M. Piacenza, El sello. Cristo, fuente de la identidad del sacerdote, Ediciones Palabra, Madrid, 2011, 154pp.
Mauro Piacenza, cardenal, es prefecto de la Congregación para el Clero y ha ejercido la docencia en la Facultad de Teología del Norte de Italia. Ha sido profesor de asignaturas eclesiásticas tan dispares como derecho canónico y teología dogmática. Este libro de la editorial Palabra recoge varias intervenciones y comentarios del prelado genovés.
En el primer capítulo del libro se recoge un retiro espiritual a seminaristas holandeses sobre la identidad y formación sacerdotal. En él define la vocación como el vivir la existencia conforme a las condiciones que impone al hombre, acatando las circunstancias y aceptando humildemente la realidad. Es necesario custodiar esta vocación, volviéndose entusiastas acerca de nuestro presente y con un claro ardor misionero. También hay que cultivar el afecto a Cristo como Dios hecho hombre y vivir la radicalidad en su seguimiento. Además, el autor aborda temas como la centralidad de la fe, la importancia de la formación humana en la etapa de seminario. De cara al futuro ejercicio del ministerio, el prefecto del Clero habla de la unidad del presbiterio, donde hace una afirmación importante acerca de la pastoral: «no se estudia; lo que en determinados casos resulta provechoso estudiar son técnicas pastorales específicas» (p. 34). El oficio de pastor, por lo tanto, es más una cuestión vivencial que un objeto de estudio.
En el comentario “Lo que hemos prometido”, aborda el sentido de las promesas sacerdotales del Pontifical Romano, donde subraya algunos cometidos del sacerdote, como la obligación de celebrar dignamente los «misterios de Cristo», anunciar fielmente el evangelio, el respeto al obispo propio y el papel del sacerdote como guía del pueblo. Éste está revestido del Espíritu Santo para esta tarea, además de recibir la potestas de Cristo como se nos recuerda en la unción con el crisma (cf. p. 60).
Cardenal Piacenza |
En el capítulo tercero toca el tema de la oración en la vida del sacerdote. Son interesantes sus reflexiones sobre la Liturgia de las Horas que, por lo menos en esta traducción española, conserva el nombre del antiguo libro litúrgico del “Breviario”: «se comprende bien la especial dignidad de la oración del Breviario: ¡la voz del sacerdote que celebra la Liturgia de las Horas es la voz de Cristo! ¡La voz del sacerdote es la voz de la Iglesia!» (p. 73). En el siguiente capítulo habla de otro aspecto ineludible del ministerio sacerdotal como lo es la celebración de la eucaristía. En él se van desglosando las diferentes partes de la misa. Para el autor, la jornada del sacerdote «debería dividirse entre praeparatio ad Missam y gratiarum actio post Missam: anhelando y preparando el corazón para el encuentro sacramental y místico con Jesús vivo» (p. 82). En la misma línea encontramos una afirmación interpelante: «El mismo revestirse de los ornamentos sagrados, tras habernos detenido unos minutos en oración, debe volver a constituir un gesto orante» (p. 83).
Los dos capítulos subsiguientes afrontan la relación con el obispo y con los laicos. El obispo se comprende como padre, hermano y amigo de sus sacerdotes. Con los laicos existe una identidad bautismal y nos pone en guardia ante una secularización del clero y una clericalización del laicado. El último capítulo se dedica a la comunicación en la vida del sacerdote, donde advierte acerca de la proliferación de los “sacerdotes estrella” que van al margen de la autoridad eclesial.
El libro del cardenal Piacenza aborda un abanico de temas muy sugerentes a los que no les hemos podido hacer justicia en este reducido espacio. Sin lugar a dudas, muchos de esos temas reflejan la experiencia que ha tenido en la Congregación para el Clero. Creo que las ideas expuestas no dejarán indiferente a nadie. Se logra apreciar una gran continuidad entre las recomendaciones litúrgicas del autor y el pensamiento del papa Benedicto XVI sobre estas cuestiones. Las clarificaciones aducidas fortalecerán cualquier vivencia sacerdotal y serán incluso una buena hoja de ruta para un mejor ejercicio del ministerio.
Adolfo Ivorra