"He resucitado y estoy contigo” Alleluia. En este Día de los días, en el Día que hizo el Señor[1], comenzamos la Eucaristía con estas misteriosas palabras tomadas del salmo 135, el salmo de la omnipresencia divina, nos canta la intimidad divina. Estas palabras nos introducen en un diálogo de Amor, ya que toda la Pascua es un acontecimiento de Amor[2]. Es el Corazón petrificado del Hijo, el Corazón traspasado de Jesús que vuelve a latir con la fuerza del Amor Divino. Vuelve a latir siendo la Vida y la Resurrección del mundo. El Corazón de Jesús se despierta de la muerte volviéndose al Padre y le dice: ¡Padre, he Resucitado…me has escuchado! Padre, me levanto de la muerte, he realizado tu Obra… ¡Padre estoy contigo, vuelvo a Ti! Padre, ya estoy contigo para siempre, me enseñas el camino de la Vida[3], me sacias de gozo eterno en tu Presencia, de alegría perpetua a tu derecha.
El Corazón de Jesús vuelve a latir…Ese Corazón que se desbordó de amor en el Cenáculo, llegando hasta el fin[4]…no podía habernos amado más. Era su entrega en plenitud: haciéndose esclavo, abajándose, despojándose de sí, lavando nuestras sucias vidas con el bautismo de su Pasión, con el bautismo de Su Sangre. No podía habernos dado mayor muestra de amor anticipando su muerte, su entrega libre y voluntaria en Su Cuerpo partido y en Su Sangre derramada. Ese Cuerpo y Sangre del cual vivimos, por el cual vivimos la misma Vida del Señor, la Vida por la cual el vive para el Padre[5], vuelto hacia El. En Pascua el Corazón de Jesús vuelve a latir, es el Corazón del Piadoso Pelícano que se hiere el pecho en su amor para nutrir y engendrar a la vida a sus hijitos. Ese pecho herido que nos nutre vuelve a latir, late en Eucaristía perpetua, en manantial que ya salta en nuestros corazones hasta la Vida Eterna[6].
El Corazón de Jesús vuelve a latir…es el Corazón en donde ha nacido nuestro Sacerdocio el Jueves Santo. Es el Corazón que quiere prolongar Su acto de amor salvífico en sus pobres amigos, en sus sacerdotes, a quienes les ha confiado todo, a quienes les ha confiado lo más hondo de Su Misterio[7].
El Corazón del Resucitado se vuelve en la tarde de Pascua soplo vivificante, recreador. Soplo del Nuevo nacimiento en el Espíritu[8] para aquellos que estaban muertos, enfermos, deformados por la lepra del pecado. El soplo del Resucitado sigue viviente y operante en este Octavo Día de la Nueva Creación que ya ha comenzado: “Sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo…los pecados les serán perdonados a aquellos que se los perdonen, y les serán retenidos a aquellos que se los retengan[9]”. ¿No percibimos ése cálido soplo de la Primavera de Jesús en nuestros corazones?
Hoy todo corazón humano es llamado a esta recreación, a esta vivificación, a este soplo del Resucitado[10]. Pero Jesús sigue necesitando de sus amigos, de los testigos de su Pascua, de sus sacerdotes, prolongación de los latidos de su Sagrado Corazón exánime de tanto amor en el Cenáculo, en Getsemaní, en el Pretorio, en la cumbre del Calvario. En este año sacerdotal Jesús quiere latir en el Corazón de sus sacerdotes de manera única, totalizante. Quiere que sus vidas se pierdan en el torrente de misericordia de su Corazón. Jesús Resucitado vuelve a nosotros en tus sacerdotes, en el renovado y pascual latir de sus corazones. Hazlos Amor como tu Corazón, ya que “el Sacerdocio es el Amor del Corazón de Jesús” (San Juan María Vianney)
¡Padre…he resucitado y estoy contigo! Nos sigue cantando la voz del Hijo en el Introito de Pascua. He cargado sobre mí la distancia casi infinita del corazón humano sin Dios, Yo soy en mi Carne resucitada la reconciliación de esa distancia, he bajado a los abismos en donde se asfixia el hombre. Yo, que Soy el Verbo de Vida y de Luz he querido bajar a las tinieblas. He querido cargar con las tinieblas para vencerlas en mi entrega de Amor: “Sí, he hecho el viaje hasta lo más profundo de la tierra, hasta el abismo de la muerte y he llevado la luz; y ahora he resucitado y estoy agarrado para siempre de tus manos”.[11]
Sí, Padre, he resucitado y de nuevo estoy contigo…Pero no vuelvo de la muerte sólo, llevo conmigo…llevo en mi Carne herida y glorificada. Llevo en mi Cuerpo, porque desde la Pascua son Cuerpo mío, a todos los que me diste. A todos los que he rescatado de las tinieblas de la muerte, a todos los que he liberado de las cadenas, la opresión del pecado y la muerte. Ellos también resucitan en Mí, vuelven a Ti en Mí, son incorporados al círculo eterno de amor en el cual vivimos. Ellos nacen como hijos en mi Pascua. Por eso: ¡Padre he resucitado! Y de nuevo estoy contigo. Por ello: ¡Padre en mí han resucitado! En el bautismo han muerto conmigo[12] y hoy conmigo se levantan y vuelven a Ti. Volvemos al abrazo de tus manos buenas. Volvemos a tus manos de Padre misericordioso. Volvemos a tus manos creadoras y paternales.
