individuo, la familia, la nación, la Iglesia, la humanidad. Experiencias personales o del prójimo, sobre todo de las personas más cercanas o que llevamos más en el corazón. De este modo la sencilla plegaria del Rosario sintoniza con el ritmo de la vida humana.”
En estas palabras de nuestro querido y llorado Juan Pablo II se compendia el tema de esta conferencia sobre el rosario y nuestra oración personal.
Es bueno comenzar preguntándonos ¿qué es orar? ¿por qué orar con el Rosario y desde dentro del Rosario? ¿Qué significa la tan conocida expresión de que orar con el Rosario es orar desde el Corazón del Evangelio?
Orar no es otra cosa que la atmósfera vital en donde puede crecer, abrirse y dar fruto esa Vida de Gracia que hemos recibido en el Bautismo. En este sentido la oración es la respiración de esa Vida de Dios, o mejor un grito filial desde el Corazón de Cristo en el Espíritu Santo: ABBA, Padre!!
Orar es tomar conciencia de esa Vida de Gracia en la cual estamos sumergidos. ¡Desde el día de nuestro Bautismo la Vida de Dios es la nuestra y orar es reconocerse dentro de esa Vida! Estamos sumergidos en la Vida del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo[1]. Asimismo vivimos sumergidos en el Misterio de Cristo y orar es introducirse en la profundidad del Corazón de Cristo, abismo de gozo y de luz, de dolor y de radiante gloria.
Santa Teresa del Niño Jesús y de la santa Faz, nuestra querida Teresita, nos da una aproximación a la oración en sus conocidas palabras:
“Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de agradecimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de la alegría.”
Impulso del corazón: la oración tiene que despertar nuestra sed de Dios, la búsqueda del Rostro del Señor que nuestro corazón ansía contemplar. Despierta la tensión de todo nuestro ser hacia Dios, el “fecisti nos ad Te Domine” de San Agustín. Hemos sido creados hacia Dios y con capacidad de El, de entrar en la comunión-comunicación de su Amor trinitario: “Que el Amor con tú me amaste esté en ellos y Yo también esté en ellos.”
Es sobre todo un dejarnos atraer por la belleza y la irradiación de un Rostro, el de Jesús:
“La contemplación es mirada de fe, fijada en Jesús... Esta atención a El es renuncia a ‘mi’. Su mirada purifica el corazón. La luz de la mirada de Jesús ilumina los ojos de nuestro corazón; nos enseña a ver todo a la luz de su verdad y de su compasión por todos los hombres. La contemplación dirige también su mirada a los misterios de la vida de Cristo. Aprende así el ‘conocimiento interno del Señor’ para más amarle y seguirle.” (C.E.C nº 2716)
La mirada de fe con María a Jesús hace crecer el pequeño fuego de nuestra caridad a la vez que nos abre a una renovada esperanza. Podemos orar incesantemente desde estos pequeños actos de fe, esperanza y caridad dirigidos al Señor desde María y con María:
“La contemplación es amor silencioso. Las palabras en la oración contemplativa no son discursos, sino ramillas que alimentan el fuego del amor. En este silencio, insoportable para el hombre exterior, el Padre nos da a conocer a su Verbo encarnado, sufriente, muerto y resucitado, y el Espíritu filial nos hace participar de la oración de Jesús.” (C.E.C nº 2717)
El Rosario es respirar desde la fe de María, ésa fe por la que ella es Bienaventurada. En efecto, la primera Bienaventuranza es proferida, bajo la luz del Espíritu Santo, por Isabel: “Beata quae credidisti...” ¡Bienaventurada la que ha creído! Es por esa fe bienaventurada, principio de la bienaventuranza en nosotros y del conocimiento de Dios, que la Virgen pudo concebir al Hijo de Dios. Concibe a Cristo por la fe en su Corazón, antes de concebirlo en su cuerpo inmaculado.
Nosotros adentrándonos en esa fe bienaventurada de María concebimos también a Cristo en el Corazón. El Jesús, que vive en María, viene a morar, a permanecer en la gracia conformadora de sus Misterios y nos quiere incorporar a su Vida: “Vivo yo, pero no yo, si que es Cristo quién vive en mí. Y mientras vivo en esta carne mortal vivo de la fe en el Hijo de Dios que me amó hasta entregarse por mí.”
En estas palabras de nuestro querido y llorado Juan Pablo II se compendia el tema de esta conferencia sobre el rosario y nuestra oración personal.
Es bueno comenzar preguntándonos ¿qué es orar? ¿por qué orar con el Rosario y desde dentro del Rosario? ¿Qué significa la tan conocida expresión de que orar con el Rosario es orar desde el Corazón del Evangelio?
Orar no es otra cosa que la atmósfera vital en donde puede crecer, abrirse y dar fruto esa Vida de Gracia que hemos recibido en el Bautismo. En este sentido la oración es la respiración de esa Vida de Dios, o mejor un grito filial desde el Corazón de Cristo en el Espíritu Santo: ABBA, Padre!!
Orar es tomar conciencia de esa Vida de Gracia en la cual estamos sumergidos. ¡Desde el día de nuestro Bautismo la Vida de Dios es la nuestra y orar es reconocerse dentro de esa Vida! Estamos sumergidos en la Vida del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo[1]. Asimismo vivimos sumergidos en el Misterio de Cristo y orar es introducirse en la profundidad del Corazón de Cristo, abismo de gozo y de luz, de dolor y de radiante gloria.
Santa Teresa del Niño Jesús y de la santa Faz, nuestra querida Teresita, nos da una aproximación a la oración en sus conocidas palabras:
“Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de agradecimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de la alegría.”
Impulso del corazón: la oración tiene que despertar nuestra sed de Dios, la búsqueda del Rostro del Señor que nuestro corazón ansía contemplar. Despierta la tensión de todo nuestro ser hacia Dios, el “fecisti nos ad Te Domine” de San Agustín. Hemos sido creados hacia Dios y con capacidad de El, de entrar en la comunión-comunicación de su Amor trinitario: “Que el Amor con tú me amaste esté en ellos y Yo también esté en ellos.”
Es sobre todo un dejarnos atraer por la belleza y la irradiación de un Rostro, el de Jesús:
“La contemplación es mirada de fe, fijada en Jesús... Esta atención a El es renuncia a ‘mi’. Su mirada purifica el corazón. La luz de la mirada de Jesús ilumina los ojos de nuestro corazón; nos enseña a ver todo a la luz de su verdad y de su compasión por todos los hombres. La contemplación dirige también su mirada a los misterios de la vida de Cristo. Aprende así el ‘conocimiento interno del Señor’ para más amarle y seguirle.” (C.E.C nº 2716)
La mirada de fe con María a Jesús hace crecer el pequeño fuego de nuestra caridad a la vez que nos abre a una renovada esperanza. Podemos orar incesantemente desde estos pequeños actos de fe, esperanza y caridad dirigidos al Señor desde María y con María:
“La contemplación es amor silencioso. Las palabras en la oración contemplativa no son discursos, sino ramillas que alimentan el fuego del amor. En este silencio, insoportable para el hombre exterior, el Padre nos da a conocer a su Verbo encarnado, sufriente, muerto y resucitado, y el Espíritu filial nos hace participar de la oración de Jesús.” (C.E.C nº 2717)
El Rosario es respirar desde la fe de María, ésa fe por la que ella es Bienaventurada. En efecto, la primera Bienaventuranza es proferida, bajo la luz del Espíritu Santo, por Isabel: “Beata quae credidisti...” ¡Bienaventurada la que ha creído! Es por esa fe bienaventurada, principio de la bienaventuranza en nosotros y del conocimiento de Dios, que la Virgen pudo concebir al Hijo de Dios. Concibe a Cristo por la fe en su Corazón, antes de concebirlo en su cuerpo inmaculado.
Nosotros adentrándonos en esa fe bienaventurada de María concebimos también a Cristo en el Corazón. El Jesús, que vive en María, viene a morar, a permanecer en la gracia conformadora de sus Misterios y nos quiere incorporar a su Vida: “Vivo yo, pero no yo, si que es Cristo quién vive en mí. Y mientras vivo en esta carne mortal vivo de la fe en el Hijo de Dios que me amó hasta entregarse por mí.”
El Rosario y nuestra oración incesante por las virtudes teologales:
El Rosario nos adentra en el ejercicio de la vida teologal, en esa prolongación y dinamismo de la gracia santificante que son las virtudes teologales junto con los dones del Espíritu Santo. ¡Qué hermoso y sencillo es en medio de nuestros ajetreos tomar el Rosario y hundirnos en la fe, la esperanza y la caridad de la Virgen! Es por la fe, la esperanza y la caridad que podemos vivir en una oración continua e incesante:
“Dios no sería la infinita Bondad y Sabiduría si, en correspondencia con la atracción y el impulso que ejerce sobre nuestro amor, no nos diese también los medios para dejarnos llevar gozosamente por este impulso y así adherirnos totalmente a El. Estos medios que nos llevan con certeza a la relación directa con Dios son las tres virtudes teologales y los dones del Espíritu Santo que las acompañan. Por la Fe afirmamos la verdad de la Vida divina que nos ha sido prometida; por el Amor alcanzamos su posesión, y la Esperanza nos da la seguridad de que con la ayuda de la gracia creceremos en esta vida cada vez más y de que finalmente la poseeremos como propia y ya inamisible en el cielo. En este ejercicio de las tres virtudes teologales consiste la esencia de toda oración sincera y profunda. Podemos tratar con Dios directamente en la sencillez y simplicidad de nuestras almas.” (La vida en Dios, un Cartujo)
Vivimos “adheridos” profundamente a nuestro “hilo primordial” que es Dios Amor. Vivimos arrojados hacia El, impulsados en boca de Teresa de Lisieux, hacia nuestro Centro vital en quien nos movemos, vivimos y existimos.
La “dulce cadena que nos une a Dios”, el Rosario nos tiene que recordar diariamente esto. Fe, Esperanza y Caridad son los tres eslabones que nos unen a Dios: “El Rosario evoca el camino incesante de la contemplación y de la perfección cristiana. El Beato Bártolo Longo lo consideraba también como una cadena que nos une a Dios. Cadena, sí, pero cadena dulce; así se manifiesta la relación con Dios que es Padre. Cadena “filial” que nos pone en sintonía con María, la esclava del Señor y, en definitiva, con el propio Cristo, que, aun siendo Dios, se hizo “Siervo” por amor nuestro.” (RVM, Nº 36)
“Dios no sería la infinita Bondad y Sabiduría si, en correspondencia con la atracción y el impulso que ejerce sobre nuestro amor, no nos diese también los medios para dejarnos llevar gozosamente por este impulso y así adherirnos totalmente a El. Estos medios que nos llevan con certeza a la relación directa con Dios son las tres virtudes teologales y los dones del Espíritu Santo que las acompañan. Por la Fe afirmamos la verdad de la Vida divina que nos ha sido prometida; por el Amor alcanzamos su posesión, y la Esperanza nos da la seguridad de que con la ayuda de la gracia creceremos en esta vida cada vez más y de que finalmente la poseeremos como propia y ya inamisible en el cielo. En este ejercicio de las tres virtudes teologales consiste la esencia de toda oración sincera y profunda. Podemos tratar con Dios directamente en la sencillez y simplicidad de nuestras almas.” (La vida en Dios, un Cartujo)
Vivimos “adheridos” profundamente a nuestro “hilo primordial” que es Dios Amor. Vivimos arrojados hacia El, impulsados en boca de Teresa de Lisieux, hacia nuestro Centro vital en quien nos movemos, vivimos y existimos.
