domingo, 6 de diciembre de 2009

P. Marco Antonio Foschiatti, OP:“Vino la Palabra del Señor en el desierto…¡preparadle un camino!”


“Vino la Palabra del Señor en el desierto…¡preparadle un camino!”
Homilía para el Domingo II de Adviento.
Lecturas:
Baruc 5, 1-9.
Salmo 125
Filipenses 1, 4-11.Evangelio según San Lucas 3, 1-6.


En el Adviento resuena constantemente esta invitación de la Palabra de Dios ante el Señor Jesús que viene: ¡preparadle un camino! Los caminos del propio corazón, los caminos de nuestra historia, toda nuestra persona debe ser ese camino por donde pueda venir el Salvador.
Jesús se nos presenta siempre como Aquel que viene. El tiempo del Adviento quiere introducirnos más y más en este Nombre propio de Dios, “El que viene”:
“El verbo venir se presenta como un verbo teológico, incluso teologal, porque dice algo que atañe a la naturaleza misma de Dios. Por tanto, anunciar que Dios viene significa anunciar simplemente a Dios mismo, a través de uno de sus rasgos esenciales y característicos: es el Dios que viene”[1].
Jesucristo es Aquel que ha venido hacia nosotros. Este es el fundamento de nuestra fe, la raíz de nuestro estar salvados en la esperanza. Es el Emmanuel que ha puesto su tienda en medio de nosotros. Ha puesto su Morada en nosotros, en nuestra pobre humanidad desposándola consigo para siempre en alianza eterna. Dándonos todo lo Suyo y recibiendo en Sí todo lo nuestro: O admirabile comercium!![2]
Pero también es Aquel que vendrá, en El todas las cosas alcanzarán su plenitud. Los gemidos de la espera de la creación[3] se convertirán en ese “Día del Señor”, en un Aleluya sin fin, en el canto perenne del Amor. El maravilloso canto del libro de Baruc, anunciando el retorno a la Santa Sión, a la Nueva Jerusalén, a la Ciudad que Dios nos prepara, que baja y viene de El[4], se convierte en la respuesta a nuestros gemidos y lágrimas, es el “Sí” de la fidelidad de Dios a sus promesas. Es el Dios fiel cuyo Amor para nosotros es indefectible, no fracasa, porque eternamente ha hecho Alianza con nosotros. En su Hijo que se ha manifestado y ha venido a nuestra carne, a nuestro mundo, cambiando nuestras lágrimas en un canto, en el canto de los salmos graduales, que expresan la alegría del camino hacia el Señor, la alegría del Señor que transforma los dolores de su creación en gavillas fecundas, en el nuevo Jardín de Dios irrigado por los canales de su gracia:
“Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares[5]…”
El mundo entero espera y gime. Nuestra plegaria tiene que saber expresar y leer las lágrimas de toda criatura para ofrendarlas al “Viniente”, debe estar dirigida hacia el cumplimiento de su Obra fiel y amorosa en nosotros. Aquel “Veni, Domine Iesu[6]”, que cantamos y anhelamos en cada Eucaristía, debe abarcar y sintetizar todas nuestras esperas, todos los quebrantos físicos y morales de nuestra oscura humanidad, siendo serenamente conscientes de que toda nuestra vida y todo lo bueno y verdadero que nos circunda vive y tiende hacia esa “Felíz Esperanza[7]” de Jesús. La Esperanza anhela la Presencia, el deseo tiende y vive por acercarse a la Presencia, que es unión y posesión con el Amado.
El Adviento es como un juego de amor, como el juego del amor hermoso, que se nutre de presencia y ausencia[8]. El Amado se esconde para hacerse “desear” más, para hacer crecer el amor que busca la unión. Jesús en el Adviento es Presencia, El ha venido en su Encarnación, pero quiere ausentarse, quiere estar siempre viniendo para suscitar nuestro deseo, nuestra espera, nuestra disposición interior. Si lo esperamos, si apoyados en El lo aguardamos, esta espera aviva la lámpara del Amor. Y la lámpara puede apagarse gozosamente en el alba de su Venida, de su Presencia. Esperanza, Presencia ya comenzada pero no plena que aviva el amor, que nos llama a hacernos camino para poder llegar a la posesión del Amor. ¡Cuán bellamente San Bernardo y su teología del corazón expresan esta Espera-Presencia en su Iesu dulcis memoria! ¿No avivará nuestro deseo el rezarlo más frecuentemente?