A todos ustedes hijitos[13] de mi Pascua, hijitos de mis lágrimas, de mi sudor de Sangre, de mi agonía, de mi soledad, de mi abandono. Sepan que hoy volverán a verme y se alegrarán sus corazones y tendrán una alegría que ningún poder humano les podrá quitar porque subo a mi Padre y al Padre de ustedes, a mi Dios y al Dios de ustedes. Los llevo en mis heridas, los llego grabados en mi Corazón herido. Desde este Noche Santa, fuente de Vida y de Luz en las tinieblas, los llevo en mi Gozo sin fin, en mi Corazón que estalla de alegría para siempre[14]. Vuelvan siempre al Corazón de su Redentor, vuelvan a mi para tener Vida, vuelvan a esta Pila Bautismal que es mi Sagrado Corazón.
El Corazón de Jesús vuelve a latir…Ese Corazón que se desbordó de amor en el Cenáculo, llegando hasta el fin[4]…no podía habernos amado más. Era su entrega en plenitud: haciéndose esclavo, abajándose, despojándose de sí, lavando nuestras sucias vidas con el bautismo de su Pasión, con el bautismo de Su Sangre. No podía habernos dado mayor muestra de amor anticipando su muerte, su entrega libre y voluntaria en Su Cuerpo partido y en Su Sangre derramada. Ese Cuerpo y Sangre del cual vivimos, por el cual vivimos la misma Vida del Señor, la Vida por la cual el vive para el Padre[5], vuelto hacia El. En Pascua el Corazón de Jesús vuelve a latir, es el Corazón del Piadoso Pelícano que se hiere el pecho en su amor para nutrir y engendrar a la vida a sus hijitos. Ese pecho herido que nos nutre vuelve a latir, late en Eucaristía perpetua, en manantial que ya salta en nuestros corazones hasta la Vida Eterna[6].
El Corazón de Jesús vuelve a latir…es el Corazón en donde ha nacido nuestro Sacerdocio el Jueves Santo. Es el Corazón que quiere prolongar Su acto de amor salvífico en sus pobres amigos, en sus sacerdotes, a quienes les ha confiado todo, a quienes les ha confiado lo más hondo de Su Misterio[7].
El Corazón del Resucitado se vuelve en la tarde de Pascua soplo vivificante, recreador. Soplo del Nuevo nacimiento en el Espíritu[8] para aquellos que estaban muertos, enfermos, deformados por la lepra del pecado. El soplo del Resucitado sigue viviente y operante en este Octavo Día de la Nueva Creación que ya ha comenzado: “Sopló sobre ellos y añadió: Reciban el Espíritu Santo…los pecados les serán perdonados a aquellos que se los perdonen, y les serán retenidos a aquellos que se los retengan[9]”. ¿No percibimos ése cálido soplo de la Primavera de Jesús en nuestros corazones?