La “dulce cadena que nos une a Dios”, el Rosario nos tiene que recordar diariamente esto. Fe, Esperanza y Caridad son los tres eslabones que nos unen a Dios: “El Rosario evoca el camino incesante de la contemplación y de la perfección cristiana. El Beato Bártolo Longo lo consideraba también como una cadena que nos une a Dios. Cadena, sí, pero cadena dulce; así se manifiesta la relación con Dios que es Padre. Cadena “filial” que nos pone en sintonía con María, la esclava del Señor y, en definitiva, con el propio Cristo, que, aun siendo Dios, se hizo “Siervo” por amor nuestro.” (RVM, Nº 36)
Con el Rosario entramos en la vida teologal de María, con las corrientes y las acequias del Espíritu Santo que alegran esta Ciudad de Dios, que es Ella misma. La Fuente de la vida teologal de María es Cristo mismo; Jesús puede vivir y permanecer en el seno de María porque Ella, desde el primer instante de su ser inmaculado, vive en la Gracia de Jesús, vive en Jesús y para El.
Orar con el rosario es adentrarnos en el Evangelio de la Gracia de Cristo que late en el corazón de su Madre, Madre de la Divina Gracia: “en esta oración, que es compendio del Evangelio, nos adentramos en la contemplación del Rostro de Cristo desde la perspectiva mariana. Centrándonos en el nombre y el rostro de Jesús, contemplando sus misterios, en el desgranar de las avemarías su ritmo repetitivo nos lleva a una pedagogía del amor, orientada a promover el mismo amor que María tiene por su Hijo.”
Es por eso que el Rosario es escuela de oración, de contemplación saludable, por él vivimos profundamente nuestra vida teologal, orando constantemente en la fe, la esperanza y la caridad.
Nos sería de gran ayuda, en cada misterio del Rosario, el preguntarnos: ¿cómo es la fe, la esperanza y la caridad de María? ¿cómo es su vida teologal en su Fiat en la Anunciación? ¿cómo es la caridad que la hace correr, con los pasos del amor, para ser la primera misionera que lleva a Jesús y que canta sus maravillas, en su pequeñez, junto a Isabel? ¿cómo es su búsqueda angustiada en la pérdida de Jesús en el Templo? ¿cómo estaba sostenida por la esperanza del encuentro? Busco al amor de mi alma, esta pérdida y encuentro de Jesús será como un preludio y un anticipo de los Tres días de la Pasión, Muerte y Sepultura de Jesús.
¿Cómo es la vida de fe, esperanza y caridad de nuestra Madre en los tres días de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús? Allí la vida teologal de nuestra Madre se vió plenificada y desbordó sobre toda la Iglesia, que en ésos días subsistió en su Corazón fiel: Mi Corazón está firme, Dios mío, mi Corazón está firme.
El Rosario nos ayuda a trasladarnos a la vida teologal de nuestra Madre en sus gozos, en la contemplación del Rostro luminoso de su Hijo, en su compasión junto al dolor de Jesús y en su radiante gloria en el encuentro con la Resurrección y la Vida; en su Misión de ser el corazón orante de la Iglesia, en la efusión del Espíritu de Vida y de Luz. De esta manera sintoniza con nuestra vida cotidiana de fe, esperanza y caridad y la sostiene[2].
El secreto de este crecimiento teologal está en colocarse cada día ante el Misterio de la Inmaculada concepción de nuestra Madre[3].
Es el Misterio por excelencia de la Gracia, es la fiesta de la Gracia, la aurora de la nueva creación; el preludio del triunfo definitivo del Amor de Jesús en la Cruz. Cada vez que llamamos a María, que le cantamos con nuestro corazón llena eres de Gracia (kejaritomene)[4] nos ponemos en íntimo contacto con el Misterio de su inmaculada concepción que es a la vez el Misterio de su plenitud de gracia: allí María recibe el germen vivo de su fe, esperanza y caridad.
La gracia de María, puro regalo y reflejo de la Hermosura y la ternura de Dios, nos contagia y nos hace capaces de responder desde Ella a Jesús[5]. El contacto con la hermosura de María despierta el impulso de la oración y dilata nuestro tan pequeño y mezquino corazón. Como dice el Santo Cura de Ars: “Nuestro corazón es pequeño, pero la oración lo dilata y lo hace capaz de amar a Dios. El hombre tiene un hermoso deber sobre la tierra, orar y amar. Si oramos y amamos lo tenemos todo.” La fe, la esperanza y la caridad que brotan de nuestro inhabitare in María nos unen directamente con Dios.
El otro lugar para aprender a orar desde las virtudes teologales de María consiste en ponernos cada día, espiritualmente con Ella, que permanece de pié junto a la Cruz de Jesús. Allí la Madre que está junto a la cruz sostenida por la fe, fortalecida por la esperanza y ardiente por el fuego de la caridad, nos ilumina en nuestro peregrinar de cada día, en lo difícil del amor que tiene que abrazarse a su cruz cada día y ver en esa cruz a Jesús que nos lleva a nosotros; en el paciente y silencioso esperar del alba de la Resurreción, porque su amor por nosotros se renueva cada mañana.
¡Qué distinta se nos muestra la oración cuando colocamos nuestro corazón en aquella que está llena de Gracia, llena de Dios, para que impulse nuestro corazón en el salto de la fe y del amor que es entregarse con Jesús en la cruz cada día! Nuestra oración tiene que desembocar allí, junto a María al pié de la cruz: No hay amor más grande que dar la vida.
Es por eso que el Rosario, la dulce cadena de la fe, esperanza y caridad de María está coronada y se abre por la Cruz:
“El Rosario está centrado en el Crucifijo, que abre y cierra el proceso mismo de la oración. En Cristo se centra la vida y la oración de los creyentes. Todo parte de El, todo tiende hacia El, todo, a través de El, en el Espíritu Santo, llega al Padre.” (RVM 36)
La Fe, la esperanza y caridad de María nos llevan a vivir en su Hijo: Viviendo con Jesús, que permanece en el seno del Padre y en el seno de María, aprendemos a orar:
“O Iesu, vivens in María, veni et vive en famulis tuis, in spiritu sanctitatis tuae, in plenitudine virtutis tuae, in perfectione viarum tuarum, in virtute virtutum tuarum, in communione mysteriorum tuorum. Dominare omni adversae potestati in Spiritu tuo, ad gloriam Patris. Amen”
El secreto de la oración está en ponerse con sinceridad en la Presencia de ese Rostro de Jesús, que vive en María. Mirando a Jesús desde María aprendemos a orar casi por contagio y surge en nosotros un deseo y una súplica: “Señor, enséñanos a orar.” Nos dice Juan Pablo II en su carta Novo millenio ineunte:
“Es preciso aprender a orar, como aprendiendo de nuevo este arte de los labios del divino Maestro... En la plegaria se desarrolla ese diálogo con Cristo que nos convierte en sus íntimos: Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Esta reciprocidad es el fundamento mismo, el alma de la vida cristiana y una condición para toda vida pastoral auténtica. Realizada en nosotros por el Espíritu Santo, nos abre, por Cristo y en Cristo, a la contemplación del rostro del Padre... La oración puede avanzar, como verdadero y propio diálogo del amor, hasta hacer que la persona humana sea poseída totalmente por el divino Amado, sensible al impulso del Espíritu y abandonada filialmente al corazón del Padre. Entonces se realiza la experiencia viva de la promesa de Cristo: El que me ame, será amado por mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a el.” (NMI, 32-33)
El Rosario nos pone en contacto con la fuente de agua viva del corazón:
Volvamos a las palabras de Teresita sobre la oración, la doctora de la ciencia del Amor divino, nos dice que la oración es un impulso del corazón, una respuesta del corazón hacia una atracción del Señor. En este momento queremos subrayar la realidad del corazón[6], o sea el lugar de la permanencia de Dios Trinidad en nosotros, en lugar en donde mana en nosotros “la eterna fonte del agua viva del Espíritu”, como canta la conocida poesía de Juan de la Cruz[7].
La oración contemplativa del Rosario se inscribe en la larga tradición orante de la Iglesia, en una modalidad conocida tanto en Oriente como en Occidente: no referimos a la oración del corazón, hacer descender o introducir el corazón, nuestro propio corazón, en el Nombre- que es Presencia- de Jesús y de María[8].
La oración del corazón trata de hacernos tomar conciencia de que el Agua viva del Espíritu, su hoguera de caridad permanece en nuestro más profundo centro.
Y es allí en lo secreto a donde debemos descender para caminar desde la presencia y la permanencia en el amor y poder dar infinitos frutos para la gloria de nuestro Padre.[9]
Cada vez que tomamos el Rosario, la Virgen como en el Cenáculo, nos envuelve con su oración –la omnipotencia suplicante- y hace que el Espíritu de Pentecostés pueda aletear en nosotros, despertando nuestro corazón adormilado en el pecado, en la pereza o en la indiferencia para devolverlo a su primera vocación: hacer resplandecer el Misterio de la hermosura de Dios Trinidad.
Nosotros saludamos y contemplamos a la llena de gracia en cada avemaria y Ella nos envuelve con su oración. Dejarse envolver por la oración de la Inmaculada, la Madre de la oración perpetua, para que descubramos y conozcamos en nosotros al Don de Dios, a su Espíritu de Vida[10].
El Espíritu de Vida con su influjo quiere regar nuestro corazón en sequía, sanar nuestras enfermedades, vencer nuestra dureza, infundir el calor de la Vida de Dios en nuestro hielo. Nosotros decimos: Ave María y la Virgen dice en nosotros y por nosotros: ¡Veni Sancte Spiritus!. La Virgen y el Espíritu Santo nos hacen tomar conciencia de que tenemos un corazón, despiertan el corazón para Dios y día a día le enseñan a ese corazón a ser reflejo del Corazón en donde el Padre encuentra toda su Complacencia: El Corazón de Jesús[11].
