jueves, 3 de enero de 2013

SANTA MARÍA MADRE DE DIOS- Homilía de la Congregación para el Clero


SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS - 2013

Citas: 
Nb 6,22-27: www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9bcawkf.htm 
Ga 4,4-7: www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9aggmzd.htm 
Lc 2,16-21: www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/9ayxwpb.htm 

 La Iglesia, en su gran sabiduría, a pocos días de celebrar la Solemnidad de la Navidad, de la memoria viva del Verbo hecho carne que vino a habitar entre nosotros, nos invita a mirar a la Madre del Creador, a la Madre de las madres, a la Virgen María. Desde los primeros siglos, la Santísima Virgen fue venerada por sus hijos con este título, confirmado definitivamente por la Iglesia en el Concilio Ecuménico de Éfeso del año 431. Este título es consecuencia inmediata del gran Misterio de la Encarnación, que ve al Logos eterno abrazando la naturaleza humana con un “abrazo” tan fuerte, que elige hacerse hombre –nos dice San Pablo- naciendo “de mujer” como todo ser humano. Contemplando, por eso, al Niño de Belén, admiramos la belleza de la Madre y no podemos menos que agradecer el valor de María, que consintió al maravilloso designio de Dios y, de este modo, se hizo parte fundamental de él. En este proyecto asistimos, además, a una singular prioridad “cronológica” de María. En el pasaje del evangelio de Lucas, en efecto, se nos describe el encuentro de los pastores con Jesús y, según lo que cuenta el evangelista, antes que el Niño ellos “encontraron a María”: antes de reconocer en el Niño el signo anunciado por los ángeles, los pastores admiraron la belleza de la mujer que lo había engendrado y, posteriormente, adoraron el Santísimo Cuerpo del Salvador niño. La misma prioridad cronológica le reconoce San Pablo a María, el cual, en la Carta a los Gálatas, describiendo el Misterio de la Encarnación, afirma que el Hijo de Dios fue “nacido de mujer” y, solo después, añade: “nacido bajo la Ley”. Esta prioridad “cronológica” de la Madre es el mismo criterio que anima la vida de la Iglesia, que ha elegido confiar la humanidad entera, al comenzar un nuevo año, a la intercesión, a la guía y a la maternidad de María de Nazaret, indicando de este modo a todos “la vía maestra” para encontrar a Cristo. No se puede, en efecto, llegar a Jesús si no es pasando por María, Madre de Dios y Madre nuestra. No se puede tratar de comprender el Misterio de la Encarnación, si no se mira a la real semejanza humana que el Hijo tiene con la Madre. No se puede ser verdaderamente cristiano si no se es auténticamente mariano. ¡Qué maravilla la maternidad de María! Afirma San Atanasio: “Para esto María recibió su existencia en el mundo: para que Cristo tomara de Ella este cuerpo y lo ofreciera, en cuanto suyo, por nosotros”. Jesús toma de ella las fatigas físicas, se alimenta de su pecho bendito, se deja abrazar por su ternura materna y es educado por la sabia Mamá. Amando la humanidad inmaculada de su Madre, amando esa humanidad concebida sin pecado original, Cristo ama más aún nuestra humanidad y desea nuestra total salvación. Él, en efecto, miranado a la Virgen Madre, tiene siempre delante de sus ojos el primigenio proyecto de Dios, anterior al pecado original; ese proyecto por el que, después de habernos creado y hecho libres, nos ha querido hijos. Haciéndonos sus hermanos y, por esto, hijos de Dios, Cristo nos ofrece la posibilidad de contar con una Madre poderosa que lo conoce bien, puesto que lo llevó en eu seno virginal y lo siguió durante toda la vida, y que conoce bien también a nosotros, hombres, porque ella es totalmente criatura de Dios. Por tanto, miremos a María, a Aquella que “guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón”. Miremos a Aquella que, antes, contempló el eterno Misterio; que, a través de su “sí” y de su maternidad entraba en la historia. Miremos el seno de María, que durante nueve meses custodió el Santísimo Cuerpo de Jesús, ese seno que es el Arca de la nueva y eterna Alianza, la Puerta del Cielo a través de la cual Dios entró en el mundo siendo el Emmanuel, el Dios-con-nosotros. Miremos, en fin, los ojos de la Virgen, porque nadie como Ella, habiendo vivido una tal e irrepetible intimidad con el Hijo, en cuanto que está “anclada” biológicamente en Él, además de espiritualmente, puede enseñarnos a reconocer, a conocer, a adorar y a amar a Cristo Jesús. Pidamos, pues, a Ella, que nos sostenga y que interceda por nosotros para comenzar bajo su manto materno este nuevo año y, como los pastores, que encontremos a Jesús, Hijo de Dios, hijo de María.