Hoy todo corazón humano es llamado a esta recreación, a esta vivificación, a este soplo del Resucitado[10]. Pero Jesús sigue necesitando de sus amigos, de los testigos de su Pascua, de sus sacerdotes, prolongación de los latidos de su Sagrado Corazón exánime de tanto amor en el Cenáculo, en Getsemaní, en el Pretorio, en la cumbre del Calvario. En este año sacerdotal Jesús quiere latir en el Corazón de sus sacerdotes de manera única, totalizante. Quiere que sus vidas se pierdan en el torrente de misericordia de su Corazón. Jesús Resucitado vuelve a nosotros en tus sacerdotes, en el renovado y pascual latir de sus corazones. Hazlos Amor como tu Corazón, ya que “el Sacerdocio es el Amor del Corazón de Jesús” (San Juan María Vianney)
¡Padre…he resucitado y estoy contigo! Nos sigue cantando la voz del Hijo en el Introito de Pascua. He cargado sobre mí la distancia casi infinita del corazón humano sin Dios, Yo soy en mi Carne resucitada la reconciliación de esa distancia, he bajado a los abismos en donde se asfixia el hombre. Yo, que Soy el Verbo de Vida y de Luz he querido bajar a las tinieblas. He querido cargar con las tinieblas para vencerlas en mi entrega de Amor: “Sí, he hecho el viaje hasta lo más profundo de la tierra, hasta el abismo de la muerte y he llevado la luz; y ahora he resucitado y estoy agarrado para siempre de tus manos”.[11]
Sí, Padre, he resucitado y de nuevo estoy contigo…Pero no vuelvo de la muerte sólo, llevo conmigo…llevo en mi Carne herida y glorificada. Llevo en mi Cuerpo, porque desde la Pascua son Cuerpo mío, a todos los que me diste. A todos los que he rescatado de las tinieblas de la muerte, a todos los que he liberado de las cadenas, la opresión del pecado y la muerte. Ellos también resucitan en Mí, vuelven a Ti en Mí, son incorporados al círculo eterno de amor en el cual vivimos. Ellos nacen como hijos en mi Pascua. Por eso: ¡Padre he resucitado! Y de nuevo estoy contigo. Por ello: ¡Padre en mí han resucitado! En el bautismo han muerto conmigo[12] y hoy conmigo se levantan y vuelven a Ti. Volvemos al abrazo de tus manos buenas. Volvemos a tus manos de Padre misericordioso. Volvemos a tus manos creadoras y paternales.
A todos ustedes hijitos[13] de mi Pascua, hijitos de mis lágrimas, de mi sudor de Sangre, de mi agonía, de mi soledad, de mi abandono. Sepan que hoy volverán a verme y se alegrarán sus corazones y tendrán una alegría que ningún poder humano les podrá quitar porque subo a mi Padre y al Padre de ustedes, a mi Dios y al Dios de ustedes. Los llevo en mis heridas, los llego grabados en mi Corazón herido. Desde este Noche Santa, fuente de Vida y de Luz en las tinieblas, los llevo en mi Gozo sin fin, en mi Corazón que estalla de alegría para siempre[14]. Vuelvan siempre al Corazón de su Redentor, vuelvan a mi para tener Vida, vuelvan a esta Pila Bautismal que es mi Sagrado Corazón.
Sumerjan en este Corazón herido, y que ahora late eternamente, todas sus vidas, sus pesares, sus incertidumbres, todas sus desesperanzas…Yo las he gustado en la hiel de mi soledad en Getsemaní y en la Cruz, las he compartido con ustedes, las he fecundado con mi amor, y hoy quiero compartirles mi Pascua.
¡Oh Admirable intercambio!![15] Jesús has tomado todas nuestras tinieblas para darnos toda tu luz. Y hoy todo está lleno de tu luz[16], hoy todo arde en la llama de tu Resurrección.
“Les mostró las llagas y el costado”[17] Señor nos muestras los signos glorificados de tu amor por nosotros. Deja que en esta Pascua vayamos corriendo con Pedro y Juan a tu sepulcro vivificante, deja que en tu Costado abierto bebamos la Vida que renueva al mundo, deja que nos bauticemos en ésa fuente, para no ya vivir sino de tu Vida. Deja que el verdadero Cirio Pascual que es tu Corazón Resucitado pueda disipar las oscuridades de nuestra alma, danos ojos nuevos para verte, para ver el mundo a la luz de tu Resurrección. Danos tus ojos, Jesús Resucitado. A veces, como a María Magdalena, nos parece que estás desaparecido y muerto; de tanto revolvernos en nuestra pena y de beber nuestras lágrimas no tenemos la capacidad de verte ya junto a nosotros.
