“No temas, hija de Sión,
mira que viene tu Rey montado en un pollino de asna…”
En la procesión del Domingo de Ramos, la fiesta más antigua y bella en honor de Cristo Rey, la Iglesia nos invita a la confianza y a la esperanza. ¡No temas pequeño rebaño! No temas grey dispersa y herida, viene tu Rey, viene el Pastor que congrega, salva y redime. En estas semanas cuaresmales nos ha buscado y llamado con sus silbos amorosos, nos ha rescatado de sombras y quebradas donde yacíamos perdidos. Nos ha cargado sobre sí, como Buen Samaritano, y hoy quiere introducirnos a la cercanía de su Mesa Pascual, en donde la Copa de su Sangre preciosa rebosa, dando vida y vida en abundancia.
En el Domingo de Ramos vivimos en plenitud lo que cantábamos en el Adviento: ¡Ya el Rey ha llegado, el Señor viene a visitar a su pueblo con la Paz! ¡Ya el deseado de las naciones está en medio de su pueblo y desde Sión extenderá su realeza salvadora!
La Iglesia quiere recibir a su Rey; Él viene a consumar su Misterio Pascual, viene a destruir los cerrojos de la muerte abriendo de par en par las puertas del Corazón de Dios al hombre herido y alejado de la Vida. Viene el Rey de Paz que en la entrega amorosa de su Vida será grande hasta los confines de la tierra y bendecirá a su pueblo con la Paz.
Con los jubilosos acordes de los “pueri hebraeorum” la Iglesia nos invita a hacernos como los niños hebreos al paso del Rey de paz: “Los niños hebreos, portando ramas de olivo, salieron al encuentro del Señor: clamando y diciendo: Hosanna en las alturas. Bendito el que viene en el Nombre del Señor. Hosanna en las alturas.” El corazón del niño no vive de cálculos sino de admiración y asombro, de igual manera nuestros corazones deben admirarse del Rey amado y hermoso, deben abrirse en una pura alabanza y adoración por el cumplimiento de las Promesas del Señor. El Señor ha cumplido su palabra, nos ha dado un Rey eterno que vivirá eternamente en su presencia. Sólo si nuestro corazón se deja llevar por el júbilo y la alabanza ante Jesús, que viene voluntariamente a la Pasión por nuestra redención, podremos ir a lo profundo de este signo -tan sentido y querido por nuestro pueblo creyente- de portar ramos de olivo y palma para festejar la victoria del Rey, y para que la Victoria de Jesús nos guarde de todo mal y daño.
Los ramos de palmas y olivo fueron una profecía del futuro triunfo del Señor: “Al entrar el Señor en la ciudad santa, los niños hebreos profetizaban la resurrección de la Vida, proclamando con ramos de palmas:¡Hosanna en el cielo!” (antífona Ingrediente).
Estos ramitos son signo de su Resurrección, pero también son un signo de su definitiva venida, cuando con palmas cantaremos al Cordero de la Pascua eterna, entrando en la definitiva y nueva Jerusalén, visión de Paz, allí donde el Cordero inmolado y victorioso es Sol y lámpara, la Vida para siempre.
Estos ramitos de olivo que recibirán la bendición del Señor para aclamar “con los ángeles y los niños al Vencedor de la muerte” (antífona Cum ángelis), nos hablan del sentido más profundo de nuestra vida: ser alabanza, adoración y servicio a Cristo. Confesarlo a El como mi Redentor, mi Vida, el sentido de mi camino, el motor y móvil de mi amar, el Alma de mi alma. Cristo mi única Esperanza. Si la adoración es lo primero en mi vida, en mi corazón, todo se ordena; entramos en el orden del Amor y si el corazón humano se alimenta de adoración conformándose con el querer divino entonces puede vivir de amor. Adorar es amar, y para este fin de amor hemos sido creados: “En vez de túnicas o unos ramos inanimados, en vez de unas ramas de arbustos, que pronto pierden su verdor y que por poco tiempo recrean la mirada, pongámonos nosotros mismos bajo los pies de Cristo, revestidos de su gracia, mejor aún de toda su persona, porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo; extendámonos a sus pies, a manera de túnicas…ofrezcamos al Vencedor de la muerte no ya ramos de palmera, sino el botín de la victoria que somos nosotros mismos…aclamémoslo agitando los ramos espirituales del alma y diciéndole un día y otro: Bendito el que viene en el Nombre del Señor, el Rey de Israel.” (San Andrés de Creta)
Llevar estos ramitos es anunciar que la Cruz es camino de donación y de curación de nuestros egoísmos, que el sufrimiento puede y debe ser transfigurado en oblación de amor, que el Rey de paz que viene y está en medio de nosotros, con su Cruz redentora, ha disipado las tinieblas de la mentira, de la soberbia que mata al Amor, de la violencia y la indiferencia.
