domingo, 26 de julio de 2009

Catequesis del Santo Cura de Ars: ¿Tienes religión en tu corazón?


¡Ay!, mis queridos hermanos, ¿qué hemos llegado a ser desde nuestra conversión? ¡En lugar de ir siempre adelante y creciendo en santidad, qué pereza y qué indiferencia mostramos! Dios no puede soportar esta inconstancia perpetua con la que pasamos de la virtud al vicio y del vicio a la virtud. ¿Decidme, hijos míos, no es este el mismo modelo de la manera que vivís? ¿Son vuestras pobres vidas otra cosa que una sucesión de hechos buenos y hechos malos? ¿No es verdad que vais a la Confesión y al mismo día siguiente caéis de nuevo– o quizás el mismo día?… ¿Cómo puede ser esto, a menos que la religión que tenéis sea irreal, una religión de hábito, una religión de costumbre de larga tradición, y no una religión arraigada en el corazón? Date cuenta, amigo mío; ¡eres sólo un oleaje! Date cuenta, mi pobre hombre; ¡en todo lo que haces, ere sólo un hipócrita y nada más! Dios no tiene el primer lugar en tu corazón; Ese está reservado para el mundo y el diablo. ¡Cuántas personas hay, mis queridos hijos, que parecen amar a Dios en serio por un rato pequeño y luego lo abandonan! ¿Qué encontráis, entonces, tan duro y tan desagradable en el servicio de Dios que os ha rechazado de un modo tan extraño y causó que pasarais al lado del mundo? Todavía cuando Dios os mostró el estado de vuestra alma, realmente llorasteis por él y comprobasteis cuanto os habíais equivocado en vuestras vidas. Si habéis perseverado tan poco, la razón de este infortunio es que el diablo debe haber estado grandemente afligido de haberos perdido puesto que ha hecho tanto para conseguiros de nuevo. Espera ahora guardaros totalmente. ¡Cuántos apóstatas hay, de hecho, que han renunciado a su religión y que son cristianos sólo de nombre!
¿Pero, me diréis, cómo podemos saber que tenemos la religión en nuestros corazones, en qué consistente esta religión?
Mis queridos hermanos, os diré en qué consiste: escuchad bien y entenderéis si tenéis religión como Dios quiere que la tengáis para llevaros al Cielo. Si una persona tiene virtud verdadera, nada ni nadie puede cambiarlo; está como una piedra en medio de un mar tempestuoso. Si alguien os desdeña, u os calumnia, si alguien se mofa de vosotros u os llama una hipócritas o un falsos santurrones, ninguno de estos tendrá el menor efecto en la paz de vuestra alma. Lo amaréis tanto como cuando les decía a cosas buenas sobre vosotros. No dejaréis de hacerle bien y ayudarle, aun cuando hable mal de vuestra ayuda. Haréis vuestras oraciones, confesaréis, comulgaréis, iréis a Misa, todo según vuestra costumbre general.
Para ayudaros a entender esto mejor, os pondré un ejemplo. Se cuenta que en cierta parroquia había un joven que era modelo de virtud. Asistía a Misa casi cada día y comulgaba a menudo. Sucedió que otro tenía envidia de la estima en que se tenía a este joven, y un día, cuando estaban ambos en la compañía de un vecino, que poseía una encantadora tabaquera de oro, el envidioso la tomó del bolsillo de su dueño la puso, inadvertido, en el bolsillo del joven. Después de que había hecho esto, sin pretender otra cosa, pidió ver la tabaquera. El dueño esperaba encontrarla en su bolsillo y se asombró cuando descubrió que le faltaba. No se permitió salir a nadie del cuarto hasta que se hubiera investigado a todo el mundo, y se encontró la tabaquera, por supuesto, en el joven que era modelo de bondad. Naturalmente, todo el mundo inmediatamente lo llamó una ladrón y atacó sus profesiones religiosas, lo denunciaron como una hipócrita y un falso santurrón. Él no podía defenderse, puesto se había encontrado la tabaquera en su bolsillo. No dijo nada. Lo sufrió todo como algo que había venido de la mano de Dios. Cuando caminaba a lo largo de la calle, cuando venía de la iglesia, o de Misa o de la sagrada comunión, todo el mundo que lo veía se burlaba de él y lo llamaba una hipócrita, un fraude, una ladrón. Esto siguió por un tiempo realmente largo, pero a pesar de ello, continuó con todos sus ejercicios religiosos, sus Confesiones, sus Comuniones, y todas sus oraciones, lo mismo que si todo el mundo lo tratara con sumo respeto. Después de unos años el hombre que había sido la causa de todo esto cayó enfermo. A los que estaban con él les confesó que él había sido el origen de todo las cosas malas que se habían dicho sobre este joven, que era un santo, y que por envidia, para destruir su buena fama, él había puesto la tabaquera en el bolsillo del joven.
He ahí, mis hermanos, una religión que es verdadera, que ha hechado raíz en el alma. Decidme, si todos de esos pobres cristianos que se confiesan creyentes tuvieran que pasar por tales pruebas, ¿imitarían a este joven? Ah, mis queridos hermanos, qué murmuraciones habría, qué amarguras, qué pensamientos de venganza, de difamación, de calumnia, incluso quizás de acudir a los tribunales… atacarían contra la religión; la desdeñarían y burlarían de ella y no diría nada más que males de ella; no serían capaces de hacer sus oraciones nunca más; no podrían ir a Misa; no sabrían qué más hacer o decir para justificarse; coleccionarían cada noticia de daño que ésta o esa persona había hecho, para decírsela a los demás, para repetirles a todo el mundo lo que sabían para dejarlos como mentirosos y calumniadores. ¿Cuál es la razón de esta conducta, mis queridos hermanos? Ciertamente es que nuestra religión es sólo de antojo, de hábito del larga tradición y rutina, y, si quisiéramos decirlo mas crudamente, porque somos hipócritas que sirven a Dios mientras todo va según nuestros deseos. Ay, mis queridos hermanos, todas estas virtudes que observamos en muchos aparentes cristianos están pero como las flores de primavera, que una ráfaga de viento caliente puede marchitar.