Divino Jardinero, que trabajas nuestra alma para hacerla tu Paraíso de delicias. Necesitamos que nos llames por nuestro nombre[18], que en esta Pascua nos des un nombre nuevo[19], que tus labios resucitados pronuncien nuestro nombre para que cese el llorar y brille la sonrisa ante tu Presencia, ante tu Dulce Presencia: “Iesu dulcis memoria, dans vera cordis Gaudia, sed super mel et omnia, ejus dulcis Praesentia”[20].
Divino Jardinero, Resucitado amoroso, que no dejas de labrar la dura tierra de nuestra corazón, míranos, llámanos, enjuga con tu Resurrección las lágrimas de nuestro dolor que nos aísla, nos enceguece, nos impide percibirte Vivo y vivificante:
“Mujer, ¿por qué lloras, a quién buscas[21]?” El que buscas está contigo, ¿no lo sabes? Posees la verdadera y eterna felicidad, ¿y lloras? Tienes dentro de ti al que fuera de ti buscas. Y verdaderamente estás afuera, llorando junto a una tumba. Pero Jesús te dice: Tu corazón es mi sepulcro, en el cual yo no descanso muerto, sino vivo para siempre. Tu alma es mi Jardín… Tu llanto, tu amor y tu deseo son obra y efecto mío, me posees dentro sin saberlo, por eso me buscas por fuera. Por eso yo me apareceré a ti en lo exterior, para conducirte a tu interior y hacerte hallar dentro lo que buscabas fuera. María, yo te conozco por nombre, aprende tú a conocerme por fe…”[22]
Divino Jardinero dinos también a nosotros las palabras del Introito de Pascua: “Resurrexit et adhuc tecum suum”. He resucitado, me he sumergido en tu abandono, en tu oscuridad, en tu muerte, en tu abismo, en tus infiernos…No temas…me levanto y te levanto. He puesto mi Mano herida y glorificada sobre Ti…Estoy contigo para siempre.
Las palabras del Resucitado al Padre también se vuelven a su Iglesia, con un matiz personal, se vuelven a cada alma-Iglesia, para decirle que nunca se encontrará sola: He Resucitado…estoy contigo para siempre en el tiempo y la eternidad, Yo soy el Señor del tiempo y de la eternidad[23]:
“Mi mano te sostiene. Dondequiera que tu caigas, caerás en mis manos. Estoy presente incluso a las puertas de la muerte. Donde nadie ya no puede acompañarte y donde tú no puedes llevar nada, allí te espero yo y para ti transformo las tinieblas en luz”.[24]
¡Qué bello sería si en esta tarde de Pascua cada uno pudiera hacer una pequeña caminata! Un caminar casi litúrgico, una peregrinación. Podría ser en el campo, en un parque, o en el desierto de nuestras ciudades. En ese caminar sería muy bueno revivir la peregrinación de nuestra vida…el camino de nuestra vida sigue y sigue: ¿hacia dónde vamos, a dónde queremos ir? ¿Por qué no invitar al Peregrino de Emaús, el Camino que lleva a la Vida, que se venga a compartir nuestra marcha? ¿Percibimos que sin Jesús caminamos en tinieblas y en sombras de muerte?
Mientras caminamos, en ese atardecer único de Pascua, pensemos en los dos discípulos de Emaús. También ellos, como nosotros, iban apesadumbrados y tristes; su rostro bañado de desilusión y desesperanza se vuelve al misterioso Peregrino. ¡Oh maravilla de la Pascua de Jesús! El Resucitado se hace compañero de nuestros caminos, aún cuándo queremos alejarnos de Él y de su misión. El Camino, la Verdad y la Vida se acerca a estos dos hombres con una loza más pesada en sus corazones que la piedra ya removida del Sepulcro de Cristo. El Divino Peregrino habla, conversa dulcemente, les va mostrando el sentido de todo, les abre el sentido de Su Cruz, de Su dolor, de Su Padecimiento. Todo ello era necesario para que el Cristo pudiera entrar en la Gloria de su Padre. ¿Por qué en humildad no le presentemos al Señor también nuestros “por qué”? ¿Por qué Peregrino no nos descubres el sentido de amor de nuestro padecer, de nuestras cruces, que sin Ti se vuelven insoportables y aplastantes?