Llevar estos ramitos es comprometerse con Jesús en su camino hacia la Cruz, en su seguimiento; es entrar nuevamente en el discipulado. Es dejar que su gracia salvadora, la gracia bautismal que quiero ver renovada en estos días por una sincera confesión, pueda dar en mí los más hermosos frutos para gloria del Padre: “Tú que entonces nos compraste por tu Cruz, levántanos por tu misma gloriosísima Pasión cuando de nuevo caemos. Acepta con bondad nuestra alabanza y la humillación de nuestras penitencias. Riéganos con tu lluvia para que, floreciendo, merezcamos un día agradarte por la abundancia de sazonados frutos.” (Bendición de ramos de la Liturgia dominicana)
La procesión de ramos manifiesta nuestro querer caminar con Él siempre, caminar por El –o sea sólo movidos por su amor- y caminar en Él –viviendo dentro de sus sentimientos- en su abajamiento humilde que nos eleva, como nos lo canta San Pablo en su himno a los Filipenses.
Llevar estos ramitos es también querer seguirlo en su pena, adentrándome en sus sufrimientos, morando en sus llagas, dejándome purificar por su Sangre. Llevando estos ramitos queremos dejar que Jesús nos introduzca en su Semana Mayor, en su Paso hacia el Padre. Queremos dejarle a El, el Siervo sufriente, el esclavo por amor, lavar nuestros pies cansados, heridos y sucios.
Llevar estos ramos es ponerse en camino hacia el Misterio más grande de la Caridad, el Misterio del Amor hasta el fin, el Misterio que resume todos los misterios: cuando el Piadoso Pelícano rompa su pecho, el pecho por mi amor muy lastimado, para alimentar a sus pichones dando su Carne y su Sangre. ¡Quién nos diera la gracia de morar siempre en ese Misterio de Luz del Cenáculo para aprender de nuevo el Mandato de la Caridad!
¡Quién nos concediera la gracia de permanecer esta semana en su Amor redentor y reclinarnos, como un hijito pequeño que quiere aprenderlo todo, para ser introducido en la ciencia de los Santos, que mana del torrente de Vida del Corazón de Jesús! ¡Señor yo quiero como Juan, tu pequeño hijito, aprender que Dios es Amor, reclinado en tu Corazón Eucarístico! ¡Cuánto late este Corazón en ansias de comer la Pascua con nosotros antes de padecer!
