viernes, 20 de noviembre de 2009

P. Marco Antonio Foschiatti OP: "Tú lo dices: 'Yo soy Rey'"


“Yo Soy Rey”

(Jn 18, 37)


El año litúrgico es una peregrinación, en la fe y el amor de toda la Iglesia, en la vida del Señor Jesús. Es vivir, en la Palabra y el Sacramento, las insondables riquezas del Misterio de Cristo, un Misterio que contemplándolo nos identifica a Él y que celebrándolo nos transforma en la Caridad de Jesús. El año litúrgico culmina con la fiesta de Cristo Rey del Universo como un magnífico broche de oro. Es una contemplación gozosa, es como un preludio del “lumen gloriae”, una chispita del “lumen gloriae”, cuando en “la Luz del Señor” lo veremos cara a cara. Ver cara a cara al Señor Jesús, verlo, palparlo, adentrarse en su gozo, en su gloria. Ver la gloria del Rostro de Jesús: ése es el fin de nuestra existencia, ése es el anhelo de nuestro corazón que late y late sin poder encontrar un descanso en las arenas movedizas de este mundo: ya que ha sido creado para encontrar sólo en la visión y en la posesión de Jesús su plenitud.

La liturgia de hoy quiere que pregustemos la Gloria del Rey, la victoria definitiva del Resucitado, el Aleluya de las Bodas reales del Cordero inmolado. Todo caminante debe, de tanto en tanto, echar una mirada a su mapa, a su hoja de ruta, para deleitarse con el fin de su camino: “al fin llegaré a la meta, llegaré a la cima, llegaré a Santiago de Compostela” por poner un ejemplo. Esta mirada a su hoja de ruta le sirve no sólo para confortarse y tomar nuevos bríos en su caminar sino que le ayuda para corregir su marcha y su dirección si ha tomado por un sendero equivocado.

La fiesta de Cristo Rey nos está señalando la plenitud de todos nuestros caminos, a veces tan inciertos, tan agotadores, con tantos recovecos, con tantas caídas, marchas y contramarchas. Nuestros caminos: donde a veces nos sentimos solos y a pié, suspirando por dar sólo un pasito, sólo uno. La fiesta de Cristo Rey nos anuncia que nuestros caminos van a culminar en la Gloria de su Amor, en el Triunfo del Amor. Es la fiesta de la Esperanza teologal: Dios Amor quiere darme su Reino, en su Hijo Crucificado y Resucitado me ha abierto las puertas de la Vida.

Los caminos de la historia, lo queramos o no, culminarán en la glorificación de Cristo Rey. Cuando la creación liberada de toda esclavitud se someta a su suavísimo yugo, al yugo de su Amor…para que Cristo sea Todo en todos. Hoy la Iglesia implora por esta libertad, por la verdadera liberación, que consiste en dejarse atraer por el suave imperio de Cristo. Hoy la Iglesia implora por la libertad de toda criatura: “Haz que toda criatura, libre de la esclavitud del pecado y la muerte, sirva a tu Majestad y te alabe eternamente”. Es una de las más bellas oraciones colectas del año litúrgico.

Todos los caminos de la vida de Jesús están llenos de su Realeza. Desde la Anunciación a María, cuando el Rey de Paz prometido está a las puertas de su “hágase”, hasta los pañales del pesebre en donde los Magos descubren, en la fe, al Rey de cielos y tierra ofreciéndole sus dones regios. Las curaciones de los enfermos, desvalidos, ciegos y leprosos son un signo de la llegada de la Realeza de Dios a su pueblo, esa Realeza que es su Hijo amado, Verdad y Vida en medio de nosotros. La vida de Jesús es manifestación de su Realeza desde su entrada en un pollino a la Ciudad del gran Rey hasta la corona de espinas, la púrpura burlesca y la caña de cetro. Su Crucifixión es la verdadera realeza, es alzado al Trono de la Cruz, para atraer todo, todas las cosas, hacia la Fuente de la Vida que es su Corazón traspasado. Es el Rey que en su muerte nos da la Vida.