Esos corazones fríos y duros se van abriendo a la Pascua, sienten el fuego y la luz de una Presencia. La tristeza da lugar a la súplica, al deseo de más intimidad, ese Peregrino da sentido a sus vidas: Quédate con nosotros, porque es tarde y anochece ya[25]. El Señor entra en su morada y les parte el pan. Ante el Signo de su Amor entregado se abren sus ojos, lo reconocen: ¡En verdad ha resucitado! El Peregrino se queda como luz en sus corazones, y en medio de la noche, retornan para ser mensajeros de la Pascua. Ya no hay noche, el Pan partido de Jesús los ha iluminado. Sí, mis hermanos, en medio de los caminos oscuros de nuestro mundo, el Resucitado Peregrino camina junto a nosotros, es nuestra Luz. Y en la Eucaristía, como un susurro, de amor nos dice: Ya no temas, anúnciame…Yo soy la Luz, no temas si el camino está oscuro. He resucitado y para siempre estoy contigo.
Ante el sol que declina en este Día Único, recordando que ha nacido en el alba bailando de júbilo[26], llamando al júbilo a toda criatura, anhelemos la Pascua sin ocaso, el Domingo sin ocaso en el que la familia de Dios entrará en la Fiesta y el Gozo de Su Señor. No temamos el ocaso, un Nuevo Sol resplandece ya glorioso para siempre: Jesucristo. Sólo nos resta alabar:
“¡Hoy es el Día de la Resurrección! Pascua, Pascua del Señor, Pascua. La Pascua Santísima ha aparecido. Pascua. Abracémonos con alegría unos a otros. Pascua que nos liberas de la tristeza, porque hoy Cristo, salido resplandeciente de la tumba, ha colmado a las mujeres de gozo diciendo: Llevad la noticia a los apóstoles. Es el Día de la Resurrección. Irradiemos gozo por esta fiesta, abracémonos los unos a los otros, llamémonos todos hermanos, perdonemos todo por la Resurrección, y gritemos: ¡Cristo ha resucitado, y nos ha dado la vida en su indecible amor”[27]
Nuestro agradecimiento al P. Marco Antonio Foschiatti OP
Noviciado San Martín de Porres Mar del Plata
Noviciado San Martín de Porres Mar del Plata
Oración a Jesús Resucitado
(para utilizarla en nuestra meditación personal y en nuestro camino de Emaús)
Señor, demuestra también hoy que el amor es más fuerte que el odio. Que es más fuerte que la muerte. Baja también en las noches y en los infiernos de nuestro tiempo moderno y toma de la mano a los que esperan. ¡Llévalos a la Luz! ¡Estáte también conmigo en mis noches oscuras y llévame fuera! ¡Ayúdame, ayúdanos a bajar contigo a la oscuridad de quienes esperan, que claman a ti desde el vientre del infierno! ¡Ayúdanos a llevarles tu luz! ¡Ayúdanos a llegar al “si” del amor, que nos hace bajar y precisamente así subir contigo.
(para utilizarla en nuestra meditación personal y en nuestro camino de Emaús)
Señor, demuestra también hoy que el amor es más fuerte que el odio. Que es más fuerte que la muerte. Baja también en las noches y en los infiernos de nuestro tiempo moderno y toma de la mano a los que esperan. ¡Llévalos a la Luz! ¡Estáte también conmigo en mis noches oscuras y llévame fuera! ¡Ayúdame, ayúdanos a bajar contigo a la oscuridad de quienes esperan, que claman a ti desde el vientre del infierno! ¡Ayúdanos a llevarles tu luz! ¡Ayúdanos a llegar al “si” del amor, que nos hace bajar y precisamente así subir contigo.
Benedicto XVI
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[1] Sal.117.