Llevar estos ramitos es dirigirse a la Cena gloriosa del Cordero, las Bodas de Sangre: “Allí me dio su pecho, allí me enseñó ciencia muy sabrosa; y yo le di de hecho a mí, sin dejar cosa.” (San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual)
Llevar estos ramitos es pedir gracia al Señor para poder velar siquiera una hora con El. ¿Dónde están en la agonía de Getsemaní aquellos que lo aclamaban? Yo quiero quedarme contigo Jesús, en el Huerto, en la noche del mundo y de la historia, sólo se encuentra Luz y Vida acompañando tu desolación. ¿Dejaremos sólo al Amigo del hombre que en esta noche nos pide presencia y calor de hermano? ¿Dormiremos plácidamente cuando Jesús postrado en tierra, aplastado por el peso de mil mundos, llevando en su carne inmaculada las inmundicias de todos nosotros, pide un hombro cercano en donde apoyar su tristeza, su náusea? ¿Simón duermes, no has podido velar conmigo? ¿Hijo mío, tú también te duermes…? Jesús, ayúdame a no dejarte sólo en tu Agonía, si me duermo, que el Ángel de Getsemaní te susurre mi nombre y te diga mi amor, frágil e inconstante, pero es el único que puedo darte, y esto te anima y consuela…Tú mueres por ese poquito de amor, mueres sediento de esa gota de mi amor…
Llevar estos signos de la Victoria del Rey nos deben mover a ser protagonistas de su Via Crucis, del camino real de la Santa Cruz. ¿En qué bando nos alistaremos? ¿Bajo qué bandera pelearemos el noble combate de la fe? Tal vez esté muy a mano el de los indiferentes, el de la lástima superficial, el de Pedro que lo seguía de lejos y que por esto lo negó traidoramente. Queremos ser recibidos bajo la Bandera del Rey, el estandarte del Amor, queremos reconocerle sólo a Él como Rey: “Reconocerle como Rey significa aceptarle como quien nos indica el camino. Aquél de quien nos fiamos y a quien seguimos. Significa aceptar su palabra como criterio válido para nuestra vida. Se trata de optar entre vivir sólo para mí o entregarme a lo más grande. Al seguir a Jesucristo me pongo al servicio de la verdad y el amor. Al perderme vuelvo a encontrarme” (Benedicto XVI)
Señor, no permitas que nos apartemos de ti, nosotros que hoy aclamamos tu Victoria. Queremos en esta semana ser buenos cireneos, tal vez un poco forzados a abrazarnos a tu Cruz, la tuya, en donde nos llevas a todos… Pero el Cireneo caminando detrás de ti se convirtió en discípulo, nació como discípulo abrazado al leño. ¡Yo quiero, como él, gustar un poquito de la fuerza regeneradora de tu Cruz, para que de espectador me convierta en corredentor contigo! ¡En cuantos Via Crucis del Hijo de Dios en este mundo faltan buenos cireneos!
Llevar el trofeo del Rey -estos ramitos y palmas- me compromete a saber reconocerlo en los hermanos caídos, quiero en mi caminar hacerme buen cireneo…para que abrazado a la cruz del que cae podamos juntos seguir a Aquel que nos está sosteniendo a todos.
Llevar estos ramos de olivo me compromete a detenerme en la escuela de la Verónica: la imagen más hermosa de la misericordia… La Verónica: estación de los enamorados y de los santos: ¡Eres el más bello de todos los hombres! Ella no puede cambiar la suerte del Condenado, ella no puede cargar su cruz, Ella no puede casi nada…Pero el Amor es ingenioso y en un gesto de ternura devuelve la luz a los ojos del Rey hermoso, le devuelve su dignidad, su misericordia como un vaso de agua fresca alivia el Corazón agonizante de Cristo. Si llevo bien alto este ramo de olivo me dispondré para dejarme exprimir por la gracia y convertirme en aceite de consolación y alivio para el Rostro sufriente del Amado en los hermanos. ¡Qué preludio del cielo, poder descubrir y revelar el Rostro del Amado en sus pequeños, en aquellos donde el Hijo de Dios sigue en agonía hasta el fin del mundo! ¡Qué te vea Jesús! Que sepa descubrirte en el Via Crucis de mis hermanos, que limpiando sus heridas, sus salivazos, sus espinas, pueda descubrirte en ellos y de esa manera puedas grabarte más hondamente en mi vida. ¡Jesús, danos más Verónicas, que con ternura puedan limpiar tu Rostro tan inhumanamente ultrajado…!
Llevar estos hermosos ramos es permanecer con Juan y María al pié de la Cruz para mirarle, sólo mirarle y dejarse atraer…Atráeme en pos de ti, corramos, dice el alma enamorada, que contempla a su Amado en la Cruz como un lirio entre espinas.
