jueves, 15 de octubre de 2009

Beato Manuel González: El Corazón de Jesús al corazón del Sacerdote (III)


III
SIGUEME
Sequere me
(Mt 8, 22)
Estamos en nuestro Sagrario; tu Sacerdote mío, de rodillas ante el Altar y yo desde mi modesto trono del Copón.
Has oído y entendido el si scires… (si conocieras) de mi invitación al Sagrario y en vez de imitar a la Samaritana en las preguntas de curiosidad y de duda con me responde, has decidido aceptar y venirte.
¿No es eso lo que me quieres decir puesto ahí de rodillas?
Sí, la fijeza con que miras las puertecita de mi Tabernáculo, como esperando verme salir por ella, a hablar y andar contigo, me está recordando la actitud firme de otro sacerdote mío: de Pedro, cuando me decía a la vista de muchos que se iban: ¿A quién vamos a ir sino a Ti?
Esa es tu palabra, ¿verdad?
Pero he de advertirte que en los siglos que llevo viviendo entre los hombres he oído decir a muchos esas palabras, y no obstante, ¡veo a tan pocos seguirme!
Y no creas que mienten, sino que se engañan…
¿Sabes en qué?
En que en vez de seguirme a Mí, que soy el Jesús verdadero, siguen a otro jesús…
Las dos clase de seguidores de Jesús
No te extrañes ni te escandalices: Jesús verdadero no hay mñas que uno, que es el primogénito del Padre Celestial e Hijo de la Virgen Inmaculada; pero jesús falsificados, apócrifos, fantásticos, hay muchos, muchos, tanto como imaginaciones y egoísmo, sensualidades e hipocresías empeñados en que o no haya Jesús o lo haya a su gusto y capricho.
¡Conozco más falsificaciones de mí!
Y ¡claro!¡Cómo siempre es más cómodo seguir al falsificado que al verdadero, tengo que pasar por la pena de verme suplantado ¡aun en mis Iglesias, aun en mis Sagrarios!
¡Pobrecillos!, los veo rezar y a algunos hasta comulgar, y luego, en la conversación que por dentro entablan con su jesús, y en la actitud y en los trajes con que se presentan, advierto que no es conmigo con quien hablan, sino con un jesús (así, con minúscula) no bueno, sino bonachón, no suave, sino dulzarrón; no compasivo, sino tolerante; no sabio, sino de modestos alcances, no enterado de todo, sino miope y aficionado a la vista gorda; no diligente, sino adormilado… un jesús, por supuesto, sin nada de corona de espinas, ni de cruz, ni de cardenales, ni de pobreza ni de austeridades de Calvario, y en cambio, de esplendores de gloria, de blancura de nueve, de miradas apasionadas, de regazos tiernos, de senos blandos, de ternura de palabras, de derretimientos de afectos, de sueño y de ilusión, ¡cuánto!, ¡cuánto! Y ¡bajo cuánta variedad de formas!
Y no creas, sacerdote mío, que son sólo gente mundana y sin teología las que así me suplantan, que aquí en la intimidad de la conversación, te diré, ¡pena me cuesta!, que oigo a algunos amigos predicar a un jesús que no soy Yo, aconsejar premios y mercedes a obras y personas incomunicadas totalmente conmigo…
¡Que todo esto es duro!, ¿verdad?
Pero tan cierto como duro.
¿No ves las obras de muchos que me tienen en la boca, que andan junto a mí y que hasta comen por servirme a mí?
En sus maneras de hablar y de pensar de los demas, de querer a los hermanos, de tratar a los enemigos, de vestir, de sufrir, de gozar, de vivir, en una palabra, ¿encuentras un rasgo siquiera del Jesús callado, paciente, pobre, abnegado. Incansable, humilde, generoso y amante hasta el fin del sagrario?
¿No? ¿Y hablan, no obstante, de Jesús, y se llaman cristianos, es decir, seguidores de Jesús?
Ya sabes a qué Jesús siguen.
¡Son de los flasificadores!
Tú, sígueme a mí.
¡A mí!
¡Al Hijo de María Inmaculada, al aprendiz del taller de Nazaret, al Maestro de la Cruz de palo, al Crucificado del Calvario y del Altar, al Cordero de Dios que quita los pecados del mundo…!
***
Para respuesta el salmo 1: Beatus vir, qui non abiit in consilio impiorum…