yo te enseñaré el camino del cielo. "
I
Hay dos tipos de avaros: el del cielo y el de la tierra. El de la tierra no lleva su pensamientos más lejos que el tiempo; nunca tiene suficiente riqueza; amasa, amasa siempre. Pero en el momento de la muerte no tendrá nada.Os lo he dicho a menudo: es como los que guardan demasiado para el invierno, que cuando llega la cosecha siguiente, ya no saben que hacer; sólo les sirve para tener problemas. Así mismo, cuando la muerte llega, los bienes no sirven más que para preocupar. No nos llevaremos nada, lo dejaremos todo.¿Qué diríais de una persona que amontonase en su casa provisiones que tuviera que tirar porque se pudren; y que, sin embargo, dejase piedras preciosas, oro, diamantes que podría conservar y llevarlos a todas partes donde fueres, y con los que haría fortuna?Pues bien, hijos, nosotros hacemos eso mismo; nos atamos a la materia, a lo que necesariamente se termina, y no pensamos en adquirir el cielo, ¡el único verdadero tesoro!
II
La tierra es comparable a un puente que nos sirve para cruzar un río; sólo sirve para sostener nuestros pies.Estamos en este mundo, pero no somos de este mundo, puesto que decimos todos los días: Padre nuestro que estás en el cielo. Hay que esperar nuestra recompensa cuando estemos en nuestra casa, en la casa paterna.
III
El mundo pasa, nosotros pasamos con él. Los reyes, los emperadores, todo se va. Nos introducimos en la eternidad, de donde no se vuelve nunca. Sólo se trata de una cosa: salvar tu pobre alma.Los santos no estaban atados a los bienes de la tierra; no pensaban más que en los bienes del cielo. Las gentes del mundo, al contrario, no piensan más que el tiempo presente.Hay que hacer como los reyes. Cuando van a ser destronados, envían sus tesoros por delante, y estos tesoros les esperan. De la misma manera, el bueno cristiano envía todas sus buenas obras a la puerta del cielo.
IV
El buen Dios nos ha puesto en la tierra para ver cómo nos comportaremos y si le amaremos, pero nadie se queda en ella.Si pensáramos un poco, elevaríamos sin cesar nuestras miradas hacia el cielo, nuestra verdadera patria. Pero dejamos llevarnos por el mundo, por las riquezas, por los gozos.Ved a los santos: ¡cómo estaban despegados del mundo y de la materia! ¡Miraban todo eso con desprecio!
V
Un mal cristiano no puede comprender esta bella experiencia del cielo, que consuela y anima a un buen cristiano. Todo lo que hace ser felices a los santos, le parece duro e incómodo.Ved, hijos míos, estos pensamientos que consuelan: ¿Con quién estaremos en el cielo? Con Dios que es nuestro Padre, con Jesucristo que es nuestro hermano, con la Santa Virgen que es nuestra Madre, con los Santos que son nuestro amigos.Si comprendiésemos bien nuestra felicidad, casi podríamos decir que somos más felices que los santos en el cielo. Ellos viven de sus rentas; no pueden ganar nada más; mientras que nosotros todavía podemos, en cada instante, aumentar nuestro tesoro.No hay que considerar sólo el trabajo sino la recompensa. Un vendedor no tiene en cuenta la dureza de su negocio, sino la ganancia que obtiene. ¿Qué son veinte o treinta años comparados con la eternidad?Mientras vivimos en el mundo, se nos esconde el cielo y el infierno: el cielo, porque si conociésemos su belleza, querríamos ir allí a cualquier precio y con toda tranquilidad dejaríamos este mundo; el infierno, porque si conociésemos sus tormentos, querríamos evitarlos costase lo que costase.
VI
Si un príncipe, un emperador, hiciese comparecer ante él a uno de sus súbditos y le dijera:
-Quiero hacerte feliz; quédate conmigo, goza de todos mis bienes; pero intenta no desagradarme en todo lo que es justo.
¡Imaginad qué gran cuidado, qué ardor pondría este sujeto para satisfacer a su príncipe! Pues bien; Dios nos hace los mismo, y no nos preocupamos de su amistad; no hacemos ningún caso de sus promesas. ¡Qué lástima!
-Quiero hacerte feliz; quédate conmigo, goza de todos mis bienes; pero intenta no desagradarme en todo lo que es justo.
¡Imaginad qué gran cuidado, qué ardor pondría este sujeto para satisfacer a su príncipe! Pues bien; Dios nos hace los mismo, y no nos preocupamos de su amistad; no hacemos ningún caso de sus promesas. ¡Qué lástima!
VII
Si anduviéramos siempre hacia delante, como los buenos soldados, al llegar la guerra o la tentación, elevaríamos nuestro corazón a Dios y volveríamos a tomar ánimo. Pero al quedarnos atrás decimos: Ojalá me salve, es todo lo que necesito. No quiere ser un santo. Si tú no eres un santo serás un reprobado; no hay término medio; hay que ser una cosa o la otra: anda con cuidado, ¡todos los que posean el cielo un día serán santos!
El demonio nos divierte hasta el último momento, como se divierte un pobre hombre hasta que la policía viene a detenerle. Cuando la policía llega, él grita, se atormenta; pero no le sueltan por eso.
El demonio nos divierte hasta el último momento, como se divierte un pobre hombre hasta que la policía viene a detenerle. Cuando la policía llega, él grita, se atormenta; pero no le sueltan por eso.
VIII
Nuestro ángel de la guarda está siempre ahí, a nuestro lado, con la pluma en la mano para escribir nuestras victorias. Tenemos que decirnos todas las mañanas: Vamos, alma mía, trabajemos para obtener el cielo.
IX
Los mandamientos de Dios son las enseñanzas que nos da para seguir la ruta del cielo, como los carteles que se ponen a la entrada de las calles o al comienzo de los caminos para indicar los nombres.
X
La vida en esta tierra es como un puente que nos sirve para pasar desde un lado de la eternidad al otro… Al morir hacemos una restitución: devolvemos a la tierra lo que nos ha dado. Un poco de polvo, eso es en lo que nos convertiremos. No hay razones para estar orgullosos.
Humanamente hablando, nos parecemos a los montoncitos de arena que el viento recoge por el camino, que giran unos momentos y se deshacen rápidamente. Nuestros hermanos y hermanas que están muertos están reducidos a ese puñado de ceniza.
Para nuestro cuerpo, la muerte sólo es una limpieza a fondo. ¡En este mundo hay que trabajar, hay que combatir! ¡Mucho tiempo habrá para descansar toda la eternidad!
Humanamente hablando, nos parecemos a los montoncitos de arena que el viento recoge por el camino, que giran unos momentos y se deshacen rápidamente. Nuestros hermanos y hermanas que están muertos están reducidos a ese puñado de ceniza.
Para nuestro cuerpo, la muerte sólo es una limpieza a fondo. ¡En este mundo hay que trabajar, hay que combatir! ¡Mucho tiempo habrá para descansar toda la eternidad!
XI
En el cielo nosotros seremos dichosos según la dicha de Dios y hermosos según la hermosura de Dios.
Tomados de
Manglano Castellary, Orar con el Santo Cura de Ars, DDB
Manglano Castellary, Orar con el Santo Cura de Ars, DDB