Mirar y escuchar, dejar que las gotas de Sangre y Vida que son sus siete palabras puedan horadar la dureza del corazón de piedra, puedan hacer nacer en él la luz: ¡¡Padre perdónales porque no saben lo que hacen; Dios mío, Dios mío porqué!!...; ¡¡Hoy estarás conmigo…; He ahí a tu hijo, he ahí a tu Madre; Tengo sed; Todo está consumado; Padre en tus manos!! Salí del Padre y vine al mundo, ahora dejó el mundo y voy al Padre…Cada una de estas siete palabras es como un prisma cristalino en donde podemos contemplar la luz del Verbo, el ocaso del Verbo enmudecido en la Cruz en millares de luces y colores…Todos los balbuceos y palabras de la Historia de la Salvación están allí. Todo el Evangelio se resume en siete palabras, en la Palabra de la Cruz.
Mirar, recibir y darse como Juan, como la Reina de los Mártires, como los Santos y Santas, pequeños y grandes, que habiéndolo seguido en la pena hoy comparten su inmarcesible Gloria. Mártires muy cercanos a nuestro tiempo, mártires pequeños y grandes: jóvenes, padres y madres de familia, religiosos, sacerdotes, monjas de clausura, obispos. Baste leer la historia del siglo XX para no olvidar a estos hermanos y hermanas en la fe que murieron aclamando a Cristo Rey, que dieron su sangre humilde y preciosa para que el Rey crucificado no fuera derribado de las plazas, de las escuelas, de los hospitales, de los tribunales de justicia, de los palacios ejecutivos.
Mártires de ideologías ateas -ideologías que sólo saben de odio y fantasías de paraísos mundanos- que no se plegaron a pensar la locura de un mundo sin Jesucristo. ¡Hoy todos ellos nos acompañan en esta procesión, cantando la Victoria de Cristo y animándonos a dar la vida -el martirio gota a gota- nos consuelan y animan! ¡Avivan nuestro amor! ¿Qué hemos hecho del testimonio de estos hermanos mártires de Cristo Rey? ¿Damos la vida para que Cristo pueda reinar en estos desiertos agrestes y violentos de nuestra sociedad?
¡Quédate y reina sobre nosotros Jesús! Mira lo que hemos hecho sin Ti… ¡Quédate con nosotros, Jesús, nos da miedo tanta oscuridad! ¡Hoy más que nunca, te necesitamos!
Mira lo que es la familia, la escuela, la plaza, la justicia sin Ti, Único Rey de Justicia y de Paz. Mira cómo la vida humana creada y redimida al precio de tu dolor fecundo es tratada como desperdicio, como objeto. ¿De qué derechos humanos podemos hablar sin Ti Hombre verdadero? Tú eres el Hombre…Ecce Homo. Que tu Cruz redentora, que tu Rostro coronado de espinas nos enseñe el verdadero humanismo. Reina en esta pobre sociedad sin Dios y que se muere de hambre y sed de un sentido para su dolor, para su vivir y para su amar. Tú eres el único Sentido: “¡Oh Cristo, Rey de Amor! Llegaste a Jerusalén como rey humilde montado en un asno; te rogamos que vengas y te quedes también entre nosotros para que sintamos tu presencia” (Oración de bendición de los ramos, Liturgia Dominicana)
Llevar estos ramos es ofrecerse a vivir su Misterio, sus pasos, sus ansias, sus sudores, sus lágrimas, su vaciamiento, su abandono…es pedir a la Discípula, la Virgen María, la Reina del Amor: Haz que pueda embriagarme de su Cruz. (Fac me cruce inebriare). Sólo eso.
Esos ramitos me hablan de su Victoria por la Cruz y me anuncian mi futura victoria si permanezco con Él y le sigo. Cada vez que los contemplemos en nuestras casas, en nuestro lecho, en los hospitales, en los lugares en donde trabajamos y servimos, en las tumbas de nuestros queridos difuntos, recordemos que somos seguidores de un Rey Crucificado, que no viene a dominar sino a sembrar la reconciliación y la paz.