Toda la Vida de Jesús es una Realeza sacerdotal, es el verdadero Melquisedec, como lo canta desde tiempo inmemorial la liturgia de Vísperas del Domingo: “Tu es sacerdos in aeternum secundum ordinem Melchisedech”… Sacerdote y Rey de Paz, Sacerdote que en la oblación de Sí mismo pacifica todas las cosas, reconcilia nuestros corazones con el Padre. Rey y Pontífice en cuanto que es el puente definitivo que une para siempre el Corazón de Dios y el corazón de los hombres. Ya nada podrá romper ese Puente creado por su entrega de amor en la Cruz, esa via regia nacida de su Sacerdocio.

Cristo es Rey y Sacerdote en cuanto que nos representa, en cuanto que abre el espacio para que en Él podamos ser reyes y sacerdotes, para que podamos llevar en humilde cooperación el proyecto divino de someter la tierra para poder ofrecerla…para poder consagrarla en la Eucaristía.

Este mundo que ha brotado de la mano buena del Creador, este mundo que es de Cristo, en cuanto que fue creado por El y para El, debe ser plenificado por nuestra labor humilde y paciente, por nuestro servicio amoroso y eficaz. Está llamado a convertirse en materia pura y hermosa en las manos sacerdotales de Cristo Rey. Toda criatura debe retornar a Él, toda criatura debe ser restaurada por la ley regia de la caridad, toda criatura debe ser ofrenda en las manos de Jesús Rey…ya que hemos sido creados y redimidos por El. Canta hermosamente el himno de la fiesta en las Vigilias:

“Toda criatura es tu Reino

Por origen y conquista,

Y por ello te adoramos

Camino, verdad y Vida.

Desde el más minúsculo ser hasta la más potente galaxia, perdida en la vastedad del cosmos, canta la Realeza de Jesús, canta al unísono: “Somos suyos, a El pertenecemos”.

La participación de la Realeza de Jesús debe movernos a esta seria responsabilidad de consagrar el mundo, el mundo tiene una potencialidad eucarística, debemos despertar esas potencialidades, debemos curar las esclavitudes de las criaturas para despertar esas potencialidades. Toda criatura, desde el átomo hasta las estrellas de la galaxia de Andrómeda, el mundo del trabajo, las artes y la cultura, el cuidado de la tierra y de la hermana agua “muy útil y humilde, preciosa y casta" como el saneamiento del medio ambiental, todo ello debe llenarse del suave y luminoso Reino de Cristo que no quita nada de lo genuinamente humano, de lo bello y verdadero, sino que precisamente lo eleva y lo redime.

Decíamos que la fiesta de Cristo Rey era el icono escatológico de nuestro peregrinar, del peregrinar de la Iglesia entre los consuelos de Dios y las persecuciones del mundo. Era la mirada al fin de nuestra hoja de ruta para solazarnos y respirar… ¡al fin llegaré, reinaremos con El! Cristo será nuestra gloria y nuestra corona. El Corazón de nuestro corazón.

La fiesta de Cristo Rey, no obstante, es la fiesta de los que caminamos detrás de un Rey crucificado. La contemplación del fin, del triunfo del amor, nos debe llevar a un caminar más fiel y presuroso tras los pasos del Amado. Cristo Rey no es el Trascendente lejano que nos mira desde arriba, sino que es el Rey que camina con nosotros, abriéndonos el camino, siendo Él mismo el Camino. Santa Teresa de Jesús, que experimentó en su alma el Castillo del Rey, canta esa cercanía:

“Cristo que vive a mi lado,

Cristo que sufre conmigo.

Mi Bien, mi Redentor,

Mi verdadero Amigo.”El verbo “regere”, de donde proviene la palabra Rey, precisamente esta señalando esto: El Rey es aquél que conduce, que guía, que abre un camino luminoso y seguro. Un Rey Pastor que nos lleva y junto al cual no tememos los oscuros abismos de la nada y del sin sentido. Un Rey que tiene en sus manos heridas y glorificadas la trama de nuestra vida. Un Rey que me llama a seguirle para hacer mía su vida de servicio. Un Rey que golpea suavemente la puerta de mi corazónpara que pueda acoger su Reino como germen fecundo que me trasforme y me convierta en siervo y vasallo suyo, en humilde obrero de su “Reino de Verdad y de Vida, de Santidad y de Gracia, de Justicia, Amor y Paz". Ese el primer cometido para el Reinado social de Nuestro Señor Jesucristo: dejar que plasme y transforme nuestros corazones por la ley regia de la caridad, por la gracia del Reino. Si somos seguidores de este Rey, si nuestro corazón le pertenece totalmente, el trabajo y la cultura, el arte y la técnica, el estado y la sociedad podrán ser ésa materia con potencialidad eucarística para la Gran Misa del mundo, para el fin de la creación que es la glorificación de Dios Amor:

“Que con honores públicos te ensalcen

Los que tienen poder sobre la tierra;

Que el maestro y el juez te rindan culto,

Y que el arte y la ley no te desmientan.