¡Sí, Santa Madre, omnipotencia suplicante ruega por nosotros en cada ave maría que te ofrece nuestra pobreza y nuestro amor para que cada día vivamos un nuevo Pentecostés! Si, Ven oh Santo Espíritu, ven por la intercesión de tu Esposa inmaculada, y obra en nosotros por la Gracia lo que obraste en María por la Gracia y la naturaleza. Forma a Jesús en nosotros, configúranos con El:
“Ven, Espíritu Santo. Venga la unión del Padre, el beneplácito del Verbo. Tú, Espíritu de verdad, eres el premio de los santos, el refrigerio de las almas, la luz en las tinieblas, la riqueza de los pobres, el tesoro de los que aman, la saciedad de los hambrientos, el consuelo de los peregrinos; en ti finalmente, se hallan todos los tesoros inimaginables.
Ven, tú que, al descender sobre María, hiciste que el Verbo se encarnara, y obra en nosotros por la gracia lo que obraste en Ella por la gracia y la naturaleza.
Ven, tú que eres el alimento de todo pensamiento casto, la fuente de toda clemencia, la cumbre de toda pureza. Ven y consume en nosotros todo aquello que impide que nosotros seamos consumidos en ti” (Santa María Magdalena de Pazzis)
El Rosario como sencilla mirada del corazón:
Si seguimos desgranando la quasi definición de la oración de Teresita nos encontramos con la expresión: Para mi la oración es una sencilla mirada... Estas palabras nos abren a todo el misterio de la contemplación cristiana. Esa contemplación que es gracia, o sea que es un regalo de lo alto, del Padre de las luces, y a la cual todos estamos llamados.
¡Con el Rosario somos los contemplativos por excelencia! El rosario mismo nace en el corazón contemplativo de la Iglesia, en los claustros cartujanos y la cálida meditación de los misterios de Jesús que San Bernardo instaura en su escuela de la caridad, que es el monasterio cistercience.
Vuelvo a repetirlo: rezando bien el Rosario ¡somos los contemplativos por excelencia! Y la oración es contemplar: mirar con Jesús, mirar con María, mirar al Padre. Pero contemplar es también, y sobre todo, mirar dentro de Jesús y de María, mirar dentro de sus misterios para poder aclarar en ellos nuestra mirada de fe y hacer de nuestra mirada y de nuestro corazón pura transparencia de Jesús y de María.
Sencilla mirada: uno aprende esta lección de mirada de amor contemplando el sublime icono de la Trinidad de Rubleiv. La contemplación de las miradas mutuas de las Personas de la Santísima Trinidad, es la mejor escuela para orar. Desde esas miradas la oración brota espontáneamente, brota de la conciencia del amor: “Yo lo miro y el me mira”.
Con el rosario “yo lo miro a Jesús” pero no con cualquier mirada sino con la de su Madre y Jesús “me mira”. Me mira para invitarme a ser otro Jesús, me mira para inspirarme sus mismos sentimientos, su pobreza de corazón, su obediencia al Padre, su amor hasta el fin, su paciencia, su humildad, su mansedumbre, su pureza, su Vida nueva de Resucitado “vivo para Dios”[12].
Por el Rosario entramos en el agradecimiento de Jesús y de María, en su prorrumpir de gozo en el Espíritu al Padre:
La oración es un grito de agradecimiento y de amor. Agradecer no es otra cosa que saberse agraciado, regalado, objeto de la misericordia infinita el Padre y de su elección. Agradecer es hacer de nuestra vida una eucaristía: una ofrenda total junto a la de Jesús, una ofrenda total desde el “Hágase” de María[13].
Orar es dar gracias en el Nombre y entrar en su Gracia filial: Jesús, centro y fin de todo avemaría, orar en el Nombre para introducirlo en todo nuestro ser y que ese grito sea un don de salvación: Jesús, Dios me salva. Es invocar un Nombre que es presencia, que da regocijo y luz al corazón. Un Nombre que introduciéndose en nuestro pobre corazón lo recrea en su amor y hace brotar de él una oración continua e incesante. Cuando por el Nombre de María, por su Presencia y su oración en el Rosario, el nombre de Jesús se adentra profundamente en todo nuestro ser, que respiramos en ese Nombre, se puede realizar en nosotros el mandato del Señor: Es necesario orar siempre, sin desfallecer. De esta manera el Rosario es un camino hacia la oración incesante:
“El centro del Ave María es el nombre de Jesús... repetir el nombre de Jesús, el único nombre en el cual podemos esperar la salvación, junto con el de su Madre Santísima, y como dejando que Ella misma nos lo sugiera, es un modo de asimilación, que aspira a hacernos entrar cada vez más profundamente en la vida de Cristo.” (RVM 33)
Orar es susurrar el nombre de la llena de Gracia, es cantar, confesar, proclamar con acción de gracias “las maravillas de la Gracia del Padre que nos ha elegido en Jesucristo para que en El seamos hijos suyos, para que todos los tesoros del Hijo sean los nuestros, para que seamos alabanza de la gloria de su Gracia”.
Susurrar cada día con el Rosario, orar cada día con el rosario es lanzar dentro de nosotros y ante el mundo que nos rodea el mensaje de la esperanza: la Gracia irrumpe en nuestros corazones de piedra y puede cambiarlos, transformarlos, identificarlos con Jesús. En esta identificación con El, por la caridad, puedo ver su Rostro en el enfermo, en el necesitado, en aquel que necesita de mi consuelo, de mi perdón o de la ayuda de mi misericordia:
“Si se recita bien, como verdadera oración meditativa, el Rosario, favoreciendo el encuentro con Cristo en sus misterios, muestra también el rostro de Cristo en los hermanos, especialmente en los que más sufren. ¿Cómo se podría considerar, en los misterios gozosos, el misterio del niño nacido en Belén sin sentir el deseo de acoger, defender y promover la vida, haciéndose cargo del sufrimiento de los niños en todas las partes del mundo?
¿Cómo podrían seguirse los pasos de Cristo revelador, en los misterios de luz, sin proponerse en testimonio de las bienaventuranzas en la vida de cada día? Y ¿cómo contemplar a Cristo cargado con la cruz y crucificado sin sentir la necesidad de hacerse sus cireneos en cada hermano aquejado por el dolor u oprimido por la desesperación? ¿Cómo se podría, en fin, contemplar la gloria de Cristo resucitado y a María coronada como Reina, sin sentir el deseo de hacer de este mundo más hermoso, más justo, más cercano al proyecto de Dios?”
De este modo orar es unirse a la intercesión salvífica de Cristo pidiendo por todos y por todo; intercesión salvífica que El realiza en su Sacrificio en el altar de la Cruz y en la cual María está asociada de una manera única y singularísima.
El Rosario como camino para entrar en el silencio fecundo de la escucha de la Palabra:
Orar es sobre todo dejar que Otro pueda hacer oir su voz, el soplo suave y sereno del Amor del Padre y del Hijo. Orar es silenciar tantos gritos de odio, de violencia, de rencor, de palabras hirientes para dejar que la Persona-Don del Espíritu Santo grite y ore en nosotros. ¡Cuánta sed tenemos de entrar en el silencio fecundo de nuestra Madre, cuánta necesidad de que viva su Corazón silencioso en nosotros! Orar con el Rosario es pacificar el corazón y es comprometerse a trabajar por la paz; la verdadera oración sólo puede brotar de un corazón reconciliado y que siembre reconciliación con su vida y presencia:
“El Rosario es una oración orientada por su naturaleza hacia la paz, por el hecho mismo de que contempla a Cristo; Príncipe de la paz y ‘nuestra paz’. Quien interioriza el misterio de Cristo –y el Rosario tiende precisamente a eso- aprende el secreto de la paz y hace de ella un proyecto de vida. Además, debido a su carácter meditativo, con la serena sucesión del Ave María, el Rosario ejerce sobre el orante una acción pacificadora que lo dispone a recibir y experimentar en la profundidad de su ser, y a difundir a su alrededor, paz verdadera, que es un don especial del Resucitado.” (RVM 40)
El Rosario puede acallar nuestra palabrarería y el flujo continuo de imágenes, a veces tan agresivas; el Rosario silencia nuestra corazón para poder ver en el fondo de nuestro pozo.
¿Qué otra cosa podemos ver en lo hondo del pozo de nuestro corazón, cuando se silencia y aclara, sino al Don prometido por Jesús en el pozo de Siquem, nuestro espíritu habitado por la luz serena de la Comunión Trinitaria?
El silencio acalla lo fragmentario de nuestras palabras vacias y hace nacer en nosotros al Verbo de Vida, el Verbo nacido en el silencio del Padre: que hablando me comunica la vida: el Verbo era la luz verdadera que viniendo al mundo ilumina a todo hombre; en El estaba la Vida y la Vida era la Luz de los hombres. El silencio posibilita la escucha de la Palabra para poder responder, entregando todo nuestro corazón desde la Palabra misma. ¿Acaso el Rosario no es escuchar la Palabra de Dios y hablar con Dios desde su Palabra?
La Palabra de Dios se hace fecunda en el espacio del silencio y de la sencillez. El Corazón de María, sobre todo, es este claro espejo de silencio fecundo. ¡Silencio de María, envuélvenos, pacifícanos, enséñanos a orar! Nos dice bellamente el Siervo de Dios Pablo VI:
“Cómo desearíamos que se renovara y fortaleciera en nosotros el amor al silencio, este admirable e indispensable hábito del espíritu, tan necesario para nosotros, que estamos aturdidos por tanto ruido, tanto tumulto, tantas voces de nuestra ruidosa y en extremo agitada vida moderna. Silencio de Nazareth, enséñanos el recogimiento y la interioridad, enséñanos a estar siempre dispuestos a escuchar las buenas inspiraciones y la doctrina de los verdaderos maestros. Enséñanos la necesidad y el valor de una conveniente formación, del estudio, de la meditación, de una vida interior intensa, de la oración personal que sólo Dios ve.” (Pablo VI, Homilía en Nazareth)
El Rosario nos introduce en el espíritu filial de María y en su oración:
Orar con el rosario es adentrarnos en el Evangelio de la Gracia de Cristo que late en el corazón de su Madre, Madre de la Divina Gracia: “en esta oración, que es compendio del Evangelio, nos adentramos en la contemplación del Rostro de Cristo desde la perspectiva mariana. Centrándonos en el nombre y el rostro de Jesús, contemplando sus misterios, en el desgranar de las avemarías su ritmo repetitivo nos lleva a una pedagogía del amor, orientada a promover el mismo amor que María tiene por su Hijo.”
Es por eso que el Rosario es escuela de oración, de contemplación saludable, por él vivimos profundamente nuestra vida teologal, orando constantemente en la fe, la esperanza y la caridad.