Cada vez que miremos estos ramos benditos digamos a Jesús: ¡Tuyo Soy, Tú eres mi Rey! , yo quiero seguirte…siempre, donde Tú vayas, si Tú estás me basta, sólo quiero tener los ojos y el corazón fijos en Ti, mis vacilantes pies en tus huellas de Sangre y de Gloria: “Rex Christe, Redemptor” Amén
mira que viene tu Rey montado en un pollino de asna…”
En la procesión del Domingo de Ramos, la fiesta más antigua y bella en honor de Cristo Rey, la Iglesia nos invita a la confianza y a la esperanza. ¡No temas pequeño rebaño! No temas grey dispersa y herida, viene tu Rey, viene el Pastor que congrega, salva y redime. En estas semanas cuaresmales nos ha buscado y llamado con sus silbos amorosos, nos ha rescatado de sombras y quebradas donde yacíamos perdidos. Nos ha cargado sobre sí, como Buen Samaritano, y hoy quiere introducirnos a la cercanía de su Mesa Pascual, en donde la Copa de su Sangre preciosa rebosa, dando vida y vida en abundancia.
En el Domingo de Ramos vivimos en plenitud lo que cantábamos en el Adviento: ¡Ya el Rey ha llegado, el Señor viene a visitar a su pueblo con la Paz! ¡Ya el deseado de las naciones está en medio de su pueblo y desde Sión extenderá su realeza salvadora!
La Iglesia quiere recibir a su Rey; Él viene a consumar su Misterio Pascual, viene a destruir los cerrojos de la muerte abriendo de par en par las puertas del Corazón de Dios al hombre herido y alejado de la Vida. Viene el Rey de Paz que en la entrega amorosa de su Vida será grande hasta los confines de la tierra y bendecirá a su pueblo con la Paz.
Con los jubilosos acordes de los “pueri hebraeorum” la Iglesia nos invita a hacernos como los niños hebreos al paso del Rey de paz: “Los niños hebreos, portando ramas de olivo, salieron al encuentro del Señor: clamando y diciendo: Hosanna en las alturas. Bendito el que viene en el Nombre del Señor. Hosanna en las alturas.” El corazón del niño no vive de cálculos sino de admiración y asombro, de igual manera nuestros corazones deben admirarse del Rey amado y hermoso, deben abrirse en una pura alabanza y adoración por el cumplimiento de las Promesas del Señor. El Señor ha cumplido su palabra, nos ha dado un Rey eterno que vivirá eternamente en su presencia. Sólo si nuestro corazón se deja llevar por el júbilo y la alabanza ante Jesús, que viene voluntariamente a la Pasión por nuestra redención, podremos ir a lo profundo de este signo -tan sentido y querido por nuestro pueblo creyente- de portar ramos de olivo y palma para festejar la victoria del Rey, y para que la Victoria de Jesús nos guarde de todo mal y daño.
Los ramos de palmas y olivo fueron una profecía del futuro triunfo del Señor: “Al entrar el Señor en la ciudad santa, los niños hebreos profetizaban la resurrección de la Vida, proclamando con ramos de palmas:¡Hosanna en el cielo!” (antífona Ingrediente).
Estos ramitos son signo de su Resurrección, pero también son un signo de su definitiva venida, cuando con palmas cantaremos al Cordero de la Pascua eterna, entrando en la definitiva y nueva Jerusalén, visión de Paz, allí donde el Cordero inmolado y victorioso es Sol y lámpara, la Vida para siempre.
Estos ramitos de olivo que recibirán la bendición del Señor para aclamar “con los ángeles y los niños al Vencedor de la muerte” (antífona Cum ángelis), nos hablan del sentido más profundo de nuestra vida: ser alabanza, adoración y servicio a Cristo. Confesarlo a El como mi Redentor, mi Vida, el sentido de mi camino, el motor y móvil de mi amar, el Alma de mi alma. Cristo mi única Esperanza. Si la adoración es lo primero en mi vida, en mi corazón, todo se ordena; entramos en el orden del Amor y si el corazón humano se alimenta de adoración conformándose con el querer divino entonces puede vivir de amor. Adorar es amar, y para este fin de amor hemos sido creados: “En vez de túnicas o unos ramos inanimados, en vez de unas ramas de arbustos, que pronto pierden su verdor y que por poco tiempo recrean la mirada, pongámonos nosotros mismos bajo los pies de Cristo, revestidos de su gracia, mejor aún de toda su persona, porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo; extendámonos a sus pies, a manera de túnicas…ofrezcamos al Vencedor de la muerte no ya ramos de palmera, sino el botín de la victoria que somos nosotros mismos…aclamémoslo agitando los ramos espirituales del alma y diciéndole un día y otro: Bendito el que viene en el Nombre del Señor, el Rey de Israel.” (San Andrés de Creta)
Llevar estos ramitos es anunciar que la Cruz es camino de donación y de curación de nuestros egoísmos, que el sufrimiento puede y debe ser transfigurado en oblación de amor, que el Rey de paz que viene y está en medio de nosotros, con su Cruz redentora, ha disipado las tinieblas de la mentira, de la soberbia que mata al Amor, de la violencia y la indiferencia.
