J.M.J.T.
Jesús
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13 de julio de 1897
Querido hermanito:
Cuando lea estas letras, quizás yo no esté ya en la tierra, sino en el seno de las delicias eternas. No conozco el futuro, pero puedo decirle con seguridad que el Esposo está a la puerta. Se necesitaría un milagro para retenerme en el destierro, y no creo que Jesús haga ese milagro inútil. Querido hermanito, ¡qué contenta estoy de morir! Sí, estoy contenta, no por verme libre de los sufrimientos de aquí abajo (al contrario, el sufrimiento unido al amor es lo único que me parece deseable en este valle de lágrimas). Estoy contenta de morir porque veo que ésa es la voluntad de Dios y porque seré mucho más útil que aquí abajo a las almas que amo, y muy especialmente a la suya. En su última carta a nuestra Madre me pedía que le escribiese a menudo durante las vacaciones. Si el Señor quiere prolongar todavía algunas semanas más mi peregrinación y nuestra Madre lo permite, podría garabatearle aún algunas palabras como éstas. Pero lo más probable es que haga algo más que escribirle a mi querido hermanito, incluso más que hablarle el lenguaje fastidioso de la tierra: estaré muy cerca de él, veré todo lo que necesita y no dejaré en paz a Dios hasta que me conceda todo lo que quiero... Cuando mi hermanito querido parta para Africa, yo le seguiré, y no ya con el pensamiento o con la oración: mi alma estará siempre con él, y su fe le hará descubrir la presencia de una hermanita que Jesús le dio, no para que le sirviera de apoyo durante apenas dos años, sino hasta el último día de su vida.
Todas estas promesas, hermano, tal vez puedan parecerle un tanto quiméricas; sin embargo, debe empezar a saber que Dios siempre me ha tratado como a una niña mimada. Es verdad que su cruz me ha acompañado desde la cuna, pero Jesús me ha hecho amar apasionadamente esa cruz y me ha hecho siempre desear lo que él quería darme. ¿Va a empezar entonces en el cielo a no colmar ya mis deseos? La verdad, no puedo creerlo, y le digo: «Pronto, hermanito, estaré cerca de usted". Se lo suplico, pida mucho por mí, ¡necesito tanto las oraciones en este momento! Pero sobre todo, pida por nuestra Madre; ella quisiera retenerme todavía mucho tiempo aquí abajo, y para conseguirlo esta venerada Madre ha mandado decir un novenario de Misas a Nuestra Señora de las Victorias que ya me curó en la niñez; pero yo, sabiendo que el milagro no se realizará, he pedido y alcanzado de la Santísima Virgen que ella consuele un poco el corazón de mi Madre, o, mejor, que le haga consentir en que Jesús me lleve al cielo. Hasta Dios, hermanito, hasta pronto, hasta que volvamos a vernos en el hermoso cielo.
Cuando lea estas letras, quizás yo no esté ya en la tierra, sino en el seno de las delicias eternas. No conozco el futuro, pero puedo decirle con seguridad que el Esposo está a la puerta. Se necesitaría un milagro para retenerme en el destierro, y no creo que Jesús haga ese milagro inútil. Querido hermanito, ¡qué contenta estoy de morir! Sí, estoy contenta, no por verme libre de los sufrimientos de aquí abajo (al contrario, el sufrimiento unido al amor es lo único que me parece deseable en este valle de lágrimas). Estoy contenta de morir porque veo que ésa es la voluntad de Dios y porque seré mucho más útil que aquí abajo a las almas que amo, y muy especialmente a la suya. En su última carta a nuestra Madre me pedía que le escribiese a menudo durante las vacaciones. Si el Señor quiere prolongar todavía algunas semanas más mi peregrinación y nuestra Madre lo permite, podría garabatearle aún algunas palabras como éstas. Pero lo más probable es que haga algo más que escribirle a mi querido hermanito, incluso más que hablarle el lenguaje fastidioso de la tierra: estaré muy cerca de él, veré todo lo que necesita y no dejaré en paz a Dios hasta que me conceda todo lo que quiero... Cuando mi hermanito querido parta para Africa, yo le seguiré, y no ya con el pensamiento o con la oración: mi alma estará siempre con él, y su fe le hará descubrir la presencia de una hermanita que Jesús le dio, no para que le sirviera de apoyo durante apenas dos años, sino hasta el último día de su vida.
Todas estas promesas, hermano, tal vez puedan parecerle un tanto quiméricas; sin embargo, debe empezar a saber que Dios siempre me ha tratado como a una niña mimada. Es verdad que su cruz me ha acompañado desde la cuna, pero Jesús me ha hecho amar apasionadamente esa cruz y me ha hecho siempre desear lo que él quería darme. ¿Va a empezar entonces en el cielo a no colmar ya mis deseos? La verdad, no puedo creerlo, y le digo: «Pronto, hermanito, estaré cerca de usted". Se lo suplico, pida mucho por mí, ¡necesito tanto las oraciones en este momento! Pero sobre todo, pida por nuestra Madre; ella quisiera retenerme todavía mucho tiempo aquí abajo, y para conseguirlo esta venerada Madre ha mandado decir un novenario de Misas a Nuestra Señora de las Victorias que ya me curó en la niñez; pero yo, sabiendo que el milagro no se realizará, he pedido y alcanzado de la Santísima Virgen que ella consuele un poco el corazón de mi Madre, o, mejor, que le haga consentir en que Jesús me lleve al cielo. Hasta Dios, hermanito, hasta pronto, hasta que volvamos a vernos en el hermoso cielo.
T. del Niño Jesús y de la Santa Faz
rel. carm.
rel. carm.