I DOMINGO DE CUARESMA - C
Citas:
Deut 26,4-10: www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9agg3wz.htm
Rom 10,8-13: www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9an3zuj.htm
El primer
Domingo de Cuaresma nos ofrece siempre el relato de las tentaciones de Jesús en
el desierto. Cuenta el evangelista Lucas que Jesús, después de haber recibido
el bautismo, “lleno del Espíritu Santo regresó del Jordán y fue conducido por
el Espíritu al desierto, donde estuvo cuarenta días y fue tentado por el
diablo”. (Lc 4,1-2). Al final del pasaje, Lucas afirma que, cuando el Tentador
deja a Jesús, fue “terminada toda tentación” (Lc 4,13). Aparece como evidente
que las tentaciones de Jesús “no fueron un incidente aislado, sino la
consecuencia de que Jesús eligió seguir la misión que le había confiado el
Padre” (Benedicto XVI, 21 de febrero 2010). En el desierto, Jesús vive y
enfrenta las pruebas que Israel y la humanidad han experimentado y experimentan
en su transcurrir histórico y existencial. El desierto es el lugar de la
verdad: por eso es también el lugar de la lucha, es el lugar de la elección, el
lugar de la conversión. En el desierto se decide de qué parte está cada uno: si
de parte de Dios o de parte de Satanás; si de parte de la verdad y la fidelidad
o de parte del engaño y de las traiciones. La Cuaresma es el sacramento de los
cuarenta días de Jesús, para “probar” nuestro corazón y nuestra fe en Dios, para
probar, reconocer y vencer nuestras más profundas seducciones.
Las tres
tentaciones de Jesús son las tentaciones de todo hombre, que es probado, antes
que en su comportamiento moral, en la fe. Satanás sabe bien, desde los orígenes
de la creación, que el hombre quiere ocupar el lugar de Dios. Su juego es un
juego de altura. Satanás buscar arrojar una sombra de descrédito sobre Dios,
mostrándolo como el antagonista de nuestra libertad y de nuestra autonomía; y,
al mismo tiempo, busca alienar también al hombre, cultivando sus apetitos más
negativos y seductores.
La primera
tentación pone al pan como símbolo de todos los bienes que el hombre necesita
para vivir. Satanás busca encerrar al hombre en el cerco de los bienes
terrenos: “Dí que estas piedras se conviertan en pan” (Lc 4,3). El hambre del
hombre es reducida al hambre de los bienes materiales. Si el hombre cediera a
la tentación, Satanás podría estar seguro de que el camino del hombre hacia
Dios se cerraría para siempre, puesto que “el hombre en la prosperidad no
comprende: se parece a las bestias que mueren” (Salmo 49,21). Y Satanás quiere
la muerte del hombre, para que no darle la gloria a Dios. Frente a esta
reducción antropológica obrada por Satanás, que cierra al hombre en el horizonte
de este mundo, Jesús le recuerda cuál es nuestro auténtico horizonte, cuál
nuestra verdadera y más profunda hambre: “No sólo de pan vive el hombre” (Lc
4,4), citando un pasaje de Dt 8,3 (que en Mt 4,4 es citado íntegramente: “sino
de toda palabra que sale de la boca de Dios”). La respuesta de Jesús es un gran
himno a la dignidad del hombre, cuya vocación es irreductible a las
preocupaciones mundanas. Jesús quiere decirnos: no pongas tu corazón en los
tesoros de este mundo que pasa, porque has sido creado y constituido para
bienes más grandes; no empobrezcas tus
deseos limitándolos a lo que puedes tocar y ver de inmediato, porque tus
objetivos son muy otros. Esta es la primera verdad del camino cuaresmal que nos
revela Jesús: recuerda, hombre, que tú estás hecho por Dios y nada de lo que es
inferior a Dios te puede saciar.
En la
segunda prueba, el Tentador levanta el nivel: “te daré poder sobre todo slos
reinos del mundo, si te arrodillas delante de mí” (cf. Lc 4,6-7). Es la
seducción engañosa del poder, bien posible para quien, antes de adorar a Dios,
fuente del amor y de la verdad, adora los ídolos, que son la caricatura de
Dios. El Tentador sabe bien qué atractivo fascinante tiene el poder en el
corazón humano: un poder que, cuando es conquistado, recurre a todo y termina
siendo abuso, violencia, dominio del más fuerte sobre el más débil, astucia,
compromiso... Satanás dice a cada uno de
nosotros: ¿quieres poseer el mundo? Usa entonces la fuerza, ocupa los puestos
claves en la sociedad, hazte espacio, domina sobre los otros. Esta experiencia
atraviesa toda la historia humana: apoderarse de los otros, usarlos para los
propios proyectos, doblegar y manipular las conciencias, borrar los límites
entre el bien y el mal, entre la verdad y la mentira. Los totalitarismos del siglo pasado y los
relativismos de tantas partes de nuestro clima cultural, son los signos
evidentes de la fuerza seductora del poder. En la lucha contra Satanás, Jesús
sale venecedor. A la divinización del poder, Jes{us contrapone la adoración a
Dios, citando nuevamente el Deuteronomio (6,13): “Adorarás al Señor, tu Dios, y
a Él solo rendirás culto” (Lc 4,8). “El mandamiento fundamental de Israel es
también el mandamiento fundamental de los cristianos: se debe adorar solamente
a Dios” (J. Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, 2007, p. 68). El Tiempo
de la Cuaresma nos invita a dejar de ser adoradores del Tentador y volver a ser
adoradores de Dios.
La tercera
tentación es la más sutil, porque pone en peligro, pervirtiéndola, la relación de
Jesús con Dios Padre. El Tentador sugiere a Jesús poner a prueba a Dios
pidiéndole un milagro: “Arrójate abajo desde lo más alto del Templo, y Dios te
salvará enviándote sus ángeles” (cf. Lc 4 10-11). Es la forma suprema de
perversión y de desafío: Satanás pide a Jesús que haga un gesto con el cual
“costrinja” a Dios a dar una prueba de su presencia y de su poder. ¡Es el
hombre quien le dice a Dios cómo comportarse! Es el hombre que impone la propia
voluntad a Dios, en lugar de acoger de Dios la Suya. El hombre reduce a Dios a
objeto de sus experimentos. Jesús, una vez más citando el Deuteronomio (6,16)
anula el asunto y responde: “No tentarás al Señor tu Dios” (Lc 4,12), es decir:
no pretendas que Dios obedezca a tus requerimientos, sino que deja a Dios toda
la libertad de ser Dios; no pretendas que se pliegue a tus deseos, porque entonces
encontrarás un ídolo entre tus manos, una especie de juguete que se romperá entre tus dedos en cuanto haya
en tu vida algo serio.
El relato
evangélico ilumina todo el camino cuaresmal, que nos pone frente a una elección
entre Dios y Satanás. Podemos vivir siguiendo a Cristo, eligiendo “lo que está
escrito”, o sea, Dios y su Palabra; o podemos vivir cediendo a las grandes
seducciones del Tentador, que nos hechizan con toda la fascinación de una
libertad a fácil precio.
Jesús ha vencido todas las
pruebas, también por nosotros. Y las ha vencido hasta el fin, cuando Satanás,
reapareciendo en el “momento fijado”, lo tentará, en vano, por última vez,
proponiéndole rechazar el proyecto de Dios, es decir, de salvarse bajando de la
Cruz. Pero Jesús, en el evangelio de Lucas, dará una gran voz: “Padre, en tus
manos encomiendo mi espíritu” (23,46).