Nos sería de gran ayuda, en cada misterio del Rosario, el preguntarnos: ¿cómo es la fe, la esperanza y la caridad de María? ¿cómo es su vida teologal en su Fiat en la Anunciación? ¿cómo es la caridad que la hace correr, con los pasos del amor, para ser la primera misionera que lleva a Jesús y que canta sus maravillas, en su pequeñez, junto a Isabel? ¿cómo es su búsqueda angustiada en la pérdida de Jesús en el Templo? ¿cómo estaba sostenida por la esperanza del encuentro? Busco al amor de mi alma, esta pérdida y encuentro de Jesús será como un preludio y un anticipo de los Tres días de la Pasión, Muerte y Sepultura de Jesús.
¿Cómo es la vida de fe, esperanza y caridad de nuestra Madre en los tres días de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús? Allí la vida teologal de nuestra Madre se vió plenificada y desbordó sobre toda la Iglesia, que en ésos días subsistió en su Corazón fiel: Mi Corazón está firme, Dios mío, mi Corazón está firme.
El Rosario nos ayuda a trasladarnos a la vida teologal de nuestra Madre en sus gozos, en la contemplación del Rostro luminoso de su Hijo, en su compasión junto al dolor de Jesús y en su radiante gloria en el encuentro con la Resurrección y la Vida; en su Misión de ser el corazón orante de la Iglesia, en la efusión del Espíritu de Vida y de Luz. De esta manera sintoniza con nuestra vida cotidiana de fe, esperanza y caridad y la sostiene[2].
El secreto de este crecimiento teologal está en colocarse cada día ante el Misterio de la Inmaculada concepción de nuestra Madre[3].
Es el Misterio por excelencia de la Gracia, es la fiesta de la Gracia, la aurora de la nueva creación; el preludio del triunfo definitivo del Amor de Jesús en la Cruz. Cada vez que llamamos a María, que le cantamos con nuestro corazón llena eres de Gracia (kejaritomene)[4] nos ponemos en íntimo contacto con el Misterio de su inmaculada concepción que es a la vez el Misterio de su plenitud de gracia: allí María recibe el germen vivo de su fe, esperanza y caridad.
La gracia de María, puro regalo y reflejo de la Hermosura y la ternura de Dios, nos contagia y nos hace capaces de responder desde Ella a Jesús[5]. El contacto con la hermosura de María despierta el impulso de la oración y dilata nuestro tan pequeño y mezquino corazón. Como dice el Santo Cura de Ars: “Nuestro corazón es pequeño, pero la oración lo dilata y lo hace capaz de amar a Dios. El hombre tiene un hermoso deber sobre la tierra, orar y amar. Si oramos y amamos lo tenemos todo.” La fe, la esperanza y la caridad que brotan de nuestro inhabitare in María nos unen directamente con Dios.
El otro lugar para aprender a orar desde las virtudes teologales de María consiste en ponernos cada día, espiritualmente con Ella, que permanece de pié junto a la Cruz de Jesús. Allí la Madre que está junto a la cruz sostenida por la fe, fortalecida por la esperanza y ardiente por el fuego de la caridad, nos ilumina en nuestro peregrinar de cada día, en lo difícil del amor que tiene que abrazarse a su cruz cada día y ver en esa cruz a Jesús que nos lleva a nosotros; en el paciente y silencioso esperar del alba de la Resurreción, porque su amor por nosotros se renueva cada mañana.
¡Qué distinta se nos muestra la oración cuando colocamos nuestro corazón en aquella que está llena de Gracia, llena de Dios, para que impulse nuestro corazón en el salto de la fe y del amor que es entregarse con Jesús en la cruz cada día! Nuestra oración tiene que desembocar allí, junto a María al pié de la cruz: No hay amor más grande que dar la vida.
Es por eso que el Rosario, la dulce cadena de la fe, esperanza y caridad de María está coronada y se abre por la Cruz:
“El Rosario está centrado en el Crucifijo, que abre y cierra el proceso mismo de la oración. En Cristo se centra la vida y la oración de los creyentes. Todo parte de El, todo tiende hacia El, todo, a través de El, en el Espíritu Santo, llega al Padre.” (RVM 36)
La Fe, la esperanza y caridad de María nos llevan a vivir en su Hijo: Viviendo con Jesús, que permanece en el seno del Padre y en el seno de María, aprendemos a orar:
“O Iesu, vivens in María, veni et vive en famulis tuis, in spiritu sanctitatis tuae, in plenitudine virtutis tuae, in perfectione viarum tuarum, in virtute virtutum tuarum, in communione mysteriorum tuorum. Dominare omni adversae potestati in Spiritu tuo, ad gloriam Patris. Amen”
El secreto de la oración está en ponerse con sinceridad en la Presencia de ese Rostro de Jesús, que vive en María. Mirando a Jesús desde María aprendemos a orar casi por contagio y surge en nosotros un deseo y una súplica: “Señor, enséñanos a orar.” Nos dice Juan Pablo II en su carta Novo millenio ineunte:
“Es preciso aprender a orar, como aprendiendo de nuevo este arte de los labios del divino Maestro... En la plegaria se desarrolla ese diálogo con Cristo que nos convierte en sus íntimos: Permanezcan en mí, como yo permanezco en ustedes. Esta reciprocidad es el fundamento mismo, el alma de la vida cristiana y una condición para toda vida pastoral auténtica. Realizada en nosotros por el Espíritu Santo, nos abre, por Cristo y en Cristo, a la contemplación del rostro del Padre... La oración puede avanzar, como verdadero y propio diálogo del amor, hasta hacer que la persona humana sea poseída totalmente por el divino Amado, sensible al impulso del Espíritu y abandonada filialmente al corazón del Padre. Entonces se realiza la experiencia viva de la promesa de Cristo: El que me ame, será amado por mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a el.” (NMI, 32-33)
El Rosario nos pone en contacto con la fuente de agua viva del corazón:
Volvamos a las palabras de Teresita sobre la oración, la doctora de la ciencia del Amor divino, nos dice que la oración es un impulso del corazón, una respuesta del corazón hacia una atracción del Señor. En este momento queremos subrayar la realidad del corazón[6], o sea el lugar de la permanencia de Dios Trinidad en nosotros, en lugar en donde mana en nosotros “la eterna fonte del agua viva del Espíritu”, como canta la conocida poesía de Juan de la Cruz[7].
La oración contemplativa del Rosario se inscribe en la larga tradición orante de la Iglesia, en una modalidad conocida tanto en Oriente como en Occidente: no referimos a la oración del corazón, hacer descender o introducir el corazón, nuestro propio corazón, en el Nombre- que es Presencia- de Jesús y de María[8].
La oración del corazón trata de hacernos tomar conciencia de que el Agua viva del Espíritu, su hoguera de caridad permanece en nuestro más profundo centro.
Y es allí en lo secreto a donde debemos descender para caminar desde la presencia y la permanencia en el amor y poder dar infinitos frutos para la gloria de nuestro Padre.[9]
Cada vez que tomamos el Rosario, la Virgen como en el Cenáculo, nos envuelve con su oración –la omnipotencia suplicante- y hace que el Espíritu de Pentecostés pueda aletear en nosotros, despertando nuestro corazón adormilado en el pecado, en la pereza o en la indiferencia para devolverlo a su primera vocación: hacer resplandecer el Misterio de la hermosura de Dios Trinidad.
Nosotros saludamos y contemplamos a la llena de gracia en cada avemaria y Ella nos envuelve con su oración. Dejarse envolver por la oración de la Inmaculada, la Madre de la oración perpetua, para que descubramos y conozcamos en nosotros al Don de Dios, a su Espíritu de Vida[10].
El Espíritu de Vida con su influjo quiere regar nuestro corazón en sequía, sanar nuestras enfermedades, vencer nuestra dureza, infundir el calor de la Vida de Dios en nuestro hielo. Nosotros decimos: Ave María y la Virgen dice en nosotros y por nosotros: ¡Veni Sancte Spiritus!. La Virgen y el Espíritu Santo nos hacen tomar conciencia de que tenemos un corazón, despiertan el corazón para Dios y día a día le enseñan a ese corazón a ser reflejo del Corazón en donde el Padre encuentra toda su Complacencia: El Corazón de Jesús[11].
¡Sí, Santa Madre, omnipotencia suplicante ruega por nosotros en cada ave maría que te ofrece nuestra pobreza y nuestro amor para que cada día vivamos un nuevo Pentecostés! Si, Ven oh Santo Espíritu, ven por la intercesión de tu Esposa inmaculada, y obra en nosotros por la Gracia lo que obraste en María por la Gracia y la naturaleza. Forma a Jesús en nosotros, configúranos con El:
“Ven, Espíritu Santo. Venga la unión del Padre, el beneplácito del Verbo. Tú, Espíritu de verdad, eres el premio de los santos, el refrigerio de las almas, la luz en las tinieblas, la riqueza de los pobres, el tesoro de los que aman, la saciedad de los hambrientos, el consuelo de los peregrinos; en ti finalmente, se hallan todos los tesoros inimaginables.
Ven, tú que, al descender sobre María, hiciste que el Verbo se encarnara, y obra en nosotros por la gracia lo que obraste en Ella por la gracia y la naturaleza.
Ven, tú que eres el alimento de todo pensamiento casto, la fuente de toda clemencia, la cumbre de toda pureza. Ven y consume en nosotros todo aquello que impide que nosotros seamos consumidos en ti” (Santa María Magdalena de Pazzis)
El Rosario como sencilla mirada del corazón:
Si seguimos desgranando la quasi definición de la oración de Teresita nos encontramos con la expresión: Para mi la oración es una sencilla mirada... Estas palabras nos abren a todo el misterio de la contemplación cristiana. Esa contemplación que es gracia, o sea que es un regalo de lo alto, del Padre de las luces, y a la cual todos estamos llamados.
¡Con el Rosario somos los contemplativos por excelencia! El rosario mismo nace en el corazón contemplativo de la Iglesia, en los claustros cartujanos y la cálida meditación de los misterios de Jesús que San Bernardo instaura en su escuela de la caridad, que es el monasterio cistercience.
Vuelvo a repetirlo: rezando bien el Rosario ¡somos los contemplativos por excelencia! Y la oración es contemplar: mirar con Jesús, mirar con María, mirar al Padre. Pero contemplar es también, y sobre todo, mirar dentro de Jesús y de María, mirar dentro de sus misterios para poder aclarar en ellos nuestra mirada de fe y hacer de nuestra mirada y de nuestro corazón pura transparencia de Jesús y de María.
Sencilla mirada: uno aprende esta lección de mirada de amor contemplando el sublime icono de la Trinidad de Rubleiv. La contemplación de las miradas mutuas de las Personas de la Santísima Trinidad, es la mejor escuela para orar. Desde esas miradas la oración brota espontáneamente, brota de la conciencia del amor: “Yo lo miro y el me mira”.
