Señor Jesús, humildemente postrados ante Ti queremos presentarte nuestro homenaje de fe y de amor, de gratitud y de adoración, poniendo en tus manos todo lo que somos y tenemos. En unión con tu Madre, venimos aquí para acompañarte y encontrarte como Amigo de nuestras almas y Luz de nuestras vidas. Venimos a pedirte, en espíritu de profunda súplica, por el mundo, por todos los hombres, por tus sacerdotes y hombres y mujeres de vida consagrada. De manera muy especial, te imploramos que Tú, oh Señor y dueño de la mies, envíes numerosos y santos obreros para que cosechen lo que Tú mismo has sembrado en las almas. Te necesitamos, Señor.
Necesitamos hombres que presten sus labios para hablamos de Ti, sus pies para recorrer todo el mundo predicando tu Evangelio, sus manos para bendecirnos, sus ojos para ver en ellos reflejada tu mirada de Padre amoroso. Te necesitamos, Señor. Te necesita el mundo y la Iglesia. Por eso, te lo pedimos con humildad, te lo rogamos con ardor, envíanos sacerdotes, depositarios de tu poder salvador; envíanos sacerdotes que sean luz en las tinieblas del mundo, sal que nos libre de la corrupción del mal y del pecado. Envía, Señor, obreros a tu mies.
Tú que nos mandaste orar, cuando compadecido de la multitud que te seguía, contemplaste en ella todas las multitudes de hombres que a lo largo de la historia carecerían de pastor en su camino hacia Ti, escucha ahora nuestra oración humilde. Envíanos, Señor, Pastores según tu corazón.
Inmenso es, Señor, el campo. No dejes que el fruto que conseguiste con el precio tan caro de tu pasión y muerte, quede sin ser cosechado por falta de obreros que sieguen la mies. Envía, Señor, sacerdotes a tu Iglesia.
El sacerdote es otro Cristo. En él vemos con los ojos de la fe al Señor que camina con nosotros en la historia. Veneramos su persona porque en él vemos al mismo Jesucristo. Hombre entre los hombres, lo has escogido para que celebrara el sublime misterio de la Eucaristía, para que perpetuara en los siglos tu amor, para que perdonara en tu nombre, salvara en tu nombre, consagrara en el nombre de la Trinidad a los hombres y a toda la creación. Gracias, Señor, por el don del sacerdocio a tu Iglesia.
Los religiosos sacerdotes dejan todo para seguirte sólo a Ti, Sumo Bien, en caridad perfecta. Dan por amor tuyo su libertad; ofrendan lo mejor de su afecto y de su amor a Ti; te siguen, pobres, por el sendero del sacrificio. Grande es la generosidad de estas almas y grande es el don de la vida consagrada a la Iglesia. Envía, Señor, a tu Iglesia vocaciones a la vida consagrada.
Los sacerdotes misioneros, en los lugares más remotos de la tierra, a veces en medio de la persecución y con riesgo de sus vidas, predican tu Evangelio a quienes todavía no han oído hablar de ti. Sufren soledad, fatigas, incomprensiones, y todo lo soportan con amor con tal de ver que tu amor prenda en los corazones de esos hombres. Envía, Señor, sacerdotes misioneros a tu Iglesia.
Estamos seguros, Señor, de tu promesa: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo». Tú estás con nosotros y no dejas de llamar a hombres para que, en representación tuya, nos acompañen en nuestro camino hacia Ti. Tú sigues pronunciando esta palabra que ha cambiado la historia de tantas vidas: «Sígueme». Ayuda a aquellos que llamas a ser generosos, a no cerrar su corazón a tu llamada, a saber responder con prontitud, como el profeta Isaías: «Aquí estoy, Señor, envíame». Da generosidad, fe y valor a quienes has llamado.
Renueva en todos tus sacerdotes, en los fervorosos y en los abatidos, en los que luchan, en los que te aman con ardor, en los que han perdido la esperanza, el amor a Ti y a tu Iglesia. Que resplandezcan en sus vidas las virtudes de la pureza y la obediencia, la paciencia y la caridad, la dulzura y la comprensión, el celo ardiente por la salvación de las almas, la humildad y la sencillez. Danos sacerdotes según tu corazón.
Inspira y ayuda, Señor, a los sacerdotes que trabajan en los seminarios y casas de formación para que den a tu Iglesia santos, doctores, mártires, apóstoles, una nueva pléyade de testigos de Cristo imbuidos de un nuevo ardor misionero para la nueva evangelización. Envíanos, Señor, sacerdotes santos.
Te pedimos, Señor, por todos aquellos que consagran sus vidas a la pastoral vocacional para que en nombre de Cristo no dejen de lanzar las redes para dar a la Iglesia las vocaciones que necesita para cumplir con su misión. Necesitamos tus sacerdotes. Envíalos, Señor.
El enemigo de nuestras almas, sabiendo el bien que un solo sacerdote hace a la Iglesia, no deja de tender asechanzas a quienes Cristo ha llamado y los incita a la cobardía y a la opción por una vida menos sacrificada y más egoísta. También el ambiente del mundo y las propias pasiones son obstáculos que debe superar cada una de las vocaciones a las que Tú llamas a seguirte. Te pedimos que fortalezcas sus almas, les des generosidad y valentía para rechazar con decisión todo aquello que les pueda apartar de la fidelidad. Mueve a la generosidad a quienes llamas, Señor.