Oh Jesús de dulcísima memoria
Que das el verdadero gozo al corazón,
Más dulce que la miel y que toda otra cosa
Es tu dulcísima Presencia.[9]
San Bernardo pide al Señor que ha venido en la Encarnación, en la ternura del Niño de Belén, que siga viniendo. Que siga prolongando su venida no sólo en los Santos Sacramentos, continuación y comunicación de su Encarnación Redentora, sino también en las visitas del Verbo al alma, en ésas visitas en donde El es nuestro refrigerio y consuelo. La dulcísima Presencia de Jesús es la que enjuga toda lágrima, es la que aleja toda oscuridad, es la que ablanda toda dureza, es la que disipa toda tristeza y aflicción. ¡Visitas de Jesús, advientos de Jesús…venid, venid a nuestros corazones!
“ Cuando nuestro corazón visitas
Entonces brilla en él la Verdad
Todo lo pasajero se convierte en vano,
Encendido por tu ferviente caridad.”
Jesús es Aquel que siempre está por llegar. Su venida es una realidad actual. La Presencia de Jesús nos dice en este adviento: “Mira que estoy a tu puerta y llamo: si alguno oye mi Voz, y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo.”[10]
Si dejamos entrar a Jesús, si la puerta se ensancha por el deseo, El dirigirá una palabra personal para cada uno de nosotros, haciéndonos participar de sus bienes, de su vida de Hijo. Adviento es el tiempo en que se nos pide que nos hallemos sedientos y abiertos para Dios. Debemos hacernos como ese desierto, tan temido, pero lugar del recomenzar de la Alianza, en donde puede bajar y venir la Palabra del Señor. El desierto es el lugar del despojo, no podemos seguir con nuestras “chucherías[11]”, nuestros apegos, nuestro bagaje interior, hay que darlo todo por el Todo. No se puede caminar con mucho equipaje por un desierto. Ese es el sentido del vaciamiento del corazón en este adviento, si la palabra del Señor ha de venir a nuestros desiertos debemos gustar su soledad, su cercanía, nuestro corazón en muda súplica, como la tierra reseca, debe suspirar por su gracia.
“Vino la Palabra del Señor a Juan en el desierto[12].
También a nosotros se nos invita a estar sedientos para el agua gratuita de Dios[13]. Se nos pide tener sed, una sed de su gracia que sólo El puede saciar[14]. Para eso quiso venir sediento a nuestros desiertos Aquel que es la Fuente, el Manantial de la Vida.
Adviento es la Visita y la Presencia de Jesús para ir completando su obra en nosotros[15], para que nos encontremos santos e inmaculados por el amor el Día de su Venida, en su Día. Esa es la oración de Pablo por sus hijitos filipenses. Es una súplica de total esperanza en la acción de la gracia de Jesús. El pide para que el Señor por medio de su visitación continua en los corazones de los filipenses vaya realizando Su obra, o sea la completa “cristificación”. Esta oración nacida del corazón de Pablo en donde late el Corazón de Jesús… (en este pasaje se nos habla explícitamente del Corazón de Cristo[16]) nos está cantando la confianza plena en la Gracia. Esta oración nos abarca a todos. Pese a los pecados de nuestra vida, a nuestras resistencias al Amor, con el peso de nuestra mediocridad, de la chabacanería, de nuestra insensibilidad espiritual, el Amor del Redentor que viene puede remediarlo y redimirlo todo. Basta que nos pongamos en espera. En espera confiada y serena[17]. Incluso de nuestras infidelidades, Jesús el que viene, puede abrir nuevos caminos para que experimentemos la hondura de su Amor que salva. Nos dirían los Santos: ¡Basta que creas! Reza, ten fe y no te preocupes. (P. Pío de Pietrelcina)
Jesús es el que viene a nuestros desiertos para transformarnos a nosotros mismos en su Adviento. Así como su Madre, la llena de Gracia, es el Adviento viviente de Jesús, así el quiere entrar en nuestra vida para seguir viniendo a nuestros hermanos, a nuestras familias, a nuestro trabajo, a nuestros amigos. La venida de Jesús quiere transformarnos en Adviento suyo para nuestros hermanos. Por ello debemos proponernos, cuánto nos hacen crecer los pequeños buenos propósitos, algún gesto concreto que nos ayude a vivirnos como un adviento de Jesús para los otros. Y desde ya ofrecerle toda nuestra vida para que El pueda seguir naciendo en muchos corazones, dejemos que sea la dulce Voz del Señor la que nos hable e interpele:
“¿Estás dispuesto a darme tu carne, tu tiempo y tu vida? Esta es la voz del Señor que quiere entrar también en nuestro tiempo, quiere entrar en la historia humana a través de nosotros. Busca también una morada viva, nuestra historia personal. Esta es la venida del Señor?” (Benedicto XVI en las I vísperas del Domingo I de Adviento)
P. Marco Antonio Foschiatti op
Convento San Martín de Porres
Mar del Plata. Buenos Aires. Argentina.
