Citas:
Is 6,1-2a.3-8: www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9abty3f.htm
1Cor 15,1-11: www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9abtnlo.htm
Después de habernos mostrado cómo delante de Cristo,
delante de la excepcionalidad de Cristo, el ánimo humano pueda defenderse hasta
el punto de rechazarlo, reduciendo la realidad que tiene ante él, la Iglesia
nos introduce hoy en la experiencia de la familiaridad con Jesús, que está en
el origen de la llamada de los primeros discípulos, de su fe y de sus vidas.
El pasaje
evangélico que hemos escuchado, tomado del evangelio de san Lucas, comienza
mostrándonos de qué modo tan concreto la gente se relacionaba con Jesús: «Mientras
la gente se apretujaba en torno a Él para escuchar la palabra de Dios…» (Lc 5,1). La gente “se apretujaba en tono
a Él”, es decir, lo vislumbraba, lo seguía, se le acercaba para escucharlo,
hasta el punto de que el Señor corre el riesgo de verse aplastado y, con extraordinaria
prontitud, con el sentido práctico que se revela en cada uno de sus gestos, sube
a una barca aparcada en la orilla y le pide a Pedro que se aparte un poco, de
manera que pueda hablar a la gente.
¡Qué
misterio! La Palabra de Dios, el eterno Hijo del Padre, haciéndose carne ha
asumido, ha “tomado” toda nuestra humanidad y la vive por completo, sin
ahorrarse nada de lo que es humano, comprendida la fragilidad propia de nuestra
naturaleza: la Palabra eterna, por medio de la cual el Padre ha creado el
mundo, necesita “levantar la voz” para hacerse oír; necesita sustraerse a la
muchedumbre, de esa muchedumbre a la que ama con todo su ser, para evitar ser
“aplastado”; necesita pedir a Simón Pedro hospitalidad sobre su barca.
A
los ojos de los israelitas, Cristo aparece siempre, en todo y en todas partes,
como un hombre, con un cuerpo sujeto al cansancio físico, al hambre y a la sed,
a la intemperie, como otro hombre cualquiera, y no obstante, no podían estar
lejos de ese hombre, no podían apartar la vista de Él. Ni siquiera el hambre
–aquella hambre que el Señor sació con la multiplicación de los panes y los
peces (Jn 6, 1ss)- puede distraerlos de Él.
Además,
es conmovedor ver cómo, con Cristo, nada sucede por casualidad. Él no sube a
cualquier barca, sino a la de Simón; este ya había encontrado al Señor, cuando
su hermano Andrés, llegando jadeante a casa, le había dicho: “Hemos encontrado
al Mesías” (Jn 1, 41). Simón ya había compartido un tiempo con Él, de manera
que a la invitación del Señor de ir mar adentro, en pleno día, el momento menos
favorable para pescar –incluso un inexperto en la pesca lo sabe- y a la
invitación de tirar nuevamente las redes después de una noche infructuosa, le
lleva a exclamar: “Maestro nos hemos fatigado toda la noche y no hemos pescado nada;
pero en tu nombre, echaré las redes” (Lc 5, 5).
¿Que
podía llevar a Simón a hacer esta afirmación aparentemente tan ilógica? Porque
parece ilógico, después de una noche de trabajo completamente inútil, intentar
una nueva pesca en el día, cuando la luz alejaría a todos los peces y el
cansancio físico reclamaría descanso. ¡Es ilógico! Y sin embargo, Simón dice:
“En tu nombre echaré las redes”. ¿Por qué? ¿Cómo puede un pescador profesional
decir algo así? Todo se encierra en ese “pero” inicial: “Pero en tu nombre...”.
En
lo ordinario de la vida, en lo previsible de los sucesos cotidianos, en la
rutina del propio trabajo o en el calor del hogar, de improviso, empezaba a abrirse
camino un “pero”. En la vida de Simón, pocos días antes, había comenzado a abrirse
camino este “pero”, cuando Andrés lo había llevado a conocer a Jesús y,
transcurriendo algún tiempo con Él, volviendo a casa para prepararse, como
todas las tardes, para la pesca nocturna, hablando consigo mismo, había comenzado
lentamente a tomar conciencia de que le había sucedido algo nuevo, algo que no
sabía expresar por completo, pero que no podía ignorar.
Es
en esta familiaridad con Cristo, progresiva y diaria, que crece y se forma en
el corazón de Simón Pedro una nueva certeza: Cristo es un factor de absoluta
novedad, una novedad en la cual, misteriosamente, parece converger toda la
realidad. Esta novedad es Él mismo, su misma persona, Jesús. Paradójicamente
para Simón, delante de Cristo, lo realmente ilógico no era fiarse de Él contra
toda evidencia, sino decir, lo que parecería más normal: “Es absurdo, Maestro,
intentar ahora una nueva pesca. ¡Es una broma!”. Delante de cualquier otro
hombre habría sido normal pensar que se trataba de una burla y seguir
arreglando las redes para volver a casa a descansar. Pero con Jesús, no. Con Él
habría sido ilógico no intentarlo, no tomar en serio su palabra, a pesar de que
la experiencia humana parecería decir otra cosa.
Para
Simón comenzó así una experiencia nueva, que se renovará durante tres años y
hasta el último respiro: con Cristo, la realidad jamás desilusiona; ¡Cristo no
desilusiona jamás!
La
pesca llega, la barca no es suficiente para recoger todo ese fruto asombroso,
las dos barcas parecen hundirse y el hermano de Andrés se echa a los pies de
Jesús y exclama: “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador” (Lc 5, 8). Habría
sido lo mismo decir: “¡Señor, todo lo tuyo me supera; no soy digno, pero no
puedo menos que estar pegado a ti, de arrodillarme delante de ti!”
Pidamos
a la Santísima Virgen, que en su vida terrena transcurrió más años con su Hijo
que sin Él, que sepamos crecer en la familiaridad con Cristo, en este cotidiano
contacto con Él, por medio de una mirada atenta a la realidad, por medio de la
oración constante. Que sepamos fijarnos en este “pero” que entró en el mundo,
para no dejarlo jamás. Y unidos a él, unidos a Pedro, decimos también nosotros
hoy y siempre: «Fiat mihi secundum verbum
tuum – Señor, que se haga en mí según tu palabra», «Señor, en tu nombre
echaré las redes». Amén.