Con el rosario “yo lo miro a Jesús” pero no con cualquier mirada sino con la de su Madre y Jesús “me mira”. Me mira para invitarme a ser otro Jesús, me mira para inspirarme sus mismos sentimientos, su pobreza de corazón, su obediencia al Padre, su amor hasta el fin, su paciencia, su humildad, su mansedumbre, su pureza, su Vida nueva de Resucitado “vivo para Dios”[12].
Por el Rosario entramos en el agradecimiento de Jesús y de María, en su prorrumpir de gozo en el Espíritu al Padre:
La oración es un grito de agradecimiento y de amor. Agradecer no es otra cosa que saberse agraciado, regalado, objeto de la misericordia infinita el Padre y de su elección. Agradecer es hacer de nuestra vida una eucaristía: una ofrenda total junto a la de Jesús, una ofrenda total desde el “Hágase” de María[13].
Orar es dar gracias en el Nombre y entrar en su Gracia filial: Jesús, centro y fin de todo avemaría, orar en el Nombre para introducirlo en todo nuestro ser y que ese grito sea un don de salvación: Jesús, Dios me salva. Es invocar un Nombre que es presencia, que da regocijo y luz al corazón. Un Nombre que introduciéndose en nuestro pobre corazón lo recrea en su amor y hace brotar de él una oración continua e incesante. Cuando por el Nombre de María, por su Presencia y su oración en el Rosario, el nombre de Jesús se adentra profundamente en todo nuestro ser, que respiramos en ese Nombre, se puede realizar en nosotros el mandato del Señor: Es necesario orar siempre, sin desfallecer. De esta manera el Rosario es un camino hacia la oración incesante:
“El centro del Ave María es el nombre de Jesús... repetir el nombre de Jesús, el único nombre en el cual podemos esperar la salvación, junto con el de su Madre Santísima, y como dejando que Ella misma nos lo sugiera, es un modo de asimilación, que aspira a hacernos entrar cada vez más profundamente en la vida de Cristo.” (RVM 33)
Orar es susurrar el nombre de la llena de Gracia, es cantar, confesar, proclamar con acción de gracias “las maravillas de la Gracia del Padre que nos ha elegido en Jesucristo para que en El seamos hijos suyos, para que todos los tesoros del Hijo sean los nuestros, para que seamos alabanza de la gloria de su Gracia”.
Susurrar cada día con el Rosario, orar cada día con el rosario es lanzar dentro de nosotros y ante el mundo que nos rodea el mensaje de la esperanza: la Gracia irrumpe en nuestros corazones de piedra y puede cambiarlos, transformarlos, identificarlos con Jesús. En esta identificación con El, por la caridad, puedo ver su Rostro en el enfermo, en el necesitado, en aquel que necesita de mi consuelo, de mi perdón o de la ayuda de mi misericordia:
“Si se recita bien, como verdadera oración meditativa, el Rosario, favoreciendo el encuentro con Cristo en sus misterios, muestra también el rostro de Cristo en los hermanos, especialmente en los que más sufren. ¿Cómo se podría considerar, en los misterios gozosos, el misterio del niño nacido en Belén sin sentir el deseo de acoger, defender y promover la vida, haciéndose cargo del sufrimiento de los niños en todas las partes del mundo?
¿Cómo podrían seguirse los pasos de Cristo revelador, en los misterios de luz, sin proponerse en testimonio de las bienaventuranzas en la vida de cada día? Y ¿cómo contemplar a Cristo cargado con la cruz y crucificado sin sentir la necesidad de hacerse sus cireneos en cada hermano aquejado por el dolor u oprimido por la desesperación? ¿Cómo se podría, en fin, contemplar la gloria de Cristo resucitado y a María coronada como Reina, sin sentir el deseo de hacer de este mundo más hermoso, más justo, más cercano al proyecto de Dios?”
De este modo orar es unirse a la intercesión salvífica de Cristo pidiendo por todos y por todo; intercesión salvífica que El realiza en su Sacrificio en el altar de la Cruz y en la cual María está asociada de una manera única y singularísima.
El Rosario como camino para entrar en el silencio fecundo de la escucha de la Palabra:
Orar es sobre todo dejar que Otro pueda hacer oir su voz, el soplo suave y sereno del Amor del Padre y del Hijo. Orar es silenciar tantos gritos de odio, de violencia, de rencor, de palabras hirientes para dejar que la Persona-Don del Espíritu Santo grite y ore en nosotros. ¡Cuánta sed tenemos de entrar en el silencio fecundo de nuestra Madre, cuánta necesidad de que viva su Corazón silencioso en nosotros! Orar con el Rosario es pacificar el corazón y es comprometerse a trabajar por la paz; la verdadera oración sólo puede brotar de un corazón reconciliado y que siembre reconciliación con su vida y presencia:
“El Rosario es una oración orientada por su naturaleza hacia la paz, por el hecho mismo de que contempla a Cristo; Príncipe de la paz y ‘nuestra paz’. Quien interioriza el misterio de Cristo –y el Rosario tiende precisamente a eso- aprende el secreto de la paz y hace de ella un proyecto de vida. Además, debido a su carácter meditativo, con la serena sucesión del Ave María, el Rosario ejerce sobre el orante una acción pacificadora que lo dispone a recibir y experimentar en la profundidad de su ser, y a difundir a su alrededor, paz verdadera, que es un don especial del Resucitado.” (RVM 40)
El Rosario puede acallar nuestra palabrarería y el flujo continuo de imágenes, a veces tan agresivas; el Rosario silencia nuestra corazón para poder ver en el fondo de nuestro pozo.
¿Qué otra cosa podemos ver en lo hondo del pozo de nuestro corazón, cuando se silencia y aclara, sino al Don prometido por Jesús en el pozo de Siquem, nuestro espíritu habitado por la luz serena de la Comunión Trinitaria?
El silencio acalla lo fragmentario de nuestras palabras vacias y hace nacer en nosotros al Verbo de Vida, el Verbo nacido en el silencio del Padre: que hablando me comunica la vida: el Verbo era la luz verdadera que viniendo al mundo ilumina a todo hombre; en El estaba la Vida y la Vida era la Luz de los hombres. El silencio posibilita la escucha de la Palabra para poder responder, entregando todo nuestro corazón desde la Palabra misma. ¿Acaso el Rosario no es escuchar la Palabra de Dios y hablar con Dios desde su Palabra?
La Palabra de Dios se hace fecunda en el espacio del silencio y de la sencillez. El Corazón de María, sobre todo, es este claro espejo de silencio fecundo. ¡Silencio de María, envuélvenos, pacifícanos, enséñanos a orar! Nos dice bellamente el Siervo de Dios Pablo VI:
“Cómo desearíamos que se renovara y fortaleciera en nosotros el amor al silencio, este admirable e indispensable hábito del espíritu, tan necesario para nosotros, que estamos aturdidos por tanto ruido, tanto tumulto, tantas voces de nuestra ruidosa y en extremo agitada vida moderna. Silencio de Nazareth, enséñanos el recogimiento y la interioridad, enséñanos a estar siempre dispuestos a escuchar las buenas inspiraciones y la doctrina de los verdaderos maestros. Enséñanos la necesidad y el valor de una conveniente formación, del estudio, de la meditación, de una vida interior intensa, de la oración personal que sólo Dios ve.” (Pablo VI, Homilía en Nazareth)
El Rosario nos introduce en el espíritu filial de María y en su oración:
Orar con el Rosario es introducirnos en el espíritu filial de María, la Hija de Sión, la Hija predilecta de Dios Padre. Es en ese espíritu filial de María desde el cual el Espíritu Santo nos impulsa a llamar a Dios como Padre, introduciéndonos por los misterios de Jesús en la contemplación serena y confiada del Rostro del Padre en el Rostro de Jesús: el rostro tierno de un niño que nace en el frío de la indiferencia y la pobreza nos habla del Padre, el rostro de Jesús proclamando las bienaventuranzas e invitando a acoger el Reino nos habla del Padre, el Rostro de Jesús anticipando su entrega de amor en la Eucaristía nos habla del Padre, el Rostro coronado de espinas, abofeteado y escupido.
El Rostro sin vida del Hijo en los brazos de María nos habla del Padre, el Rostro de gloria nos comunica la luz del Padre y la Buena Noticia por excelencia: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios.”
En cada Misterio la vida de Jesús es un Sacramento y una comunicación del Padre. Invocar a María y repetir en amor su dulce nombre es abrirse a la Presencia y a la salvación del nombre de su Hijo. Decir constantemente en la incansable letanía del amor el nombre de Jesús es introducirse en la respuesta de amor de Jesús a su Abbá; es dejar que el impulso de su Vida, que procede totalmente del Padre y que se dirige totalmente hacia El, pueda envolvernos e incorporarnos:
“Jesús, en cada uno de sus misterios, nos lleva siempre al Padre, al cual se dirige continuamente, porque descansa en su “seno”. El nos quiere introducir en la intimidad del Padre para que digamos con El: Abbá, Padre. En esta relación con el Padre nos hace hermanos suyos y entre nosotros, comunicándonos el Espíritu, que es a la vez suyo y del Padre.” (RVM. 32)
El Rosario es por excelencia esta oración que nos coloca en el silencio de María, en su Corazón silencioso y atento, en ese Corazón que es la creación más grande de la Nueva Alianza de Su Hijo. En ese Corazón, Sagrario del Espíritu Santo, aprendemos a escuchar, a inclinar obedientemente todo nuestro ser a la Palabra de Vida que es una Persona, Jesucristo.
Y así desde ese silencio orante el Espíritu Santo puede actualizar en nosotros la oración de María, hacerla presente en nosotros, hacer presente su entrega, su “Hágase”: “Dios mío, con alegre y sincero corazón, te lo he entregado todo. Y en sintonía con nuestra vida puede hacer resonar su oración, su perenne Magnificat en nosotros tanto desde dentro de la prueba. Desde dentro de nuestros misterios dolorosos, como desde dentro de nuestra luz y alegría en espera de la Gloria.
El Rosario es invitación a caminar bajo la mirada y desde la mirada de María hacia Jesús:
El Rosario es una sencilla mirada, una mirada que hacer estallar las maravillas de Dios en nuestro corazón: Su gran obra de Amor en Jesús. María en el rosario nos enseña esta simple mirada contemplativa. La contemplación no es otra cosa que fijar los ojos del corazón en el Rostro de Jesús, es un mirar amando, es un mirar para reproducir. Es un mirar al Misterio de Jesús y a sus misterios, tantas decenas de nuestros rosarios, para descubrir al Señor en nuestro camino ordinario y doloroso de cada día. Contemplar es hacernos discípulos como María, que mientras caminamos en los gozos, alegrías y cruces de cada día saben dejarse iluminar por la palabra de vida del Maestro. Contemplar es estar a los pies del Maestro escuchando y guardando en el corazón su Palabra y es, a la vez, caminar con el Maestro en su camino de dar la vida gota a gota, en su amor hasta el extremo.