Llevar estos ramitos es comprometerse con Jesús en su camino hacia la Cruz, en su seguimiento; es entrar nuevamente en el discipulado. Es dejar que su gracia salvadora, la gracia bautismal que quiero ver renovada en estos días por una sincera confesión, pueda dar en mí los más hermosos frutos para gloria del Padre: “Tú que entonces nos compraste por tu Cruz, levántanos por tu misma gloriosísima Pasión cuando de nuevo caemos. Acepta con bondad nuestra alabanza y la humillación de nuestras penitencias. Riéganos con tu lluvia para que, floreciendo, merezcamos un día agradarte por la abundancia de sazonados frutos.” (Bendición de ramos de la Liturgia dominicana)
La procesión de ramos manifiesta nuestro querer caminar con Él siempre, caminar por El –o sea sólo movidos por su amor- y caminar en Él –viviendo dentro de sus sentimientos- en su abajamiento humilde que nos eleva, como nos lo canta San Pablo en su himno a los Filipenses.
Llevar estos ramitos es también querer seguirlo en su pena, adentrándome en sus sufrimientos, morando en sus llagas, dejándome purificar por su Sangre. Llevando estos ramitos queremos dejar que Jesús nos introduzca en su Semana Mayor, en su Paso hacia el Padre. Queremos dejarle a El, el Siervo sufriente, el esclavo por amor, lavar nuestros pies cansados, heridos y sucios.
Llevar estos ramos es ponerse en camino hacia el Misterio más grande de la Caridad, el Misterio del Amor hasta el fin, el Misterio que resume todos los misterios: cuando el Piadoso Pelícano rompa su pecho, el pecho por mi amor muy lastimado, para alimentar a sus pichones dando su Carne y su Sangre. ¡Quién nos diera la gracia de morar siempre en ese Misterio de Luz del Cenáculo para aprender de nuevo el Mandato de la Caridad!
¡Quién nos concediera la gracia de permanecer esta semana en su Amor redentor y reclinarnos, como un hijito pequeño que quiere aprenderlo todo, para ser introducido en la ciencia de los Santos, que mana del torrente de Vida del Corazón de Jesús! ¡Señor yo quiero como Juan, tu pequeño hijito, aprender que Dios es Amor, reclinado en tu Corazón Eucarístico! ¡Cuánto late este Corazón en ansias de comer la Pascua con nosotros antes de padecer!
