Cuantas veces la divina misericordia se digna renovar el día de sus celestiales dones, oh carísimos, hay justa y razonable causa de alegría; siempre que el origen del cargo sacerdotal se convierta en alabanza de su autor. Tal conducta es lógico que sigan todos los sacerdotes, pero yo principalmente lo considero necesaria en mi caso, teniendo en cuenta lo poco que valgo y la magnitud del ministerio que se me ha encomendado, viéndome obligado a proclamar aquello del profeta: Señor, escuche tu voz y temblé, reflexioné sobre tus obras y me aterré. (Hab 3,2). ¿Hay algo más extraordinario y que más miedo que el trabajo fuerte al apocado, la grandeza sublime al humilde y la dignidad al que se considera incapaz de sobrellevarla? Mas con todo, no perdemos la esperanza ni desconfiamos, puesto que no lo esperamos de nosotros, sino de aquel que ha obrado esto en nosotros. Y así cantaremos con el salmo de David, amados hermanos, refiriéndolo no al propio envanecimiento, sino a gloria de Cristo, Señor nuestro: Tu eres Pontífice eternamente, según el oden de Melquisedec (Sal 109, 5); esto es, no según el orden de Aaron cuyo sacerdocio, trasmitiéndose por la generación carna, tuvo un destino temporal y ceso con la ley del Antiguo Testamento, sino según el orden de Melquisedec, en el cual se plasmó el sacerdocio del Pontífice eterno. Y en que no se haga mención de la ascendecia de sus padres, ya de por sí se colige que hace referencia a aquel, cuya generación no puede contarse. Por último cuando este divino y misterioso sacerdocio lo ejercen fundaciones humana, no se propaga por el sistema de herencia, ni se tiene en cuanta para elegir la carne y la sangre, sino que cesando ya el privilegio de los patriarcas y dando de lado la lista de las tribus, la Iglesia elige para que la gobiernen a aquellos que el Espíritu Santo tiene preparados, para que en el pueblo adoptivo de Dios, que todo él es sacerdotal y real, no alcance la unción, la prerrogotiva de origen terreno, sino que por voluntad de la gracia celestial se hagan los Prelados. (...)
Cuando dirigimos nuestras exhortaciones a vuestros piadosos oídos, creed que os habla aquel a quien representamos, porque ademas de amonestaros con el mismo afecto suyo os enseñamos lo mismo que él enseñó: rogándoos que teniendo ceñidos los lomos del alma llevéis una vida pura y sencilla con temor de DIos, sin consentir el alma en las concupiscencias de la carne, olvidándose de su primacía. Fugaz y caduco es el goce de los placeres terrenos, que intentan apartar del recto camino de la vida a los que han sido llamados a la eternidad. Más el ánimo fiel y religioso apetezca más bien las cosas celestiales y con el deseo de las divinas promesas láncese al amor de los bienes imperecederos y a la consecución de la verdadera luz. Estad muy seguros, mis amados hermanos de que vuestro trabajo al resisitr los vicios y al rechazar los afectos carnales , agrada mucho a Dios y es tenido en aprecio a sus ojos, y estad ciertos que no sólo os aprovecharña a vosotors, sino que también espero que me reportará benecficio a mí ante la divina misericordia, porque los progresos que hace la grey del Señor redundan en gloria del celoso Pastor. Vosotros sois mi corona -dice el Apóstol- vosotros sois mi gozo (1Tes 2,19), si vuestra fe que desde los comienzos del Evangelio fue predicada por todo el mundo , perdura en santidad y amor. Pues aunque está bien que la Igelsia, desparramada por todo el orbe, florezca en todas las virtudes, es necesario, sin embargo, que vosotros soblesalgáis entre los demás por especiales méritos de piedad, ya que habéis sido cimentados sobre la misa dureza de la roca apóstolico y nuestro Señor Jesucristo os redimió como a los otros y el bienaventurado apóstol Pedro os adoctrinó particularmente. Por el mismo Cristo, nuestro Señor. Amén.
San León Magno, papa y doctor de la Iglesia
Sermon III, En el Aniversario de su Coronación.
Sermon III, En el Aniversario de su Coronación.