Cada ave María nos tiene que introducir en la mirada de nuestra Madre: la Mirada de María es toda ella impulso y adhesión de su Corazón a Jesús, su Hijo: “La contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable. El rostro del Hijo le pertenece de un modo especial. Ha sido en su vientre donde se ha formado, tomando también de Ella una semejanza humana que evoca una intimidad espiritual ciertamente más grande aún. Su mirada, siempre llena de adoración y asombro, no se apartará jamás de El. Será a veces una mirada interrogadora, como en el episodio de su extravío en el Templo: Hijo mío, por qué nos has hecho esto?; será en todo caso una mirada penetrante, capaz de leer en lo íntimo de Jesús, hasta percibir sus sentimientos escondidos y presentir sus decisiones como en Caná; otras veces será una mirada dolorida, sobre todo bajo la cruz, donde todavía será, en cierto sentido, la mirada de la parturienta, ya que María no se limitará a compartir la pasión y la muerte de su Hijo, sino que acogerá al nuevo hijo en el discípulo predilecto confiado a Ella; en la mañana de Pascua será una mirada radiante por la alegría de la resurrección y, por fin, una mirada ardorosa por la efusión del Espíritu en el día de Pentecostés.” (R.V.M. 10)
Cada día que desgranamos el Rosario nos introducimos como en un “mar de paz” para acallar tantas turbulencias de nuestro corazón, en el recuerdo y en la memoria de nuestra Madre. Entrar en su Recuerdo significa identificarse con Ella, con lo hondo de sus sentimientos, significa comprender y pedirle su mismísimo amor, su fidelidad a Jesús:
“¡Oh Virgen Pura, Madre de Dios, dinos, a nosotros tus hijos, cómo amabas a tu Hijo y tu Dios cuando vivías en la tierra! ¿Cómo se alegraba tu espíritu en Dios, tu Salvador? ¿Cómo contemplabas su maravilloso Rostro, pensando que él es Aquel a quien sirven con temor y amor todas las potencias celestes?
Dinos, ¿qué sentía tu alma cuando tenías en tus brazos al Hijo divino? ¿Cómo le formaste? ¿Cuáles fueron los dolores de tu alma cuando le buscaste con José durante tres días en Jerusalén? ¿Qué tormentos soportaste cuando el Señor fue entregado a la crucifixión y murió en la Cruz?
Dínos, ¿cuál fue tu gozo en la Resurrección, o que postración embargo tu alma después de la Ascensión del Señor?
Nuestras almas desean conocer tu vida con el Señor en la tierra; pero Tú no has querido dejarlo escrito, y en el silencio has envuelto tu secreto.” ( S. Silvan del Monte Athos)
¿En que consiste el recordar de María? Significa un volver a hacer pasar por el corazón; nuestra Madre vuelve a peregrinar con su recuerdo cordial en todos los caminos de su Hijo. Nosotros somos invitados a peregrinar en este recuerdo cordial de María, a hacerlo nuestro: ella tiene que vivir su peregrinación de la fe en nosotros:
“Guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón. Los recuerdos de Jesús, impresos en su alma, la han acompañado en todo momento, llevándola a recorrer con el pensamiento los distintos episodios de su vida junto al Hijo. María propone continuamente a los creyentes los “misterios de su Hijo” con el deseo de que sean contemplados, para que puedan derramar toda su fuerza salvadora. Cuando recita el rosario la comunidad cristiana está en sintonía con el recuerdo y con la mirada de María.” (RVM. 11)
Nuestra vida en comunión con María se va convirtiendo, día a día, de misterio en misterio, en expresión de los Misterios de Jesús que Ella lleva impresos en su Corazón. Entrar en la “memoria” de María en actitud de fe y amor significa abrirnos a la Gracia de Cristo, esa Gracia conformadora, nos va asimilando a su Corazón; esa gracia que Cristo nos ha alcanzado con los misterios de su vida, muerte y resurrección. Penetrando de misterio en misterio en la vida de nuestro Redentor el va forjando nuestra existencia como un irradiación de la suya.
En el Rosario María es nuestra maestra de contemplación, el rosario es la escuela diaria de nuestra Madre para aprender a “leer y conocer” a Cristo no sólo en las impresiones de su Corazón inmaculado sino también en las complicaciones, tribulaciones y aparentes sin sentido de nuestra vida cotidiana. El Rosario desde la escuela de María nos enseña a leer a Cristo, su paso y su presencia en nuestra vida.
Pero para comprender a Cristo desde María, y en él descubrir el sentido y la misión de nuestra vida, es necesario entrar por la puerta de la humildad. Del humilde escuchar y aceptar la palabra en cada repetición del amor:
“El Rosario propone la meditación de los misterios de Cristo con un método característico adecuado para favorecer su asimilación. Se trata del método basado en la repetición. Esto vale ante todo para el Ave María, que se repite diez veces en cada misterio. Si consideramos superficialmente esta repetición, se podría pensar que el Rosario es una práctica árida y aburrida. En cambio, se puede hacer otra consideración sobre el Rosario, si se toma como expresión del amor que no se cansa de dirigirse hacia la persona amada con manifestaciones que, incluso parecidas en su expresión, son siempre nuevas con respecto a los sentimientos que inspira.
Para comprender el Rosario, hace falta entrar en la dinámica propia psicológica del amor. En cada Ave María el acto de amor se dirige, con Ella y por Ella, a Jesús.”
Porque la humildad nos lleva a la verdad y la verdad es Jesucristo y es a El a quien queremos conocer: quiero conocerlo a El, la fuerza de su Resurrección y la comunión con sus padecimientos:
“No se trata sólo de comprender las cosas que Jesús ha enseñado, sino de comprenderle a El. Pero en esto, ¿qué maestra más experta que María? Si en el ámbito divino el Espíritu es el Maestro interior que nos lleva a la plena verdad de Cristo, entre las criaturas nadie mejor que Ella conoce a Cristo, nadie como su Madre puede introducirnos en un conocimiento profundo de su Misterio. Recorrer con María las escenas del Rosario es como ir a la escuela de María para leer a Cristo, para penetrar sus secretos, para entender su mensaje.”
¡Que cada día podamos crecer en esta escuela de oración que es el Rosario, que María nos lleva por medio de El a vivir continuamente en la presencia de Dios y de su Misterio que nos es comunicado y revelado en el fruto bendito del vientre de la bienaventurada Virgen María: Jesús dulce, Jesús piadoso, Jesús Amor.
El Rostro sin vida del Hijo en los brazos de María nos habla del Padre, el Rostro de gloria nos comunica la luz del Padre y la Buena Noticia por excelencia: “Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios.”
En cada Misterio la vida de Jesús es un Sacramento y una comunicación del Padre. Invocar a María y repetir en amor su dulce nombre es abrirse a la Presencia y a la salvación del nombre de su Hijo. Decir constantemente en la incansable letanía del amor el nombre de Jesús es introducirse en la respuesta de amor de Jesús a su Abbá; es dejar que el impulso de su Vida, que procede totalmente del Padre y que se dirige totalmente hacia El, pueda envolvernos e incorporarnos:
“Jesús, en cada uno de sus misterios, nos lleva siempre al Padre, al cual se dirige continuamente, porque descansa en su “seno”. El nos quiere introducir en la intimidad del Padre para que digamos con El: Abbá, Padre. En esta relación con el Padre nos hace hermanos suyos y entre nosotros, comunicándonos el Espíritu, que es a la vez suyo y del Padre.” (RVM. 32)
El Rosario es por excelencia esta oración que nos coloca en el silencio de María, en su Corazón silencioso y atento, en ese Corazón que es la creación más grande de la Nueva Alianza de Su Hijo. En ese Corazón, Sagrario del Espíritu Santo, aprendemos a escuchar, a inclinar obedientemente todo nuestro ser a la Palabra de Vida que es una Persona, Jesucristo.
Y así desde ese silencio orante el Espíritu Santo puede actualizar en nosotros la oración de María, hacerla presente en nosotros, hacer presente su entrega, su “Hágase”: “Dios mío, con alegre y sincero corazón, te lo he entregado todo. Y en sintonía con nuestra vida puede hacer resonar su oración, su perenne Magnificat en nosotros tanto desde dentro de la prueba. Desde dentro de nuestros misterios dolorosos, como desde dentro de nuestra luz y alegría en espera de la Gloria.
El Rosario es invitación a caminar bajo la mirada y desde la mirada de María hacia Jesús:
El Rosario es una sencilla mirada, una mirada que hacer estallar las maravillas de Dios en nuestro corazón: Su gran obra de Amor en Jesús. María en el rosario nos enseña esta simple mirada contemplativa. La contemplación no es otra cosa que fijar los ojos del corazón en el Rostro de Jesús, es un mirar amando, es un mirar para reproducir. Es un mirar al Misterio de Jesús y a sus misterios, tantas decenas de nuestros rosarios, para descubrir al Señor en nuestro camino ordinario y doloroso de cada día. Contemplar es hacernos discípulos como María, que mientras caminamos en los gozos, alegrías y cruces de cada día saben dejarse iluminar por la palabra de vida del Maestro. Contemplar es estar a los pies del Maestro escuchando y guardando en el corazón su Palabra y es, a la vez, caminar con el Maestro en su camino de dar la vida gota a gota, en su amor hasta el extremo.
Cada ave María nos tiene que introducir en la mirada de nuestra Madre: la Mirada de María es toda ella impulso y adhesión de su Corazón a Jesús, su Hijo: “La contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable. El rostro del Hijo le pertenece de un modo especial. Ha sido en su vientre donde se ha formado, tomando también de Ella una semejanza humana que evoca una intimidad espiritual ciertamente más grande aún. Su mirada, siempre llena de adoración y asombro, no se apartará jamás de El. Será a veces una mirada interrogadora, como en el episodio de su extravío en el Templo: Hijo mío, por qué nos has hecho esto?; será en todo caso una mirada penetrante, capaz de leer en lo íntimo de Jesús, hasta percibir sus sentimientos escondidos y presentir sus decisiones como en Caná; otras veces será una mirada dolorida, sobre todo bajo la cruz, donde todavía será, en cierto sentido, la mirada de la parturienta, ya que María no se limitará a compartir la pasión y la muerte de su Hijo, sino que acogerá al nuevo hijo en el discípulo predilecto confiado a Ella; en la mañana de Pascua será una mirada radiante por la alegría de la resurrección y, por fin, una mirada ardorosa por la efusión del Espíritu en el día de Pentecostés.” (R.V.M. 10)
Cada día que desgranamos el Rosario nos introducimos como en un “mar de paz” para acallar tantas turbulencias de nuestro corazón, en el recuerdo y en la memoria de nuestra Madre. Entrar en su Recuerdo significa identificarse con Ella, con lo hondo de sus sentimientos, significa comprender y pedirle su mismísimo amor, su fidelidad a Jesús:
“¡Oh Virgen Pura, Madre de Dios, dinos, a nosotros tus hijos, cómo amabas a tu Hijo y tu Dios cuando vivías en la tierra! ¿Cómo se alegraba tu espíritu en Dios, tu Salvador? ¿Cómo contemplabas su maravilloso Rostro, pensando que él es Aquel a quien sirven con temor y amor todas las potencias celestes?
