miércoles, 28 de octubre de 2009

Oración del sacerdote a san Simón y Judas Tadeo

Oh gloriosos San Simón y Judas;
Apóstoles del Señor;
a quienes la Iglesia celebra unidos;
a vuestra intercesión acudo confiado.

Oh glorioso San Simón llamado el Cananeo o el Zelota,
“celoso por servir al Dios único con plena entrega”
que te distinguiste por un celo ardiente por la identidad judía
y, consiguientemente, por Dios, por su pueblo y por la Ley divina.
En tu elección veo como a Jesús
no le importan los diferentes grupos sociales y religiosos,
sino que a él le interesan las personas.
Haz que yo, sacerdote de Cristo,
me caracterice también por mi celo a Dios,
a sus mandamientos, a la Iglesia , a las almas…
que mi corazón abrasado de amor de Dios
irradie el Evangelio a todos
hasta los confines de la tierra.

Oh glorioso San Judas Tadeo, "magnánimo"
que en la última cena preguntaste al Señor:
“¿qué pasa para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?".
También nosotros preguntamos al Señor:
¿por qué el Resucitado no se ha manifestado
en toda su gloria a sus adversarios
para mostrar que el vencedor es Dios?
¿Por qué sólo se manifestó a sus discípulos?
La respuesta de Jesús es misteriosa y profunda.
El Señor dice: "Si alguno me ama, guardará mi palabra,
y mi Padre lo amará, y vendremos a él,
y pondremos nuestra morada en él".
Esto quiere decir que al Resucitado
hay que verlo y percibirlo también con el corazón,
de manera que Dios pueda poner su morada en nosotros.
El Señor no se presenta como una cosa.
Él quiere entrar en nuestra vida
y por eso su manifestación implica y presupone un corazón abierto.
Sólo así vemos al Resucitado.

En tu carta, San Judas nos enseñas a conservar la fe recibida,
ante todos los que toman como excusa la gracia de Dios
para disculpar sus costumbres depravadas
y para desviar a otros hermanos con enseñanzas inaceptables,
introduciendo divisiones dentro de la Iglesia "alucinados en sus delirios".
Enséñame a permanecer fiel a la fe recibida,
al Magisterio de la Iglesia, a las enseñanzas del Papa…
No permitas que los sacerdotes seamos
“nubes sin agua zarandeadas por el viento,
árboles de otoño sin frutos, dos veces muertos,
arrancados de raíz; son olas salvajes del mar,
que echan la espuma de su propia vergüenza,
estrellas errantes
a quienes está reservada la oscuridad de las tinieblas para siempre”;
sino que defendamos la fe con todo nuestros empeño,
esforzándonos en el estudio y la predicación.
Haz que como tú,
yo viva en plenitud la fe,
en la integridad moral y en la alegría,
en la confianza y, por último, en la alabanza.

San Simón el Cananeo y San Judas Tadeo
ayudadme a redescubrir siempre y a vivir incansablemente
la belleza de la fe cristiana,
sabiendo testimoniarla con valentía y al mismo tiempo con serenidad.