Llevar estos ramitos es dirigirse a la Cena gloriosa del Cordero, las Bodas de Sangre: “Allí me dio su pecho, allí me enseñó ciencia muy sabrosa; y yo le di de hecho a mí, sin dejar cosa.” (San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual)
Llevar estos ramitos es pedir gracia al Señor para poder velar siquiera una hora con El. ¿Dónde están en la agonía de Getsemaní aquellos que lo aclamaban? Yo quiero quedarme contigo Jesús, en el Huerto, en la noche del mundo y de la historia, sólo se encuentra Luz y Vida acompañando tu desolación. ¿Dejaremos sólo al Amigo del hombre que en esta noche nos pide presencia y calor de hermano? ¿Dormiremos plácidamente cuando Jesús postrado en tierra, aplastado por el peso de mil mundos, llevando en su carne inmaculada las inmundicias de todos nosotros, pide un hombro cercano en donde apoyar su tristeza, su náusea? ¿Simón duermes, no has podido velar conmigo? ¿Hijo mío, tú también te duermes…? Jesús, ayúdame a no dejarte sólo en tu Agonía, si me duermo, que el Ángel de Getsemaní te susurre mi nombre y te diga mi amor, frágil e inconstante, pero es el único que puedo darte, y esto te anima y consuela…Tú mueres por ese poquito de amor, mueres sediento de esa gota de mi amor…
Llevar estos signos de la Victoria del Rey nos deben mover a ser protagonistas de su Via Crucis, del camino real de la Santa Cruz. ¿En qué bando nos alistaremos? ¿Bajo qué bandera pelearemos el noble combate de la fe? Tal vez esté muy a mano el de los indiferentes, el de la lástima superficial, el de Pedro que lo seguía de lejos y que por esto lo negó traidoramente. Queremos ser recibidos bajo la Bandera del Rey, el estandarte del Amor, queremos reconocerle sólo a Él como Rey: “Reconocerle como Rey significa aceptarle como quien nos indica el camino. Aquél de quien nos fiamos y a quien seguimos. Significa aceptar su palabra como criterio válido para nuestra vida. Se trata de optar entre vivir sólo para mí o entregarme a lo más grande. Al seguir a Jesucristo me pongo al servicio de la verdad y el amor. Al perderme vuelvo a encontrarme” (Benedicto XVI)
Señor, no permitas que nos apartemos de ti, nosotros que hoy aclamamos tu Victoria. Queremos en esta semana ser buenos cireneos, tal vez un poco forzados a abrazarnos a tu Cruz, la tuya, en donde nos llevas a todos… Pero el Cireneo caminando detrás de ti se convirtió en discípulo, nació como discípulo abrazado al leño. ¡Yo quiero, como él, gustar un poquito de la fuerza regeneradora de tu Cruz, para que de espectador me convierta en corredentor contigo! ¡En cuantos Via Crucis del Hijo de Dios en este mundo faltan buenos cireneos!
Llevar el trofeo del Rey -estos ramitos y palmas- me compromete a saber reconocerlo en los hermanos caídos, quiero en mi caminar hacerme buen cireneo…para que abrazado a la cruz del que cae podamos juntos seguir a Aquel que nos está sosteniendo a todos.
Llevar estos ramos de olivo me compromete a detenerme en la escuela de la Verónica: la imagen más hermosa de la misericordia… La Verónica: estación de los enamorados y de los santos: ¡Eres el más bello de todos los hombres! Ella no puede cambiar la suerte del Condenado, ella no puede cargar su cruz, Ella no puede casi nada…Pero el Amor es ingenioso y en un gesto de ternura devuelve la luz a los ojos del Rey hermoso, le devuelve su dignidad, su misericordia como un vaso de agua fresca alivia el Corazón agonizante de Cristo. Si llevo bien alto este ramo de olivo me dispondré para dejarme exprimir por la gracia y convertirme en aceite de consolación y alivio para el Rostro sufriente del Amado en los hermanos. ¡Qué preludio del cielo, poder descubrir y revelar el Rostro del Amado en sus pequeños, en aquellos donde el Hijo de Dios sigue en agonía hasta el fin del mundo! ¡Qué te vea Jesús! Que sepa descubrirte en el Via Crucis de mis hermanos, que limpiando sus heridas, sus salivazos, sus espinas, pueda descubrirte en ellos y de esa manera puedas grabarte más hondamente en mi vida. ¡Jesús, danos más Verónicas, que con ternura puedan limpiar tu Rostro tan inhumanamente ultrajado…!
Llevar estos hermosos ramos es permanecer con Juan y María al pié de la Cruz para mirarle, sólo mirarle y dejarse atraer…Atráeme en pos de ti, corramos, dice el alma enamorada, que contempla a su Amado en la Cruz como un lirio entre espinas.
Mirar y escuchar, dejar que las gotas de Sangre y Vida que son sus siete palabras puedan horadar la dureza del corazón de piedra, puedan hacer nacer en él la luz: ¡¡Padre perdónales porque no saben lo que hacen; Dios mío, Dios mío porqué!!...; ¡¡Hoy estarás conmigo…; He ahí a tu hijo, he ahí a tu Madre; Tengo sed; Todo está consumado; Padre en tus manos!! Salí del Padre y vine al mundo, ahora dejó el mundo y voy al Padre…Cada una de estas siete palabras es como un prisma cristalino en donde podemos contemplar la luz del Verbo, el ocaso del Verbo enmudecido en la Cruz en millares de luces y colores…Todos los balbuceos y palabras de la Historia de la Salvación están allí. Todo el Evangelio se resume en siete palabras, en la Palabra de la Cruz.