Rezamos con fe la oración que el Señor nos enseñó: Padre nuestro…
Necesitamos hombres que presten sus labios para hablamos de Ti, sus pies para recorrer todo el mundo predicando tu Evangelio, sus manos para bendecirnos, sus ojos para ver en ellos reflejada tu mirada de Padre amoroso. Te necesitamos, Señor. Te necesita el mundo y la Iglesia. Por eso, te lo pedimos con humildad, te lo rogamos con ardor, envíanos sacerdotes, depositarios de tu poder salvador; envíanos sacerdotes que sean luz en las tinieblas del mundo, sal que nos libre de la corrupción del mal y del pecado. Envía, Señor, obreros a tu mies.
Tú que nos mandaste orar, cuando compadecido de la multitud que te seguía, contemplaste en ella todas las multitudes de hombres que a lo largo de la historia carecerían de pastor en su camino hacia Ti, escucha ahora nuestra oración humilde. Envíanos, Señor, Pastores según tu corazón.
Inmenso es, Señor, el campo. No dejes que el fruto que conseguiste con el precio tan caro de tu pasión y muerte, quede sin ser cosechado por falta de obreros que sieguen la mies. Envía, Señor, sacerdotes a tu Iglesia.
El sacerdote es otro Cristo. En él vemos con los ojos de la fe al Señor que camina con nosotros en la historia. Veneramos su persona porque en él vemos al mismo Jesucristo. Hombre entre los hombres, lo has escogido para que celebrara el sublime misterio de la Eucaristía, para que perpetuara en los siglos tu amor, para que perdonara en tu nombre, salvara en tu nombre, consagrara en el nombre de la Trinidad a los hombres y a toda la creación. Gracias, Señor, por el don del sacerdocio a tu Iglesia.
Los religiosos sacerdotes dejan todo para seguirte sólo a Ti, Sumo Bien, en caridad perfecta. Dan por amor tuyo su libertad; ofrendan lo mejor de su afecto y de su amor a Ti; te siguen, pobres, por el sendero del sacrificio. Grande es la generosidad de estas almas y grande es el don de la vida consagrada a la Iglesia. Envía, Señor, a tu Iglesia vocaciones a la vida consagrada.
Los sacerdotes misioneros, en los lugares más remotos de la tierra, a veces en medio de la persecución y con riesgo de sus vidas, predican tu Evangelio a quienes todavía no han oído hablar de ti. Sufren soledad, fatigas, incomprensiones, y todo lo soportan con amor con tal de ver que tu amor prenda en los corazones de esos hombres. Envía, Señor, sacerdotes misioneros a tu Iglesia.
Estamos seguros, Señor, de tu promesa: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo». Tú estás con nosotros y no dejas de llamar a hombres para que, en representación tuya, nos acompañen en nuestro camino hacia Ti. Tú sigues pronunciando esta palabra que ha cambiado la historia de tantas vidas: «Sígueme». Ayuda a aquellos que llamas a ser generosos, a no cerrar su corazón a tu llamada, a saber responder con prontitud, como el profeta Isaías: «Aquí estoy, Señor, envíame». Da generosidad, fe y valor a quienes has llamado.
Renueva en todos tus sacerdotes, en los fervorosos y en los abatidos, en los que luchan, en los que te aman con ardor, en los que han perdido la esperanza, el amor a Ti y a tu Iglesia. Que resplandezcan en sus vidas las virtudes de la pureza y la obediencia, la paciencia y la caridad, la dulzura y la comprensión, el celo ardiente por la salvación de las almas, la humildad y la sencillez. Danos sacerdotes según tu corazón.
Inspira y ayuda, Señor, a los sacerdotes que trabajan en los seminarios y casas de formación para que den a tu Iglesia santos, doctores, mártires, apóstoles, una nueva pléyade de testigos de Cristo imbuidos de un nuevo ardor misionero para la nueva evangelización. Envíanos, Señor, sacerdotes santos.
Te pedimos, Señor, por todos aquellos que consagran sus vidas a la pastoral vocacional para que en nombre de Cristo no dejen de lanzar las redes para dar a la Iglesia las vocaciones que necesita para cumplir con su misión. Necesitamos tus sacerdotes. Envíalos, Señor.
El enemigo de nuestras almas, sabiendo el bien que un solo sacerdote hace a la Iglesia, no deja de tender asechanzas a quienes Cristo ha llamado y los incita a la cobardía y a la opción por una vida menos sacrificada y más egoísta. También el ambiente del mundo y las propias pasiones son obstáculos que debe superar cada una de las vocaciones a las que Tú llamas a seguirte. Te pedimos que fortalezcas sus almas, les des generosidad y valentía para rechazar con decisión todo aquello que les pueda apartar de la fidelidad. Mueve a la generosidad a quienes llamas, Señor.
Rezamos con fe la oración que el Señor nos enseñó: Padre nuestro…