lunes, 18 de febrero de 2013

I DOMINGO DE CUARESMA -CICLO C-. Homilía de la Sda. Congregación para el Clero



I DOMINGO DE CUARESMA - C

Citas:
Deut 26,4-10:                                   www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9agg3wz.htm
Rom 10,8-13:                                   www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9an3zuj.htm    
Lc 4,1-13:                                         www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9abtzrd.htm
                       

El primer Domingo de Cuaresma nos ofrece siempre el relato de las tentaciones de Jesús en el desierto. Cuenta el evangelista Lucas que Jesús, después de haber recibido el bautismo, “lleno del Espíritu Santo regresó del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto, donde estuvo cuarenta días y fue tentado por el diablo”. (Lc 4,1-2). Al final del pasaje, Lucas afirma que, cuando el Tentador deja a Jesús, fue “terminada toda tentación” (Lc 4,13). Aparece como evidente que las tentaciones de Jesús “no fueron un incidente aislado, sino la consecuencia de que Jesús eligió seguir la misión que le había confiado el Padre” (Benedicto XVI, 21 de febrero 2010). En el desierto, Jesús vive y enfrenta las pruebas que Israel y la humanidad han experimentado y experimentan en su transcurrir histórico y existencial. El desierto es el lugar de la verdad: por eso es también el lugar de la lucha, es el lugar de la elección, el lugar de la conversión. En el desierto se decide de qué parte está cada uno: si de parte de Dios o de parte de Satanás; si de parte de la verdad y la fidelidad o de parte del engaño y de las traiciones. La Cuaresma es el sacramento de los cuarenta días de Jesús, para “probar” nuestro corazón y nuestra fe en Dios, para probar, reconocer y vencer nuestras más profundas seducciones.
Las tres tentaciones de Jesús son las tentaciones de todo hombre, que es probado, antes que en su comportamiento moral, en la fe. Satanás sabe bien, desde los orígenes de la creación, que el hombre quiere ocupar el lugar de Dios. Su juego es un juego de altura. Satanás buscar arrojar una sombra de descrédito sobre Dios, mostrándolo como el antagonista de nuestra libertad y de nuestra autonomía; y, al mismo tiempo, busca alienar también al hombre, cultivando sus apetitos más negativos y seductores.
La primera tentación pone al pan como símbolo de todos los bienes que el hombre necesita para vivir. Satanás busca encerrar al hombre en el cerco de los bienes terrenos: “Dí que estas piedras se conviertan en pan” (Lc 4,3). El hambre del hombre es reducida al hambre de los bienes materiales. Si el hombre cediera a la tentación, Satanás podría estar seguro de que el camino del hombre hacia Dios se cerraría para siempre, puesto que “el hombre en la prosperidad no comprende: se parece a las bestias que mueren” (Salmo 49,21). Y Satanás quiere la muerte del hombre, para que no darle la gloria a Dios. Frente a esta reducción antropológica obrada por Satanás, que cierra al hombre en el horizonte de este mundo, Jesús le recuerda cuál es nuestro auténtico horizonte, cuál nuestra verdadera y más profunda hambre: “No sólo de pan vive el hombre” (Lc 4,4), citando un pasaje de Dt 8,3 (que en Mt 4,4 es citado íntegramente: “sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”). La respuesta de Jesús es un gran himno a la dignidad del hombre, cuya vocación es irreductible a las preocupaciones mundanas. Jesús quiere decirnos: no pongas tu corazón en los tesoros de este mundo que pasa, porque has sido creado y constituido para bienes más grandes;  no empobrezcas tus deseos limitándolos a lo que puedes tocar y ver de inmediato, porque tus objetivos son muy otros. Esta es la primera verdad del camino cuaresmal que nos revela Jesús: recuerda, hombre, que tú estás hecho por Dios y nada de lo que es inferior a Dios te puede saciar.
En la segunda prueba, el Tentador levanta el nivel: “te daré poder sobre todo slos reinos del mundo, si te arrodillas delante de mí” (cf. Lc 4,6-7). Es la seducción engañosa del poder, bien posible para quien, antes de adorar a Dios, fuente del amor y de la verdad, adora los ídolos, que son la caricatura de Dios. El Tentador sabe bien qué atractivo fascinante tiene el poder en el corazón humano: un poder que, cuando es conquistado, recurre a todo y termina siendo abuso, violencia, dominio del más fuerte sobre el más débil, astucia, compromiso...  Satanás dice a cada uno de nosotros: ¿quieres poseer el mundo? Usa entonces la fuerza, ocupa los puestos claves en la sociedad, hazte espacio, domina sobre los otros. Esta experiencia atraviesa toda la historia humana: apoderarse de los otros, usarlos para los propios proyectos, doblegar y manipular las conciencias, borrar los límites entre el bien y el mal, entre la verdad y la mentira.  Los totalitarismos del siglo pasado y los relativismos de tantas partes de nuestro clima cultural, son los signos evidentes de la fuerza seductora del poder. En la lucha contra Satanás, Jesús sale venecedor. A la divinización del poder, Jes{us contrapone la adoración a Dios, citando nuevamente el Deuteronomio (6,13): “Adorarás al Señor, tu Dios, y a Él solo rendirás culto” (Lc 4,8). “El mandamiento fundamental de Israel es también el mandamiento fundamental de los cristianos: se debe adorar solamente a Dios” (J. Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, 2007, p. 68). El Tiempo de la Cuaresma nos invita a dejar de ser adoradores del Tentador y volver a ser adoradores de Dios.
La tercera tentación es la más sutil, porque pone en peligro, pervirtiéndola, la relación de Jesús con Dios Padre. El Tentador sugiere a Jesús poner a prueba a Dios pidiéndole un milagro: “Arrójate abajo desde lo más alto del Templo, y Dios te salvará enviándote sus ángeles” (cf. Lc 4 10-11). Es la forma suprema de perversión y de desafío: Satanás pide a Jesús que haga un gesto con el cual “costrinja” a Dios a dar una prueba de su presencia y de su poder. ¡Es el hombre quien le dice a Dios cómo comportarse! Es el hombre que impone la propia voluntad a Dios, en lugar de acoger de Dios la Suya. El hombre reduce a Dios a objeto de sus experimentos. Jesús, una vez más citando el Deuteronomio (6,16) anula el asunto y responde: “No tentarás al Señor tu Dios” (Lc 4,12), es decir: no pretendas que Dios obedezca a tus requerimientos, sino que deja a Dios toda la libertad de ser Dios; no pretendas que se pliegue a tus deseos, porque entonces encontrarás un ídolo entre tus manos, una especie de juguete  que se romperá entre tus dedos en cuanto haya en tu vida algo serio.
El relato evangélico ilumina todo el camino cuaresmal, que nos pone frente a una elección entre Dios y Satanás. Podemos vivir siguiendo a Cristo, eligiendo “lo que está escrito”, o sea, Dios y su Palabra; o podemos vivir cediendo a las grandes seducciones del Tentador, que nos hechizan con toda la fascinación de una libertad a fácil precio.

Jesús ha vencido todas las pruebas, también por nosotros. Y las ha vencido hasta el fin, cuando Satanás, reapareciendo en el “momento fijado”, lo tentará, en vano, por última vez, proponiéndole rechazar el proyecto de Dios, es decir, de salvarse bajando de la Cruz. Pero Jesús, en el evangelio de Lucas, dará una gran voz: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (23,46).