¿A un moribundo sumamente apegado a la vida puede acaso dársele más dichosa nueva que decirle que un médico hábil va a sacarle de las puertas de la muerte? Pues infinitamente mas dichosa, hermanos míos, es la que el angel anuncia hoy a todos los hombres en la persona de los pastores. Sí, hermanos míos, el demonio había inferido, por el pecado, las más crueles y mortales heridas a nuestras pobres almas. Había plantado en ellas las tres pasiones más funestas, de donde dimana todas las demás, que son el orgullo, la avaricia, la sensualidad. Habienda quedado esclavos de estas vergonzosas pasiones, éramos todos nosotros como enfermos desahuciados, y no podíamos esperar mñas que la muerte eterna, si Jesucristo, nuestro verdadero médico, no hubiese venido a socorrernos. Pero no, conmovido por nuestra desdicha, dejó el seno de su Padre y vino al mundo, abránzándose con la humillación, la pobreza y los sufrimientos, a fin de destruir la obra del demonio y aplicar eficaces remedios a las crueles heridas que nos había causado esta antigua serpiente. Sí, hermanos míos, viene este tierne Salvador para curarnos de todos estos males, para merecernos la gracia de llevar una vida humilde, pobre y mortificada; y a fin de mejor conducirnos a ellas, quiere el mismo darnos ejemplo. Esto es lo que vemos de una manera admirable en su nacimiento.
VEmos que él nos prepara: 1º con sus humillaciones y obediencia, un remedio para nuesto orgullo, 2º con su extramada pobreza, un remedio a nuestra afición a los bienes de este mundo, y 3º con su estado de sufrimiento y de mortificación, un remedio a nuestro amor a los placeres de los sentidos. Por este medio, hermanos míos, nos devuelve la vida espiritual que el pecado viene a abrirnos las puertas del cielo que el epcado nos había cerrado.
San Juan María Vianney, Santo Cura de Ars
Sermón sobre el Misterio