Mirar, recibir y darse como Juan, como la Reina de los Mártires, como los Santos y Santas, pequeños y grandes, que habiéndolo seguido en la pena hoy comparten su inmarcesible Gloria. Mártires muy cercanos a nuestro tiempo, mártires pequeños y grandes: jóvenes, padres y madres de familia, religiosos, sacerdotes, monjas de clausura, obispos. Baste leer la historia del siglo XX para no olvidar a estos hermanos y hermanas en la fe que murieron aclamando a Cristo Rey, que dieron su sangre humilde y preciosa para que el Rey crucificado no fuera derribado de las plazas, de las escuelas, de los hospitales, de los tribunales de justicia, de los palacios ejecutivos.
Mártires de ideologías ateas -ideologías que sólo saben de odio y fantasías de paraísos mundanos- que no se plegaron a pensar la locura de un mundo sin Jesucristo. ¡Hoy todos ellos nos acompañan en esta procesión, cantando la Victoria de Cristo y animándonos a dar la vida -el martirio gota a gota- nos consuelan y animan! ¡Avivan nuestro amor! ¿Qué hemos hecho del testimonio de estos hermanos mártires de Cristo Rey? ¿Damos la vida para que Cristo pueda reinar en estos desiertos agrestes y violentos de nuestra sociedad?
¡Quédate y reina sobre nosotros Jesús! Mira lo que hemos hecho sin Ti… ¡Quédate con nosotros, Jesús, nos da miedo tanta oscuridad! ¡Hoy más que nunca, te necesitamos!
Mira lo que es la familia, la escuela, la plaza, la justicia sin Ti, Único Rey de Justicia y de Paz. Mira cómo la vida humana creada y redimida al precio de tu dolor fecundo es tratada como desperdicio, como objeto. ¿De qué derechos humanos podemos hablar sin Ti Hombre verdadero? Tú eres el Hombre…Ecce Homo. Que tu Cruz redentora, que tu Rostro coronado de espinas nos enseñe el verdadero humanismo. Reina en esta pobre sociedad sin Dios y que se muere de hambre y sed de un sentido para su dolor, para su vivir y para su amar. Tú eres el único Sentido: “¡Oh Cristo, Rey de Amor! Llegaste a Jerusalén como rey humilde montado en un asno; te rogamos que vengas y te quedes también entre nosotros para que sintamos tu presencia” (Oración de bendición de los ramos, Liturgia Dominicana)
Llevar estos ramos es ofrecerse a vivir su Misterio, sus pasos, sus ansias, sus sudores, sus lágrimas, su vaciamiento, su abandono…es pedir a la Discípula, la Virgen María, la Reina del Amor: Haz que pueda embriagarme de su Cruz. (Fac me cruce inebriare). Sólo eso.
Esos ramitos me hablan de su Victoria por la Cruz y me anuncian mi futura victoria si permanezco con Él y le sigo. Cada vez que los contemplemos en nuestras casas, en nuestro lecho, en los hospitales, en los lugares en donde trabajamos y servimos, en las tumbas de nuestros queridos difuntos, recordemos que somos seguidores de un Rey Crucificado, que no viene a dominar sino a sembrar la reconciliación y la paz.
Cada vez que miremos estos ramos benditos digamos a Jesús: ¡Tuyo Soy, Tú eres mi Rey! , yo quiero seguirte…siempre, donde Tú vayas, si Tú estás me basta, sólo quiero tener los ojos y el corazón fijos en Ti, mis vacilantes pies en tus huellas de Sangre y de Gloria: “Rex Christe, Redemptor” Amén
Nuestro agradecimiento al P. Marco Antonio Foschiatti OP.
Convento San Martín de Porres
Mar del Plata, Prov. de Buenos Aires,
Argentina.
Convento San Martín de Porres
Mar del Plata, Prov. de Buenos Aires,
Argentina.