[2] “El acontecimiento sorprendente de la Resurrección de Jesús es esencialmente un acontecimiento de amor: amor del Padre que entrega al Hijo para la salvación del mundo; amor del Hijo que se abandona en la voluntad del Padre por todos nosotros; amor del Espíritu Santo que resucita a Jesús de entre los muertos con su Cuerpo transfigurado. Y todavía más: amor del Padre que vuelve a abrazar al Hijo envolviéndolo en su gloria; amor del Hijo que con la fuerza del Espíritu Santo vuelve al Padre revestido de nuestra humanidad transfigurada” Benedicto XVI, Mensaje de Pascua de 2008.
[3] Sal. 15.
[4] “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin” Jn 13, 1 y Jn 15, 13 “Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos”.
[5] Jn 6, 57.
[6] Jn 4, 14.
[7] Jn 15, 14-15.
[8] Jn 3, 5.
[9] Jn 20, 22-23.
[10] Gn 2, 7.
[11] Benedicto XVI, Homilía en la Vigilia Pascual, 7 de abril de 2007.
[12] “Cuántos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte.” Rm 6, 3-10. Este texto admirable nos presenta la realidad de nuestro bautismo como el de un morir con Cristo, un ser sepultados con El, un Con-resucitar haciéndonos una misma cosa con Cristo, injertándonos en su Vivir para Dios.
[13] Jn 13, 33.
[14] “Sólo Cristo Resucitado puede llevarnos hacia arriba, hasta la unión con Dios, hasta donde no pueden llegar nuestras fuerzas. Él carga verdaderamente la oveja extraviada sobre sus hombros y la lleva a casa. Nosotros vivimos agarrados a su Cuerpo, y en comunión con su Cuerpo llegamos hasta el Corazón de Dios. Y sólo así se vence la muerte, somos liberados y nuestra vida es esperanza.” Benedicto XVI, Homilía en la Vigilia Pascual de 2007.
[15] “¡Oh Pascua de Dios que desciende a la tierra del cielo y que vuelve a subir de la tierra al cielo! ¡oh gozo universal, honor, festín, delicias, tinieblas de la muerte disipadas, vuelve la vida a todos y, se abren las puertas de los cielos! Dios se ha hombre y el hombre se ha hecho Dios… (S. Hipólito de Roma, Himno Pascual de la Traditio Apostólica)
[16] “Hoy todo está resplandeciente de Luz, el cielo, la tierra, los abismos porque Cristo se levanta de la muerte y a los muertos vivifica.” Canon de Pascua
[17] Lc 24, 39.
[18] Jn 10, 3.
[19] Ap 3, 12.
[20] Iesu dulcis memoria. Himno latino al Dulcísimo Nombre de Jesús, atribuido al Melifluo Bernardo.
[21] Jn 20, 15.
[22] San Bernardo, In pass. et resurrect. Domini.
[23] Palabras en la confección del Cirio Pascual: “Cristo, ayer y hoy, principio y fin, alfa y omega, suyo es el tiempo y la eternidad, a Él la gloria por los siglos de los siglos. Amén”
[24] Benedicto XVI, Homilía en la Vigilia Pascual, 7 de abril de 2007.
[25] Lc 24, 29.
[26] Es tradición entre los ortodoxos rusos de que el Sol de la mañana de la Resurrección amanece danzando, bailando. Llamando al júbilo a toda criatura. Dicen que los Padres de la Iglesia ya se referían a este fenómeno, que ciertamente es un bello signo espiritual. El Sol que danza es Cristo, Luz Resucitada del mundo, que vence para siempre las tinieblas de la muerte. Un eco de esto nuevamente lo encontramos en el Canon de la Noche Santa, compuesto por San Juan Damasceno, que nos canta bellamente: “Madruguemos con el alba y ofrezcamos al Señor las alabanzas puras, en vez del bálsamo y la mirra. Contemplemos a Cristo, el Sol de Justicia, que brota danzando del Sepulcro, otorgando la vivificación a toda criatura”. También nuestro Exsultet hace referencia al Sol “bailarín” de Cristo que no conoce el ocaso: “Qué el lucero de la mañana lo encuentre aún encendido. Aquel lucero que no conoce el ocaso. Aquel que surgiendo de los abismos, resplandeció sereno para todo el género humano”.
[27] Final del Canon de la Resurrección compuesto por San Juan Damasceno.