Dinos, ¿qué sentía tu alma cuando tenías en tus brazos al Hijo divino? ¿Cómo le formaste? ¿Cuáles fueron los dolores de tu alma cuando le buscaste con José durante tres días en Jerusalén? ¿Qué tormentos soportaste cuando el Señor fue entregado a la crucifixión y murió en la Cruz?
Dínos, ¿cuál fue tu gozo en la Resurrección, o que postración embargo tu alma después de la Ascensión del Señor?
Nuestras almas desean conocer tu vida con el Señor en la tierra; pero Tú no has querido dejarlo escrito, y en el silencio has envuelto tu secreto.” ( S. Silvan del Monte Athos)
¿En que consiste el recordar de María? Significa un volver a hacer pasar por el corazón; nuestra Madre vuelve a peregrinar con su recuerdo cordial en todos los caminos de su Hijo. Nosotros somos invitados a peregrinar en este recuerdo cordial de María, a hacerlo nuestro: ella tiene que vivir su peregrinación de la fe en nosotros:
“Guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón. Los recuerdos de Jesús, impresos en su alma, la han acompañado en todo momento, llevándola a recorrer con el pensamiento los distintos episodios de su vida junto al Hijo. María propone continuamente a los creyentes los “misterios de su Hijo” con el deseo de que sean contemplados, para que puedan derramar toda su fuerza salvadora. Cuando recita el rosario la comunidad cristiana está en sintonía con el recuerdo y con la mirada de María.” (RVM. 11)
Nuestra vida en comunión con María se va convirtiendo, día a día, de misterio en misterio, en expresión de los Misterios de Jesús que Ella lleva impresos en su Corazón. Entrar en la “memoria” de María en actitud de fe y amor significa abrirnos a la Gracia de Cristo, esa Gracia conformadora, nos va asimilando a su Corazón; esa gracia que Cristo nos ha alcanzado con los misterios de su vida, muerte y resurrección. Penetrando de misterio en misterio en la vida de nuestro Redentor el va forjando nuestra existencia como un irradiación de la suya.
En el Rosario María es nuestra maestra de contemplación, el rosario es la escuela diaria de nuestra Madre para aprender a “leer y conocer” a Cristo no sólo en las impresiones de su Corazón inmaculado sino también en las complicaciones, tribulaciones y aparentes sin sentido de nuestra vida cotidiana. El Rosario desde la escuela de María nos enseña a leer a Cristo, su paso y su presencia en nuestra vida.
Pero para comprender a Cristo desde María, y en él descubrir el sentido y la misión de nuestra vida, es necesario entrar por la puerta de la humildad. Del humilde escuchar y aceptar la palabra en cada repetición del amor:
“El Rosario propone la meditación de los misterios de Cristo con un método característico adecuado para favorecer su asimilación. Se trata del método basado en la repetición. Esto vale ante todo para el Ave María, que se repite diez veces en cada misterio. Si consideramos superficialmente esta repetición, se podría pensar que el Rosario es una práctica árida y aburrida. En cambio, se puede hacer otra consideración sobre el Rosario, si se toma como expresión del amor que no se cansa de dirigirse hacia la persona amada con manifestaciones que, incluso parecidas en su expresión, son siempre nuevas con respecto a los sentimientos que inspira.
Para comprender el Rosario, hace falta entrar en la dinámica propia psicológica del amor. En cada Ave María el acto de amor se dirige, con Ella y por Ella, a Jesús.”
Porque la humildad nos lleva a la verdad y la verdad es Jesucristo y es a El a quien queremos conocer: quiero conocerlo a El, la fuerza de su Resurrección y la comunión con sus padecimientos:
“No se trata sólo de comprender las cosas que Jesús ha enseñado, sino de comprenderle a El. Pero en esto, ¿qué maestra más experta que María? Si en el ámbito divino el Espíritu es el Maestro interior que nos lleva a la plena verdad de Cristo, entre las criaturas nadie mejor que Ella conoce a Cristo, nadie como su Madre puede introducirnos en un conocimiento profundo de su Misterio. Recorrer con María las escenas del Rosario es como ir a la escuela de María para leer a Cristo, para penetrar sus secretos, para entender su mensaje.”
¡Que cada día podamos crecer en esta escuela de oración que es el Rosario, que María nos lleva por medio de El a vivir continuamente en la presencia de Dios y de su Misterio que nos es comunicado y revelado en el fruto bendito del vientre de la bienaventurada Virgen María: Jesús dulce, Jesús piadoso, Jesús Amor.
NOTAS:
[1] Nos dice bellamente el Catecismo de la Iglesia Católica: “En la nueva Alianza, la oración es la relación viva de los hijos de Dios con su Padre infinitamente bueno, con su Hijo Jesucristo y con el Espíritu Santo. La Gracia del Reino es la ‘unión de la Santísima Trinidad toda entera con el espíritu todo entero’. Así, la vida de oración es estar habitualmente en presencia de Dios, tres veces Santo, y en comunión con El. Esta comunión es posible siempre porque, en el Bautismo, nos hemos convertido en un mismo ser con Cristo. La oración es cristiana en tanto en cuanto es comunión con Cristo y se extiende por la Iglesia que es su Cuerpo. Sus dimensiones son las del amor de Cristo.” (C.E.C nº 2565)
[2] “Se entra en la oración por la puerta estrecha de la fe. A través de los signos de su presencia, es el rostro del Señor lo que buscamos y deseamos, es su palabra la que queremos escuchar y guardar. La oración saca todo del amor con que somos amados en Cristo y que nos permite responder amando como El nos ha amado. El amor es la fuente de la oración: quien bebe de ella, alcanza la cumbre de la oración: Te amo, Dios mío, y mi único deseo es amarte hasta el último suspiro de mi vida. Te amo, Dios mío infinitamente amable, y prefiero morir amándote a vivir sin amarte. Te amo, Señor, y la única gracia que te pido es amarte eternamente... Dios mío, si mi lengua no puede decir en todos los momentos de mi vida que te amo, quiero que mi corazón te lo repita cada vez que respiro.” ( C.E.C. nº 2658)
[3] Esta práctica la recomendaba el siervo de Dios P.Juan Arintero, práctica que llamaba “el secreto de nuestro crecimiento en la vida espiritual”.
[4] Con esta expresión la Escritura se refiere a la benevolencia y al Don de Dios. El Don que hace de su amor, por lo tanto el Don de Sí mismo. La expresión “Kejaritomene” se podría traducir literalmente como “ Tú que has estado y sigues estando llena del don y el favor divino.”
[5] “Llena eres de gracia, el Señor está contigo” Las dos palabras del saludo del ángel se aclaran mutuamente. María es la llena de gracia porque el Señor está con Ella. La gracia de la que es colmada es la presencia de Aquel que es la fuente de toda gracia. ‘Alégrate...Hija de Sión, el Señor está en tu seno’. María, en quien va a habitar el Señor, es en persona la hija de Sión, el Arca de la Alianza, el lugar donde reside la Gloria del Señor: ella es la ‘morada de Dios entre los hombres’. ‘Llena de Gracia’ se ha dado toda al que viene a habitar en Ella y al que Ella entregará al mundo” (C.I.C. nº 2676)
[6] “¿De dónde viene la oración del hombre? Cualquiera que sea el lenguaje de la oración (gestos y palabras), el que ora es todo el hombre. Sin embargo, para designar el lugar de donde brota la oración, las Sagradas Escrituras hablan a veces del alma o del espíritu, y con más frecuencia del corazón (más de mil veces). Es el corazón el que ora. Si éste está alejado de Dios, la expresión de la oración es vana. El corazón es la morada donde yo estoy, o donde yo habito (según la expresión semítica o bíblica: ‘donde yo me adentro’). Es nuestro centro escondido, inaprensible, ni por nuestra razón ni por nadie; sólo el Espíritu de Dios puede sondearlo y conocerlo. Es el lugar de la elección. Es el lugar de la verdad, allí elegimos entre la vida y la muerte. Es el lugar del encuentro, ya que a imagen de Dios, vivimos en relación: es el lugar de la Alianza."”(C.E.C. nº 2563)
[7] Que bien se yo la fonte que mana y corre,
aunque es de noche.
Aquella eterna fonte está escondida,
que bien sé yo donde tiene su manida,
aunque es de noche.
Sé que no puede ser cosa tan bella
Y que cielos y tierra beben de ella,
Aunque es de noche.
[8] “El nombre de Jesús contiene todo: Dios y el hombre y toda la Economía de la creación y de la salvación. Decir ‘Jesús’ es invocarlo desde nuestro propio corazón. Su nombre es el único que contiene la presencia que significa. Jesús es el resucitado, y cualquiera que invoque su Nombre acoge al Hijo de Dios que le amó y se entregó por él. La invocación del Santo Nombre de Jesús es el camino más sencillo de la oración continua. Repetida con frecuencia por un corazón humildemente atento, no se dispersa en ‘palabrerías’, sino que como María, ‘conserva la Palabra y fructifica con perseverancia’. Es posible ‘en todo tiempo’ porque no es una ocupación al lado de otra, sino la única ocupación, la de amar a Dios, que anima y transfigura toda acción en Cristo Jesús.” (C.I.C. nº 2666- 2667)
[10] Citamos la joya preciosa del himno Akhathistos de la zarza ardiente, dedicado a María, la Madre de la oración perpetua, incesante. Este himno liga la acción y la eficacia de la intercesión de la Madre de Dios para poder llegar a la Oración perpetua del corazón u “oración de Jesús”:
“De una Madre siempre Virgen
se ha encarnado
Aquel que ha conservado intacta
La naturaleza corporal de la zarza ardiente.
El Nombre del Señor de la gloria
Se ha hecho articulable;
Dios el invisible,
Aquel que se manifestó velado en el corazón del fuego,
El Rostro de la Belleza celeste,
La Imagen infinita,
Se ha anonadado a Sí mismo
Ha aceptado sujetarse a nuestra medida.
El inefable se ha manifestado verdaderamente ante nosotros
Como un humilde vencedor,
Montado sobre un asno.
Gustad también vosotros el poder oculto
En el Nombre de Luz,
Y pasaréis de la muerte a la vida,
Deificados en todo nuestro ser.
Entonces todos cantaremos
Con voz clara y segura:
Salve, Condescendencia por la que Dios nos otorga contenerle nosotros también.
Salve, Misericordia en la cual Cristo se nos ha dado.
