J.M.J.T.
Carmelo de Lisieux 30 de julio de 1896
Jesús
Jesús
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Hermano:
¿Verdad que me va a permitir no darle en adelante otro nombre, ya que Jesús se ha dignado unirnos con los lazos del apostolado? Me encanta pensar que, desde toda la eternidad, Nuestro Señor ha concebido esta unión, llamada a salvarle almas, y que me ha creado para ser su hermana... Ayer recibimos sus cartas; y nuestra Madre le introdujo a usted con gran alegría en la clausura. Me ha dado permiso para conservar la fotografía de mi hermano; lo cual es un privilegio del todo especial, pues una carmelita no tiene ni siquiera los retratos de sus familiares más cercanos. Pero nuestra Madre sabe bien que el de usted, lejos de recordarme el mundo y los afectos terrenos, elevará mi alma a regiones más altas y la hará olvidarse de sí misma para gloria de Dios y salvación de las almas. De esta manera, hermano mío, mientras yo atravieso el mar en su compañía, usted se quedará junto a mí, muy escondido en nuestra pobre celda... Todo lo que me rodea me evoca su recuerdo. He colocado el mapa de Su-Tchuen en la pared del lugar donde trabajo, y la estampa que me regaló descansa siempre sobre mi corazón en el libro de los evangelios que nunca me abandona. La metí al azar, y cayó en este pasaje: «El que deje todo por seguirme, recibirá cien veces más en este mundo y en la edad futura la vida eterna». Estas palabras de Jesús se han realizado ya en usted, puesto que me dice: «Parto feliz». Entiendo que esa alegría será totalmente espiritual: es imposible dejar a su padre, a su madre, a su patria sin sentir los desgarros de la separación... Yo, hermano mío, sufro con usted, ofrezco con usted su gran sacrificio, y pido a Jesús que derrame sus abundantes consuelos sobre sus queridos padres, en espera de la unión celestial donde los veremos alegrarse de su gloria, la cual, secando para siempre sus lágrimas, los colmará de alegría por toda una eternidad feliz... Esta noche, en la oración, he meditado unos pasajes de Isaías que me han parecido tan apropiados para usted, que no puedo dejar de copiárselos: «Ensancha el espacio de tus tiendas..., porque te extenderás a derecha e izquierda, tu descendencia heredará naciones y poblará ciudades desiertas... Alza la vista y mira a tu alrededor: todos ésos se reúnen y vienen a ti; tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos de todas partes. Entonces lo verás, radiante de alegría, palpitará y se ensanchará tu corazón porque volcarán sobre ti las riquezas del mar y te traerán los tesoros de las naciones».
¿No es ése el céntuplo que Jesús prometió? Usted también puede exclamar: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para anunciar su palabra, para curar los corazones desgarrados, para anunciar la liberación a los cautivos y consolar a los afligidos... Desbordo de gozo con el Señor, porque me ha vestido un traje de salvación y me ha cubierto con un manto de liberación. Como la tierra hace germinar la semilla, así el Señor hará germinar para mí su justicia y su gloria ante las naciones... Mi pueblo será un pueblo de justos, serán el renuevo que yo planté... Iré a las islas más remotas, a los que nunca oyeron hablar del Señor. Y anunciaré su gloria a las naciones y se las ofreceré como ofrenda a mi Dios». Si quisiera copiar todos los pasajes que más hondo me han llegado, necesitaría mucho tiempo. Termino, pero antes quisiera pedirle algo. Cuando tenga usted un momento libre, me gustaría que me escribiese las fechas más importantes de su vida; así, podría unirme a usted de manera más especial para agradecer a Dios las gracias que le ha concedido. Adiós, hermano mío..., la distancia nunca podrá separar nuestras almas, y la muerte misma hará más íntima nuestra unión. Si voy pronto al cielo, pediré permiso a Jesús para ir a visitarlo a Su-tchuen y proseguiremos juntos nuestro apostolado. Mientras tanto, estaré unida siempre a usted por la oración, y pido a Nuestro Señor que no me deje nunca gozar mientras usted esté sufriendo. Incluso quisiera que mi hermano tuviese siempre los consuelos y yo las pruebas. Tal vez esto sea egoísmo..., pero creo que no, porque mi única arma es el amor y el sufrimiento, y la espada de usted es la de la palabra y los trabajos apostólicos. Adiós una vez más, hermano. Dígnese bendecir a la que Jesús le ha dado por hermana,
