domingo, 23 de agosto de 2009

Oración del sacerdote a San Bartolomé, apóstol


Glorioso Apóstol san Bartolomé, escogido para ser apóstol de Jesucristo, pregonero de su Evangelio; acudo a ti para que me enseñes a creer más en Jesús, a entregarme totalmente, a dar la vida por él.
Cuando Felipe te anunció que había encontrado a "ese del que escribió Moisés en la Ley, y también los profetas: Jesús el hijo de José, el de Nazaret"; te costó creerlo.
Dijiste: "¿De Nazaret puede salir algo bueno?"
No pensabas que Dios se valiese de lo humilde, de lo que no cuenta, de lo que es poco revelante para manifestar su amor misericordioso. Aquel que parecía ser un paisano de Nazaret, un revolucionario más, un exaltado…. era el Hijo de Dios, la Palabra de Padre, el Mesías esperado.
Y Felipe te dijo: Ven y lo verás.
¡Sí!, era necesario que fueses y lo vieses. Que tuvieses una experiencia personal con Jesús. Y al ver, creíste. Al admirar a Jesús, sus acciones, sus palabras, creíste.
Y mereciste el elogio del Señor Jesús: "Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño".
Te sorprendiste: "¿De qué me conoces?"
"Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi"
- te dijo Jesús.
Y por esas palabras de Jesús pudiste decir: este hombre sabe todo sobre mí, sabe y conoce el camino de la vida, de este hombre puedo fiarme realmente.
Al encontrarte con Jesús, después de hablar con él, exclamaste: "Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel".
Viste en Jesús al Hijo unigénito de Dios Padre y al Rey de Israel. Descubriste en Jesús a aquel en quien esperaba la humanidad, aquel a quien habían anunciado los profetas
Y por Jesús, entregaste tu vida, no temiste a la muerte.
Tu silencio, más que tus palabras, son muy elocuentes para nosotros cristianos y sacerdotes del siglo XXI: el seguimiento de Jesús puede vivirse y testimoniarse también sin la realización de obras sensacionales. Sin milagros deslumbrantes, sin grandes discursos, sin grandes acciones que llamen la atención.
Porque lo que es extraordinario y seguirá siéndolo, es Jesús mismo, al que cada uno de nosotros está llamado a consagrarle su vida y su muerte.
Ayúdame a consagrarme totalmente a Jesucristo en la sencillez de mi vida cotidiana.
Oración basada en la catequesis de Benedicto XVI
(4 de octubre de 2006)