El Reino de Cristo ciertamente que sufre la violencia y la resistencia de las tinieblas, de la cultura de la muerte, de la apostasía silenciosa, del “príncipe de este mundo”, del dios mamón o simplemente de aquellos que hacen de su bajo vientre su dios y su todo…no obstante las tinieblas no vencerán a la Luz.

La Verdad y la Vida, la Santidad y la Gracia, la Justicia, el Amor y la Paz de Jesucristo, el Rey de los reyes, el testigo fiel, siempre vivirá operativamente en su pequeño rebaño, en aquel rebaño que debe ser el alma y el corazón del mundo, la luz y la sal. ¿Cómo esta Verdad y Vida, esta Santidad y Gracia, esta Justicia, Amor y Paz de Cristo pueden influir y transformar las capas geológicas más profundas de nuestras sociedades laicistas? En la medida en que los cristianos tomemos en serio nuestra vocación de ser alma del mundo, en la medida en que tomemos en serio el seguimiento cotidiano y paciente del Rey crucificado, en la medida en que “non loquendo sed moriendo” o sea sin tantos discursos altisonantes y conferencias de prensa sino con el testimonio de la vida entregada, gota a gota, proclamemos a Cristo como nuestro único Rey. “Non loquendo sed moriendo” así cantaron la Realeza social de Jesús nuestros hermanos mártires del siglo XX en España, en México, en la Rusia cristiana. Estos hermanos, mártires de Cristo Rey, sembraron humildemente el Reino en los sindicatos obreros, en las escuelas en donde reinaba la cátedra de amor –el crucifijo-, en los parlamentos preocupados por la justicia social y la protección de los más débiles, en las calles en donde se cantaba y se respiraba aroma de jazmín, en las plazas con los juegos risueños de los niños -sonrisa de Dios al mundo-, en el noviazgo lleno de ilusión y esperanza de los jóvenes, en el amor puro, fiel y hermoso del hogar, en el dolor aliviado por el compasivo y respetuoso servicio de los hospitales, en el ágora de la cultura que sabe leer lo hondo de la belleza de Dios, en las criaturas y en el corazón humano, para expresarla y manifestarla.

Ellos soñaron una Realeza social de Cristo, ellos fueron humildes piedras de la Ciudad del Rey, la soñaron para sí y para los suyos y quisieron humildemente sembrarla y regarla con sus lágrimas de amor y esperanza. Porque cantaron al Rey de Amor y se entregaron a servir su realeza sus vidas hermosas fueron salvajemente tronchadas. Jóvenes, esposos, padres y madres de familia, sacerdotes, consagrados, religiosas, obispos. Muriendo sembraron, con su sangre y testimonio, ese Reino de Cristo: Reino de perdón que construye, Reino de Amor que crea vida, alegría, reconciliación y paz. Ante esta nube de testigos: ¿no daremos un poquito de la sangre de nuestro corazón para que venga a nosotros su Reino y su Justicia?

Querido hermano y hermana: te invito, en este día, a que eleves tu corazón al Rey Crucificado, que mires su pecho abierto y herido por ti, de donde brota la Vida del mundo. En esta sociedad de hielo y tinieblas, en esta dictadura del relativismo, hazle un trono en tu corazón y en tu vida. Acoge al Rey que tiene sed de ser reconocido y amado. Acógelo como Rey en tu familia, como Rey de tu trabajo, como el Corazón de tu amar y de tu sufrir, como el único Camino de tu peregrinar. Dile al Rey amado y hermoso: “Tuyo soy y tuyo quiero ser, y para vivir más íntimamente unido a ti, hoy renuevo mi consagración a tu Sagrado Corazón”. Termino con el grito de los mártires, grito de esperanza, de perdón, de reconciliación. Grito que preludia el triunfo definitivo del Amor: ¡¡¡Viva Cristo Rey!!! Alleluia.

P. Marco Antonio Foschiatti OP.

Convento San Martín de Porres- Mar del Plata- Argentina