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[1] Benedicto XVI, Homilía en las I vísperas del Domingo I de Adviento, 2 de diciembre de 2006.
[2] La celebérrima antífona de la Octava de Navidad que resume admirablemente el Misterio de la Encarnación y su soteriología: “¡Oh admirable intercambio, el Creador del género humano asume un cuerpo animado y haciéndose hombre sin concurso de varón nos hace partícipes de su Divinidad!”
[3] “La creación hasta el presente gime y sufre dolores de parto. También nosotros que poseemos las primicias del Espíritu gemimos en nuestro interior anhelando la redención de nuestro cuerpo.” Rm 8, 22-23.
[4] “ Y ví la Ciudad Santa, la Nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su Esposo” Ap. 21, 2.
[5] Sal 125, 1-6.
[6] Ap 22, 20.
[7]Tt 2, 13.
[8] ¿Adónde te escondiste, Amado,
y me dejaste con gemido?
Salí tras ti clamando y eras ido. San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual.
[9] Himno al Santísimo Nombre de Jesús, que ha brotado de la meditación cálida de las homilías de San Bernardo en el siglo XII.
“Iesu dulcis memoria
Dans vera cordis Gandia,
Sed super mel et omnia,
Ejus dulcis Praesentia”.
[10] Ap. 3, 20.
[11] O sea dando el corazón a bagatelas, a vanidades, a baratijas.
[12] Lc 3, 2.
[13] “¡Oh, todos los sedientos, id por agua, y los que no tenéis plata, venid, comprad y comed, sin plata y sin pagar, vino y leche de balde!” Is. 55, 1.
[14] “El que beba del Agua que yo le dé, no tendrá sed jamás”. (Jn 4, 13).
[15] “Firmemente convencido de que Quién inició en vosotros, la obra buena, la irá consumando hasta el día de Cristo Jesús”. Flp 1, 6.
[16] “Pues testigo me es Dios de cuánto os quiero a todos vosotros en el Corazón de Cristo Jesús” Flp 1, 8.
[17] “Esta espera de Dios precede siempre a nuestra esperanza, exactamente como su amor nos abraza siempre primero (1 Jn 4, 10). En este sentido, la esperanza cristiana se llama teologal: Dios es su fuente, su apoyo y su término. ¡Qué gran consuelo nos da este misterio! Mi Creador ha puesto en mi espíritu un reflejo de su deseo de vida para todos. Cada hombre está llamado a esperar correspondiendo a lo que Dios espera de él…¿Qué es lo que impulsa al mundo sino la confianza que Dios tiene en el hombre? Es una confianza que se refleja en el corazón de los pequeños, de los humildes, cuando a través de las dificultades y las pruebas se esfuerzan cada día por obrar de la mejor manera posible, por realizar un bien que parece pequeño, pero que a los ojos de Dios es muy grande: en la familia, en el lugar de trabajo, en la escuela, en los diversos ámbitos de la sociedad. La esperanza está indeleblemente escrita en el corazón del hombre, porque Dios nuestro Padre es Vida, y estamos hechos para la vida eterna y bienaventurada” Benedicto XVI, Homilía en las I vísperas del Domingo I de Adviento, año 2007.