¿Verdad que me va a permitir no darle en adelante otro nombre, ya que Jesús se ha dignado unirnos con los lazos del apostolado? Me encanta pensar que, desde toda la eternidad, Nuestro Señor ha concebido esta unión, llamada a salvarle almas, y que me ha creado para ser su hermana... Ayer recibimos sus cartas; y nuestra Madre le introdujo a usted con gran alegría en la clausura. Me ha dado permiso para conservar la fotografía de mi hermano; lo cual es un privilegio del todo especial, pues una carmelita no tiene ni siquiera los retratos de sus familiares más cercanos. Pero nuestra Madre sabe bien que el de usted, lejos de recordarme el mundo y los afectos terrenos, elevará mi alma a regiones más altas y la hará olvidarse de sí misma para gloria de Dios y salvación de las almas. De esta manera, hermano mío, mientras yo atravieso el mar en su compañía, usted se quedará junto a mí, muy escondido en nuestra pobre celda... Todo lo que me rodea me evoca su recuerdo. He colocado el mapa de Su-Tchuen en la pared del lugar donde trabajo, y la estampa que me regaló descansa siempre sobre mi corazón en el libro de los evangelios que nunca me abandona. La metí al azar, y cayó en este pasaje: «El que deje todo por seguirme, recibirá cien veces más en este mundo y en la edad futura la vida eterna». Estas palabras de Jesús se han realizado ya en usted, puesto que me dice: «Parto feliz». Entiendo que esa alegría será totalmente espiritual: es imposible dejar a su padre, a su madre, a su patria sin sentir los desgarros de la separación... Yo, hermano mío, sufro con usted, ofrezco con usted su gran sacrificio, y pido a Jesús que derrame sus abundantes consuelos sobre sus queridos padres, en espera de la unión celestial donde los veremos alegrarse de su gloria, la cual, secando para siempre sus lágrimas, los colmará de alegría por toda una eternidad feliz... Esta noche, en la oración, he meditado unos pasajes de Isaías que me han parecido tan apropiados para usted, que no puedo dejar de copiárselos: «Ensancha el espacio de tus tiendas..., porque te extenderás a derecha e izquierda, tu descendencia heredará naciones y poblará ciudades desiertas... Alza la vista y mira a tu alrededor: todos ésos se reúnen y vienen a ti; tus hijos llegan de lejos, a tus hijas las traen en brazos de todas partes. Entonces lo verás, radiante de alegría, palpitará y se ensanchará tu corazón porque volcarán sobre ti las riquezas del mar y te traerán los tesoros de las naciones».
¿No es ése el céntuplo que Jesús prometió? Usted también puede exclamar: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para anunciar su palabra, para curar los corazones desgarrados, para anunciar la liberación a los cautivos y consolar a los afligidos... Desbordo de gozo con el Señor, porque me ha vestido un traje de salvación y me ha cubierto con un manto de liberación. Como la tierra hace germinar la semilla, así el Señor hará germinar para mí su justicia y su gloria ante las naciones... Mi pueblo será un pueblo de justos, serán el renuevo que yo planté... Iré a las islas más remotas, a los que nunca oyeron hablar del Señor. Y anunciaré su gloria a las naciones y se las ofreceré como ofrenda a mi Dios». Si quisiera copiar todos los pasajes que más hondo me han llegado, necesitaría mucho tiempo. Termino, pero antes quisiera pedirle algo. Cuando tenga usted un momento libre, me gustaría que me escribiese las fechas más importantes de su vida; así, podría unirme a usted de manera más especial para agradecer a Dios las gracias que le ha concedido. Adiós, hermano mío..., la distancia nunca podrá separar nuestras almas, y la muerte misma hará más íntima nuestra unión. Si voy pronto al cielo, pediré permiso a Jesús para ir a visitarlo a Su-tchuen y proseguiremos juntos nuestro apostolado. Mientras tanto, estaré unida siempre a usted por la oración, y pido a Nuestro Señor que no me deje nunca gozar mientras usted esté sufriendo. Incluso quisiera que mi hermano tuviese siempre los consuelos y yo las pruebas. Tal vez esto sea egoísmo..., pero creo que no, porque mi única arma es el amor y el sufrimiento, y la espada de usted es la de la palabra y los trabajos apostólicos. Adiós una vez más, hermano. Dígnese bendecir a la que Jesús le ha dado por hermana,
Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz
rel. carm. ind.
rel. carm. ind.