Salve, Quietud interior donde se realiza la venida de Aquel cuyo Nombre es Amor.
Salve, Ocio íntimo donde el Logos mismo resuena en nosotros.
Salve, Reconciliación por la que llegamos a lo más profundo de nuestro ser.
Salve, Dulzura que nos hace hermanos del Emmanuel.
Salve, Silencio en el cual la pulsación del Espíritu se une a nuestra sangre.
Salve, Soledad en la que se abre de repente ante nosotros el cielo del corazón.
Salve, Pureza que has atraído la venida del Rey de la gloria al mundo.
Salve, Esposa, Madre de la oración perpetua.
[11] “Virgen santísima, Madre virginal, sólo en tu corazón el Nombre de gloria canta siempre en toda su plenitud viviente y verdadera. Es para nosotros una gran maravilla, oh Purísima, que en ti solo, incomparablemente, el corazón del hombre y el corazón de Dios hayan latido y palpiten sin fin al unísono y que la oración, como un péndulo del reloj, marque a su vez tu contemplación y el cielo, modelando tu corazón sobre el misterio del amor de Dios. Oh carro de luz sin crepúsculo, elévanos también a nosotros hacia la Sabiduría bendita del corazón, para que, convertidos al Bien, y dignos de cantarte te presentemos, como a una Iglesia viviente, un ortodoxo ¡Aleluya! Madre de Dios, corazón de luz, Madre de Dios, corazón del mundo, Madre de Dios, corazón purísimo, Madre de Dios, corazón del Verbo: acógenos como almas sedientas de las alegrías de una mañana sin término, y dígnate renovar en nosotros un corazón puro, a fin de que nosotros te cantemos: ¡Salve, Esposa, Madre de la oración perpetua!
[12] “La contemplación es la oración del hijo de Dios, del pecador perdonado que consiente en acoger el amor con que el es amado y que quiere responder a él amando más todavía. Pero sabe que su amor, a su vez, es el que el Espíritu derrama en su corazón, porque todo es gracia de parte de Dios. La contemplación es la entrega humilde y pobre a la voluntad amorosa del Padre, en unión cada vez más profunda con su Hijo amado...La contemplación es la expresión más sencilla del misterio de la oración. Es un don, una gracia; no puede ser acogida más que en la humildad y la pobreza. La oración contemplativa es una relación de alianza establecida por Dios en el fondo de nuestro ser. Es comunión: en ella, La Santísima Trinidad conforma al hombre, imagen de Dios, ‘a su semejanza’.” (C.E.C. 2713)
[13] “La contemplación es escucha de la palabra de Dios. Lejos de ser pasiva, esta escucha es la obediencia de la fe, acogida incondicional del siervo y adhesión amorosa del hijo. Participa en el ‘si’ del Hijo hecho siervo y en el ‘fiat’ de la humilde esclava” (C.E.C. 2716).
[2] “Se entra en la oración por la puerta estrecha de la fe. A través de los signos de su presencia, es el rostro del Señor lo que buscamos y deseamos, es su palabra la que queremos escuchar y guardar. La oración saca todo del amor con que somos amados en Cristo y que nos permite responder amando como El nos ha amado. El amor es la fuente de la oración: quien bebe de ella, alcanza la cumbre de la oración: Te amo, Dios mío, y mi único deseo es amarte hasta el último suspiro de mi vida. Te amo, Dios mío infinitamente amable, y prefiero morir amándote a vivir sin amarte. Te amo, Señor, y la única gracia que te pido es amarte eternamente... Dios mío, si mi lengua no puede decir en todos los momentos de mi vida que te amo, quiero que mi corazón te lo repita cada vez que respiro.” ( C.E.C. nº 2658)
[3] Esta práctica la recomendaba el siervo de Dios P.Juan Arintero, práctica que llamaba “el secreto de nuestro crecimiento en la vida espiritual”.
[4] Con esta expresión la Escritura se refiere a la benevolencia y al Don de Dios. El Don que hace de su amor, por lo tanto el Don de Sí mismo. La expresión “Kejaritomene” se podría traducir literalmente como “ Tú que has estado y sigues estando llena del don y el favor divino.”
[5] “Llena eres de gracia, el Señor está contigo” Las dos palabras del saludo del ángel se aclaran mutuamente. María es la llena de gracia porque el Señor está con Ella. La gracia de la que es colmada es la presencia de Aquel que es la fuente de toda gracia. ‘Alégrate...Hija de Sión, el Señor está en tu seno’. María, en quien va a habitar el Señor, es en persona la hija de Sión, el Arca de la Alianza, el lugar donde reside la Gloria del Señor: ella es la ‘morada de Dios entre los hombres’. ‘Llena de Gracia’ se ha dado toda al que viene a habitar en Ella y al que Ella entregará al mundo” (C.I.C. nº 2676)
[6] “¿De dónde viene la oración del hombre? Cualquiera que sea el lenguaje de la oración (gestos y palabras), el que ora es todo el hombre. Sin embargo, para designar el lugar de donde brota la oración, las Sagradas Escrituras hablan a veces del alma o del espíritu, y con más frecuencia del corazón (más de mil veces). Es el corazón el que ora. Si éste está alejado de Dios, la expresión de la oración es vana. El corazón es la morada donde yo estoy, o donde yo habito (según la expresión semítica o bíblica: ‘donde yo me adentro’). Es nuestro centro escondido, inaprensible, ni por nuestra razón ni por nadie; sólo el Espíritu de Dios puede sondearlo y conocerlo. Es el lugar de la elección. Es el lugar de la verdad, allí elegimos entre la vida y la muerte. Es el lugar del encuentro, ya que a imagen de Dios, vivimos en relación: es el lugar de la Alianza."”(C.E.C. nº 2563)
[7] Que bien se yo la fonte que mana y corre,
aunque es de noche.
Aquella eterna fonte está escondida,
que bien sé yo donde tiene su manida,
aunque es de noche.
Sé que no puede ser cosa tan bella
Y que cielos y tierra beben de ella,
Aunque es de noche.
[8] “El nombre de Jesús contiene todo: Dios y el hombre y toda la Economía de la creación y de la salvación. Decir ‘Jesús’ es invocarlo desde nuestro propio corazón. Su nombre es el único que contiene la presencia que significa. Jesús es el resucitado, y cualquiera que invoque su Nombre acoge al Hijo de Dios que le amó y se entregó por él. La invocación del Santo Nombre de Jesús es el camino más sencillo de la oración continua. Repetida con frecuencia por un corazón humildemente atento, no se dispersa en ‘palabrerías’, sino que como María, ‘conserva la Palabra y fructifica con perseverancia’. Es posible ‘en todo tiempo’ porque no es una ocupación al lado de otra, sino la única ocupación, la de amar a Dios, que anima y transfigura toda acción en Cristo Jesús.” (C.I.C. nº 2666- 2667)
[10] Citamos la joya preciosa del himno Akhathistos de la zarza ardiente, dedicado a María, la Madre de la oración perpetua, incesante. Este himno liga la acción y la eficacia de la intercesión de la Madre de Dios para poder llegar a la Oración perpetua del corazón u “oración de Jesús”:
“De una Madre siempre Virgen
se ha encarnado
Aquel que ha conservado intacta
La naturaleza corporal de la zarza ardiente.
El Nombre del Señor de la gloria
Se ha hecho articulable;
Dios el invisible,
Aquel que se manifestó velado en el corazón del fuego,
El Rostro de la Belleza celeste,
La Imagen infinita,
Se ha anonadado a Sí mismo
Ha aceptado sujetarse a nuestra medida.
El inefable se ha manifestado verdaderamente ante nosotros
Como un humilde vencedor,
Montado sobre un asno.
Gustad también vosotros el poder oculto
En el Nombre de Luz,
Y pasaréis de la muerte a la vida,
Deificados en todo nuestro ser.
Entonces todos cantaremos
Con voz clara y segura:
Salve, Condescendencia por la que Dios nos otorga contenerle nosotros también.
Salve, Misericordia en la cual Cristo se nos ha dado.
Salve, Quietud interior donde se realiza la venida de Aquel cuyo Nombre es Amor.
Salve, Ocio íntimo donde el Logos mismo resuena en nosotros.
Salve, Reconciliación por la que llegamos a lo más profundo de nuestro ser.
Salve, Dulzura que nos hace hermanos del Emmanuel.
Salve, Silencio en el cual la pulsación del Espíritu se une a nuestra sangre.
Salve, Soledad en la que se abre de repente ante nosotros el cielo del corazón.
Salve, Pureza que has atraído la venida del Rey de la gloria al mundo.
Salve, Esposa, Madre de la oración perpetua.
[11] “Virgen santísima, Madre virginal, sólo en tu corazón el Nombre de gloria canta siempre en toda su plenitud viviente y verdadera. Es para nosotros una gran maravilla, oh Purísima, que en ti solo, incomparablemente, el corazón del hombre y el corazón de Dios hayan latido y palpiten sin fin al unísono y que la oración, como un péndulo del reloj, marque a su vez tu contemplación y el cielo, modelando tu corazón sobre el misterio del amor de Dios. Oh carro de luz sin crepúsculo, elévanos también a nosotros hacia la Sabiduría bendita del corazón, para que, convertidos al Bien, y dignos de cantarte te presentemos, como a una Iglesia viviente, un ortodoxo ¡Aleluya! Madre de Dios, corazón de luz, Madre de Dios, corazón del mundo, Madre de Dios, corazón purísimo, Madre de Dios, corazón del Verbo: acógenos como almas sedientas de las alegrías de una mañana sin término, y dígnate renovar en nosotros un corazón puro, a fin de que nosotros te cantemos: ¡Salve, Esposa, Madre de la oración perpetua!
[12] “La contemplación es la oración del hijo de Dios, del pecador perdonado que consiente en acoger el amor con que el es amado y que quiere responder a él amando más todavía. Pero sabe que su amor, a su vez, es el que el Espíritu derrama en su corazón, porque todo es gracia de parte de Dios. La contemplación es la entrega humilde y pobre a la voluntad amorosa del Padre, en unión cada vez más profunda con su Hijo amado...La contemplación es la expresión más sencilla del misterio de la oración. Es un don, una gracia; no puede ser acogida más que en la humildad y la pobreza. La oración contemplativa es una relación de alianza establecida por Dios en el fondo de nuestro ser. Es comunión: en ella, La Santísima Trinidad conforma al hombre, imagen de Dios, ‘a su semejanza’.” (C.E.C. 2713)
[13] “La contemplación es escucha de la palabra de Dios. Lejos de ser pasiva, esta escucha es la obediencia de la fe, acogida incondicional del siervo y adhesión amorosa del hijo. Participa en el ‘si’ del Hijo hecho siervo y en el ‘fiat’ de la humilde esclava” (C.E.C. 2716).
Nuestro agradecimiento
al P. Marco Antonio Foschiatti OP.