[2] “El acontecimiento sorprendente de la Resurrección de Jesús es esencialmente un acontecimiento de amor: amor del Padre que entrega al Hijo para la salvación del mundo; amor del Hijo que se abandona en la voluntad del Padre por todos nosotros; amor del Espíritu Santo que resucita a Jesús de entre los muertos con su Cuerpo transfigurado. Y todavía más: amor del Padre que vuelve a abrazar al Hijo envolviéndolo en su gloria; amor del Hijo que con la fuerza del Espíritu Santo vuelve al Padre revestido de nuestra humanidad transfigurada” Benedicto XVI, Mensaje de Pascua de 2008.
[3] Sal. 15.
[4] “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin” Jn 13, 1 y Jn 15, 13 “Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos”.
[5] Jn 6, 57.
[6] Jn 4, 14.
[7] Jn 15, 14-15.
[8] Jn 3, 5.
[9] Jn 20, 22-23.
[10] Gn 2, 7.
[11] Benedicto XVI, Homilía en la Vigilia Pascual, 7 de abril de 2007.
[12] “Cuántos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte.” Rm 6, 3-10. Este texto admirable nos presenta la realidad de nuestro bautismo como el de un morir con Cristo, un ser sepultados con El, un Con-resucitar haciéndonos una misma cosa con Cristo, injertándonos en su Vivir para Dios.
[13] Jn 13, 33.
[14] “Sólo Cristo Resucitado puede llevarnos hacia arriba, hasta la unión con Dios, hasta donde no pueden llegar nuestras fuerzas. Él carga verdaderamente la oveja extraviada sobre sus hombros y la lleva a casa. Nosotros vivimos agarrados a su Cuerpo, y en comunión con su Cuerpo llegamos hasta el Corazón de Dios. Y sólo así se vence la muerte, somos liberados y nuestra vida es esperanza.” Benedicto XVI, Homilía en la Vigilia Pascual de 2007.
[15] “¡Oh Pascua de Dios que desciende a la tierra del cielo y que vuelve a subir de la tierra al cielo! ¡oh gozo universal, honor, festín, delicias, tinieblas de la muerte disipadas, vuelve la vida a todos y, se abren las puertas de los cielos! Dios se ha hombre y el hombre se ha hecho Dios… (S. Hipólito de Roma, Himno Pascual de la Traditio Apostólica)
[16] “Hoy todo está resplandeciente de Luz, el cielo, la tierra, los abismos porque Cristo se levanta de la muerte y a los muertos vivifica.” Canon de Pascua
[17] Lc 24, 39.
[18] Jn 10, 3.
[19] Ap 3, 12.
[20] Iesu dulcis memoria. Himno latino al Dulcísimo Nombre de Jesús, atribuido al Melifluo Bernardo.
[21] Jn 20, 15.
[22] San Bernardo, In pass. et resurrect. Domini.
[23] Palabras en la confección del Cirio Pascual: “Cristo, ayer y hoy, principio y fin, alfa y omega, suyo es el tiempo y la eternidad, a Él la gloria por los siglos de los siglos. Amén”
[24] Benedicto XVI, Homilía en la Vigilia Pascual, 7 de abril de 2007.
[25] Lc 24, 29.
[26] Es tradición entre los ortodoxos rusos de que el Sol de la mañana de la Resurrección amanece danzando, bailando. Llamando al júbilo a toda criatura. Dicen que los Padres de la Iglesia ya se referían a este fenómeno, que ciertamente es un bello signo espiritual. El Sol que danza es Cristo, Luz Resucitada del mundo, que vence para siempre las tinieblas de la muerte. Un eco de esto nuevamente lo encontramos en el Canon de la Noche Santa, compuesto por San Juan Damasceno, que nos canta bellamente: “Madruguemos con el alba y ofrezcamos al Señor las alabanzas puras, en vez del bálsamo y la mirra. Contemplemos a Cristo, el Sol de Justicia, que brota danzando del Sepulcro, otorgando la vivificación a toda criatura”. También nuestro Exsultet hace referencia al Sol “bailarín” de Cristo que no conoce el ocaso: “Qué el lucero de la mañana lo encuentre aún encendido. Aquel lucero que no conoce el ocaso. Aquel que surgiendo de los abismos, resplandeció sereno para todo el género humano”.
[27] Final del Canon de la Resurrección compuesto por San Juan Damasceno.